dimarts, 14 de març del 2017

Almas de pintura. Alana III.

                Alana sabe que la ha cagado mientras atraviesa el pasillo lleno de cuadros hermosos e históricos. Alana sabe que ha metido la pata hasta el fondo cuando siente como los brazos psicodélicos y multicolores salen de los retratos para arrastrarla o atacarla con cuchillos de formas extravagantes sin sentido. Sus hermanos ya están todos avisado de su gran capacidad de regeneración y de su mejor arma: su guadaña Corbella. Y ahora la ha perdido.
                Nada más entrar en esa especie de museo privado de algún magnate del petróleo en Dubái, Imao Llorosa le había atacado desde dentro de un cuadro de El Greco, desconocido para ella. Lo había visto durante unos segundos, con su cuerpo cubista, rococó e incluso Pop a la vez, como una manta hecha con retales de diferentes épocas artísticas. Sintió como Corbella se le escurría de las manos y desaparecía fundida dentro del cuadro, convertida en unos trazos de pintura más. Sin embargo, Imao había huido rápidamente a otro cuadro.
                Una escultura de algún dios egipcio le coge del brazo. Alana tira y tira pero no puede escapar. Siente crujir el hueso bajo la tenaza de mármol. El dios (¿Thot? Tiene cabeza de ibis, por lo menos) abre el pico y empieza a hablar con la voz de su hermano.
-          ¿Qué buscas matándonos, Alana? – la voz sale de la estatua y al mismo tiempo de todos los cuadros a la vez, que por cierto, siguen cortándola y acosándola -. Sé que somos monstruos, pero no lo elegimos. Nos tocó aceptarlo. Igual que deberías hacer tú. Monstruo.
Alana utiliza el hombro de su brazo apresado como eje para girar. Toda la articulación gira sobre si misma expulsando trozos de hueso y carne sanguinolentos. Duele, duele mucho, pero no le importa. Con el impulso golpea la cabeza de la estatua y la lanza propulsada. La mano pétrea se afloja y Alana cae dando una voltereta. Siente como un cuchillo de lienzo afilado se abre paso en su omoplato derecho pero lo ignora y se levanta para seguir corriendo.
Su brazo gira hasta recolocarse en su sito natural y empieza a regenerarse. La voz deformada por miles de años de creatividad humana sigue persiguiéndola. Se está acercando a Corbella. La siente como si fuera su hija.
-          ¿Crees que eres la única que odia al resto de creaciones de Pandora? Ojalá nunca se le hubiera ocurrido construir esa vasija diabólica hace diecisiete años – dice, con voz apacible y sin sentimiento. Pese a ser capaz de moverse y manipular las emociones humanas plasmadas en el arte parece carecer de ellas. O al menos comprenderlas -. Es más, me has hecho un favor matando a esos dos inútiles. Pero no me vencerás a mí. Yo soy el arte. Estoy en todo el mundo. Soy el más fuerte de todos.
Alana sonríe.
-          ¿Más que Quarantamaula?
Se arrepiente de haberlo hecho en el instante que las extremidades amorfas doblan su número y su esfuerzo por intentar matarla. Pierde una oreja, varios dedos, un trozo de muslo, parte del tobillo y sangre, mucha sangre. Su cuerpo la reconstruye con celeridad pero el dolor empieza a confundirla y se siente cansada. Sin embargo, eso deja de importar cuando el pasillo se abre en una gran sala redonda llena de cuadros, esculturas y otros restos artísticos e históricos lujosos.
Ve a Corbella en las manos de Imao Llorosa justo en el cuadro enfrente de ella, la pintura más grande, como no. Alana se mete la mano en el bolsillo cuando su hermano se ríe de ella.
-          Puede que seas casi inmortal pero eres incapaz de hacer nada sin esto: una de las armas de nuestra madre.
Alana extrae de su bolsillo un cuchillo negro como la ceniza volcánica, con una hoja oxidada y con una forma extraña y serpenteante. Falç, la segunda arma que su madre le cedió para luchar contra sus creaciones. Una arma que solo ella puede utilizar. Imao cambia su expresión de inmediato. Sabe que algo peligroso para él va a pasar.
Alana se apuñala a sí misma y extrae el cuchillo. Cuando lo hace, la hoja ha crecido. Ahora es una espada roja como la sangre… de sangre. El nuevo filo líquido vibra y se retuerce sobre sí mismo, como si todavía pudiera sentir el corazón impulsándolo. Alana mueve el brazo y la hoja roja raja de arriba a abajo el cuadro donde está su hermano… demasiado tarde.
Alana cae de rodillas al suelo mientras que la hoja de Falç explota manchándolo todo de sangre, dándole a los cuadros más humanidad, si se puede considerar a Alana como humana. Las lágrimas se le escapan de sus ojos sin que lo pueda evitar. Ha perdido. Imao Llorosa ha escapado. Y se ha llevado a Corbella.

¿Quién consolará a Alana?

dimarts, 7 de març del 2017

Almas de grafito. Alana II.

                La hoja de la guadaña suelta una lluvia anaranjada de chispas al contacto de la fría piedra de la fábrica en ruinas. El frío de las afueras de San Petersburgo ha convertido el agua estancada en espejos que solo reflejan podredumbre y roña. Alana quiere que la vean. Quería que él la vea. El Arquitecto solo saldría si él quería ser visto y Alana solo puede localizarlo en un área de un kilómetro, más o menos. Además, aunque sonríe como una demente, tiene unas ganas bárbaras de salir de aquel lugar. Le recuerda demasiado al taller de Pandora después de la explosión. La explosión que los creo a todos.
                Ve a la chica antes que a él. Está crucificada en la pared con el cuerpo lleno de cicatrices formando dibujos y garabatos. La conoce de algo: alguna youtuber o instagramer de esas. Le da igual. Está aún con vida pero le queda poco para morir.
-          Oooooooh, has venido – su voz es como el sonido que hace una lápiz contra el papel.
Está vestido con harapos de piel seca y sangrienta. Piel humana, claro, ¿de qué otra forma puede ser? Tiene el pelo y la barba de grafito y las minas sobresalen de su cara como clavos negros y espeluznantes. Le sonríe.
-          Vienes a matarme, ¿no? – Alana no ve como se mueve, al momento está al lado de la chica, clavándole un lápiz en el ojo. Ella suelta un grito desgarrador y se agita durante unos segundos hasta que deja de moverse para siempre -. Mi única hermana.
-          La única, pero la más fuerte.
El Arquitecto se carcajea con fuerza.
-          No te lo tengas tan creído. Solo has derrotado al Gycklare y porque desconocía tu capacidad de regeneración. Pero yo no soy tan estúpido como él.
El Arquitecto se arranca un gran puñado de pelos de grafito y los esparce por el suelo. Las minas se agitan y vibran hasta que cambian de forman. Algunas se convierten en animales quiméricos como cocodrilos-búfalos o zorros-ballenas. Otros se convierten en espadas que el Arquitecto empuña.
La vieja zona industrial, que hasta este momento había estado tranquila, solo perturbada por los actos siniestros que ocurrían en sus entrañas, se convierte rápidamente en un frenético campo de batalla. Alana corta desesperada, destruyendo a los híbridos que su hermano mayor crea sin cesar. Los monstruos de carbono no se acaban. Durante unos minutos, la vida de la hija menor de Pandora solo es cortar muros de grafito mientras oye de fondo la risa aguda y desquiciante del Arquitecto.
Una especie de lobo destartalado le muerde y le arranca parte del tórax. Alana se estremece, pero no le da tiempo a regenerarse cuando una mantis religiosa gigante le corta el brazo que empuña la guadaña. Gruñe. Otra vez el brazo, siempre igual. Está sangrando y mutilada, pero Alana no está nerviosa, al menos no mucho. Piensa con rapidez. Cuando ve como brotan los hilos de su muñón la bombilla se le enciende.
El Arquitecto mientras tanto se deleita arrancándose pelos y convirtiéndolos en esbozos macabros de seres vivos. Está muy confiado y se dedica a lamer y manosear el cuerpo muerto de su víctima mientras aún esta fresca. Después no le gustan.
Es rápido. La guadaña desciende como un águila hacia su presa. En un parpadeo, el Arquitecto se encuentra empalado junto con la mujer en la pared. Incrédulo, levanta la cabeza y observa el brazo sangrante y lleno de hilos negruzcos de Alana cogiendo el arma.
 Los animales se esparcen en polvo de carbón y de las montañas de escombros y trozos de grafito surge Alana, arrastrándose con su brazo izquierdo, que apenas tiene un par de dedos. Le falta un trozo de cara y toda la parte baja del tronco junto con las piernas. Sin embargo, sigue viva y ya empieza a regenerarse, surgiendo de su cuerpo hilos e hilos, como un telar roto y desmadejado.
El Arquitecto la mira y sonríe:
-          Jamás serás capaz de derrotar al Quarantamaula, imbécil mimada y sobreprotegida – son sus últimas palabras. De su boca ya solo surgen estertores y espumarajos de sangre y saliva.
Alana deja de moverse y espera a que su dolorido cuerpo vuelva a estar entero. Se queda dormida sobre una balsa de sangre y mierda. No podría estar más cómoda.

¿Quién enseñará a dibujar a Alana?

divendres, 3 de març del 2017

Almas de neón. Alana I.

La noche es gris como el plomo que se acumula en el cuerpo de los moribundos. Cae una lluvia fría y molesta que tiñe de tinta las calles de Estocolmo. En esa zona, la ciudad parece vieja y abandonada, un monstruo que se tumba debajo de las escaleras para morir en paz. Sin embargo, una pequeña alma se desplaza sonriente por las fauces de la bestia. La llovizna no le importa. El aire polar le acicala el rubio pelo con mechas de colores dispares y chillones.
                Alana se mueve dando saltitos cortos que se alternan con zancadas demasiado largas para un cuerpo tan enclenque. Va siguiendo el olor, el dulzón olor de la muerte y la sangre en masa. El olor de los gritos, la orín y el miedo. El olor de la locura, la lujuria y la maldad. Al momento el gris se vuelve rosa intenso. Rosa neón.
                El letrero del bar Parado ilumina las manchas de sangre y los cuerpos de mujeres y hombres descuartizados. Alana sonríe. Los muertos van desnudos o con pequeños trozos de cuero. Decir que Parado era un bar era reírse de la profesión más antigua del mundo. Entonces lo ve: casi tres metros de alto, con los brazos y las piernas extremadamente desproporcionados. Entre las afiladas garras de su mano derecho sujeta la cabeza sin cuerpo de una mujer. Con la izquierda sujeta el cuerpo que está devorando.
                Alana levanta la mirada para observarle bien. Tiene la cara artificial, como de plástico. La mitad superior izquierda de su rostro está cubierta con un trozo de papel con el dibujo infantil de algún animal. No, el papel no le cubre, está directamente cosido a él. El Gycklare sonríe de forma demoniaca, enseñando unos dientes redondeados y llenos de pequeños pinchos, como diminutas motosierras. Cada vez que mueve la cabeza, los cientos de cascabeles que tiene atados al pelo suenan como un réquiem: quien la oye muere. Así de simple.
                No tiene tiempo a reaccionar. El payaso deforme se mueve a alta velocidad. Alana siente el impacto de la cabeza decapitada. Los dientes de la muerta le arañan la mejilla. El Gycklare aprovecha la distracción para blandir sus manos como cuchillas y sesgarle los brazos como si fueran chocolate fundido. Alana sale despedida contra el torso enorme y peludo de un putero cualquiera y se queda quieta como una marioneta sin hilos.
                Gycklare se carcajea con una cacofonía siniestra y cavernosa. Tiene más hambre. Se dirige despacio hacia el cuerpo de la pequeña muchacha desmadejada, chasqueando los dientes. La Pesadilla de Estocolmo se deleita con el pensamiento de devorarla cuando su amorfo brazo izquierdo sale despedido hasta caer al lado de Alana que se ha vuelto a poner en pie.
                Su brazo derecho vuelve a estar en su sitio y empuña una extraña arma: una guadaña negra, con bultos y llena de cintas de festivales y fiestas atados a ella. La cuchilla es una especie de acumulación de cristales blancos que brillan como rosas por el cartel de neón. De su muñón izquierdo salen unos hilos de color rojo negruzco que se adentran en su otro brazo y lo atraen hasta él. Alana vuelve a estar completa y disfruta con la cara de miedo y perplejidad del Gycklare. Nunca hubiera pensado que la sonata de muerte de sus cascabeles sería dedicada a él mismo.
-          No eres el único monstruo aquí, It de pacotilla – dice mientras salto y corta a la altura del pecho al esperpéntico payaso.
Alana ríe a carcajadas como una verdadera loca. Mientras se aleja lamiendo la sangre de su irregular cuchilla, brilla. No, es su alma reflejando la luz de neón. Un alma podrida y llena de recovecos oscuros.

¿Quién reirá con Alana?