dimarts, 30 d’agost del 2016

La sinfonía rota.

                El tocadiscos seguía roto o quizás fuera el propio disco, la cuestión es que la canción clásica que en un principio debería sonar alegre se había distorsionado hasta tal punto que parecía una sonata de cuervos furiosos. La habitación estaba en penumbra, solo atravesada por los cuchillos de luz blanca que se colaban a través de las cortinas de tela gruesa entreabiertas. Zinnia estaba postrada en la cama, casi inmóvil desde el cuello para abajo. Tenía las manos engarfiadas apretando con fuerza las sabanas de seda. Su rostro era un auténtico pozo de amargura.
                El médico le había dicho que su enfermedad se debía a la aparición de múltiples tumores por todo su cuerpo pero ella ya había descartado tal posibilidad. Estaba muy pálida, se le caía el pelo, no tenía casi energías. Una experta en toxicología como ella ya sabía la respuesta: arsénico. La estaban envenenado, durante muchos años y ella se había dado cuenta muy tarde. Sentía vergüenza.
-          Cariño, la comida – la jovial voz de su marido irrumpió en la habitación, mezclándose con la música estridente.
Zinnia clavó su mirada helada y afilada como carámbanos de hielo en su joven marido y ni siquiera se planteó la pregunta.
-          Thistle, ¿Por qué? – su voz era como tela rasgándose, ronca y frágil.
La expresión de su marido pasó a convertirse en una máscara de frialdad y frivolidad.
-          Te has dado cuenta… - su voz se tornó grave y desafiante -. Zinnia, podrías haberte aguardado un par de semanas más. Queda ya tan poco.
-          Utilizar arsénico es una forma muy cobarde de matar, Thistle, y muy deshonrosa sabiendo que la has utilizado contra tu mujer – necesitó pararse a respirar, apenas era capaz de articular dos oraciones enteras -. Te he hecho una pregunta ¿Por qué?
Thistle se acercó a los pies de la cama, dejando la puerta a su espalda.
-          Por esta gran mansión. Tú tienes más derecho que yo a residir en ella por herencia.
La expresión de Zinnia era de total desconcierto en ese momento.
-          ¿Por una casa? – dijo, elevando la voz con esfuerzo -. ¿Por una casa traicionas a la mujer que quieres?
La careta indiferente de Thistle se rompió en ese instante, para dejar escapar una fuerte carcajada.
-          Ingenua, sé que antes de quedar inválida estabas perpetrando adulterio con el hijo del mayordomo. En este lugar, la única traidora eres tu – su mano descendió hacia la sopa para removerla -. Ahora, tómate el caldo, con un poco de suerte sea el último.
La sonrisa en el rostro de Zinnia en aquel momento fue una expresión de pura locura.
-          El único ingenuo eres tú, Thistle, por no haberme quitarme mí mejor arma: mi voz. Ahora, Tulip.
Una, dos, tres, hasta cuatro veces el cuchillo desgarró la piel de la espalda de Thistle, destruyendo órganos, musculo y arterias sin miramientos, con la fuerza que solo la ignorancia infantil puede producir. Thistle observó con pavor como su propia hija sujetaba el arma que le estaba produciendo la muerte.
-          Tulip, soy tu padre, como te atreves…
-          Tulip, no le escuches – la voz de su madre sonó poderosa, como no lo había hecho en semanas -. Ya te lo dejé en claro, él no es tú verdadero y querido padre, es solo un impostor que ha venido a hacernos daño.
Thistle intentó decir algo, pero no pudo. Simplemente se quedó sin fuerzas. La cara de Tulip era un réquiem de miedo y dolor. Te total desconcierto. Incapaz de apartar la mirada del cuerpo del sujeto que manchaba la alfombra turca de la habitación de sus padres. Mientras tanto, Zinnia solo podía reír sin para, al final la victoria era de quien daba el último golpe. Aunque la culpa fuera de Thistle, por permitir que manipulara a su hija de una forma tan fácil a la par de vil, o al menos eso pensaba ella.
-          Lo has hecho muy bien hija mía. Ese no era tu verdadero padre, no lo lamentes más – dijo Zinnia una vez recuperada -. Ahora ve y haz venir al médico. ¡Y apaga esa maldita música
Zinnia sabía que el arsénico ya se había acumulado en sus órganos como un manto de fatalidad interno y que las secuelas serian graves y dolorosa. No obstante, no quería rendirse, y menos después de lo que había pasado.
Tulip salió de la habitación con movimientos automáticos, como una marioneta controlado con hilos, sin poder espantar el terror y el trauma de su interior. No recordó desconectar el aparato. Lo que no supo, es que mientras ella bajaba al pueblo, Zinnia murió por un doloroso fallo multiorgánico, con sus gritos ahogados por las notas musicales deshilachadas que escapaban de la máquina estropeada.

Al final, no había ganador en la habitación, solo una perdedora. Y mientras tanto, el tocadiscos seguía roto o quizás fuera el propio disco…

dimecres, 24 d’agost del 2016

Al borde del río

-          ¿Has venido a matarme? – pregunta entre susurros el hombre que se encuentra de cuclillas frente al río de aguas blanquecinas. Pese a sus palabras, su tono de voz es sereno y su faz un océano de tranquilidad.
El hombre que hay detrás de él se queda totalmente quieto, con la lanza flotando sobre su cabeza. Su rostro es un rictus de determinación, pero al mismo tiempo es una galaxia infinita de emociones.
-          ¿Dudas, hermano? – vuelve a hablar el hombre que está frente a las aguas que corren tan despacio que más que un río parecen un lago.
-          No puedo permitir que consigas el Imperio – dice el otro con voz pausada-. Has de comprender que solo lo conducirás a la destrucción.
Aunque ambos son muy parecidos, la diferencia de edad es notable.
-          ¿Destrucción? – sonríe con sorna el mayor -. Es curioso que digas que yo lo destruiré todo cuando tú quieres la guerra. Yo solo busco la paz.
La cara del menor deja entrever una mueca de rabia y disgusto.
-          Tu solo quieres pactar para una paz que nos ara débiles interna y externamente. Además, nadie la aceptará, han matado a demasiados de los nuestros como para que haya una posible paz. ¿Es que no lo entiendes? Hay que aniquilarlos.
-          Cuidado, hermano. Aniquilar es  una palabra peligrosa que se debe llevar hasta el final. Si de verdad quieres cumplirlo no puedes dejar a nadie con vida: mujeres y hombres, niños y ancianos, guerreros y ciudadanos… deberás acabar con todos. Una muerte violenta solo es una cadena que solo lleva a masacres y destrucción sin sentido. Solo la empatía y la comprensión pueden evitarlo. La guerra sí que es el final.
La lanza se acerca peligrosamente a la nuca del mayor mientras que el menor empieza a escupir palabras.
-          ¡Cállate basura! Has perdido el honor a tus raíces, debemos vengarnos…
-          ¿Sabes cómo se llama este río? – la voz del mayor sigue siendo relajada mientras que el desconcierto se dibuja en el semblante del menor – Es el rio Espejo. Los antiguos emperadores venían aquí, a verse reflejados en las aguas puras y así poder reflexionar. Ahora la tradición se ha perdido…
El menor vuelve a su faceta agresiva.
-          No es momento de hablar de estupideces pasadas…
-          Sin embargo, - dice el mayor –nunca encontraremos otro instante mejor. Este río solo refleja los días nubosos, cuando no hay ni mucha luz, ni mucha oscuridad y las aguas son blancas e inmóviles, como hoy. Gracias a eso, los primeros emperadores eran capaces de ver sus versiones deformadas, su peor yo. En realidad, ese reflejo grotesco y esperpéntico era el fondo de su corazón reflejado, todo el odio y maldad que atesoraban en la parte más podrida de su alma. Al ser capaces de verlo, según la leyenda, ellos eran capaces de librarse de su oscuridad, “renacer” y gobernar de la mejor forma posible.
La cara del mayor se ve perfectamente perfilada en el espejo de aguas cristalinas, sin deformar. Ahora hay menos serenidad y más tristeza.
-          Obviamente, por las guerras y muertes que ha habido, podemos saber que el mito del río es falso. Pero hermano, tú y yo tenemos ventaja: no necesitamos el río. Tú eres mi espejo y yo soy el tuyo. Y dime – por primera vez desde que empezaron a hablar, el mayor posa su mirada en el menor-: ¿Quién de los dos es el reflejo del otro? ¿Quién es el deforme? ¿Quién debe desaparecer?
La lanza se abre paso desgarrando hueso y carne, escupiendo sangre y porciones rosadas del mayor por doquier. El cuerpo inerte, con la cabeza partida, se desploma al río. Las aguas blancas se convierten en rojas. La sangre, debido a la poca corriente, se concentra alrededor del hermano, rodeándolo como una aureola macabra. Sus ojos siguen siendo tranquilos, y no miran al cielo, miran a su hermano.

El menor ve el cuerpo como si fuera su reflejo y, al mismo tiempo, se ve a sí mismo como el espejo. Y sabe la respuesta: el reflejo deforme no es la parte mala, es solo el reflejo de todo lo que uno es, una falsa ilusión. Una mentira hecha para consolar a gobernantes inútiles. Pero el sí que tenía un reflejo capaz de ver más allá de su parte oscura. De guiarlo y de servirse de apoyo mutuamente. Ambos eran la deformación del otro, y ahí residía su ventaja, en que ambos podían conocer la verdadera maldad del otro y servirse de esa habilidad para salvar al otro. Por desgracia solo uno lo comprendió.

dimarts, 16 d’agost del 2016

Gardenias de sangre

                El primer impacto lo recibe en el costado izquierdo y sigue rodando hasta que sus pies caen dentro del riachuelo. Ha sido solo una caída de dos metros pero siente como  se ha roto alguna de sus costillas. Pese al dolor y haciendo un gran alarde de fuerza, se levanta, y en el último momento interpone su cuchilla de mano curva, deteniendo así el espadazo que le hubiera reventado la cabeza.
                Sin embargo, su situación es horrible. El musgo verdoso que crea una capa mohosa sobre el lecho del arroyo le hace resbalar y cae sobre el suelo, ya en tierra. Desesperada, intenta interponer la cuchilla de su mano izquierda pero observa con horror que su mano está completamente vacía. La hoja simplemente ha desaparecido. La mano amputada cae en el rio y lo llena todo de sangre mientras que el filo de la catana rival le desgarra desde el hombro hasta medio torso. Por suerte, no es un corte profundo. El grito gutural que la chica lanza desesperada inunda el bosque de hayas y millones de pájaros negros echan a volar, aterrorizados, convirtiendo el cielo nuboso en un mal augurio.
                La chica ve su final en forma de destello metálico elevándose sobre su cabeza, no obstante, esta vez es más rápida. Vuelve a tragarse el dolor y le propina una patada a su contrincante en el estómago y huye, dejando atrás el riachuelo que se ha vuelto carmesí. Su mano inerte flota aguas abajo, señalando con los dedos engarfiados  el plomizo firmamento.
                La chica corre desesperadamente, pero está débil, exhausta. No para de perder sangre y convierte el hayedo en un cuadro de terror. Paranoica, balancea la cuchilla que le queda, asesinando solamente ramas y aire. Siente la presencia de su contrincante en la espalda y eso le hace volverse más imprudente. Pierde su otra arma en uno de sus movimientos frenéticos pero no le importa, ella sigue corriendo. Mientras tanto, una fina lluvia ha empezado a caer sobre el valle, de la misma forma que algunas nubes se han abierto dejando escapar de la prisión nubosa a algunos rayos de sol.
                De repente, la pared de árboles desaparece y la joven se encuentra corriendo en un pequeño claro de lilas y gardenias. Pisotea las flores y los arbustos sin percatarse de la mancha borrosa que ha aparecido a su lado. En un instante, tiene delante la muerte. Una túnica de colores negros y grisáceos, llena de rotos y descosidos, se materializa ante ella. Con la cara tapada no distingue que hay dentro, si una mujer o un hombre, pero si es capaz de ver como el acero que ya ha probado su sangre le secciona el cuello.
                Cae, sobre los arbustos florales, haciendo que las gardenias dejen de ser blancas. Se rinde y deja de moverse. Aun siente el agua fría de lluvia resbalar por su cuerpo y aguar su desperdiciada sangre. Su visión de congela, fijada, en el cielo parcialmente nuboso y en el arco multicolor que la transporta fuera de la pesadilla, directa a lo desconocido. Se queda tendida, con el cabello negro extendido y lacado de vegetación. Deja de respirar.  

                La túnica observa como su presa se desangra, mojada. Una mano callosa pero delicada corta con precaución y delicadeza una de las gardenias ensangrentadas y se la cuelga en la tela, justo sobre el corazón. La mano vuelve a desaparecer entre los pliegues de los ropajes. Se gira y se adentra en el bosque con parsimonia, fundiéndose con los árboles. Como si no hubiera pasado nada. Nada.