dilluns, 23 de maig del 2016

Solo cobardes

Huimos. Huimos de todo. Esa es la única conclusión a la que cualquiera con dos dedos de frente puede llegar si se fija un poco. No hay persona valiente, todos huimos y buscamos el camino más fácil. Si acaso, están los que se niegan a huir, pero no por osadía, si no por pura resignación, ya que es tanto lo que han visto que saben que no sirve para nada.
                Huimos del pasado, porque no es lo que quisimos que fuera, siempre arrepintiéndonos de lo que hemos hecho. Por supuesto, huimos del presente porque solo es un reflejo desdibujado del pasado y el futuro… huimos de el por miedo de que solo sea un mal reflejo del presente. Renunciamos a luchar porque no tenemos la completa seguridad de la victoria. Ni siquiera estar totalmente seguros de algo ayuda, aunque solo los estúpidos dan algo por sentado.
                Huimos de las personas que queremos, sin darnos cuenta, lenta y disimuladamente, para que nadie se percate. Y huimos por miedo a hacerles daño o por miedo a que nos lo hagan. Corremos cuando vemos la verdad, porque es siempre demasiado dolorosa, porque ver expuesta la realidad absoluta, sin fisuras y sincera es insoportable para una mente sana. Sin embargo, también renegamos de la mentira, porque no hay nada como la verdad. ¿Incongruentes? No, solamente perdidos.
                Huimos a las montañas, al mar, a las ciudades remotas, incluso nos estamos planteando huir al espacio. Porque ni siquiera el fin del mundo es suficiente consuelo. Nos escondemos en los recovecos más recónditos por el terror que nos produce asumir nuestro alrededor. Al fin y al cabo, el mundo escupe más motivos para refugiarnos que para no hacerlo.
 Huimos, y lo peor de todo es que la mayoría no nos damos cuenta. Casi todos creen que solo huyen los que tiran las espadas al suelo y corren a su castillo, por hacer una metáfora medievalista. Se equivocan, esos se retiran. Huimos los que posponemos algo por miedo, pereza o asco. Huimos los que callamos, porque el que calla no otorga, solo pierde la oportunidad de algo, incluso de ser feliz.

Huimos y nos sumimos en la hipocresía, aunque también intentemos rehuirla. No hay valientes, solo cobardes. Y la cobardía puede aportarnos facilidades y comodidades, incluso la vida, pero jamás la felicidad. Y es así, huimos y nos facilitamos la vida física, pero nos jodemos por dentro, cometiendo la peor felonía: huir de nosotros mismos.

dimarts, 10 de maig del 2016

Rompecabezas

Carlos Ruiz Zafón escribió en La sombra del viento: “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él.” Esas dos oraciones calaron muy hondo en mi ser,  hasta el punto de que el único requisito que pida para prestar un libro sea que me lo devuelvan en buen estado. Pero aunque me gusten mucho los libros, no he vuelto para hablar de ellos.
                Estas palabras me han hecho hoy pensar en el alma, pero no en el alma de los libros, sino en el alma humana. El hecho de que el alma de un libro esté formada por sus lectores es aplicable a la de las personas. Nuestra mente es como un puzle, formada por millones de piezas que encajan entre ellas hasta crearnos. Esas partes se articularían alrededor de una más grande, nuestro yo esencial. El resto del mosaico estaría formado por las personas que conocemos, e incluso de los seres y lugares con los que entramos en contacto. Algunas teselas de este compuesto son enormes, muestran la importancia que han tenido en nuestras vidas una persona o un hecho y que siguen presente en nuestra personalidad. Otras son más pequeñas, representan algún hecho esporádico, una noche con un persona que nunca hemos vuelto a ver, una mascota que hemos querido mucho o algún paisaje que se ha quedado marcado a fuego en nuestra retina. Piezas pequeñas pero esenciales.
                Es más, estos hilos que formas el manto de nuestro ser, pueden ser directos e indirectos, como Zafón, que sin saber de mi existencia ha condicionado la escritura de esto que estás leyendo. O incluso puede que a través de mi influya a otros, todo es posible.
Sin embargo, no todas las piezas son buenas. Las influencias también son malas, algunas nos corrompen y nos manipulan para cambiarnos, para hacernos aprender que el mal existe. También puede ocurrir que alguna pieza no encaje con las demás, o que algunas de ellas se pierdan en la inmensidad de nuestro subconsciente. Entonces llega la locura, el vacío, el sentirse incompleto porque nuestra mente está inacabada, porque nuestro espíritu está incompleto… Porque nuestra razón de ser no está totalmente definida.

Todo a nuestro alrededor nos influye, nos transforma y hace mella en nosotros, queramos o no. Incluso las cosas que parecen insignificantes o que acabamos olvidando son capaces de hacer una mella en nuestro cerebro. Todo puede hacernos felices, desgraciados o enloquecernos. La posibilidad de poder vivir bien radica en nuestra capacidad de conocernos a nosotros mismos, de poder ver el rompecabezas de nuestra cabeza y comprenderlo, sin huir, simplemente aceptándolo, porque cualquier puzle es bonito. 

divendres, 6 de maig del 2016

Humanos

Hace un par de días iba paseando por la calle con una amiga cuando comenzamos a hablar sobre un conocido. El chico tenía una situación familiar terrible, pero había tenido la posibilidad de seguir hacia delante y, en parte, la había rechazado. Mi amiga comentaba apenada lo desgraciado que era, yo compartía su opinión, pero también le dije que ya no tenía excusa porque por dura que sea la vida cada uno es capaz de elegir como afrontarla y seguir adelante.
                Sé que en parte tenía razón, pero también me di cuenta de una cosa: apenas fui empático con ese chaval. No me puse en su piel y apenas intente comprender como era tener tal obstáculo en la vida. Pero eso no fue lo peor, después de reflexionar descubrí que, tristemente, no era el único, la sociedad en general carece de empatía. La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de entender la vida del prójimo. Pues bien, desde mi punto de vista, el mundo no sabe o no quiere ser empático. Es más, hay diccionarios que incluso no contienen la palabra en ellos.
                Solo hace falta dar una vuelta a la historia. Empezando por España, la Guerra Civil se inició por falta de empatía: durante décadas, cada régimen perseguía y reprendía de forma brutal a sus opositores. Miles de españoles murieron porque los republicanos no supieren comprender a los nacionales y porque los nacionales no entendieron que era la República, dejando de lado la moral de ambas ideologías. Y de igual forma, los romanos no pensaron en los judíos o los dacios, la Iglesia no quiso saber en que creían los cátaros, los hispanos no se pararon a echar una mirada en la cultura indígena e igual los británicos y los franceses en Norteamérica, África y Asia… Y así desde el fin de los tiempos hasta hoy en día.
                Está claro que la humanidad sigue igual que hace 2000, 1000 o 100 años. Europa está tratando a los refugiados como si no fueran personas. Los gobiernos actúan con una insensibilidad y con una falta de solidaridad que asustan. Europa tiene recursos territoriales y alimenticios de sobra, pero es mejor deshacerse del problema, sin ver a la gente asustada, hambrienta, desmoralizada, abandonada, a los niños sin padres, a los padres sin hijos. Europa no ve humanos en los que huyen de un conflicto bélico y religioso, sin darse cuenta que ellos son los realmente humanos. Ese es el mejor ejemplo de falta de empatía del siglo XXI, pero no es el único. La guerra arrasa Ucrania y Siria, el hambre, el SIDA y la malaria asolan África y los animales y las plantas desaparecen a pasos agigantados, porque la empatía nace de los humanos, pero no solo se aplica a ellos. “Homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre, decía Plauto en el siglo II antes de Cristo, y que razón tenía.

                No tenemos empatía, lo que lleva a que no podamos juzgar, ayudar o simplemente comprender. No somos empáticos, lo que hace que los humanos no tengamos humanidad, porque no sirve de nada poder sentir si no podemos ver los sentimientos de los demás. Hoy en día, los humanos somos menos humanos que nunca. 

diumenge, 1 de maig del 2016

Fogonazo

                El cielo se tiñe de color verde, después de rojo y finalmente de morado. Y otra vez, alguien perdido en un lugar oscuro de la calle aprieta un botón y se inicia la cadena de fogonazos que sueltan las cargas explosivas. Palmeras de chispas doradas, columnas retorcidas de humo y fuego y bolas de calor estallan tintando el lienzo nuboso para acabar con un sonoro estallido, que recorre la avenida levantando el ánimo de la gente.
                Estoy feliz, no tengo lo que quiero pero casi, y eso ya es más de lo que se puede pedir. Observo embelesado el teatro de luces y explosiones rodeado de amigos y amigas, todos vestidos de blanco, negro, gris o azul marino. Todos de gala, todos disfrutando de nuestro momento. Un cuadro idílico que se rompe cuando por el rabillo del ojo veo un fogonazo. Extraño, porque es un fogonazo que sale desde una ventana, en diagonal y hacia el suelo, en lugar de hacia el cielo.
                Tardo un segundo en comprender, los segundos necesarios para que el proyectil le haya reventado el corazón a la amiga que tengo al lado. Cae a cámara lenta. Ante mi mirada horrorizada, la veo, hermosa, derrumbarse en el suelo y comenzar a colorear su puro vestido de rojo. Los fuegos artificiales siguen y lo acallan todo, el disparo, mi grito y el sonido hueco de su cuerpo al golpear el cruel asfalto.
                Ni siquiera tengo tiempo de arrodillarme para consolar a una amiga muerta cuando el siguiente cae. Esta vez más gente se da cuenta. La cabeza de mi mejor amigo explota como una sandía, esparciendo trozos de hueso, piel y cerebro junto con sus recuerdos y sentimientos. Me quedo clavado en el sitio, media agachado, con los parpados paralizados y los ojos enrojecidos.
                Otro disparo se lleva por delante la mano de otro amigo y otro le revienta el ojo. Entonces el castillo de fuegos artificiales es lo de menos, porque los gritos y llantos son tantos y tan estridentes que las detonaciones solo son un eco de fondo, insignificantes. La gente corre frenética a mí alrededor mientras me enderezo. Los que se supone que son mis amigos me empujan y me dan golpes para huir, sin importarles quien este en medio. La única amiga que me tira del brazo para correr está desesperada. La miro llorando y en ese momento cuatro rosas de color rojo intenso florecen en su pecho, fagocitando su alma. Me da un último apretón con la mano, el más fuerte que me han dado nunca, antes de aflojar y caer al suelo, con las extremidades retorcidas, como un maniquí en el vertedero.
                Comprendo: yo puedo ser el siguiente. Hecho a correr y resbalo con algo, no quiero saber qué. Pies desconocidos y aterrorizados me pisan las manos y las piernas. Los rodillazos de inocentes me llueven sobre la cabeza y me hacen perder el norte. Tengo el traje manchado de sangre y tierra, mi precioso traje. La palmera final ilumina el cielo como un millar de meteoritos. Y el cielo se tiñe de rojo. Y el suelo se tiñe de rojo. Y yo me tiño de rojo.

                Sin poder levantarme observo un último fogonazo. Y siento mi cabeza esparcirse por todo el lugar.