dimarts, 16 d’agost del 2016

Gardenias de sangre

                El primer impacto lo recibe en el costado izquierdo y sigue rodando hasta que sus pies caen dentro del riachuelo. Ha sido solo una caída de dos metros pero siente como  se ha roto alguna de sus costillas. Pese al dolor y haciendo un gran alarde de fuerza, se levanta, y en el último momento interpone su cuchilla de mano curva, deteniendo así el espadazo que le hubiera reventado la cabeza.
                Sin embargo, su situación es horrible. El musgo verdoso que crea una capa mohosa sobre el lecho del arroyo le hace resbalar y cae sobre el suelo, ya en tierra. Desesperada, intenta interponer la cuchilla de su mano izquierda pero observa con horror que su mano está completamente vacía. La hoja simplemente ha desaparecido. La mano amputada cae en el rio y lo llena todo de sangre mientras que el filo de la catana rival le desgarra desde el hombro hasta medio torso. Por suerte, no es un corte profundo. El grito gutural que la chica lanza desesperada inunda el bosque de hayas y millones de pájaros negros echan a volar, aterrorizados, convirtiendo el cielo nuboso en un mal augurio.
                La chica ve su final en forma de destello metálico elevándose sobre su cabeza, no obstante, esta vez es más rápida. Vuelve a tragarse el dolor y le propina una patada a su contrincante en el estómago y huye, dejando atrás el riachuelo que se ha vuelto carmesí. Su mano inerte flota aguas abajo, señalando con los dedos engarfiados  el plomizo firmamento.
                La chica corre desesperadamente, pero está débil, exhausta. No para de perder sangre y convierte el hayedo en un cuadro de terror. Paranoica, balancea la cuchilla que le queda, asesinando solamente ramas y aire. Siente la presencia de su contrincante en la espalda y eso le hace volverse más imprudente. Pierde su otra arma en uno de sus movimientos frenéticos pero no le importa, ella sigue corriendo. Mientras tanto, una fina lluvia ha empezado a caer sobre el valle, de la misma forma que algunas nubes se han abierto dejando escapar de la prisión nubosa a algunos rayos de sol.
                De repente, la pared de árboles desaparece y la joven se encuentra corriendo en un pequeño claro de lilas y gardenias. Pisotea las flores y los arbustos sin percatarse de la mancha borrosa que ha aparecido a su lado. En un instante, tiene delante la muerte. Una túnica de colores negros y grisáceos, llena de rotos y descosidos, se materializa ante ella. Con la cara tapada no distingue que hay dentro, si una mujer o un hombre, pero si es capaz de ver como el acero que ya ha probado su sangre le secciona el cuello.
                Cae, sobre los arbustos florales, haciendo que las gardenias dejen de ser blancas. Se rinde y deja de moverse. Aun siente el agua fría de lluvia resbalar por su cuerpo y aguar su desperdiciada sangre. Su visión de congela, fijada, en el cielo parcialmente nuboso y en el arco multicolor que la transporta fuera de la pesadilla, directa a lo desconocido. Se queda tendida, con el cabello negro extendido y lacado de vegetación. Deja de respirar.  

                La túnica observa como su presa se desangra, mojada. Una mano callosa pero delicada corta con precaución y delicadeza una de las gardenias ensangrentadas y se la cuelga en la tela, justo sobre el corazón. La mano vuelve a desaparecer entre los pliegues de los ropajes. Se gira y se adentra en el bosque con parsimonia, fundiéndose con los árboles. Como si no hubiera pasado nada. Nada.

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