Ni Pompeya, ni Petra, ni Luxor, ni Tebas, ni Delfos, ni
Jerusalén, ni Palmira, ni Jericó le habían servido a Alana para encontrar a su hermano
Nudus. Solo recordaba de él que era un hombre hermoso y musculoso que siempre iba
desnudo y que tenía una obsesión malsana por la historia y los restos
arqueológicos. Pero ahora, que se encuentra corriendo por las viejas calles de
la ciudad eterna de Roma perseguida por cientos de ciudadanos, turistas,
perros, gatos e incluso pájaros bajo la lluvia plomiza recuerda su poder: la
manipulación. Nudus es capaz de controlar las mentes de cualquier ser vivo. Alana
esquiva por un milímetro el proyectil que se estrella contra uno de los ángeles
de la estructura redondeada del Castillo Sant´Angelo. Ah, y ese es otro poder
de Nudus: es capaz de concentrar las partículas de polvo, ceniza y parecido y
hacer armas o estructuras con ellas.
Antes de
darse cuenta, Alana ya está en otro país. Nunca había estado en Roma, y mucho
menos en el Vaticano y aunque la hermosura que desprende el complejo le
deslumbra no puede disfrutarla mucho. Una lluvia de lanzas de la Guardia suiza
le cae encima, como si fuera un ejército de apoyo para las gotas de agua fría. Falç se mueve en su mano como una batuta
y traza millones de arcos Iris íntegramente rojos que rompen en millones de
pedazos las lanzas, aunque eso solo es un pequeño ataque para que su hermano,
aún escondido, se divierta. Una tercera lluvia cae.
Las
balas acuchillan el suelo y Falç ya
no es una opción. Alana maldice por no poder utilizarla contra humanos
inocentes mientras que decenas de balas la desgarran y penetran en su cuerpo
como una bandada de cuervos picoteándole la piel. Suerte que en Singapur, pese
a la pérdida de recuerdos, había conseguido mejorar su capacidad de
regeneración. En ese momento, los hilos negruzcos bailan alrededor de su cuerpo
como bailarinas vestidas de luto, sanándola en cuestión de segundos.
La subida
hasta la Basílica de San Pedro se le hace eterna, esquivando a toda clase de
religiosos, por suerte, al ser de noche, la cantidad de personas es bastante
menor. En ese momento, su habilidad para detectar a sus hermanos se vuelve a
activar de forma dolorosa. Detecta a Nudus en Roma, como obviamente es, pero
hay algo más que no es capaz de discernir. Un escalofrió le recorre la espalda
cuando llega a las puertas de la Basílica. Cerradas. No es un problema para
ella: con tres tajos de Falç un trozo
de la puerta cae.
Entra
desesperadamente dentro de una de las iglesias más importantes para la
cristiandad esperando que una horda de zombis de su hermano le persigan pero no
es así. Todos los que le perseguían están tirados en el suelo sangrando por la
nariz, inconscientes, o por lo menos eso espera Alana.
La Basílica está a oscuras,
apenas iluminada por algún candil, sin ninguna luz eléctrica. Tampoco parece
haber nadie allí, controlado o sin controlar. Alana se adentra lentamente en el
lugar. Tiene miedo. Es raro, hacía mucho tiempo que no lo tenía. Pasan unos
minutos y Alana cree, quiere creer, que está sola. Es muy posible que Nudus
haya vuelto a huir.
Entonces lo siento, algo se mueve
por el suelo, como serpientes arrastrándose. Alana ve las nubes de polvo arremolinándose
sobre el hermoso suelo. Las nebulosas polvorientas brillan como constelaciones
de oro por las luces de los candiles y cirios. Es un espectáculo precioso,
hasta que el polvo empieza a arremolinarse y a fundirse en una lanza rotatoria
que se dirige desbocada a Alana. Ella, interpone la hoja rojiza de Falç en medio, pero la lanza de polvo se
divide en dos para rodearla y volverse a condensar.
Alana
siente como su pecho se desgarra y al momento obliga a su cuerpo a expulsar el
objeto extraño. Apenas ha huido de la lanza de polvo cuando una lluvia de
proyectiles, tanto balas como flechas de polvo le llueven. Alana huye pero
siente como su cuerpo se desgarra por demasiados sitios. Se regenera pero cada
vez le cuesta más y es menos eficiente. Está debajo de la cúpula, cerca de un
pilar, cuando la lluvia de proyectiles cesa. Está empapada en su propia sangre
y su ropa está hecha jirones y deshilachada sobre ella. Está realmente exhausta
aún tiene demasiadas heridas como para seguir luchando y la curación va
demasiado lenta. Está indefensa, tanto que no ve la figura blanca y gigante
moverse detrás de ella.
-
Hola de nuevo, estúpida hermana.
Alana gira horrorizada al
reconocer la voz de su otro hermano. Al ver la estatua de Santa Elena de Constantinopla
levantarse y atacarla con la enorme cruz blanca, con la cara desfigurada
formando el rostro abstracto de Imao Llorosa comprende: su habilidad no
detectaba una anomalía, lo detectaba a él. El travesaño de mármol se estrella
contra su cara, destruyéndola. Alana utiliza sus últimos segundos de lucidez
para maldecir a su hermano que le ha vuelto a derrotar con una boca que ya no
tiene. Alana pierde algo que nunca había perdido antes: su conciencia.
¿Quién ayudará a Alana a
levantarse?
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