Como un cañón de libertad me abro paso a balazos, mientras piso
los cadáveres de los infelices que quisieron detenerme. No soy él, pero tampoco
soy ella, no sigo la moda de los géneros, ni la de las razas, ni la de la vida.
Yo lo soy todo para degenerar en nada, para convertir mis cenizas en ciudades
que se desmoronen con la primera brisa de la mañana. Nací de una pareja ideal,
por madre la alegría y por progenitor la rebeldía.
Pero la
alegría de la madre era la suya y la rebeldía del padre solo se dirigía hacia
lo que a él le daba la gana. Me quisieron
imponer los colores que a ellos les hacían felices, la comida que a
ellos más les gustaba. Una fotocopia barata de ellos mismos. Incluso eligieron
mi nombre, sin pedirme permiso. Por favor. Me parieron y me dijeron que la
Tierra era redonda, yo la hice cuadrada
y plana.
Soy el
mar que lleva la novedad a un mundo anticuado y necesitado de cambios. Soy la
mar que busca devolver un brillo antiguo de dignidad a un mundo demasiado
degenerado y acelerado. El maremoto que quiere acabar con las cadenas que
condenan la sociedad. El agua que alimenta la vida.
Y me
rebelo, contra todo y contra todos. Me alzo en batalla contra mi propia
persona, por ser la estupidez encarnizada, por llevar de bandera la gilipollez
y de escudo de armas mi mediocridad. Me derroto por querer la victoria. Me gano
por ansiar la derrota. Porque soy el barco que navega a la deriva. Un velero
que lleva por nombre libertad, o haz lo que quieras, que decía la alegría.
En una
trampa, entre dos ríos, para elegir, para morir entre ambas corrientes y
resucitar en una tercera que me llevará a una cuarta, a una quinta y a una
sexta. Porque lo que soy es lo que más anhelaba y lo que más temía. Tanto, que ahuyentaba
el sueño en las noches largas de invierno, cuando todos los monstruos intentan
darte un mordisco, amparados por el frío
y la oscuridad. En mi caso, el monstruo era yo, el frío eran mis sueños y la
oscuridad mis anhelos de libertad.
Soy el cañón
que me libera rompiéndome la vida. El mar que me ahoga. La mar que me mantiene
a flote. El maremoto que destruye mi isla y el agua que me da de beber. El barco
que se estrella contra las rocas. El velero que me rescata del naufragio. Grito,
discuto y me impongo, cunado no a los demás, a mi e incluso a los objetos. Moriré
intentando hundirme en la mierda a la vez que intentando volar, de camino al
cielo. Pero moriré feliz.
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