dilluns, 4 de maig del 2015

Nieve en mayo

El asfalto está caliente, el sol ha brillado durante todo el día y ha dejado una atmosfera bochornosa y agobiante. Me queman los pies, las sandalias no son suficientes para protegerme las plantas de los pies así que decido moverme un poco para quitarme esa sensación de los pies. Observo el paisaje, es un sitio peculiar para quedar, una recta a diez minutos andando del pueblo, poco transitada y solitaria pero es bonito. Todo es vida a mi alrededor, a mi izquierda un campo de naranjos que aunque sin fruto, dejan escapar un olorcillo a naranja que me motiva. A mi derecha un gran campo abandonado lleno de hierbajo de hasta un metro y salpicado de morado, amarillo y blanco por los lirios, los claves y la flores silvestres. Por encima de estas están las amapolas, que llenas de puntitos rojos como disparos en el pecho de una ninfa. La carretera está llena de baches y hace tiempo que no la arreglan, las plantas de las cunetas han crecido desmesuradamente hasta el punto que las zarzas alargan sus tentáculos espinoso casi hasta el centro de la calzada. Sin lugar a duda es un sitio extraño para quedar, pero creo que no podría haber elegido ninguno mejor. La busco en la lejanía, pero no la encuentro, no puede ver más, una lluvia de polen me entorpece la vista. El polen, una condena para muchos, pero para mí es precioso, aquí no suele nevar casi nunca, por eso cuando el polen se dispersa a principios de mayo, es como si una ventisca arremetiera. Los granos se dejan arrastrar por la brisa sofocante y se arremolinan alrededor de los cuerpos que encuentran en forma de danzas estrambóticas. Levanto la mano para atrapar alguno y entretenerme mientras espero, la piel me brilla como si fuera caramelo, estoy sudando mucho, no quiero hacerlo, pero tampoco puede evitarlo, hace mucho calor y además los nervios me están matando. El polen se queda adherido a mi piel y me hace cosquillas, no puede evitar sonreír, es un tópico, pero todo parece haber renacido, incluso yo. He pasado dos meses horribles, un marzo gris y un abril negro y largo, no se acababa nunca, y cada día era una nueva tortura que debía disimular, estaba solo, roto, desgarrado… El piar de un pájaro me hace volver a la realidad bruscamente. Tarda mucho, puede que no venga, que me haya plantado, dejado, entonces mayo se sumara al aquelarre de meses de mierda que me han llevado al borde de la locura. Las sombras son cada vez más alargadas, y apuntan acusadoras al este. El cielo se está tintando lentamente de rosa, rojo y naranja, la luna redondeada ya se asoma tímida, y algunas estrellas han hecho acto de presencia, y sigue sin venir, me dirijo hacia la moto, una Kawasaki Vulcan que heredé de mi madre, se supone que aún no puedo conducirla, pero creía que la ocasión lo merecía. El ultimo rayo de sol lanza un destello sobre ella y ahora la veo, su reflejo distorsionado en la pintura granate metalizado. Suspiro y sonrió. Pienso mientras me giro pensando que el equinoccio de primavera fue en marzo, pero al oír mi nombre en su boca sé que mi primavera ha empezado en mayo.

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