dimecres, 19 d’abril del 2017

Almas de mármol. Alana V.

                Ni Pompeya, ni Petra, ni Luxor, ni Tebas, ni Delfos, ni Jerusalén, ni Palmira, ni Jericó le habían servido a Alana para encontrar a su hermano Nudus. Solo recordaba de él que era un hombre hermoso y musculoso que siempre iba desnudo y que tenía una obsesión malsana por la historia y los restos arqueológicos. Pero ahora, que se encuentra corriendo por las viejas calles de la ciudad eterna de Roma perseguida por cientos de ciudadanos, turistas, perros, gatos e incluso pájaros bajo la lluvia plomiza recuerda su poder: la manipulación. Nudus es capaz de controlar las mentes de cualquier ser vivo. Alana esquiva por un milímetro el proyectil que se estrella contra uno de los ángeles de la estructura redondeada del Castillo Sant´Angelo. Ah, y ese es otro poder de Nudus: es capaz de concentrar las partículas de polvo, ceniza y parecido y hacer armas o estructuras con ellas.
                Antes de darse cuenta, Alana ya está en otro país. Nunca había estado en Roma, y mucho menos en el Vaticano y aunque la hermosura que desprende el complejo le deslumbra no puede disfrutarla mucho. Una lluvia de lanzas de la Guardia suiza le cae encima, como si fuera un ejército de apoyo para las gotas de agua fría. Falç se mueve en su mano como una batuta y traza millones de arcos Iris íntegramente rojos que rompen en millones de pedazos las lanzas, aunque eso solo es un pequeño ataque para que su hermano, aún escondido, se divierta. Una tercera lluvia cae.
                Las balas acuchillan el suelo y Falç ya no es una opción. Alana maldice por no poder utilizarla contra humanos inocentes mientras que decenas de balas la desgarran y penetran en su cuerpo como una bandada de cuervos picoteándole la piel. Suerte que en Singapur, pese a la pérdida de recuerdos, había conseguido mejorar su capacidad de regeneración. En ese momento, los hilos negruzcos bailan alrededor de su cuerpo como bailarinas vestidas de luto, sanándola en cuestión de segundos.
                La subida hasta la Basílica de San Pedro se le hace eterna, esquivando a toda clase de religiosos, por suerte, al ser de noche, la cantidad de personas es bastante menor. En ese momento, su habilidad para detectar a sus hermanos se vuelve a activar de forma dolorosa. Detecta a Nudus en Roma, como obviamente es, pero hay algo más que no es capaz de discernir. Un escalofrió le recorre la espalda cuando llega a las puertas de la Basílica. Cerradas. No es un problema para ella: con tres tajos de Falç un trozo de la puerta cae.
                Entra desesperadamente dentro de una de las iglesias más importantes para la cristiandad esperando que una horda de zombis de su hermano le persigan pero no es así. Todos los que le perseguían están tirados en el suelo sangrando por la nariz, inconscientes, o por lo menos eso espera Alana.
La Basílica está a oscuras, apenas iluminada por algún candil, sin ninguna luz eléctrica. Tampoco parece haber nadie allí, controlado o sin controlar. Alana se adentra lentamente en el lugar. Tiene miedo. Es raro, hacía mucho tiempo que no lo tenía. Pasan unos minutos y Alana cree, quiere creer, que está sola. Es muy posible que Nudus haya vuelto a huir.
Entonces lo siento, algo se mueve por el suelo, como serpientes arrastrándose. Alana ve las nubes de polvo arremolinándose sobre el hermoso suelo. Las nebulosas polvorientas brillan como constelaciones de oro por las luces de los candiles y cirios. Es un espectáculo precioso, hasta que el polvo empieza a arremolinarse y a fundirse en una lanza rotatoria que se dirige desbocada a Alana. Ella, interpone la hoja rojiza de Falç en medio, pero la lanza de polvo se divide en dos para rodearla y volverse a condensar.
                Alana siente como su pecho se desgarra y al momento obliga a su cuerpo a expulsar el objeto extraño. Apenas ha huido de la lanza de polvo cuando una lluvia de proyectiles, tanto balas como flechas de polvo le llueven. Alana huye pero siente como su cuerpo se desgarra por demasiados sitios. Se regenera pero cada vez le cuesta más y es menos eficiente. Está debajo de la cúpula, cerca de un pilar, cuando la lluvia de proyectiles cesa. Está empapada en su propia sangre y su ropa está hecha jirones y deshilachada sobre ella. Está realmente exhausta aún tiene demasiadas heridas como para seguir luchando y la curación va demasiado lenta. Está indefensa, tanto que no ve la figura blanca y gigante moverse detrás de ella.
-          Hola de nuevo, estúpida hermana.
Alana gira horrorizada al reconocer la voz de su otro hermano. Al ver la estatua de Santa Elena de Constantinopla levantarse y atacarla con la enorme cruz blanca, con la cara desfigurada formando el rostro abstracto de Imao Llorosa comprende: su habilidad no detectaba una anomalía, lo detectaba a él. El travesaño de mármol se estrella contra su cara, destruyéndola. Alana utiliza sus últimos segundos de lucidez para maldecir a su hermano que le ha vuelto a derrotar con una boca que ya no tiene. Alana pierde algo que nunca había perdido antes: su conciencia.

¿Quién ayudará a Alana a levantarse?

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