El tocadiscos
seguía roto o quizás fuera el propio disco, la cuestión es que la canción clásica
que en un principio debería sonar alegre se había distorsionado hasta tal punto
que parecía una sonata de cuervos furiosos. La habitación estaba en penumbra,
solo atravesada por los cuchillos de luz blanca que se colaban a través de las
cortinas de tela gruesa entreabiertas. Zinnia estaba postrada en la cama, casi inmóvil
desde el cuello para abajo. Tenía las manos engarfiadas apretando con fuerza
las sabanas de seda. Su rostro era un auténtico pozo de amargura.
El médico
le había dicho que su enfermedad se debía a la aparición de múltiples tumores
por todo su cuerpo pero ella ya había descartado tal posibilidad. Estaba muy pálida,
se le caía el pelo, no tenía casi energías. Una experta en toxicología como
ella ya sabía la respuesta: arsénico. La estaban envenenado, durante muchos
años y ella se había dado cuenta muy tarde. Sentía vergüenza.
-
Cariño, la comida – la jovial voz de su marido irrumpió
en la habitación, mezclándose con la música estridente.
Zinnia clavó
su mirada helada y afilada como carámbanos de hielo en su joven marido y ni
siquiera se planteó la pregunta.
-
Thistle, ¿Por qué? – su voz era como tela rasgándose,
ronca y frágil.
La expresión de su marido pasó a convertirse en una máscara de frialdad y
frivolidad.
-
Te has dado cuenta… - su voz se tornó grave y desafiante
-. Zinnia, podrías haberte aguardado un par de semanas más. Queda ya tan poco.
-
Utilizar arsénico es una forma muy cobarde de
matar, Thistle, y muy deshonrosa sabiendo que la has utilizado contra tu mujer –
necesitó pararse a respirar, apenas era capaz de articular dos oraciones
enteras -. Te he hecho una pregunta ¿Por qué?
Thistle se
acercó a los pies de la cama, dejando la puerta a su espalda.
-
Por esta gran mansión. Tú tienes más derecho que
yo a residir en ella por herencia.
La expresión de
Zinnia era de total desconcierto en ese momento.
-
¿Por una casa? – dijo, elevando la voz con
esfuerzo -. ¿Por una casa traicionas a la mujer que quieres?
La careta indiferente
de Thistle se rompió en ese instante, para dejar escapar una fuerte carcajada.
-
Ingenua, sé que antes de quedar inválida estabas
perpetrando adulterio con el hijo del mayordomo. En este lugar, la única traidora
eres tu – su mano descendió hacia la sopa para removerla -. Ahora, tómate el
caldo, con un poco de suerte sea el último.
La sonrisa en el rostro de Zinnia en aquel momento fue una expresión de
pura locura.
-
El único ingenuo eres tú, Thistle, por no haberme
quitarme mí mejor arma: mi voz. Ahora, Tulip.
Una, dos,
tres, hasta cuatro veces el cuchillo desgarró la piel de la espalda de Thistle,
destruyendo órganos, musculo y arterias sin miramientos, con la fuerza que solo
la ignorancia infantil puede producir. Thistle observó con pavor como su propia
hija sujetaba el arma que le estaba produciendo la muerte.
-
Tulip, soy tu padre, como te atreves…
-
Tulip, no le escuches – la voz de su madre sonó
poderosa, como no lo había hecho en semanas -. Ya te lo dejé en claro, él no es
tú verdadero y querido padre, es solo un impostor que ha venido a hacernos
daño.
Thistle
intentó decir algo, pero no pudo. Simplemente se quedó sin fuerzas. La cara de
Tulip era un réquiem de miedo y dolor. Te total desconcierto. Incapaz de
apartar la mirada del cuerpo del sujeto que manchaba la alfombra turca de la habitación
de sus padres. Mientras tanto, Zinnia solo podía reír sin para, al final la
victoria era de quien daba el último golpe. Aunque la culpa fuera de Thistle,
por permitir que manipulara a su hija de una forma tan fácil a la par de vil, o
al menos eso pensaba ella.
-
Lo has hecho muy bien hija mía. Ese no era tu
verdadero padre, no lo lamentes más – dijo Zinnia una vez recuperada -. Ahora ve
y haz venir al médico. ¡Y apaga esa maldita música
Zinnia sabía
que el arsénico ya se había acumulado en sus órganos como un manto de fatalidad
interno y que las secuelas serian graves y dolorosa. No obstante, no quería rendirse,
y menos después de lo que había pasado.
Tulip salió de
la habitación con movimientos automáticos, como una marioneta controlado con
hilos, sin poder espantar el terror y el trauma de su interior. No recordó
desconectar el aparato. Lo que no supo, es que mientras ella bajaba al pueblo,
Zinnia murió por un doloroso fallo multiorgánico, con sus gritos ahogados por
las notas musicales deshilachadas que escapaban de la máquina estropeada.
Al final, no había
ganador en la habitación, solo una perdedora. Y mientras tanto, el tocadiscos
seguía roto o quizás fuera el propio disco…