diumenge, 15 d’octubre del 2017

Green hunters (ludicrum): Árbol de algodón

                Menfis se concentra. Visión futura. El primer ataque será Mercurio: fuego. Ver el futuro no es solo ver un camino claro, el aura de Menfis le permite ver los diferentes caminos y los resultados dependiendo de la acción. Y todo esto en cuestión de segundo. La bola de fuego se acerca, ligeramente desviada a la derecha. Menfis la esquiva por la izquierda. Aunque el viejo acueducto es gigante, no le deja mucho espacio. Pero lo consigue.
                El turno de Venus. Se acerca y Menfis simplemente utiliza el ojo izquierdo para proyectar su aura. La representación en miniatura explota. La Tierra es aún más fácil de esquivar. Una bola de rayos es desviada por la vara de acero que Menfis lanza al vacío. Un lanzamiento bien calculado. Marte quizás es más difícil. La bola roja empieza a masificarse. La gravedad aumenta. El acueducto cruje y parece empezar a abombarse. Menfis no puede hacer nada contra eso. Aunque el planeta desaparece.
                Júpiter estalla en un enorme vendaval. Menfis mete una vara de metal en un surco del acueducto. Por los pelos es arrastrada, pero ni ella ni la vara ceden, tal como lo había previsto. Saturno, convertido en una gran sierra circular es desviado con la misma vara, que Menfis usa como escudo. Urano no es un problema: es el primero que aprendió a esquivar. Una gran plancha circular indestructible se acerca a ella. Menfis simplemente pone la vara contra la barrera y se deja arrastrar hasta que el planeta pierde impulso. Neptuno no hace nada. Solo analiza. Plutón llega por la derecha, y la pequeña masa de aire frío se para a escasos centímetros de su cara, casi matándola. Entonces desaparece.
                Mazatlán aparece caminando por el otro lado del acueducto. Plutón se acerca volando a él y orbita a su alrededor, junto a los otros ocho planetas, como si fuera el sol del Sistema solar. Los planetas titilan durante unos segundos y desaparecen. Mazatlán siempre había sentido una pasión desbordante por la astronomía, por eso, cuando su aura se manifestó en nueve elementos diferentes, decidió utilizar las plantas del sistema solar como forma de representarlos. Incluso Plutón, aunque los textos de la primera humanidad dicen que en realidad era un planeta enano. La única pega, es que si Mazatlán utiliza un planeta, tiene que utilizar los otros de forma cíclica y acabar el ciclo para poder volver a empezar eso. Es decir, si empieza con Urano, debe seguir con Neptuno, Plutón, Mercurio…
-          Has mejorado mucho – dice con su potente voz alegre –, aunque Marte y Plutón siguen siendo tus puntos débiles.
Menfis se acerca a él y lo besa antes de responderle.
-          Creo que ya tengo la solución para Plutón. Pero Marte es simplemente imposible. Mis poderes son demasiado limitados.
Mazatlán niega con la cabeza mientras la abraza con afecto.
-          Te equivocas. Tienes un gran poder, pero aún no sabes cómo usarlo bien.
Ahora es ella quien niega con la cabeza y con una medio sonrisa de resignación. Va a responder cuando para en seco. El terror se dibuja en sus facciones.
-          Tenemos que salir de aquí. Estamos en peligro.
El acueducto se tambalea. Un siseo horrible emerge de la parte baja de los pilares que lo sostienen. Un río de metal candente hace que las rocas se quiebren. Los arcos empiezan a desmoronarse y todo el acueducto empieza a caer hacia la derecha.
Menfis y Mazatlán saltan a la vez antes de perder pie. Los nueves planetas se manifiesta y Júpiter se convierte en una gran corriente de aire que los lanza contra al suelo, lejos de la riada de calor que engulle los últimos restos del acueducto. Apenas tienen tiempo de reaccionar antes de darse cuenta que todo a su alrededor es metal candente. Todo excepto una cueva. Saben que es un suicidio meterse ahí dentro, pero no hay otra salida.
Mazatlán utiliza a Saturno para parar algunos proyectiles. Sin embargo, el planeta no vuelve. Mazatlán ruge mientras entra en la cueva, siguiendo a Menfis. Le costará meses y cantidades desbordantes de aura para poder regenerar el planeta.
-          ¡Es Siracusa! –grita Mazatlán mientras corren. El halo de la linterna de Menfis apenas es una punto de luz frenético que no para de moverse -. ¿Por qué coño nos quiere mata? Si hace apenas unas horas, en la misión de ciudad Fera, me ha salvado la vida.
Menfis se muerde el labio. Sabía que Siracusa era muy inestable, pero no la veía capaz de aquello solo por venganza o por volver con ella. El final de la cueva se materializa ante ella y apenas les da tiempo a frenar antes de chocar.
-          Es culpa mía – dice Menfis -. Siracusa no quiere aceptar que la haya dejada. Aún peor, no acepta mi bisexualidad, no quiere asumir que también me gustan los hombres.
Urano se despliega y bloquea el metal, que empieza a acumularse sobre la barrera y a empujarla hacia ellos. Morir aplastados, quemados o asfixiados por la falta de aire. Que perspectivas más bonitas.
-          ¿Qué os pasó? – pregunta Mazatlán. No es el momento ni el lugar. Joder, es la peor situación como para ponerse a preguntar esas cosas. Sin embargo, al ver la muerte como única opción, endulza la voz y solo quiere centrarse en ella. Urano empieza a debilitarse.
Menfis traga saliva.
-          Al principio todo fue bien. La quería mucho. Aún la quiero – dice Menfis, serena -. Pero todo cambió. Ella se volvió muy posesiva y manipuladora. Yo quería ser más libre. Y lo peor fue cuando le dije que quería una relación abierta. Casi me pegó. Ahí decidí que no tenía nada más que hacer con ella. Sin embargo, creo que lo que más le molesta es que también me gusten los hombres. Joder, Mazatlán, creo que solo quiere matarte a ti, aunque tenga que llevarme a mí por delante.
-          Ojalá algún día la bifobia solo sea algo del pasado.
Pero Menfis ya no lo escucha. Ante sus ojos, la realidad se desdibuja. Todas las cosas a su alrededor empiezan a adquirir más profundidad. Varias líneas las recorren, como si fueran cortinas superpuestas sobre varias réplicas de la misma cosa. Menfis coge una de esas líneas y se abre. Una salida se materializa ante ella, en forma de túnel amorfo.
-          Mazatlán – susurra ella – cógeme la mano. Mi poder ha encontrado una salida. Creo que tengo más recursos de los que creía.
Mazatlán toca su mano pero simplemente la atraviesa. Menfis ya no está en esa realidad al 100% y, al parecer, las otras realidades están tirando de ella, ya que está desapareciendo. Urano es tragado por el metal fundido, totalmente debilitado. Mazatlán utiliza rápidamente a Neptuno para poder lanzar a Plutón y utilizar el frío para detener el flujo. Solo por unos segundos más.
-          Escúchame Menfis – dice él con la voz más dulce que nunca ha podido usar. No sabe que está haciendo, pero no hay tiempo para pensar. Solo para actuar -. No puedo ir contigo. No sé qué estás haciendo, pero he visto a través de Neptuno que ese poder te quita meses de vida. Rápido, vete. Por favor
Menfis niega con la cabeza e intenta resistirse. El tirón aumenta. Desaparece a toda velocidad.
-          No, no, no ¡No joder! – todo su brazo ya ha sido tragado por esas líneas difusas -. ¡Te quiero!
Mazatlán sonríe y le acaricia la mejilla. Sus dedos simplemente pasan a través de su cara. Aunque el gesto es lo que cuenta.
-          Te quiero – le dice entre susurros él.
Al segundo, Menfis aparece al otro lado de la montaña donde está la cueva. Apenas puede moverse y respirar del cansancio. Ni siquiera puede llorar. Simplemente se arrastra para huir lejos. Sin plantearse ni siquiera a donde. Solo huir.

Plutón también desaparece. Solo le quedan seis planetas y no decide utilizar ninguno. No le quedan esperanzas. Cuando el calor empieza a lamerle lentamente la piel, sabe que la muerte no va a ser rápida. Ropa, pelo y piel empiezan a consumirse lenta y dolorosamente. Se deja caer al suelo entre chillidos esperando a que el metal le cubra. Pero no lo hace.
Los últimos minutos de vida de Mazatlán se convierten en una sonata de penuria, gritos y sollozos. Su piel se derrite sobre sus huesos. Siente sus ojos y sangre hirviendo. Al final, su cuerpo es solo una momia gelatinosa y negruzca en una postura horrible y grotesca. Después de morir, el metal lo cubre como si fuera un ataúd. Un ataúd de sufrimiento.


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