dimecres, 18 de novembre del 2015

Reflexiones de un tarado a la sombra de un roble

Hoy me he dejado llevar por la necesidad de libertad, de dejar que las sensaciones me acariciaran las mejillas y que el suave viento me acicalara el pelo. Ha sido fortuito, no lo tenía pensado, pero ahí he ido y ahí lo he encontrado. Enorme, imponente, con las ramas arañando el suave cielo azul. Un roble. Sin embargo, no era el árbol en si lo que llamaba mi atención, sino su sombra. En el regazo de la oscuridad, rodeada de bellotas, había una pequeña familia, una familia de hongos. Solo había cuatro, todos enganchados a la parte más baja del árbol, quietos, protegidos por la inmensidad del vegetal que evitaba que la luz los destrozara. No sé si eran venenoso o comestibles, pero eso era lo de menos. El he hecho de existir era lo que importaba, lo que me ha hecho pensar. ¿Cómo funciona la vida? Increíble, maravillosa y sobretodo, indestructible. Los humanos, inocentes y megalómanos diurnos, creemos que la oscuridad es el fin de la existencia, de la esencia, que todo acaba donde el Sol se pone. Que equivocados estamos, esa familia de setas es la prueba de ello. El día y la noche, la luz y la oscuridad, da igual, nada impide que florezca. Puede que la única cosa que la evite sea, la falta de todo, tan es la falta que no tiene nombre, aunque nosotros le llamaremos cero. Ese cero es la falta de calor y de frío, de negrura y claridad, es en fin, eso, la falta de todo. Por desgracia, toda la vida acabara convirtiéndose en cero, no hay eternidad para nada ni nadie, aunque yo pienso que eso es una ventaja. Y al fin y al cabo, si toda la vida acaba en el cero, ¿no significa eso que incluso en el cero hay vida?