dijous, 22 de juny del 2017

Almas de recuerdos. Alana XII.

                La mujer abre la puerta herrumbrosa que le lleva a la azotea de aquel edificio infinito que parece un monstruo de acero, cemento y cristal, como todos los que le rodean. No necesito buscarla. La silueta de la joven aparece recortada por las luces cansadas y deslumbrantes de la noche neoyorquina más pura. El cielo, perfectamente negro, condenado a no poder mostrarnos nunca más una sutil estrella lejana, enmarca su cuerpo con la perfección de un arquitecto.
                La joven está sentada sobre la empuñadura de una guadaña que está clavada en el borde del edificio. Suspendida en el aire parece un ángel, un ángel negro y mortal. La mujer duda. No sabe si es por la brisa fría que arrastra millones de partículas letales o por la presencia de la chica pero tiembla. Ella no la está mirando, pero sabe que la ha detectado nada más entrar en el edificio.
-          ¿Eres Nova? – pregunta al fin la mujer, con voz temblorosa. El miedo que emana es palpable.
La chica asiente imperceptiblemente. El silencio se posa entre las dos como un caldo espeso durante unos segundos interminables. Los gritos de los coches y los rugidos de las personas llegan apagados hasta allí arriba. La mujer no sabe qué hacer. Está apunto de marcharse cuando la voz de la joven le sorprende.
-          Estoy esperando a que expongas tu caso – tiene la voz bonita y decidida, pero está teñida de tristeza y dolor, como una espada oxidada tras cientos de guerras traumáticas y desgastadoras.
La mujer traga saliva.
-          Quiero que mates a mi hermano. Hace seis meses se trastornó con la muerte de mis padres que murieron en un accidente de tráfico.
Coge aire. Una lágrima solitaria crea un arco de agua salada desde su ojo hasta su barbilla.
-          Se instaló a vivir en mi casa porque no sabía cuidarse solo. Yo no me quejé, le quería y mi marido y  mis hijas también. Cuatro meses después, empezamos a notar a nuestra hija mayor rara. Estaba distante y triste. Intentamos hablar con ella pero se cerró en banda. Cada día estaba peor y aunque intentamos sacarla de ese pozo oscura fuimos torpes o lentos,  o quizá solo fuimos malos padres – el gesto de la mujer es un ictus de tristeza y rabia -. Hade dos día, cuando llegue a casa de recoger a mi hija pequeña me encontré a mi marido muerto junto al cadáver de mi hija mayor. Mi marido pillo a mi hermano forzándola y los mató a los dos. A ella la violó otra vez después de muerta. Mi hermano dejó una nota: “Iré a por la otra”. La policía aún no lo ha encontrado. Temo por la pequeña.
La mujer había intentado ser breve. En parte para no aburrirla, en parte para no magnificar su ya enorme dolor.
-          Se llamaban Charles y Victoria.
No sabe porque lo ha dicho, pero ha creído que era necesario.
-          Lo comprobaré – dijo la mercenaria llamada Nova -. Mañana a las 11 ven a esta azotea, si es verdad lo que dices, estaré aquí. Trae el dinero y tu hermano desaparecerá. Ahora vete.
La mujer asiente y se va. Ni siquiera se despide, está triste y asustada. Sin embargo, cuando salé de la azotea recuerda que no le había dicho el nombre del monstruo de su hermano. Vuelve corriendo a la azotea pero ya no hay nadie. Suspira y se va resignada. Si es tan buena como dicen no le hará falta el nombre de su hermano. Una presencia asesina la abruma.

Alana cae. Como todos los días, intenta volver a empezar. Corbella gira a su lado. El aire lleno de polución le hace daño a la piel mientras cae. Está cansada de luchar. Lo único que se le ocurrió para poder sobrevivir fue dedicarse a matar. No sabía hacer nada más. Lo que no esperaba era encontrar monstruos peores que Pandora. Quizá no tan feos por fuera, pero increíblemente podridos por dentro.
Seis manojos de hilos salen de la espalda de Alana y se amarran a la pared del edifico a un metro del suelo del callejón oscuro que casi se convierte en su tumba. Como siempre que ella intenta destruir su cerebro y sus recuerdo, su cuerpo se lo impide. De todas formas tampoco quiere olvidar. Si ella deja de recordarlos morirán de verdad, sus amigos, sus hermanos, incluso ella misma. De hecho, Victoria ya ha muerto y, en cierto modo, Alana también. Jamás podrá ser la misma. Su alma está tan muerta como la de sus amigos. Perdida. Deshecha. Ojalá haber muerto la noche que lo empezó todo en Estocolmo. Solo se arrepentiría de no haber matado a Pandora.
Se deja caer en el suelo y se dirige hacia la calle llena de gente. Tiene trabajo. Sabe que la mujer no ha mentido, lo de comprobarlo es puro trámite. Entonces la ve. Debajo de la entrada del edificio. Un grupo de gente intenta ayudar a una mujer que sangra a borbotones por el cuello. Alana sabe que no hay nada que hacer.
Se va. No cobrará por ese trabajo, pero por lo menos aún tiene la oportunidad de salvar una vida. La niña tendrá que salir adelante sin padres ni hermana, pero al menos vivirá. No lo hace por pena por la víctima ni por odio hacia el asesino. Simplemente lo quiere hacer.
Victoria hace tiempo que está enterrada y ahora ha decido matar a  Alana de la misma forma que lo hizo con su madre y con sus hermanos. Solo queda Nova.


¿Quién llorará la muerte de Alana?

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