diumenge, 21 de desembre del 2014

Oportunidades

Ella, con su pelo color castaño claro como las hojas de los árboles en otoño, con destellos de rubio. Sus ojos de color almendras, o mejor dicho como las nueces, tampoco, sus ojos eran del color de los frutos secos, de la comida de otoño, con la piel blanca como las nubes que encapotan el cielo de noviembre. A su lado su amigo, con el pelo negro azabache, formando ondas como un mar en medio de una tormenta. Del mismo negro era su barba a medio formar. – ¿Y si no quiere? – susurra ella con voz melodiosa. El esboza una media sonrisa. – Ya, pero ¿y si quiere? – deja que el viento se lleve sus palabras y se dirige hacia el bosque, perdiéndose entre las ramas de un sauce llorón. Lo último que capta ella de él, es un destello de alegría en sus ojos negros como una noche sin luna. Ella deja escapar un suspiro y se adentra en la mansión, no hay luz, solo penumbra y alguna mota de luz titilante producida por alguna vela esporádica con olor a frambuesa y arándanos. Se adentra en la mansión y su vestido ocre absorbe todo el polvo que encuentra a su paso. Llega hasta una escalera de caracol que parece arrastrarse hasta el infinito, pero cuando sus ojos se acostumbran se ve el piso superior. Mientras sube por las escaleras, su vestido deja una estela de polvo que refleja la luz de las velas, parece un hada. En el piso superior solo encuentra un pasillo largo y al final una habitación con la puerta entreabierta, de allí, sale una lenta melodía que lo envuelve todo. Recorre el pasillo con pasos vacilantes, un montón de cuadros la observan. Todos ellos muestran a mujeres mucho más hermosas que ella, pero ahí acaba su encanto. Ellas solo tiene belleza, la chica del otoño encierra misterio en su interior, un corazón que vale por mil y mil armas que encandilarían a cualquiera antes que esas bellezas vacías. Cuando llega a la puerta se atreve a meter la cabeza por la puerta, en la habitación está él. El color de su pelo es similar al de un campo de trigo recién cortado tostándose al sol, sus ojos color chocolate y su cuerpo musculoso del color de la arena de playa. Cualquiera vería el deseo reflejado en sus ojos, o el amor que exhalan todo los poros de su piel, cualquiera menos ella. Él le sonríe. Ella también. Esta confusa, ¿Qué va a decir? ¿Cómo decirlo? ¿Qué responderá? Por un segundo parece que lo va a decir, pero no, de su boca sale una simple invitación al baile de primavera, o mejor dicho, el baile de los amigos… El deseo desaparece de los ojos de él, machacado por una falsa realidad creada por la cobardía de ambos. Allí, en medio de un bosque de sauces llorones, en una mansión oscura que huele a primavera, y en una habitación donde la música todo lo domina, murió la única oportunidad que tenían ambos de ser felices…