Hace un par de días iba paseando por la calle con una amiga
cuando comenzamos a hablar sobre un conocido. El chico tenía una situación familiar
terrible, pero había tenido la posibilidad de seguir hacia delante y, en parte,
la había rechazado. Mi amiga comentaba apenada lo desgraciado que era, yo compartía
su opinión, pero también le dije que ya no tenía excusa porque por dura que sea
la vida cada uno es capaz de elegir como afrontarla y seguir adelante.
Sé que
en parte tenía razón, pero también me di cuenta de una cosa: apenas fui empático
con ese chaval. No me puse en su piel y apenas intente comprender como era
tener tal obstáculo en la vida. Pero eso no fue lo peor, después de reflexionar
descubrí que, tristemente, no era el único, la sociedad en general carece de empatía.
La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de entender la vida
del prójimo. Pues bien, desde mi punto de vista, el mundo no sabe o no quiere
ser empático. Es más, hay diccionarios que incluso no contienen la palabra en
ellos.
Solo hace
falta dar una vuelta a la historia. Empezando por España, la Guerra Civil se inició
por falta de empatía: durante décadas, cada régimen perseguía y reprendía de
forma brutal a sus opositores. Miles de españoles murieron porque los republicanos
no supieren comprender a los nacionales y porque los nacionales no entendieron
que era la República, dejando de lado la moral de ambas ideologías. Y de igual
forma, los romanos no pensaron en los judíos o los dacios, la Iglesia no quiso
saber en que creían los cátaros, los hispanos no se pararon a echar una mirada
en la cultura indígena e igual los británicos y los franceses en Norteamérica, África
y Asia… Y así desde el fin de los tiempos hasta hoy en día.
Está
claro que la humanidad sigue igual que hace 2000, 1000 o 100 años. Europa está
tratando a los refugiados como si no fueran personas. Los gobiernos actúan con
una insensibilidad y con una falta de solidaridad que asustan. Europa tiene
recursos territoriales y alimenticios de sobra, pero es mejor deshacerse del
problema, sin ver a la gente asustada, hambrienta, desmoralizada, abandonada, a
los niños sin padres, a los padres sin hijos. Europa no ve humanos en los que
huyen de un conflicto bélico y religioso, sin darse cuenta que ellos son los
realmente humanos. Ese es el mejor ejemplo de falta de empatía del siglo XXI,
pero no es el único. La guerra arrasa Ucrania y Siria, el hambre, el SIDA y la
malaria asolan África y los animales y las plantas desaparecen a pasos
agigantados, porque la empatía nace de los humanos, pero no solo se aplica a
ellos. “Homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre, decía Plauto en el
siglo II antes de Cristo, y que razón tenía.
No tenemos
empatía, lo que lleva a que no podamos juzgar, ayudar o simplemente comprender.
No somos empáticos, lo que hace que los humanos no tengamos humanidad, porque
no sirve de nada poder sentir si no podemos ver los sentimientos de los demás. Hoy
en día, los humanos somos menos humanos que nunca.
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