Las nubes
se abren como si fueran las puertas del cielo. La luz se abre paso a través de
ellos como un río rompiendo una presa, tiñendo de brillo el eterno prado que se
abre ante mí. El verde más intenso que jamás he visto se me antoja el infierno,
un infierno salpicado de mármoles.
¿Sabes?
Hoy me han vuelto a preguntar por ti. Si sabía algo, si estaba triste, si
necesitaba algo… Siempre las mismas palabras que me persiguen y me acosan
incluso despierto. Al principio les contestaba porque pensaba que les
interesaba de verdad, después porque creía que podían ayudarme… al final lo hacía
para que cerraran la boca. Ahora ya ni les contesto.
Los gritos
y los llantos de los cientos de personas que, desesperadas y tristes como yo,
buscan y buscan me acompañan en todo momento. Como si les estuvieran haciendo
los coros, unos cuervos graznan de vez en cuando y unas campanas resuenan a lo
lejos. Es deprimente. He perdido la cuenta de las vueltas que he dado buscándote.
Leyendo millones de nombres cincelados en esas tablas blancas que emergen del
verdor como dientes o huesos en una fosa común. Si, como una fosa.
Me dijeron
que te encontraría aquí, junto a todos los demás, víctimas de la paz. Si, de la
paz podrida que ha nacido de una guerra innecesaria. Como todas las guerras,
quiero suponer. También me dijeron que me seria fácil encontrarte, que solo
debía buscar bien. Según ellos, debía dar gracias de que hubieran apuntado tu
nombre en el registro del cementerio, que ellos no tenían la obligación de
saber dónde acababan los muertos. Les dije que más le hubiera agradecido
meterme una bala entre ojo y ojo. No me quisieron responder. No sé porqué.
Una mujer
se derrumba justo a mi lado y abraza una lápida. Del contacto sale una capa de
mugre que se le pega al pelo y a la ropa. No parece importarle. Está inmersa en
ese punto entre la tristeza absoluta y la tranquilidad que supone encontrar a
un ser querido que llevas mucho tiempo buscando, aunque se sepa ya que está
muerto. Es tan horroroso, tan injusto, tan triste, que yo, como los miles de persona
que me rodean, queramos sentir esa misma sensación.
He llegado
al final del laberinto de nombres y nombres y no he leído el tuyo. Junto a mi
hay más gente que grita y se derrumba. Otras sonríen, con la esperanza de
encontrar con vida lo que buscan. Ojalá. La mayoría, como yo, hartos de que nos
engañen, agachamos la cabeza y nos vamos. Un poquito más encorvados y tristes. Aunque
nos han caído tantos palazos, uno más sigue haciendo daño.
Una
anciana a la cual ya he visto en otros campos santos y registros de víctimas me
mira a los ojos. Los dos prometimos que si encontrábamos a la pareja del otro
lo comunicaríamos. Abre la boca y me dice con voz neutra, como si fuera una
marioneta movida por otro ser:
- No somos los afortunados por seguir viviendo.
No puedo hacer más que asentir. Me
giró y me voy. El sol vuelve a esconderse. Parece avergonzado se ser el máximo
precursor de la vida en este planeta de muerte. Me resigno a seguir buscándote.
Sé que estas en algún lugar. Me imagino que rodeada de flores y cosas bonitas. Donde
la vida sigue creciendo, creciendo de ti. Esa es mi única esperanza. Esa y que
mi propio entierro no tarde mucho en llegar.
Te encontraré.