diumenge, 8 d’octubre del 2017

Green hunters VI: Manzanilla de la muerte

Como pájaros mecánicos que se derriten en bolas de rojo candente, los proyectiles de Siracusa se estrellan en el bosque como bombas de calor puro. Los árboles prenden en llamas o simplemente se volatilizan mientras los pájaros de piel y hueso intentan huir antes de convertirse en esferas de fuego vivientes. Menfis apenas tiene tiempo de huir. Estaba explorando la debacle de cuerpos que había dejado la lucha cuando el cielo se convirtió en una lluvia de metal candente. Su única posibilidad había sido invocar su habilidad de ver en el fututo inmediato, lo que le daba la capacidad de prever donde caerían los meteoritos. De momento le funciona.
                Los árboles caen a su alrededor mientras pisa un manto de huesos. En su mano derecha lleva varias fotos y en la izquierda varios botecitos con un líquido rojizo ¿Sangre? Menfis jadea, lleva horas sin dormir y ha luchado demasiado, presionando su aura contra esa otra que le nubla la visión y la limita en demasiados aspectos. Escupe con frustración, cuando la pequeña fortaleza que es el castillo del Borreguet se abre ante ella. Suspira con alivio mientras abre la puerta para entrar. Los proyectiles chocan contra los muros, haciendo que siseen y tiemblen las piedras que lo componen. El castillo resistirá, pero no mucho. Menfis observa la montaña de al lado, coronada por las ruinas del viejo convento de la Cassalleta, el que es la base del grupo cuando están los ocho reunidos. Demasiado lejos para llegar.
                Menfis entra en el castillo y descansa durante unos segundos. La piedra se quiebra y se oyen los primeros derrumbes. Siracusa está cerca, y Menfis está sola y asustada. Aunque es la jefa y siempre ha sido el pilar del grupo, la piel negra de Menfis se tensa por los nervios y se perla por el sudor. Tiene miedo, demasiado. Ya ha perdido a Elefantina y a Cusae y desconoce que es de Dendarah y Tebas, donde deberían estar solo hay una gran capa de metal fundido. Va a entra en shock mientras el castillo se derrumba en una oleada de calor y acero candente. Inseguridades y reprimendas pasadas empiezan a florecer en su espíritu. No parece haber salida cuando unas palabras resuenan en su cabeza, llevadas por un fantasma del pasado. Un querido fantasma del pasado: “Siracusa te puede sobrepasar en poder, quizás no haya nadie como ella en el mundo. No obstante, tampoco lo hay como tú. Combate táctico es lo que te define. Menfis, eres mejor.”
                Respira con mucha fuerza y traga saliva. Se relaja rápidamente. Es hora de moverse.

Siracusa ni siquiera se plantea abrir la puerta de forma normal: lanza una capa de metal candente y ve como la madera de las dos hojas de la puerta se reduce a cenizas. Aunque el castillo tiene muchas estancias y habitaciones, Siracusa no necesita buscar mucho. Detecta el aura de Menfis en la que parece la habitación más grande y llena de aparatos. Entra lentamente, sin pavonearse pero mostrando la gran seguridad que tiene en sí misma. La bala viene por la derecha. Siracusa simplemente mueve la cabeza para esquivarla. Menfis salta para tener un mejor ángulo, pero Siracusa ya ha levantado un muro de metal líquido, que atrapa las balas y las funde en su baile irregular de espirales candentes.
Siracusa apoya el dedo índice sobre el gordo y dispara pequeñas gotas de metal rojo que, al impactar en las armas de Menfis, las dejan inutilizadas. Siracusa se mueve rápido y crea dos paredes de metal candente que dejan a Menfis atrapada entre ellas por los lados y un pilar a sus espaldas. La batalla apenas ha durado segundo y Menfis ya está acorralada. Intenta buscar una alternativa en el futuro, pero no puede. Encima, el calor le penetra en la piel y la hace desfallecer. Siracusa se acerca hacia ella por la única vía de escape que tiene. Es altísima, con la piel blanca y el pelo larguísimo y rubio grisáceo suelto, bamboleándose mientras anda. Desde lejos, parece un par de alas de ángel plegadas.
-          ¿Ya has acabado con este intento patético?- dice Siracusa cuando sus caras están a apenas dos palmos.
Menfis intenta mantenerse en pie, pero el calor la está debilitando. Eso sí, se niega a apartar la mirada, aunque tenga que mirarla desde abajo por su baja estatura. Se concentra.
-          No quiero matarte. Por nuestro pasado, por lo que pasó entre nosotras – dice mientras posa sus ojos en los de ella -. Pero esto es trabajo. Tú debes entenderme.
Pasa de repente: los ojos de Siracusa estallan como dos tomates en un microondas. Proyección de aura con las pupilas. El as en la manga de Menfis. Aunque también causa daños en sus ojos, sus células ultra-mejoradas los regeneran enseguida. Siracusa ahoga un grito mientras bloquea el dolor como puede.
-          ¿De verdad crees que dejándome ciega te va a salvar? – dice a gritos, pero extrañamente calmada -. Sigo percibiéndote.
El cuerpo de Siracusa estalla proyectando una cantidad ingente de metal candente hacia el pilar. Menfis desaparece en una marea roja refulgente. Siracusa jadea mientras recupera el aire. Ha ganado.
El aura de Menfis aparece a su izquierda, en perfecto estado. Aunque confundida, lanza otra oleada de metal hacia ella, ahogando su aura. Vuelve a percibirla, esta vez en el techo, sobre ella.
-          ¿Qué coño estás haciendo? – dice mientras lanza un pilar de metal magmático que quiebra el techo en una lluvia infinita de escombros.
No obstante, no sirve de nada. El aura de Menfis vuelve a aparecer una y otra vez. Cada vez que la hace desaparecer en una oleada de calor y metal vuelve a aparecer. Parece que pasan horas mientras el cuerpo de Siracusa no deja de expulsar material. El Castell del Borreguet desaparece, convertido en una rosa de metal retorcido y amorfo.
-          ¿A que – jadeo- cojones- resoplido- estás – respiración acelerada – jugando?
Siracusa se da cuenta: no puede emitir más metal, se ha quedado sin energía y sin casi aura. Las balas llegan: dos en cada muslo, una en cada gemelo y otra por cada articulación de cada brazo. Siracusa cae de espaldas. Menfis aparece ante ella.  También está agotada y sin casi aura. Dos lagrimones de sangre seca le caen de cada ojo. Empapada en sudo y sin casi poder articular palabra del cansancio. Pero se obliga.
-          Mi habilidad me permite ver a través de la realidad – coge aire –. Aunque la explicación es un poco burda, básicamente lo que hago es “plegar” esa realidad para esconderme en ella y poder moverme sin ser percibida a un lugar cercano. Cualquier humano con mi visión podría hacerlo. Aunque el precio energético es muy grande y, por lo que se, mis telómeros se ven también acortados: pierdo meses de vida cuando uso esta habilidad.
Siracusa sonríe, lo que es un poco macabro con su cara empapada de sangre y sus ojos siendo dos agujeros palpitantes y chorreantes.
-          Siempre has sido muy imaginativa – su faz se vuelve seria –. Podríamos haber sido felices.
Menfis niega con la cabeza, aunque sabe que ella no puede verla.
-          No, no podríamos. Siracusa, tú nunca aceptaste la realidad y lo mataste – coge aire - . Joder, lo mataste. Y yo le quería.
Una lágrima hace que la sangre seca de Menfis recupere su fluidez. Siracusa sonríe, pero sin ser sarcástica o burlona. Es una sonrisa melancólica.
-          Siempre he sido muy impulsiva.
Menfis saca una pistola y le apunta a la cabeza. Tiembla. La pistola parece resbalársele de entre los dedos. Duda. Siracusa vuelve a sonreír.
-          Al final de tu vida, no te arrepentirás de tus asesinatos, sino de los que no llegaste a cumplir.
-          Te quise una vez – dice Menfis.

El disparo resuena con fuerza. Una rosa, esta vez de sangre, nace en la frente de Siracusa. Su sonrisa, inmortalizada en su piel blanca hasta que se vuelva polvo. Menfis, simplemente se desmaya, exhausta.

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