diumenge, 14 de setembre del 2014

La veleta- parte 2 (la primera parte justo abajo)

Dejo la nota al lado del cadáver sin corazón, al igual que la tal Clara. En sus ojos sin vida veo marcado a fuego el sufrimiento, no ha sido una muerte rápida, las manchas de sangre de la pared lo demuestran, al igual que las heridas de su cuerpo, que son más horribles aun de cintura para abajo. Con el índice y el pulgar le cierro los ojos, pienso en enterrarlo, pero me dan arcadas solo de verlo las piernas y la entrepierna. Salgo de la casa donde lo he encontrado. He llegado hasta aquí porque he oído sus gritos, lo que sea que lo ha matado no puede estar muy lejos. Me quito esos pensamientos de la cabeza y observo la veleta, la luna pasa justo por detrás de ella y puedo verla a la perfección, tiene forma de pájaro y su pico apunta a la derecha. Delante de mí hay dos calles, una recta y otro a la derecha. Decido que la veleta me guie. En el momento en el que giro me fijo en que la veleta apunta ahora hacia arriba. Mientras sigo la veleta voy encontrando algún que otro cadáver por el suelo, en diferentes estados de descomposición, pero todos con el pecho abierto. Supongo que al igual que yo, todos ellos fueron a una aseguradora llamada Veleta que guía, que ironía, y vieron el anuncio que daba dinero por “una aventura inolvidable que marcara vuestra vida para siempre”, si, inolvidable. Sin darme cuenta he llegado a la plaza de la iglesia, aquí hay por lo menos 7 cadáveres. Me fijo en la veleta y el desasosiego inunda mi cuerpo, la cruz plateada es la base de la veleta. Miro la torre del campanar, está llena de agujeros y torcida, básicamente al borde del derrumbe, no hay puertas, así que decido entrar en la iglesia. Dentro hay más cadáveres, el más alejado está a los pies de una puerta que cuadra con la ubicación de la torre por fuera. Noto que un aire frio inunda la estancia. Me giro y lo veo. En el umbral de la puerta hay una figura de dos metros de alto. Su mano derecha tiene los dedos larguísimos, la izquierda no tiene dedos, solo cinco guadañas afiladas. Viste una túnica echa de retazos de tela multicolor y una máscara de pingüino manchada de sangre. Calza tacones de aguja aunque está claro que es un hombre. Pero lo peor es el collar de corazones palpitantes que le da varias vueltas al cuello y manchan sus ropas. No grito, solo corro hasta a la puerta, sé que me sigue porque oigo sus pasos. Mientras esquivo bancos medio quemados, tozos de vidrieras y santos con los rostros deformados el pánico me trastorna. Abro la puerta y en ese momento siento cinco filos arañar mi espalda y grito, pero no me dejo controlar por el dolor, me doy la vuelta y le doy un derechazo en la máscara, esta se rompe al momento. Me pongo a subir la escalera como una loca. Encuentro un cadáver más a mitad camino pero lo ignoro y sigo subiendo. En ese momento a través de los varios agujeros de la torre veo que la luna se está moviendo al mismo ritmo que yo, dirigiéndose al horizonte para ponerse. Llego a la parte superior, no hay campanas, solo una escalera de mano que sube a una trampilla, pero está bloqueada por un ente multicolor. Las cinco cuchillas se precipitan sobre mí y yo salto hacia atrás en el momento justo. Pero es rápido, su mano derecha se aferra a mi cuello y me estampa la cabeza contra la pared. Los bordes de mi visión de oscurecen pero no lo suficiente para ver las cinco guadañas apuntando a mi cara. Le sujeto la muñeca izquierda, es como si tocara papiro viejo y mohoso. Por suerte, el asesino no destaca por su fuerza pero me estoy quedando sin aire. Los corazones palpitantes me manchan de sangre fresca y negruzca, mientras que la careta del pingüino agrietada se acerca lentamente hacia mí. No me permito pensar y le lanzo una patada a la entrepierna. Al momento suelta mi cuello y yo aprovecho para escapar. Subo corriendo las escaleras, pensando en mi hijo. Un dolor agudo me destroza el tobillo izquierdo. Lo miro, su dedo índice se ha clavado en mi tobillo. Veo la sangre gotear sobre su máscara. Él saca el dedo de la herida y en ese momento me dejo caer sobre él. El impacto hace que me escuezan los cortes de la espalda. Ambos nos levantamos, pero esta vez soy yo más rápida. Le doy un empujón que lo hace atravesar la puerta y caer escaleras abajo. Entre sollozos subo peldaño a peldaño y por primera vez en días el sol está saliendo por el este. Sin permitirme ni siquiera pensarlo cojo la cruz y arrojo la veleta a la plaza. El palpitar de los corazones me hace dar la vuelta y me topo con la máscara del pingüino. Me alejo entre sollozos, pero él niega con la cabeza y extiende la mano. Yo le doy la cruz y el a cambio me da su macabro collar, aunque ahora ya no está formado por corazones palpitantes, ahora esta echo por fajos de billetes, si no me equivoco, hay una trentena y cada uno con 2 millones de euros. - ¿Para qué quieres el dinero? No sería correcto decir que su voz da miedo, porque más bien un coro de treinta voces es el que ha hecho la pregunta. Casi sin pensarlo le cuento que por culpa de una negligencia de mi ex marido, los servicios sociales quieren llevarse a mi hijo. Aunque si consigo demostrarle al jurado que soy una buena madre mi hijo volvería conmigo, el problema estaba en que yo no tenía dinero para pagar a un abogado. El asiente, se quita los tacones y se sienta sobre las tejas azules manchadas y descoloridas. El me señala las afueras del pueblo, donde se puede distinguir un par de coches. – Gracias- murmuro entre dientes y salgo corriendo. Cuando llego a la plaza él ya no está sentado en lo alto del campanar. Con mi pie herido y la espalda lanzándome sacudidas de dolor me cuesta llegar hasta los coches. Cuando llego el sol ya está muy alto y distingo a un hombre joven y guapo vestido informalmente, flanqueado por una mujer altísima y rubia y un hombre extremadamente musculado, ambos vestidos de rojo. También hay un médico y uno de los coches es una ambulancia. El joven habla: - Como nos alegra verte sana y salva – dice, y luego le echa una mirada llena de avaricia al collar de billetes - . También nos alegramos de ver eso, claro. – Gracias, pero ahora me vendría bien descansar… - Pero por desgracia no llevas la cruz de plata. Yo me quedo de piedra. – Pero… - No hay pero que valgan, sin cruz, no hay dinero – su sonrisa perfecta me da ganas de vomitar-. Chicos. Al momento sus guardaespaldas sacan una pistola cada uno y me apunta. En ese momento una estela multicolor pasa por mi lado y le corta la cabeza a la chica y parte por la mitad al chico. El joven se gira con horror y saca un arma que no llega a disparar. Cae al suelo con la cruz clavada entre los ojos. – Aquí tienes la puta cruz – en ese momento se gira hacia el medico que ha caído al suelo llorando y con los pantalones mojados de orina -. Cúrala. El medico asiente entre sollozos. Con el coro de voz más bonito, triste y reconfortante que he oído nunca me dice. – Nadie te quitara nunca a tu hijo. En ese momento me desmayo.

La veleta- parte 1

Yo he corrido durante horas, escondiéndome detrás de cada puerta carcomida y de cada muro derruido, huyendo de algo que desconozco, con la sensación de que el pueblo iba a derrumbarse sobre mí como acompañante. Seguramente no me hubiera dado cuenta realmente de la existencia del perseguidor si la mujer que llevaba días huyendo conmigo no estuviera muerta. Si estás leyendo esto estas perdido o perdida, al igual que a mí te prometieron dinero fácil, para ser más exactos, 2 millones de euros, solo por llegar a la iglesia de este pueblo abandonado y coger una cruz plateada. En un principio es fácil, muy fácil, el problema es que el pueblo es una trampa, las casas derruidas mueven sus paredes para bloquear las calles y las salidas del pueblo. No intentéis escalarlas, porque las estaréis escalando durante todo vuestra vida y jamás podréis romperlas, por mucha pinta de escombros que tenga. Yo llegué aquí hace dos semanas. Al pasar tres días me encontré con Clara, una policía de Cádiz que necesitaba el dinero para salvar la casa de sus padres. Desde el primer momento decidimos ir juntos y compartir el dinero. Pasábamos horas recorriendo las calles y cuando nos aburríamos hacíamos el amor, si digo el amor porque nos enamoramos, o por lo menos yo. Ella murió cuando después de manifestar nuestra pasión fui a mear, cuando volví ella estaba abierta en canal y sin corazón. De eso hace ya tres horribles y malditos días, buenos, creo, porque aquí es siempre de noche y lo único que ocupa el cielo es una luna casi llena. Lo oigo, está viniendo. Como me esperaba voy a morir. Bueno, querido amigo o amiga, hasta aquí llega mi intento de conseguir la cruz de plata. Mi conclusión es que no hay escapatoria, pero es la conclusión de un hombre sin esperanza, un hombre muerto en vida. Si todavía tienes la más mínima esperanza, fíjate en la veleta…