Carlos Ruiz Zafón escribió en La sombra del viento: “Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma.
El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y
soñaron con él.” Esas dos oraciones calaron muy hondo en mi ser, hasta el punto de que el único requisito que
pida para prestar un libro sea que me lo devuelvan en buen estado. Pero aunque
me gusten mucho los libros, no he vuelto para hablar de ellos.
Estas palabras
me han hecho hoy pensar en el alma, pero no en el alma de los libros, sino en
el alma humana. El hecho de que el alma de un libro esté formada por sus
lectores es aplicable a la de las personas. Nuestra mente es como un puzle,
formada por millones de piezas que encajan entre ellas hasta crearnos. Esas partes
se articularían alrededor de una más grande, nuestro yo esencial. El resto del
mosaico estaría formado por las personas que conocemos, e incluso de los seres
y lugares con los que entramos en contacto. Algunas teselas de este compuesto
son enormes, muestran la importancia que han tenido en nuestras vidas una
persona o un hecho y que siguen presente en nuestra personalidad. Otras son más
pequeñas, representan algún hecho esporádico, una noche con un persona que
nunca hemos vuelto a ver, una mascota que hemos querido mucho o algún paisaje
que se ha quedado marcado a fuego en nuestra retina. Piezas pequeñas pero
esenciales.
Es más,
estos hilos que formas el manto de nuestro ser, pueden ser directos e
indirectos, como Zafón, que sin saber de mi existencia ha condicionado la
escritura de esto que estás leyendo. O incluso puede que a través de mi influya
a otros, todo es posible.
Sin embargo, no todas las piezas
son buenas. Las influencias también son malas, algunas nos corrompen y nos
manipulan para cambiarnos, para hacernos aprender que el mal existe. También puede
ocurrir que alguna pieza no encaje con las demás, o que algunas de ellas se
pierdan en la inmensidad de nuestro subconsciente. Entonces llega la locura, el
vacío, el sentirse incompleto porque nuestra mente está inacabada, porque
nuestro espíritu está incompleto… Porque nuestra razón de ser no está
totalmente definida.
Todo a nuestro alrededor nos
influye, nos transforma y hace mella en nosotros, queramos o no. Incluso las
cosas que parecen insignificantes o que acabamos olvidando son capaces de hacer
una mella en nuestro cerebro. Todo puede hacernos felices, desgraciados o
enloquecernos. La posibilidad de poder vivir bien radica en nuestra capacidad
de conocernos a nosotros mismos, de poder ver el rompecabezas de nuestra cabeza
y comprenderlo, sin huir, simplemente aceptándolo, porque cualquier puzle es
bonito.
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