dissabte, 11 de febrer del 2017

La dignidad de la Tierra.

                Hace unos cuantos días, una bandera hizo que una amiga y yo debatiéramos durante los últimos minutos de Química biomolecular (o tal vez fuera Termo) que era más importante: la dignidad de un pueblo o su Tierra.
                En sí, nos centramos más en discutir que debía ser salvado antes. Por un lado, necesitamos la Tierra para llenas nuestras vidas corpóreas. Para sacias y alimentar nuestra voracidad incansable.
                Sin embargo, la dignidad alimenta nuestra otra voracidad, la voracidad etérea y confusa que crea nuestra vida espiritual. Sin dignidad, no hay vida, porque no hay orgullo que engrandezca nuestra lucha por la Tierra.
Después de debatir con ella, debatí conmigo mismo. Legue a la conclusión de que no había sacado conclusión alguna. ¿De qué sirve la Tierra si vives de rodillas? Está claro que vale la pena vivir, pero hay peores existencias que la muerte. ¿De qué sirve la dignidad si nos morimos de hambre? Por desgracia, necesitamos nuestra parte física para validar la espiritual.
Y seguí pensando hasta complicar más las cosas. ¿Vale la pena luchar por un páramo de hielo y nieve perpetuos? ¿Derramar sangre por un pantano filtrado por enfermedades y mierda? ¿Por un palmo de arena fina como la luz de las estrellas?
Y cuando hablamos de la dignidad las especulaciones se multiplican como la Escherichia coli a condiciones óptimas. Si defendemos la dignidad de un pueblo, debemos hablar de múltiples dignidades que aumentan con los años. Por ejemplo, cuando miro mi pasado y veo como mis “yo” antiguos son en realidad mis “ellos” me doy cuenta que soy el resultado de haber pegado apresurada y macabramente muchos “yo” por mí mismo”. Incluso mi “yo” actual tiene demasiadas facetas. Ninguna falsa, pero sin llegar a ser verdaderas. Y el colmo aparece cuando veo las personalidades de los demás. Dos vecinos, ocho amigas, diez hermanos, quince madres y quince mil “yo”. Demasiadas almas cándidas con demasiadas dignidades ingenuas para abarcarlas con una sola “dignidad”.
Como conclusión: nada. Como “quimeras de nosotros” que somos jamás daremos con un final apropiado para estas palabras. Encontrar la dignidad o la Tierra absolutas, como la felicidad, la libertad, el odio o el amor es imposible. De la misma forma que los volcanes son amados y rehuidos a la vez, un pueblo jamás tendrá una dignidad que lo contente al 100 %. Ni siquiera contentará al 100% de los seres de una persona.

Por suerte o por desgracia, somos demasiados: cada vez más corruptos en una Tierra más y más discorde cada día con tanto gilipollas pululando sobre ella. 

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