diumenge, 3 de febrer del 2019

Dieciocho cadáveres


El viento le mece suavemente los pelos, que tiene largos y desaliñados, aunque gracias al bamboleando movimiento del aire, le da un toque de belleza exótico, un poco estrambótico, quizás. Está sentado en un banco de piedra blanca, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas. Tiene el esmoquin negro lleno de arrugas. Frente a él, un lápida. El enterramiento parece reciente, porque la tierra está removida y parece fresca, como salida de las entrañas del planeta.
Parpadea. A nadie le daría tiempo, pero a ella sí. Sigilosa como una ninfa, una mujer aparece y se sienta sobre la lápida mientras él sube y baja los párpados. Lleva un vestido negro que le llega hasta las rodillas. Un velo hecho de encaje negro le cubre solo el ojo derecho. Lo más curioso es que va descalza. El viento también agita sus pelos, que tapan a ratos su rostro, intentando disimular la sonrisa de satisfacción que se dibuja en ella.
-          Dieciocho  ya – dice ella con la voz aterciopelada -. No te has podido controlar
Parece divertirse.
-          Cállate – susurra él apenas con un gemido. Sus manos han dejado de estar entrelazadas y le han tapado la cara.
Ella ensancha aún más la sonrisa
-          Sabes perfectamente que no puedo. No me dejan. “Tú” no me dejas.
Durante unos segundos, en los cuales el viento arremolina un montón de hojarasca entre ellos dos, nadie habla.
-          ¿Sabes? – dice ella de nuevo – Esta vez no te vas a poder librar. Hasta ahora no tenían muchas pistas, pero ahora ya nos les hace falta. Lo han relacionado todo y han llegado hasta ti. Un poco lentos, la verdad. ¿Hacían falta dieciocho cadáveres para darse cuenta de quien era el asesino? Cuanto incompetente suelto – mientras dice eso va leyendo los nombres de las tumbas que le rodean, curiosa -. Pero ahora ya da igual, ahora te vas…
Un disparo interrumpe su charla. Ha sido él, que ha sacado una pistola y le ha disparado a bocajarro. Pero no hay herida, ni siquiera está ya la mujer. Él eso ya lo sabía, siempre pasaba lo mismo, nunca la mataba, pero a veces servía para callarla. Pero no aquella vez.
-          Eres un tonto. Un tonto jodidamente astuto – dice ella, que ha aparecido sentada a su lado. Observa el agujero de bala, aún humeante, que se ha formado en la lápida de detrás -, pero un tonto al fin y al cabo
-          Esperaba que te callaras – dice él con voz ronca.
Pero ella niega con la cabeza.
-          No hoy, querido. Quiero pasar los últimos momentos que te quedan de libertad contigo.
Vuelven a estar unos segundos callados. El viento ha ido amainando hasta volverse una brisa suave y dulce. De nuevo, es ella quien rompe el silencio.
-          La ventaja del pasado es que se puede dejar atrás – dice -. Sin embargo, los humanos somos tozudos y morbosos, nos encanta regocijarnos en la mierda ocurrida y dejada atrás. Pero, al mismo tiempo, se puede continuar. El tiempo no cura nada, pero la demencia sí. Y si hay una cosa que el tiempo hace, es volvernos dementes. Saber es perder cordura.
Él no entiende nada, solo le parece que ella está desvariando.
-          Pero tú no eres del promedio – sigue hablando -. No te equivoques, tampoco eres de los privilegiados que saben aprovechar las ventajas del pasado. Tú eres de los más estúpidos: eres un cobarde. Y no un cobarde frente a los miedos, como la mayoría. No. Eres un cobarde frente a la vida y el tiempo.
-          No te entiendo…
-          Por supuesto que no me entiendes, pero te lo voy a intentar explicar: no has asimilado tu pasado, para poder encerrarlo. Lo que has hecho, es intentar pasarle por encima y eso, querido, el pasado no lo tolera. En lugar de aprender de los errores, los has querido eliminar. Y lo has hecho de la peor forma posible: matando. Te creías que cada vez que matabas a alguien que te causaba un “problema de pasado” lo superabas. Pero no, al matar, convertías el problema en algo del presente y lo alargabas hasta el futuro.
La atmosfera se había vuelto tensa. Pese a la profundidad de sus palabras, ella seguía sonriendo y contándolo todo de forma divertida.
-          Mientes
-          ¿Qué miento? – ríe -. Mírame, cerdo. Yo soy el ejemplo de todos los errores que has cometido. Fui la primera, tú propia hermanita. Me mataste hace ya tres años y medio. Me quitaste mi futuro, pero me diste el tuyo. A través de tu culpabilidad, nací como un tumor de tu mente. Y cada vez que matabas, yo era más fuerte y me mostraba más. Me diste el poder. Maldito cobarde, me diste el control sobre ti.
Él la mira con la mirada vacía.
-          ¿Por qué me dices estas cosas justo ahora?
-          Fácil, ya no tienes salvación – sonríe y disfruta con la incredulidad de su hermano -. Si hubieras parado cuando me mataste, o después de los tres o cuatro siguientes, podrías haber intentado redimirte, matar la culpa para que tu pasado solo fuera una sombra en el futuro y no el futuro entero. Pero yo decidí que no. Quería verte destruirte, quería ver como aumentaba tu culpabilidad y con ella mi fuerza. Y hoy eso ha cristalizado. Has matado a nuestra madre, a la mujer que te dio la vida. Simplemente, ya no tienes salvación. Y eso me da la vida.
Vuelven a estar en silencio por tercera vez. Pero ahora es él quien lo rompe.
-          Pero, el hecho de que existas tú, el hecho de que me sienta culpable, es bueno – dice con una inocencia infantil, casi con esperanza-. No soy malo.
Ella ríe. Ríe mucho, a carcajada limpia. Se le saltan lágrimas y todo.
-          Sigues sin entender, estúpido – dice con una sonrisa maligna -. Claro que no eres malo, eso no te lo he dicho en ningún momento. Lo que eres es un cobarde, que es bastante más malo, por muy irónico que suene. ¿Y sabes qué es lo peor? Que aún no has conocido el miedo. El terror viene ahora, más negro que nunca. Pero no te asustes, yo estaré ahí para hacerte compañía. A todas horas. Hasta después de muerto. Siempre tuya, hermanito.
Y ríe como si nunca hubiera podido reír hasta ese momento. Y sus carcajadas se mezclan con las sirenas de los coches de policía que se acercan, formando una cacofonía que se traga todas las esperanzas de él. Comienza el terror.