dissabte, 10 d’octubre del 2015

Monstruo

La luz anaranjada del atardecer se cola tímidamente a través de los ventanales rotos y de los maderos carcomidos que forman las paredes. Los goteos que resuenan en toda la posada suenan espesos y siguen una especie de ritmo macabro que se suma al clic del tambor de mí revólver. No lo hago a voluntad, es mi dedo encallecido, el que sin pedirme permiso, le da vueltas lentamente a la fría superficie de la pieza giratoria. Está tan frío, pese a que acaba de disparar, como mi corazón, que es ardiente cuando ama pero rápidamente pasa a ser gélido como una noche en el desierto. Quiero levantarme y marcharme, pero no puedo. Mi alma ha muerto aquí, aunque lo he hecho muchas veces, esta vez me he rendido. Es como si mi cuerpo fuera un vaso, y cada atrocidad que he cometido ha ido llenándolo hasta que hoy se ha desbordado y me ha hecho sucumbir. Sigo girando el tambor de mi revólver. Inspiro fuertemente y mis fosas nasales se llenan del olor metálico de la sangre mezclado con el del alcohol barato. Miro la barra y la veo, es la posadera. Está tirada sobre la barra, colgando. No recuerdo su nombre, sé que me lo dijo, pero no lo recuerdo, y eso hace que mi vaso se llene más. De su pelo rubio cae la sangre y se acumula en el suelo. No era guapa la mujer, ni tampoco simpática, ni siquiera tenía dinero, pero eso no quita que tenía que matarla sin haberle preguntado su nombre. Mi dedo ya no gira el tambor del revólver, no es necesario, la única bala que me queda ya está en su sitio correcto. Levanto mi brazo, y esta vez lo hago porque quiero. Observo la cantidad de cuerpos inertes que me rodean y comprendo que no solo soy un monstruo, también me he pasado la vida sin hacer nada. Soy un monstruo que no ha hecho nada. Toda la vida deambulando por un mundo arenoso y sin fin, toda una vida ajusticiando hasta que me harte y me convertí en el que debía ser ajusticiado. Nadie recordara mi nombre, ni siquiera yo querría recordarlo. Siento el beso del cañón en mi sien, esta frío, como el resto del revolver. Ni siquiera en el borde de la muerte sentiré algo calentito, no es que me lo merezca, pero hasta el más loco quiere un poco de paz en medio de la guerra. Acaricio el gatillo. Antes pensaba que había una parte en los suicidas que los incitaba a no hacerlo, no encuentro esa parte en mí y no sé si alegrarme o enojarme. Suspiro y aprieto el gatillo con delicadeza. Por lo menos me iré del mundo ajusticiando a un monstruo que no ha hecho nada.

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