divendres, 7 d’agost del 2015

La casa del polvo. Parte 1

El frio emanaba a través de la puerta como el aliento de una bestia invernal, mezclándose con el aire cálido de una noche de agosto. - Entremos – dijo Julia. Le brillaban los ojos por la emoción. La casa que se elevaba ante ellos era una de las más grandes del pueblo y, también, de las más antiguas. Llevaba más de medio siglo cerrada, imposible de reformar, porque la fachada estaba protegida. Imposible de habitar por la cantidad de reformas que necesitaba. Roberto asintió entusiasmado, el también tenía muchas ganas de entrar, aunque el miedo le atenazara las entrañas. Silvia y Patricia eran la otra cara de la moneda. - Ni de coña – dijo Patricia – podría haber algo o alguien. Roberto sonrió. - Vamos será divertido – y se adentró en la casa. Su figura se fundió con la negrura, y lo último que vieron de él fueron los colores de su camisa: azul, gris y blanco. Julia, también entro y Patricia y Silvia no tuvieron otro remedio que seguirlos. La casa estaba a oscuras, solo iluminada por la luz anaranjada que se colaba por las puertas y por las ventanas, creando sombras siniestras que se contorneaban cada vez que alguien o un coche pasaban por delante de la casa. El recibidor en el que aparecieron era enorme, con baldosas de mármol rotas y sillas de madera muy elaboradas desperdigadas por el suelo. Todo cubierto de polvo. Las pisadas de Roberto destacaban en el suelo, adentrándose en el pasillo que se abría a partir del recibidor. - Roberto – dijo Silvia con un hilito de voz temblorosa – sal, esto no tiene gracia. El silencio le respondió. - Sigamos las huellas – dijo Julia. A medida que iban avanzando, la oscuridad que cubría el pasillo como un manto de pesadilla, se hacía más tenue, dejándoles ver por dónde iban pero con una barrer negra siempre por delante. El caminito de huella dio un brusco giro y se adentraron en una habitación. Las puertas acristaladas estaban abiertas de par en par. El salón era aún más gran que el recibidor, lleno de sofás, con una chimenea enorme y una araña de cristal colgada del techo, oscilando de manera muy débil, como si una ligera brisa recorriera la habitación. - Por dio Roberto, si quería darnos un susto deberías haber borrado tus huellas. Julia y Silvia entraron, pero a Patricia algo le llamo la atención. Había una habitación en frente del salón, con la puerta también abierta. Un destello amarillo había brillado al fondo. Aunque todo su ser le dijo que no, Patricia entro. La habitación estaba totalmente vacía, exceptuando un gran espejo cubierto de polvo. Patricia tembló por el frio, el mono azul marino con motivos blancos no le llegaba ni a las rodillas, y además sin mangas. Al ver espejo, Patricia comprendió que el destello habría sido un reflejo de la blusa amarilla de Julia. Dejo salir todo el aire de su interior y suspiro. Se dio la vuelta y se dispuso a salir de la habitación. La mano apareció de entre las sombras. Tenía los dedos largos, al igual que sus uñas. Con una bestialidad brutal la mano rodeo la cabeza de Patricia y la uñas le perforaron los ojos. El dolor fuer horrible, sentía la sangre manar a través de sus cuencas, ahora vacía, quiso gritar, pero otra mano había rodeado su cuello. Le empezó a faltar el oxígeno y sintió como tiraban de ella.

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