dissabte, 17 de setembre del 2016

Aguas sin futuro

                Las aguas verdes y putrefactas estaban totalmente inmóviles, ni tan solo el viento que agitaba con violencia los árboles que la circundaban se atrevía a sacudirlas. Botellas de plástico la navegaban, semejando un banco de peces iridiscentes que convertían la afligida luz en arcos iris, que pese a brillar con colores, eran incapaces de convertir en alegría la pena que impregnaba la atmósfera. También llovía, llovían hojas marchitas y muertas que se dejaban caer con delicadeza sobre la superficie del agua enfermiza.
                El cielo estaba triste. Las nubes blanquecinas hacían que la luz del sol llegara mortecina a la tierra, creando sombras vaporosas y endebles pero igualmente terroríficas. No quedaba ya nadie en una piscina en septiembre. Los niños iban a clase a llorar el verano, los pájaros empezaban a migrar y los gatos callejeros se mudaban a barrios más poblados, más sucios. Por lo tanto, en otoño, invierno y primavera, una piscina se convertía en una tumba perfecta.
                Sus cabellos rojos le rodeaban la cabeza enmarcando sus rasgos andróginos y aniñados. Ni hombre ni mujer, solo igualdad, armonía. Con piel blanca que se teñía del azul purpureo del infierno y ojos verdes como el agua que le arropaba, que le arroparía ya para siempre. Sus labios finos formaban una simple línea que parecía mostrar que no se conformaba. Que no quería un mundo donde se moría por ser diferente, que se lloraba por nacer de una forma u otra, donde nadie se respetaba.
                En algún lugar de su ya inservible cerebro, se escondía la imagen de su madre llamándole ángel, llamándole demonio. Puede que no fuera un ser humano y por eso mismo acabo sus días sin palabra felices: porque para las personas era el ideal convertido en carne. Era demasiado para la condenada Tierra, para una especie cegada con su propia vanidad, ahogada en su propio egocentrismo.
                Sus velados ojos eran como pantallas donde se podía leer que no estaba triste, que había muerto luchando por lo que quería. Vivir por nada o morir por algo. Al menos lo había conseguido. Y al fin y al cabo, había sido la sociedad quien más había perdido.
                Y aún hoy sigue allí, su cuerpo, deformándose por la corrupción que arrastra a todo la existencia para seguir existiendo. No obstante, su verdadera entidad no sigue allí. Porque los sueños nunca mueren, están para cumplirse. Si alguien no consigue cumplir su voluntad otro la heredará. Y es por eso que nunca acabará de morir, porque era un ideal, un sueño y una voluntad. Era el cambio, que por desgracia, tanto necesitamos.

                Se hunde, lo veo. Las aguas se apoderan de su cascaron, deseosas de tener un recuerdo del ideal de vida. Lo último que desaparece en ese infinito verde es su pelo rojo, una llama en un bosque de hipócritas. Incluso desapareciendo es sutil. Por desgracia, no lo suficiente para evitar desaparecer, ahora serán otros quienes deberán cambiar el mundo, espero que no condenados a perderse en aquel verde. Y entonces la atmósfera se rompe y ya no es triste, es simplemente indiferente, como siempre.

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