dijous, 16 d’abril del 2015

Azul verdoso

La tumbó rápidamente, le pilló por sorpresa y ella no pudo hacer nada más que caer. Su cabeza reboto contra el frio suelo del almacén frigorífico y al momento quedo aturdida. Notaba el peso de su agresor, que se había acomodado sobre su abdomen. Cuando el aturdimiento se le paso, su instinto de policía se puso en marcha inmediatamente y quiso quitárselo de encima. Ambos forcejearon durante unos segundos hasta que él le cogió de las muñecas y la obligo a mirarle. Entonces ella vio sus ojos, eran de color azul verdoso, inmensos como una laguna llena de algas con un par de islotes negros en el centro. Al momento dejo de forcejear y quedo atrapada en su mirada. Ya no notaba el frio, y cuando el descendió el cuchillo hasta hacerle un tajo en el brazo, sintió el dolor lacerante, pero no le importo, lo único que valía la pena era verle los ojos. Al momento comprendió todo. Como había conseguido matar y torturar a tantas mujeres sin derogarlas o atarlas, y porque la única víctima que había conseguido huir había sido un hombre, y este habría sido supuestamente el segundo cadáver. No le hacía falta nada para acorralar a una mujer, solo su mirada. En ese instante sintió un miedo brutal por las otras mujeres que también trabajaban en ese caso, por Clara, que llevaba un tiempo desaparecida, y también por Celia, que ahora mismo estaría en comisaria intentando buscar pistas del “Tatuador de Cádiz”, llamado así por los dibujos que solía hacer con sus cuchillos a las victimas antes de matarlas. Decidió rendirse, ya no podía hacer nada, esos ojos no eran naturales, te atrapaban y apenas te dejaban respirar. Así que pensó que por lo menos escrutaría su mirada hasta el final. Lo primero que sintió fue la locura de este, que se veía a simple vista por otro lado. También detecto obsesión y precisión. Pero había algo por encima de todo, era algo extraño, que le daba un tinte sombrío a su iris, ¿Culpabilidad? No lo creía, era imposible para un psicópata como el sentir empatía. Miedo… eso sí que podía ser, ya que lo que era una trampa para las mujeres, era como un libro abierto para cualquier hombre. Los cortes no cesaban, y ella notaba la sangre tibia sobre su piel, oía el cuchillo al rozar con el hueso, pero seguía sin importarle. De pronto se dio cuento que aquel sería el último asesinato del “Tatuador de Cádiz”, ya que ahora había llegado demasiado lejos, estaba matando a una policía que trabajaba en su caso, sus compañeros no se complacerían con solo encarcelarlo, lo matarían, de ese modo comprendió que lo que había en sus ojos no era miedo, era determinación, el “Tatuador” quería morir, eso no solo era un asesinato, también era un suicidio. Y cuando el cuchillo se hundió en el cuello ella, también puso en marcha el detonador que pronto causaría su propia muerte. Pero eso a él parecía no importarle, y a ella tampoco, ya que lentamente se fue sumiendo en una profunda oscuridad, mientras que se ahogaba con su sangre y sentía como sus pulmones intentaban expulsar la sangre. Pero eso no significaba nada mientras que ella estuviera perdida en aquella mirada azul verdosa.

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