diumenge, 18 de gener del 2015

Humo

Siente el último amanecer que nos arropará hasta el fin. Sueltas tus lágrimas de tristeza, porque puede que sean la ultimas. Déjate llevar, no pienses, solo cree, cree en mí, créeme, nunca volverás a sentir nada. Si huele el humo, deja que inunde tus pulmones, que te caliente por dentro que te deje sin respiración, que cree una bonita canción con tus jadeos. Exacto, deja que los muros de llamas sean tu última visión del mundo, observa sus luces proyectadas en la última noche, déjate guiar, hipnotizada por sus movimientos macabros, que se ríen de ti, que se mofan de tus últimos segundos de vida. Si, quizá no sea el mejor recuerdo que tengas, pero sí que va a ser el último, así que no lo desaproveches. La humareda negra será tu lecho de muerte, el calor será tu sacerdote y el fuego tú verdugo. Pero no tengas miedo, el miedo no es buen compañero de viaje, te empequeñece, te destierra, y cuando se convierte en pánico de deja desolado, una sombra de lo que alguna vez fuiste. No te asustes, el fuego quema. Pero también ahuyenta a las bestias salvajes y a los merodeadores de la noche. El humo ahoga, pero también te esconde del asesino… Vale, tu cuerpo es abrasado, tu piel se derrite y se pega a tus huesos, como un muñeco de cera, el dolor es ahora tu único amigo, no hay sitio para nadie más, pero créeme, hay cosas peores, como ver cómo te mueres, y al fin y al cabo, hay formas peores de morir, supongo. Caes al suelo, arqueas tu espalda y dejas escapar un grito animal, eso está bien, grita todo lo fuerte que puedas, que la luna no te olvide jamás, deja tu huella en la vulgar oscuridad. Tú pelo, antaño negro como la mirada de un lobo, que reflejaba el sol y producía destellos ambarinos… No queda nada de eso, ahora es rojo, y se consume demasiado rápido, no me ha dejado verlo por última vez, soñar con su tacto sedoso. Tú ultima exhalación es humo, y ya no te mueves, no te retuerces de dolor, ni siquiera gritas, solo te conviertes en cenizas y desapareces, cuando el sol sale, ya no queda nada de ti. Ahora, ya no tienes obstáculos, que la cadencia de la muerte te lleve hasta el infinito, hasta un lugar de luces extravagantes, que nunca se apaguen, a un lugar donde la palabra felicidad tenga un significado digno de ella, a un lugar donde poder estar conmigo…

dissabte, 10 de gener del 2015

Un par de ojos

La luz mortecina del atardecer iluminaba vagamente sus rasgos duros y sus arrugas bien profundas. Aunque sus ojos de color ámbar brillaban con la energía de un joven entusiasta. Suspiro una voluta de vaho salió de su boca y se deshizo en el aire, la escasa ropa que llevaba no impedía que el frio le helara hasta las entrañas. Respiro fuertemente y siguió su camino, no podía detenerse, no ahora. Recorría el lecho de un rio ya seco y que antaño debió de ser profundo, ya que le era imposible escalar las paredes para salir del rio. Un escalofrió le recorrió la espalda cuando oyó el aullido de sus perseguidor. Alzó la cabeza y ahí estaba, en la orilla del viejo rio, acosándole que unos ojos humanos inyectados en sangre. Nunca antes había visto semejante animal, tenía cuerpo de zorro, pero tres veces más grande, y su cola grande y esponjosa acababa en un aguijón de color rosa chillón. Su pelaje era del color de sangre, ese rojo negruzco. Pero eso era lo de menos, sus ojos eran el problema, unos ojos azules normales y corrientes, como los de un humano, que lo observaban sin descanso. Eso era peor que la muerte, estar siempre vigilado, con miedo a todo, con la muerte tan cerca que incluso podía tocarte, pero nunca llegaba, siempre se quedaba al margen, mirándolo. El ser hizo ademan de saltar y el hombre a punto estuvo de caer cuando se echó atrás del susto. El corazón le latía a cien por hora y un sudor frio como el hielo le recorría hasta el último centímetro del cuerpo. El animal empezó a reír, con una mezcla de carcajada humana y gruñido animal, era estremecedor. El viejo se levantó y se quedó observando, herido y humillado. Cundo la bestia lo vio, se rio mucha más fuerte. El hombre siguió andando, intento huir de él, pero no podía, sentía su mirada en la espalda y oía continuamente sus pisadas en el suelo seco. La noche calla con rapidez, no había luna esa noche, solo un montón de estrellitas diminutas que inundaban todo el cielo y lo llenaban de alegría y luz, pero en el suelo esa luz no era suficiente, y el anciano caminaba clavándose guijarros en los pies y enredándose continuamente en zarzas marchitas y puntiagudas que se le enganchaban en la ropa y en la piel. Sollozo y se derrumbó en el suelo, las lágrimas no tardaron en anegar sus ojos y empezar a caer por sus cara, trazando extrañas trayectorias cuando entraban en sus arrugas. Levanto la mirada, tembloroso vio, como si de dos astros más se tratara, el par de ojos aterradores, escrutándole sin pudor y mofándose de él. Entonces empezó a llorar con más fuerza. No podía olvidarlos, ni tampoco apartarlos, nunca se iban a ir, eran como un mal recuerdo o como un trauma, siempre están contigo, solo puedes aprender a convivir con ellos.