Huimos. Huimos de todo. Esa es la única conclusión a la que
cualquiera con dos dedos de frente puede llegar si se fija un poco. No hay
persona valiente, todos huimos y buscamos el camino más fácil. Si acaso, están los
que se niegan a huir, pero no por osadía, si no por pura resignación, ya que es
tanto lo que han visto que saben que no sirve para nada.
Huimos del
pasado, porque no es lo que quisimos que fuera, siempre arrepintiéndonos de lo
que hemos hecho. Por supuesto, huimos del presente porque solo es un reflejo
desdibujado del pasado y el futuro… huimos de el por miedo de que solo sea un
mal reflejo del presente. Renunciamos a luchar porque no tenemos la completa
seguridad de la victoria. Ni siquiera estar totalmente seguros de algo ayuda,
aunque solo los estúpidos dan algo por sentado.
Huimos de
las personas que queremos, sin darnos cuenta, lenta y disimuladamente, para que
nadie se percate. Y huimos por miedo a hacerles daño o por miedo a que nos lo
hagan. Corremos cuando vemos la verdad, porque es siempre demasiado dolorosa,
porque ver expuesta la realidad absoluta, sin fisuras y sincera es insoportable
para una mente sana. Sin embargo, también renegamos de la mentira, porque no
hay nada como la verdad. ¿Incongruentes? No, solamente perdidos.
Huimos a
las montañas, al mar, a las ciudades remotas, incluso nos estamos planteando
huir al espacio. Porque ni siquiera el fin del mundo es suficiente consuelo. Nos
escondemos en los recovecos más recónditos por el terror que nos produce asumir
nuestro alrededor. Al fin y al cabo, el mundo escupe más motivos para
refugiarnos que para no hacerlo.
Huimos, y lo peor de todo es que la mayoría no
nos damos cuenta. Casi todos creen que solo huyen los que tiran las espadas al
suelo y corren a su castillo, por hacer una metáfora medievalista. Se equivocan,
esos se retiran. Huimos los que posponemos algo por miedo, pereza o asco. Huimos
los que callamos, porque el que calla no otorga, solo pierde la oportunidad de
algo, incluso de ser feliz.
Huimos y nos sumimos en la
hipocresía, aunque también intentemos rehuirla. No hay valientes, solo
cobardes. Y la cobardía puede aportarnos facilidades y comodidades, incluso la
vida, pero jamás la felicidad. Y es así, huimos y nos facilitamos la vida física,
pero nos jodemos por dentro, cometiendo la peor felonía: huir de nosotros
mismos.
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