dissabte, 7 de febrer del 2015

Susúrrame cosas bonitas

Durante un segundo fue bonito, precioso. Eran como cien mil cometas surcando el cielo, como si una bandada de pájaros de fuego eclipsara la luna. Luego empezaron a caer y ya no fue bonito, era horrible, el mismísimo infierno. Las saetas empezaron a cubrir el campo de fuego y de muerte, una detrás de otra lo perforaban todo, ya fuera tierra, metal o carne. Los gritos de centenares de hombre y mujeres unidos por un mismo sentimiento de rebelión, por unas ansias de conquista, por un ideal suicida… Todos caían, la flechas atravesaban los escudos levantados, y perforaban los ojos de los pobres incautos que miraban el escudo, suplicando una salvación, y en cambio sentían las ráfagas de calor convertir en cenizas sus cerebros. Otros tenían menos suerte, las flechas se le clavaban en alguna extremidad para luego prenderles la ropa y brindarles una muerte más lenta y dolorosa. Cuando la última punta ardiente descendió, llegaron las tropas. Miles de personas, espada en mano empezaron a regar los campos ardientes con sangre. Un hombre no corrió hacia ello, buscando enemigos, corrió en horizontal, girando la cabeza sin ton ni son, buscaba algo, la desesperación destilaba en sus ojos. Y entonces la encontró, pero no lo que buscaba. Por un instante capto el brillo de los ojos del hombre que se acababa de convertir en su verdugo. Eso le dolió más que sentir el frio metal morder su piel y atravesarle el pecho. Si, fue ver sus ojos, fue ver las lágrimas abrir surcos entre la ceniza de sus mejillas. El esperaba ver la mirada de un loco, de un sádico, o por lo menos de un fanático. Pero no, en su lugar habían dos ojos como los suyos, luchando en una guerra equivocada, para proteger a quien sabe de los deseos de aristócratas inútiles. Cerro sus ojos y saco la espada del pobre buscador, y se marchó para seguir luchando y matando por una causa vacía. El otro en cambia se tambaleo, pero no cayó, no sin encontrar lo que buscaba. Siguió recorriendo el campo de batalla, sin seguir un rumbo. Sentía las pestañas pesadas y sus piernas no querían seguir moviéndose. Entonces lo vio, un destello dorado justo en frente de él. Una sonrisa roja por la sangre se dibujó en su rostro. Había un casco dorado que reflejaba las llamas y justo a su lado una persona, imposible saber su sexo, estaba de espaldas y llevaba un casco. El buscado se acercó y se dejó caer junto al despojo que al igual que él, vivía sus últimos instantes de vida. El otro lo reconoció y se acercó a él, no sin antes dejar escapar un grito de dolor, era una mujer. - Susúrrame cosas bonitas – pidió la mujer. El hombre no pudo hacer más que sonreír y lentamente se acercó a su oreja, la sangre mezclado con la saliva le caía sobre la mujer, pero a esta no le importaba, estaba tibia en un mundo demasiado frio o caliente. Nadie sabe que le dijo el a ella, pero esas palabras marcaron sus últimos momentos de vida y durante un segundo la batalla no fue tan mala, la sangre dibuja estelas rojizas por todo lados, el fuego parecía el hogar de una casa en invierno y los gritos de dolor y angustia se convirtieron en cantos de felicidad. Durante un segundo fue bonito, precioso.

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