diumenge, 1 de maig del 2016

Fogonazo

                El cielo se tiñe de color verde, después de rojo y finalmente de morado. Y otra vez, alguien perdido en un lugar oscuro de la calle aprieta un botón y se inicia la cadena de fogonazos que sueltan las cargas explosivas. Palmeras de chispas doradas, columnas retorcidas de humo y fuego y bolas de calor estallan tintando el lienzo nuboso para acabar con un sonoro estallido, que recorre la avenida levantando el ánimo de la gente.
                Estoy feliz, no tengo lo que quiero pero casi, y eso ya es más de lo que se puede pedir. Observo embelesado el teatro de luces y explosiones rodeado de amigos y amigas, todos vestidos de blanco, negro, gris o azul marino. Todos de gala, todos disfrutando de nuestro momento. Un cuadro idílico que se rompe cuando por el rabillo del ojo veo un fogonazo. Extraño, porque es un fogonazo que sale desde una ventana, en diagonal y hacia el suelo, en lugar de hacia el cielo.
                Tardo un segundo en comprender, los segundos necesarios para que el proyectil le haya reventado el corazón a la amiga que tengo al lado. Cae a cámara lenta. Ante mi mirada horrorizada, la veo, hermosa, derrumbarse en el suelo y comenzar a colorear su puro vestido de rojo. Los fuegos artificiales siguen y lo acallan todo, el disparo, mi grito y el sonido hueco de su cuerpo al golpear el cruel asfalto.
                Ni siquiera tengo tiempo de arrodillarme para consolar a una amiga muerta cuando el siguiente cae. Esta vez más gente se da cuenta. La cabeza de mi mejor amigo explota como una sandía, esparciendo trozos de hueso, piel y cerebro junto con sus recuerdos y sentimientos. Me quedo clavado en el sitio, media agachado, con los parpados paralizados y los ojos enrojecidos.
                Otro disparo se lleva por delante la mano de otro amigo y otro le revienta el ojo. Entonces el castillo de fuegos artificiales es lo de menos, porque los gritos y llantos son tantos y tan estridentes que las detonaciones solo son un eco de fondo, insignificantes. La gente corre frenética a mí alrededor mientras me enderezo. Los que se supone que son mis amigos me empujan y me dan golpes para huir, sin importarles quien este en medio. La única amiga que me tira del brazo para correr está desesperada. La miro llorando y en ese momento cuatro rosas de color rojo intenso florecen en su pecho, fagocitando su alma. Me da un último apretón con la mano, el más fuerte que me han dado nunca, antes de aflojar y caer al suelo, con las extremidades retorcidas, como un maniquí en el vertedero.
                Comprendo: yo puedo ser el siguiente. Hecho a correr y resbalo con algo, no quiero saber qué. Pies desconocidos y aterrorizados me pisan las manos y las piernas. Los rodillazos de inocentes me llueven sobre la cabeza y me hacen perder el norte. Tengo el traje manchado de sangre y tierra, mi precioso traje. La palmera final ilumina el cielo como un millar de meteoritos. Y el cielo se tiñe de rojo. Y el suelo se tiñe de rojo. Y yo me tiño de rojo.

                Sin poder levantarme observo un último fogonazo. Y siento mi cabeza esparcirse por todo el lugar. 

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