divendres, 28 de setembre del 2018

Diosa


Serai despachó a las tres mujeres y los dos hombres con lo que había estado jugando sexualmente todo el día. Estaba cansada y sumida en el tedio. Con un silbido, una forma salió de las sombras oscuras del fondo de la cueva. Al principio solo eran unos ojos brillantes, pero a medida que avanzaba, la rata gris y ágil se mostró en toda su forma.  Se llamaba Susy, y era la mascota de Serai desde que escapó de Arse hace años.
La cueva, que más parecía un palacio de los que abundaban en Arse antes de que acabara destruida, estaba decorada con las mejores estatuas y tapices de las culturas fenicias e íbera. La cama parecía una nube y estaba perfectamente adecuada para los juegos sexuales de la diosa. Desde una punta de la gran estancia dividida por pieles de animales, sonaba el bonito ritmo de un tambor. Era Fangoria, la música del poblado que solía acompañar con sus melodías a Serai. Esta, por su parte, intentó despacharla, pero esta no quiso. La gran diosa bisexual suspiró, también tendría que matarla.
Serai se sentó en su gran trono de deidad mitificada y empezó a pensar como había llegado allí, al mismo tiempo que se preparaba mentalmente para un largo viaje. Su padre había sido uno de los hombres más ricos de Arse cuando Aníbal llegó a la Península Ibérica junto a sus hordas de cartagineses y elefantes. Serai decidió que ella no se convertiría en uno de los muertos que engrosaría las listas de esa guerra que se avecinaba entre Roma y Cartago.
Cuando Arse y todas sus gentes quedaron reducidas a cenizas, ella ya hacía casi un año que había huido hacia el sur, a refugiarse en un poblado cerca de Cartago Nova. De forma irónica, Serai llamó al poblado pesquero Picaporte, porque no había en sus toscos muebles o puertas ni uno solo. Por ese entonces solo tenía unos 20 años.
Un anciano que había perdido a sus dos hijos, reclutados a la fuerza, en el asedio de Arse decidió adoptarla informalmente. Él le enseñó a pescar y a surcar las olas como si fuera una hija de Neptuno. Pasó casi dos años allí, siendo feliz. Pero de repente, el anciano se mareó pescando y los oscuros mares se lo tragaron para siempre. Serai decidió irse. Ya no le quedaba nada tan cerca del peligroso mar. No peligroso por los seres marinos y las furiosas mareas. Era peligroso por las naves cargadas de hombres sedientos de sangre.
Se encaminó tierra adentro. Allí donde los fenicios y los griegos nunca llegaron, donde los romanos y los cartagineses solo se atrevían a entrar armados hasta los dientes. Sin embargo no llegó muy lejos. Después de unos días de viaje, la capturaron unos lugareños y la llevaron a un altar de sacrificios. Nos los entendía,  ya que hablaban una mezcla de íbero con fenicio, tartésico y lusitano. Tal amalgama de idiomas era imposible de descifrar. Obviamente, de griego no tenían ni idea. No obstante, ella logró captar algunas cosas. Querían sacrificarla para que los dioses les llevasen lluvias, ya que hacía meses que no caía ni una gota en la zona. La gente moría de sed y de hambre.
Serai de las apañó para convencerlos de que ella podía hacer que lloviera. Llena de miedo y sin tener ni idea de que hacer, intentó buscar una forma de huir. Mientras, sacó de sus cosas una bolsa de chufas podridas que llevaba desde que huyó de Arse. Más de recuerdo que de alimento. Las lanzó al fuego y allí se quemaron sin que pasara nada. Sin  embargó, pasaron unos minutos y el cielo se encapotó. Empezó a llover a mares y las tormentas duraron días. Desde ese momento, pasó a ser la gran Diosa Serai, la diosa bisexual de las lluvias y los rayos, portadora de las chufas mágicas. La instalaron en esa cueva y la agasajaron durante años. Gracias a sus conocimientos de meteorología, había podido salir del paso durante todo ese tiempo.
Pero, había un problema. El pueblo donde estaba la consideraba su diosa, pero también su cautiva. Solo permitían que estuviera en la cueva o por los alrededores cercanos. Y ya estaba cansada. Además se había asegurado que le fueran informando sobre qué pasaba en el mundo civilizado. Mientras Aníbal había sembrado de miles de cadáveres romanos los campos y montes italianos, la República había enviado a un joven general a Tarraco. Este, unas semanas atrás había conquistado Cartago Nova y estaba destruyendo uno detrás de otro a los ejércitos de Cartago en Hispania. El general, llamado Escipión, se había enterado de la existencia de la poderosa diosa de las tormentas con sus tubérculos mágicos  y quería hablar con ella. Serai temía que, al haber escapo de Arse, aliada de Roma, el general la quisiera juzgar por traición si descubría sus orígenes. Así que decidió entrar aún más en Iberia.
Cogió su petate y se colocó a Susy sobre un hombro. Sigilosamente, se acercó a Fangoria y la degolló sin que esta emitiera ruido. Con pase firme y tranquilo, salió de su santuario. La cueva se hallaba sobre una colina que bordeaba por el norte al poblado, que se extendía por el verde valle que tenía a sus pies. Se veían fuegos y antorchas por sus calles destartaladas. Serai sonrió a uno de los guardias que la custodiaban. El otro le devolvió la sonrisa pero fue lo último que hizo. El frío beso de una cuchilla le atravesó al corazón.
Sin dudarlo, Serai le arranco la corta daga y degolló al de al lado, que estaba tan sorprendido que no había podido reaccionar. No sería tan fácil con los otros dos. Uno le intentó dar un puñetazo, pero Serai lo esquivó con facilidad. No había estado ociosa en la cueva. Se había entrenado hasta desfallecer. La afilada daga abrió un camino de sangre por el estómago del guardia por donde empezaron a escapar sus tripas. Antes de que gritara, Serai ya le había rajado la garganta.
Sin embargo, el otro estaba más espabilado. La desarmó de un manotazo y le cogió el cuello con ambas manos. Serai no podía contra su desmesurada fuerza, además sabía que no la mataría. Solo la dejaría K.O. para después sacrificarla. Serai ya pensaba que iba a morir cuando Susy actuó. Con un chillido se lanzó contra el rostro del guardia y empezó a roer y arañar, defendiendo a su amiga. El guardia empezó a gritar de dolor e intento arrancarse a la rata de la cara desgarrada. Serai recuperó el aliento durante unos segundos, recogió el cuchillo y apuñaló repetidas veces al último guardia, hasta que dejó de moverse. Susy volvió de un salto al hombro de su amiga. Entre sus dientes había un ojo, el cual estaba masticando con satisfacción.
Entonces, Serai cogió el petate que había caído en el suelo y puso rumbo a las tierras donde se ponía el sol. Su plan era ir hasta la Lusitania, donde buscaría una forma de sobrevivir, lejos de griegos, romanos y cartagineses. Lejos de las guerras y la sangre. Lejos del hambre y la sequía. Solo Susy y ella.