dilluns, 26 de juny del 2017

Poesía de obuses

                Me prometiste que siempre estarías para mí. Me juraste que volverías. Me dijiste que, pasara lo que pasara, no morirías, que la guerra pasaría a tu lado, delicada y gentil. Me mentiste, me traicionaste. Sé que es egoísta pensar eso, ya que eres tú quien ha muerto en combate. Pero soy yo la que sigue aquí, acosada por la sombra de la casa que nunca compraremos en Russafa, perseguida por la idea de un viaje a alguna ciudad del sud, durmiendo junto al cadáver frío del hijo que jamás podremos tener…
                Miro a mi madre leyendo un libro junto a la mecedora, de pie, al lado de la ventana. Seguro que es una antología de Ausiàs March. Para ella es como su Biblia. Piensa que Dios murió cuando creo a los humanos. Yo ya no pienso en la religión, ellos se han pasado al otro bando. Está demasiado vieja y no por los años. El hambre, la penuria y la angustia consumen mil veces más que el tiempo. A saber cómo me veo yo.
                Me dijiste que no morirías y me dijeron que recogieron los cachos sanguinolentos de tu cuerpo mutilado en un campo humeante de muerte y dolor. No te enterramos, nunca volviste a casa, a nuestra casa de Russafa. Lloré por ti y lloré por mí, pero también lloré por el país. Desmembrando en bandos de hermanos matándose unos a otros. Troceado como un puzle imposible de volver a montar. Un país que ya no es, un país que ya nunca volverá a ser. Solo queda humo, cenizas y sangre.
                La pared se hunde y mi madre es devorada por una gran bola de fuego. Ni siquiera se ha percatado de que ha muerto. Mientras la onda expansiva me lanza contra el suelo pienso en las alarmas que tenían que avisarnos de los cuervos negros con las panzas cargadas de muerte. Ella también me ha traicionado. En el tiempo que me cuesta en levantarme lloro por mi madre. No puedo permitirme el luto que tuve contigo y con mi padre.
 Salgo corriendo del salón que se ha convertido en la antesala del infierno. Mientras busco una escapatoria el sonido de las bombas estallando como una mascletà de pérdidas y tristeza me ampara. Cuando llego a la escalera descubro que ya no existe. Otra más. Solo humo y cenizas. Veo las extremidades retorcidas de doña Enriqueta asomar. Y sangre.
Mantengo la calma dentro de lo posible. Tú me advertiste antes de irte de que si esta situación se daba buscara una vía alternativa: saltar al edificio contiguo, con el tejado un par de metros por debajo del nuestro. Vuelvo al salón.
Las cosas han empeorado allí, así que solo corro como una loca hacia la ventana, acompañada por el humo negruzco. Cuando mis pies tocan suelo me alivio. Ahí aún no ha caído ninguna bomba. En ese momento lo veo. Valencia ya no existe: solo hay humo, fuego y explosiones atronadoras. El silbido de las bombas al caer es acompañado por una cacofonía de gritos de toda índole. El Turia hoy desembocará negro y rojo a un Mediterráneo cansado de tanta muerte y destrucción.
Al mismo tiempo que mi edificio de hunde y el contiguo en el que me encuentro se bambolea como un castillo de naipes, oigo el silbido. No levanto la cabeza. Sé lo que viene. La explosión es horrible y destruye los cimientos de la vivienda. Dejo de estar sobre suelo firme. El techo se hunde mientras que la gran mole de cemento, ladrillo y metal se inclina hacia la calle, como si buscara refugiarse de algo.
Mientras me sumerjo en un mar de escombros, humo y ceniza pienso en ti. Pienso en como han metido su ideología en nuestro amor y en el de tantos. Y por desgracia, lo seguirán haciendo. Pienso en un bombardeo innecesario, como tantos otros. Ya hemos perdido, aquí solo se respira derrota, no hace falta respirar el olor putrefacto de la carne quemada. Se me hace largo. Cierro los ojos y solo pienso en ti. Gracias por morir: no tendré que ir sola a un lugar que no conozco.

Entonces las piedras puntiagudas me dan la bienvenida con los brazos abiertos.

dijous, 22 de juny del 2017

Almas de recuerdos. Alana XII.

                La mujer abre la puerta herrumbrosa que le lleva a la azotea de aquel edificio infinito que parece un monstruo de acero, cemento y cristal, como todos los que le rodean. No necesito buscarla. La silueta de la joven aparece recortada por las luces cansadas y deslumbrantes de la noche neoyorquina más pura. El cielo, perfectamente negro, condenado a no poder mostrarnos nunca más una sutil estrella lejana, enmarca su cuerpo con la perfección de un arquitecto.
                La joven está sentada sobre la empuñadura de una guadaña que está clavada en el borde del edificio. Suspendida en el aire parece un ángel, un ángel negro y mortal. La mujer duda. No sabe si es por la brisa fría que arrastra millones de partículas letales o por la presencia de la chica pero tiembla. Ella no la está mirando, pero sabe que la ha detectado nada más entrar en el edificio.
-          ¿Eres Nova? – pregunta al fin la mujer, con voz temblorosa. El miedo que emana es palpable.
La chica asiente imperceptiblemente. El silencio se posa entre las dos como un caldo espeso durante unos segundos interminables. Los gritos de los coches y los rugidos de las personas llegan apagados hasta allí arriba. La mujer no sabe qué hacer. Está apunto de marcharse cuando la voz de la joven le sorprende.
-          Estoy esperando a que expongas tu caso – tiene la voz bonita y decidida, pero está teñida de tristeza y dolor, como una espada oxidada tras cientos de guerras traumáticas y desgastadoras.
La mujer traga saliva.
-          Quiero que mates a mi hermano. Hace seis meses se trastornó con la muerte de mis padres que murieron en un accidente de tráfico.
Coge aire. Una lágrima solitaria crea un arco de agua salada desde su ojo hasta su barbilla.
-          Se instaló a vivir en mi casa porque no sabía cuidarse solo. Yo no me quejé, le quería y mi marido y  mis hijas también. Cuatro meses después, empezamos a notar a nuestra hija mayor rara. Estaba distante y triste. Intentamos hablar con ella pero se cerró en banda. Cada día estaba peor y aunque intentamos sacarla de ese pozo oscura fuimos torpes o lentos,  o quizá solo fuimos malos padres – el gesto de la mujer es un ictus de tristeza y rabia -. Hade dos día, cuando llegue a casa de recoger a mi hija pequeña me encontré a mi marido muerto junto al cadáver de mi hija mayor. Mi marido pillo a mi hermano forzándola y los mató a los dos. A ella la violó otra vez después de muerta. Mi hermano dejó una nota: “Iré a por la otra”. La policía aún no lo ha encontrado. Temo por la pequeña.
La mujer había intentado ser breve. En parte para no aburrirla, en parte para no magnificar su ya enorme dolor.
-          Se llamaban Charles y Victoria.
No sabe porque lo ha dicho, pero ha creído que era necesario.
-          Lo comprobaré – dijo la mercenaria llamada Nova -. Mañana a las 11 ven a esta azotea, si es verdad lo que dices, estaré aquí. Trae el dinero y tu hermano desaparecerá. Ahora vete.
La mujer asiente y se va. Ni siquiera se despide, está triste y asustada. Sin embargo, cuando salé de la azotea recuerda que no le había dicho el nombre del monstruo de su hermano. Vuelve corriendo a la azotea pero ya no hay nadie. Suspira y se va resignada. Si es tan buena como dicen no le hará falta el nombre de su hermano. Una presencia asesina la abruma.

Alana cae. Como todos los días, intenta volver a empezar. Corbella gira a su lado. El aire lleno de polución le hace daño a la piel mientras cae. Está cansada de luchar. Lo único que se le ocurrió para poder sobrevivir fue dedicarse a matar. No sabía hacer nada más. Lo que no esperaba era encontrar monstruos peores que Pandora. Quizá no tan feos por fuera, pero increíblemente podridos por dentro.
Seis manojos de hilos salen de la espalda de Alana y se amarran a la pared del edifico a un metro del suelo del callejón oscuro que casi se convierte en su tumba. Como siempre que ella intenta destruir su cerebro y sus recuerdo, su cuerpo se lo impide. De todas formas tampoco quiere olvidar. Si ella deja de recordarlos morirán de verdad, sus amigos, sus hermanos, incluso ella misma. De hecho, Victoria ya ha muerto y, en cierto modo, Alana también. Jamás podrá ser la misma. Su alma está tan muerta como la de sus amigos. Perdida. Deshecha. Ojalá haber muerto la noche que lo empezó todo en Estocolmo. Solo se arrepentiría de no haber matado a Pandora.
Se deja caer en el suelo y se dirige hacia la calle llena de gente. Tiene trabajo. Sabe que la mujer no ha mentido, lo de comprobarlo es puro trámite. Entonces la ve. Debajo de la entrada del edificio. Un grupo de gente intenta ayudar a una mujer que sangra a borbotones por el cuello. Alana sabe que no hay nada que hacer.
Se va. No cobrará por ese trabajo, pero por lo menos aún tiene la oportunidad de salvar una vida. La niña tendrá que salir adelante sin padres ni hermana, pero al menos vivirá. No lo hace por pena por la víctima ni por odio hacia el asesino. Simplemente lo quiere hacer.
Victoria hace tiempo que está enterrada y ahora ha decido matar a  Alana de la misma forma que lo hizo con su madre y con sus hermanos. Solo queda Nova.


¿Quién llorará la muerte de Alana?

dissabte, 3 de juny del 2017

Almas de podredumbre. Alana XI.

                Alana salta esquivando la vara putrefacta. La punta de esta se clava en el suelo hasta la mitad. Rápidamente, el suelo empieza a enverdecer y convertirse en polvo. No solo la materia orgánica, todo es envilecido por el contacto del arma de su madre. Incluso el aire que entra en contacto con ella se vuelve gris e irrespirable.
-          Te presento a Garrot, el arma destinada a defenderme de mis dos hijos inmortales. Fui previsora.
La sonrisa perversamente afable perfora el alma de Alana. Que vuelve a gruñir de rabia.
-          Te he dicho que no somos tus hijos – dice Alana mientras invoca a sus hilos para atar las molestas parras de la mano derecha de Pandora y dirige a Corbella hacia la cabeza de la científica.
Como era de esperar, Pandora interpone a Garrot, dispuesta a destruir la guadaña de su hija. Sin embargo, Alana deja caer a Corbella, y utiliza el hueco que ha abierto en el flanco izquierdo de su madre para empalarla con una Falç recién creada y pequeña por lo precipitado del ataque.
La punta roja de la espada apenas roza la bata blanca. Pandora utiliza una de sus parras escondidas en su espalda para redirigir a la vara. De nuevo, la sangre fresca empieza a secarse y corromperse. Alana, observa aterrada como la punta de Garrot se dirige hacia la empuñadora. En el último segundo, decide soltar a Falç, con la esperanza de recuperarla más tarde.
Rápidamente, se aparta de su madre mientras un manojo de hilos regeneradores recoge a  Corbella, fuera de peligro, del suelo. Si se hubiera dado cuenta un segundo más tarde, la vara le hubiera atravesado la cabeza como una sandía lanceada. Alana aparta la cabeza y mira, de reojo, como Garrot abre un boquete en su pelo rubio. Este rápidamente empieza a emblanquecer y deshacerse. No obstante, la cosa no acaba ahí. La putrefacción  sigue subiendo por el pelo de Alana. Un abanico de hilos emergen de la nuca de Alana cortan la cabellera tajantemente.
Ocho o siete lianas, que han conseguido escapar de los hilos aprovechando la distracción de Alana, se fusionan en un látigo de medio metro de diámetro y se estrellan violentamente en el estómago de Alana. Esta, sale despedida como una marioneta sin marionetista y se estampa, atravesando una estantería, contra la pared.
Alana ahoga un grito al sentir como se le rompen varios huesos y se le desgarran músculos y órganos. Los hilos se repliegan velozmente en ella para repararla justa antes de que Pandora la vuelva a intentar asestar. Aunque Alana aún conserva a Corbella, esta es inútil si no puede acercarse a su madre. ¿Cómo derrotar a un enemigo con una defensa y ataque tan perfectos? Ni Quarantamaula ni Dip ni Nudus se podían comparar con la bestia que ahora intenta destruir a su verdugo.
Garrot vuelve a intentar ensartarla y Alana lo esquiva como puede. Cuando la vara se vuelve a meter en el suelo lo ve. Un manojo de hilos sale de su espalda y rodea una enorme piedra del ataque anterior de Floresta. El pedrusco sobrevuela la cabeza de Alana y cae sobre la mano izquierda de Pandora, hundiendo a Garrot aún más en el suelo. Pero no es suficiente.
Alana salta sobre la piedra y la utiliza para elevarse en el aire. Mete a Corbella en el techo y la utiliza como punto de apoyo para dejarse caer sobre los hombros de Pandora, como si esta la llevara a caballito. Sin pensárselo dos veces, invoca la única arma que le queda. Trabuc se forma en ambas manos de Alana, que está dispuesta a volarle la cabeza a Pandora.
Las parras se mueven con una velocidad propia del miedo. Aunque Alana consigue retener a la gran mayoría de ellas, unas cuantas se enredan en sus brazos y tórax y se ponen en tensión. Alana desesperada, intenta ahogar con sus piernas a su madre al mismo tiempo que las parras le ahogan a ella. ¿Qué pasaría si se quedaba sin aire? ¿Se podría curar? Intenta pensar lo mínimo en ello. Un manojo más de hilo, surge de su espalda, enganchándose en el suelo, y tira, intentando encorvar tanto a Pandora como para romperle la espalda.
-          Es inútil – dice Pandora con su voz amable trastocada por el esfuerzo y el ahogamiento. Su mano izquierda ya está libre del suelo y Alana comprende que ha perdido al ver como la vara emerge de un suelo negro y maloliente.
Una Falç más fina que nunca, pero larga, cae del suelo atravesando la mano derecha y la vasija de Pandora, anclándola al suelo. El rostro risueño de ella se crispa por un momento al ver como unos ojos multicolores emergen de la oscuridad absoluta. Floresta ya no tiene forma de gato, ahora es un niño. Un niño con un corte horrible en el costado. Tributo para formar a Falç.
-          Félix – susurra Alana con lágrimas en los ojos. Llora de felicidad.
Sin embargo, las cosas aún no han acabado. Garrot sigue en pleno funcionamiento. Floresta esquiva los últimos coletazos de las parras y las utiliza como trampolín para llegar hasta Corbella. Con una voltereta, el niño coge la guadaña y desciende hasta cortar el brazo izquierdo de Pandora.
Garrot, empuñado por un brazo sin amo, asciende como un fantasma fatal, como un ángel negro, atravesando el pequeño cuerpo de Floresta.
-          Flo…resta quiere a  Ala…na – dice mientras su cuerpo se corrompe. Demasiado rápido.
Trabuc estalla a la vez en la mano derecha e izquierda de Alana reventando la parte superior de la cabeza de Pandora. Alana sale despedida por el retroceso gritando y llorando de tristeza y rabia.
Cuando llega junto al cuerpo de Floresta este está de lado, atravesado por Garrot. El brazo amputado no está, seguramente habrá salido despedido. Alana coloca la cabeza de Floresta en su regazo. Nada. Muerto. Su cara es hermosa, aunque cubierta por una capa de verde. Félix, Quarantamaula, Floresta… ya no importa. Su pequeño cuerpo de volatiliza hasta elevarse, convertido en una nube de polvo infinita que al cruzarse con un haz de luz que se cuela por el agujera que ha dejado Corbella, brilla con todos los colores habidos y por haber.
El cuerpo encorvado de Pandora gotea por su cabeza partida brutalmente a la altura de la nariz. Sigue sonriendo, aunque con una sonrisa invertida que perfora el espíritu de Alana.
Son tantos los cadáveres que hay fuera del laboratorio que Alana simplemente decide meterles en el laboratorio y dejarlos ahí, como un mausoleo de horrores. No tiene fuerza ni motivación para cavar tantas tumbas.
Simplemente, encuentra seis alcornoques en círculo y decide grabar una letra en cada uno: J, D, J, C, R y F.
¿Y ahora qué?

¿Quién enterrará a Alana?