No hace mucho que me encuentro en esta situación, no sé el tiempo exacto, cuesta
bastante calcular correctamente los minutos en mis circunstancias. Es difícil de
definir, al principio recuerdo vagamente llegar a un pasillo difuso, que no
mostraba signos de peligro, es más, incluso daba gustito entrar. Me deje llevar
por una falsa situación de placer que sólo podría acabar en un final feliz. Que
equivocado estaba, o mejor dicho, que estúpido fui.
El calor empezó a aumentar paulatinamente, como un día de primavera. No me sentí
incomodo con ese aumento de temperatura, pero todo cambió demasiado rápido. El
pasillo se convirtió en un verdadero infierno. Empecé a sudar a mares y ya no
pude parar, el vapor de agua candente lo llenó todo y empezó a despellejarme la
piel. De hecho, hasta caminar se me hizo imposible. El suelo y las paredes de
puro metal se convirtieron en potentes conductores del calor. Mis zapatillas se
fundieron hasta el punto que sentí como
la piel de mis pies se derretía con ellas. Desde ese día no me he mirado de
cintura para abajo, no me atrevo.
Algo dentro de mí me dice que estoy muerto, aunque yo sé que estoy vivo. Debería
estar muerto.
Intente volver por donde había venido, pero no pude, estaba atrapado. Al principio
me quedé perplejo, era imposible no encontrar la salida en una línea recta que
acababa de recorrer. Ahora sé que este no es un camino que se pueda hacer
marcha atrás. Y eso me ha llevado hasta donde estoy, una encrucijada. Una encrucijada
cuando apenas oigo, casi no veo y no huelo nada. Aunque, se dice, que a veces es
mejor no sentir. No sé si estoy de acuerdo. En realidad, no sé nada.
Mientras el aire caliente me calcina los pulmones y me cuartea la tráquea, observo mis posibilidades. Dos caminos, dos salidas, dos pozos de tristeza. Entonces
¿Qué es lo que les diferencia? Muy fácil: uno es lo que deseo y no puedo
conseguir, y lo otro no lo deseo pero lo puedo conseguir. Sobre eso recae todo,
tan fácil, tan llanamente. Si voy hacia la derecha será como tirarme al vacío
sin cuerda ni paracaídas. Estaré intentando conseguir lo que quiero, pero eso
me llevará a estrellarme contra el suelo.
Sin embargo, si escojo la izquierda me perderé a mí mismo. Acabaré teniendo
un vida pero no será la que deseo. Por lo tanto, podre vivir pero sin ser
feliz. Y pensando que el único propósito de los humanos es ser feliz, será como
vivir una vida que no es vida. Como una crisálida sin mariposa. Como un cadáver
sin alma…
Pero ahí no acaba. Tengo un tercer problema, si no avanzo y salgo pronto de
aquí, terminaré muriendo de calor, me derretiré, el suelo me consumirá como a mis
pies o acabaré deshidratándome.
No tengo escapatoria, o muevo ficho o el tablero me engulle. Intentar y
morir, vivir sin vivir o morir por no
intentar.
Siento que la mejor solución es ir hacia la izquierda, el instinto me
dice a gritos que corra hacia allá. Por lo que se ve los humanos no hemos
perdido nuestro afán de supervivencia como se cree. En mi caso es sólo una
piedra más, porque mi corazón quiere que corra hacia la derecha.
Ser sensato, valiente o cobarde, no hay más, y pese a todo, es demasiado
para que yo pueda afrontarlo.
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