Luces de neón, haces vaporosos se
colores estridentes que se difuminan por doquier, sacando destellos etéreos de
cualquier metal o cristal, desde diamantes a botellas rotas. Todos apretados y
saltando, restregando los cuerpos para sentir un poco de calor en la noche fría.
Todos con ron, vodka, tequila, ginebra y un chorrito de anís.
La superestructura de barras de
metal retorcido se levanta hacia el oscuro cielo sin estrellas, intenta
humillar, dejar bien claro que no hay nadie superior, todos son ínfimos,
insignificantes. La maraña grisácea sujeta los altavoces que parecen atalayas
de ruido, dejando escapar los gritos roncos, estridentes y rotos que a todos
parecen gustar y atraer. En realidad, nadie escucha. Todos oyen y repiten como
loros, pero no responden a la letra, ni a los instrumentos, ni a los gritos
silenciosos que brotan de dentro de ellos mismos.
Las luces siguen barriendo el
lugar, iluminando rostros embriagados y felices, pero también tristes y
somnolientos. La única constante: el brillo eterno que no deja indiferente a
nadie, porque tienen miedo. Tienen miedo de que si se quedan a oscuras todos
descubran que son iguales, la misma materia.
Es una
noche como tantos otras, que sirve de puente entre el atardecer y el amanecer,
entre la cama de uno mismo y la de un desconocido. Una noche para mezclar ron,
vodka, tequila, ginebra y un chorrito de anís.
Una chica
no baila, esta quieta con la mirada perdida. No es diferente a nadie, porque
otras noches hubiera hecho esos movimientos que esta noche tan ridículos le
parecen en otros. La luz no le afecta, las canciones deformadas no la
despiertan y su vaso de colores cambiantes apenas se ha vaciado. Podría ser ron
o vodka, tequila o ginebra o incluso anís, quien sabe. Lo que sí se sabe es lo
aguado que esta, como la chica insulsa. Con un amor aguado, con una felicidad
aguada, con la voluntad aguada… Nada en su vida parece ser completamente puro,
todo son mesclas con más disolvente que soluto, con más mierda que
autenticidad.
La chica
no está sola, pero si se siente abandonada. Rodeada de gente, con pareja y
familia se siente increíblemente aislada. Sin una mano que se extienda para
salvarla de su mundo inundado. No hay voces de ánimo, ni palabras de victoria,
porque no hay nadie, y en el fondo ella lo sabe.
Lanza su
vaso, si le cae a alguien, mala suerte, no será el primero. La chica se va para
buscar otra copa, esta vez sin hielos, prefiere beber caliente que aguado. A probar
suerte, para ver si el ron, el vodka, el tequila, la ginebra y el chorrito de anís
pueden salvarla, aunque tan solo sea por una penosa noche.
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