dissabte, 30 de setembre del 2017

Green hunters V: Ciprés

                Menfis sonríe con alegría. Cusae la mira fijamente arqueando una ceja. Buscando enemigos, dándole vueltas al Castell del Borreguet, su base central, no parece haber motivos para estar felices.
-          ¿Qué pasa? – pregunta, conteniendo la brusquedad. Al fin y al cabo es la capitana.
-          Aunque mi visión está afectada, aún puedo ver a grandes distancias – una risita jovial la interrumpe. Cusae no recuerda haberla visto nunca así -. Mejor dejo de ver a esos dos. Que se diviertan.
Cusae resopla, sin intentar entender. La tristeza la embarga. Sabe que todos están igual que ella, pero  quieren parecer tan fuertes que casi parece un insulto para Elefantina. No tiene tiempo para pensar más en eso. No se lo dejan: de repente aparecen cuatro personas, corriendo hacia ellas, con los ojos brillando con un extraño fulgor rojo sangre.
Menfis se mueves rápidamente. Cuatro balas salen disparadas. Las cuatro dan entre un par de ojos diferentes. Sin embargo, el único signo de que esas balas hayan existido es el agujero en la cabeza. No hay sangre. Y lo peor, los cuatro siguen moviéndose hacia ellas, frenéticos.
-          Menfis… - dice Cusae entre dientes.
-          Si, lo sé – le responde ella -: no tienen aura propia. Es como si el aura de otra persona les recorriera por dentro…
Cuando están lo suficientemente cerca, Cusae hace crecer su brazo derecho y lo estampa contra los atacantes. Procurando arrastrar el brazo por el suelo para desmembrar lo máximo posible los cuerpos. Mutilados, dejan de moverse. No obstante, el bosque estalla en una marea de cuerpos andantes. Centenares de personas aparecen por todos los lados. En apenas segundos, hay más gente que árboles.
Cusae lanza puñetazos masificados a diestro y siniestro. Sabe que Menfis sigue viva por los fogonazos y el ruido se los disparos. Todo a su alrededor son cientos de cuerpos que solo tienen la intención de atacarla. Sientes sus dientes y uñas roer su piel. Se ha alejado demasiado de Menfis y un zarpazo le ha arrancado el trasmisor y media oreja, por lo tanto, maniobra evasiva: reunirse con Dendarah y Tebas.
Sus brazos de desinflan y son sus piernas la que crecen exponencialmente. Salta sobre la marabunta de cuerpos sin vida. Ha comprendido la parte básica del poder: el usuario introduce su  aura en cadáveres para controlarlos. O quizás los mata para dominarlos. Quién sabe.
Utilizando los árboles como puntos de apoyo, Cusae se desplaza montaña abajo. Echando una mirada al suelo, es fácil ver la cantidad de muertos que la persiguen, con las cabezas hacia el cielo. Con sus inquietantes ojos fijos en ella. Algunos se estrellan contra árboles y otros tropiezan con piedras. Apenas se inmutan.
 Los árboles se acaban. Ha llegado al barranco que separa la montaña del Borreguet de la de enfrente: un amplio tajo de piedra caliza cubierto de hojas secas. Entonces la ve. Una chica flacucha y vestida con colores dispares. Tiene el pelo enmarañado y, cuando se gira, Cusae ve sus ojos: ojos desquiciados, llenos de locura. Pero lo más relevante: tiene aura. Ella es quien controla a la horda de muertos.
Cusae no duda, nada más tocar suelo, hincha su brazo derecho y lo dirige a ella sin dudarlo. Muertos. Por todos lados. Llegan y se echan sobre su brazo hasta detenerlo. Es como si chocara contra un muro de carne muerta. La chica ríe a carcajadas desquiciadas
-          ¿Te gustan los juguetes de Sodoma? – dice con una voz chillona y llena de falsetes -. Tranquila, que los va a compartir contigo.
Centenares de cuerpos empiezan a salir de todos lados. La noche está aclarando, por lo tanto, Cusae es capaz de ver a la perfección a sus enemigos, aunque no desprendan energía. Sus cuatro extremidades crecen a la vez, permitiéndole salir a flote de ese mar de piel fría, a la par que le da la libertad de aplastar con los pies y dar puñetazos. Aunque la basta estrategia parece funcionar y no deja de destruir cuerpos, no tiene la capacidad para llegar hasta Sodoma para acabar con ella. Encima, cuantos más elimina, más aparecen.
-          No está bien que destruyas sus juguetes. Eres mala.
Un movimiento imperceptible en sus ojos, sumado a la fuerza que siente a su espalda, hace que Cusae aparte la cabeza. Un borrón a toda velocidad pasa a su lado, mientras que algo afilado, sesga un mechón de su cabello. Con su cuerpo desproporcionado, el viento que provoca ese borrón hace que Cusae se tambalea y este a punto de caer.
-          Has fallado, Babilonia – dice una voz masculina.
Una voz de mujer bufa.
-          Has fallado tú – dice –. Mi poder es ser rápida en el aire, el tuyo, Kerma, coger la sangre para poder ponerla en ese libro raro y matarla.
Cuando consigue enfocar la mirada, se fija en que al lado de Sodoma hay dos personas más que emiten aura: un chico con una pluma larga y un libro, y una chica que parece flotar por el aire a presión que sale de las plantas de sus pies.
-          Vamos, vamos, chicos, no os peleéis. Los juguetes de Sodoma se encargaran de ella.
Cusae, cuyos miembros han vuelto a la normalidad, se queda inmóvil mientras los muertos la rodean y empiezan a roerla. Ella no puede pensar en atacar, solo tiene ojos para la cara llena de cicatrices y el pelo rubio ondeante. Una cara fría y muerta. Una cara con los ojos rojos. Cusae desaparece bajo un manto de miembros que intentan desgarrarla. Solo se permite una lágrima.
-          ¿Veis? Sodoma era capaz…
La montaña de muertos estalla. Cusae crece, no solo sus piernas y brazos, todo su cuerpo sufre una mutación titánica. Una Cusae de treinta metros aparece. Una Cusae cubierta de sangre y de heridas. Una Cusae que aún tiene zombis desollándola. Incluso algunos se le han metido por debajo de la piel abierta, buscando matarla desde dentro.
-          ¡ELEFANTINA! – grita mientras su brazo izquierdo sale despedido. Como un misil. Como una bomba atómica.
En el segundo que el brazo tarda en impactar, Babilonia es capaz de activar su habilidad y salir despedida por los pelos. Podría haber salvado a Kerma y Sodoma, pero no ha querido arriesgarse. El choque es brutal. Los cuerpos de los dos básicamente son triturados juntos con el suelo, que se abomba bajo el puño como si fuera plastilina.
Apenas le queda aura. Jadea. Es lo último que hace. Babilonia, convertida en una bala humana, atraviesa el pecho de Cusae por su lado izquierdo. Piel, pulmón, huesos, corazón… todo estalla a su paso hasta salir por su espalda, bañada entera en sangre. Sangre ajena.
Cusae se deshincha rápidamente. Su cuerpo se queda encogido, en posición fetal. Inmóvil. Rodeada por un mar de otros cuerpos que se deshacen y pudren hasta solo dejar los huesos. Un mar de calaveras. Sin embargo, una de las manos de Cusae descansa sobre la cara de otro cuerpo femenino de pelo rubio, como si quisiera acercarla a ella. Como si quisiera protegerla.
-          Cuanto más grande es el objetivo, más fácil es de matar – dice Babilonia con una sonrisa enorme en su cara sangrienta. Sigue en el aire, flotando, goteando sangre, como si quisiera regodearse de ser la única superviviente -. Gran estúpida.
La bala le atraviesa la cabeza de un lado al otro. Se le queda una cara de boba incomprensión mientras su aura se volatiliza. Y, simplemente, cae al barranco de calaveras. Un cuerpo más que se pudrirá. Sin ser nadie.


Menfis guarda el francotirador. Está sentada en una rama alta, observando la salida del sol, pero su visión en realidad está acunando dos cuerpos a lo lejos. Se enciende un cigarro y piensa.              Quedan tres intrusos. Sus facciones se contraen en un rictus de odio. Y tres Green hunters. 

dissabte, 16 de setembre del 2017

Green hunters IV: Cerezo

                Dendarah y Tebas escalan una de las pocas montañas peladas y sin vegetación que tiene el Santuario. También es una de las más altas, lo que da unas vistas geniales y perfectas. Ambos van cargados con la angustia de saber que Elefantina había muerto a manos de uno de los intrusos unas horas atrás. Encima, la reunión de urgencia que habían tenido con Menfis y Cusae en el castillo del Borreguet y el saber que algo estaba interviniendo con los poderes de Menfis no ayudaba a mejora su humor. Sin poder contar con la súper-visión de la capitana habían decidido que ellos dos vigilarían los movimientos del enemigo desde el mejor punto de observación mientras que ellas protegerían el cuartel.
                Alcanzan la cima exhaustos y sudados, no obstante, las vistas lo merecen. Apenas quedan unas tres horas de noche y apenas se ve nada pero esperan que al amanecer la cosa mejore. La estructura endeble de una torre les sirve de punto de vigilancia perfecto. Dendarah mirando al norte y al oeste, Tebas mirando al sud y ,también, al oeste. El este es solo la gran sopa negra del mar que se agita a lo lejos.
                La plataforma de la torre es muy pequeña y Dendarah siente como Tebas se agita, espalda contra espalda:
-          ¿Crees que Cusae estará bien? – pregunta con su voz tranquila y sin dejar de otear el horizonte que forman las murallas.
Dendarah suspira.
-          Es doloroso para todos, pero ella estaba muy unida a Elefantina. Por eso Menfis la ha dejado en la base junto a ella: tiene miedo de que cometa una tontería

Tebas asiente sin que Dendarah pueda percatarse. Durante unos minutos, el silencio se establece entre ambos. Parece una noche para solo pensar y que la vigilia sea el único punto alrededor el cual moverse. Aunque solo lo parece.
-          Me siento muy triste. No estoy acostumbrado – dice Tebas a sus espaldas -. No conozco muy viene como manejar los sentimientos y desconocía el lazo dulce y cálido que se había formado entre ella y yo. Entre vosotros y yo.
Dendarah no sabe que responder a eso. Él tampoco se había percatado de sus sentimientos. Eran solo asesinos y mercenarios. Sin derecho a sentir.
-          Supongo que me rompería si te pasara algo.
No responde. Sigue sin saber cómo. Sin embargo, su mano derecha se mueve hacia atrás hasta que siente como sus dedos se entrelazan. El rubor le cubre las mejillas. “¿Por qué?” piensa, confundido. No había vuelto a sentir nada por nadie desde que se lo arrebataron hace cinco años. Desde el día que descubrió como usar su habilidad. Entonces lo siente: su aura, la hermosa y preciosa  aura de Tebas. Siente como se agita y cambia de colores, como un caleidoscopio. La siente hasta que su propia aura emerge y la tapa. Porque el aura no representa solo poder y energía, también es la manifestación del deseo. De las pasiones.
Se gira con los ojos cerrados y no necesita ver para saber con qué se encontrará. Los labios de Tebas son suaves y cálidos. Mientras le besa siente la extraña textura de la cicatriz que parte su labio superior y las cosquillas que le hace su fina barba. Después, es todo lujuria. La noche se convierte en la confidente de lo que sienten.
Dendarah está tumbado sobre la plataforma mirando hacia el cielo, desnudo. Tebas, también desnudo, está sentado observando el firmamento que parece querer aclararse ya. Tiene la espalda cubierta de intrincados tatuajes de árboles, plantas, arbustos y flores complejas. Eso le ha sorprendido, al desvestirlo no esperaba que su blanca piel fuera en realidad un lienzo cubierto de arte. También observa su aura: después de estallar ya no es tan violenta, ahora solo es una fina capa cálida que busca volver a su esta original. No hablan. No lo necesitan.
Se visten evitando mirarse, no se avergüenzan, pero parecen tener un tinte de timidez que aún se resiste a desaparecer. Producto, tal vez, del tiempo de inactividad sentimental. Se miran y se sonríen. Venciendo la timidez, se dan un beso, está vez mucho más sosegado.
Entonces ocurre: una marea de un líquido denso y lento aparece agresivamente por el sud. Es una mole que refulge colores rojizos y un calor abrasador que achicharra los raquíticos arbustos que se atreven a crecer en ese peñasco baldío.
-          Mierda – grita Tebas – nos hemos entretenido demasiado.

Coge a Dendarah del brazo y saltan a la vez de la torre que comienza a verse hundida en metal fundido. La bajada por la ladera norte parece una invitación al purgatorio: sin casi luz para ver, lleno de pedruscos sueltos y gravilla resbaladiza y perseguidos por una mole de metal ardiente.
-          ¡Debe ser Siracusa! – grita Dendarah para hacerse oír por encima del ruido que produce el siseo del metal candente y los jadeos de Tebas -. ¡Debemos detenerla!
Tebas asiente y se para en seco. Invoca su poder y al momento una hilera de árboles gigantes en forma de cuña corta el recorrido de la muerte fundida que se les acerca. La mole incandescente choca contra la pared de vegetación y aunque parece detenerse, lo árboles empiezan a contraerse y a arder. Dendarah no duda: forma el libro de aura. Elige la página con el primer poder que obtuvo, el único que no robo, el único que le dio alguien a quien amó. El único que le duele usar.
-          ¡Hielo! – ruge

Una pared de hielo absorbe los árboles que agonizan ya y se convierten en una gran muralla de hielo compacto. Parece que han conseguido detenerla. Ambos se sonríen entre jadeos. La muralla de hielo empieza a agrietarse y a vaporizarse. No hay rastro de las enromes secuoyas que Tebas había creado. La lengua de metal ardiente emerge justo detrás de ellos arrastrando  y consumiendo todo lo que encuentra a su paso.

Dendarah apenas piensa: intercala dos dedos entre las páginas de libros y al mismo tiempo que hace que Tebas pese un gramo cogiéndolo con la mano, utiliza el refuerzo para que los músculos de sus piernas funcionen diez veces más. Dendarah corre a la fuga por la montaña mientras que el metal también parece haber aumentado su velocidad. Buscando la base de la montaña.
                La obertura de la cueva de la Zarza parlante se abre ante él. Al lado aún están las ruinas del viejo pozo. No piensa, simplemente salta dentro. La cueva, aunque al principio era apenas una apertura por donde salía un hilillo de agua, se abrió y de ensancho artificialmente para convertirse en una cueva de tres metros de alto a nivel del suelo. La mitad de ella estaba llena de agua fría, trasparente y natural.

                Al momento de tocar el agua, Dendarah siente como las últimas reserva de aura que le quedan se volatilizan por haber usado dos poderes a la vez. Tebas, al sentir que recupera su peso normal, coge el cuerpo inerte de su compañero y se arrastra cueva adentro mientras que el metal fundido se va acumulando en la entrada y sellándola. El verdugo que se vuelve en su salvador. Esta vez, no es la amigable oscuridad de la noche quien les cubre. Es la opresiva negrura del cautiverio. 

divendres, 1 de setembre del 2017

Quimeres

Cau la pluja, negra com la tinta, filla d´una nit cruel i sense misericòrdia. Correguem, fugint de les quimeres que han nascut del niu de rates que és el meu cap. Fugint del que mai m'hi he atrevit a ser, de tot el que he tancat dins meu, del millar de paraules que he ofegat a la meua boca tapiada, inundada de tantes inseguretats que han acabat vivint sense mi.
Tu eres el primer, supose que per ser l'últim que ha entrat, tot i que voldria que seguires amb mi. La foscor més profunda entra pel teu nas, pels teus ulls que es tornen inexpressius, a través de la boca que tant he buscat... desapareixes, com si cada àtom del teu cos decidirà que estàs de més. No queda de tu ni el platònic record que sempre m´has provocat.
Cau el diluvi, negre com el carbó, que esborra les llàgrimes que tan m´han costat crear. Ells són els següents, les persones que han vist el meu pitjor jo i, fins i tot això, han decidit quedar-se al meu costat. Eixes persones que han sigut massa vegades la meua única columna per a un sostre que fa massa temps que vol solsir.
Ni les gràcies més sinceres que he pogut donar mai han servit per res. Els seus cossos exploten en tants trossets que és impossible veure'ls. Eren tantes, tantes animetes blanques, massa blanques que no han pogut evitar que el meu cor negre les destruïsca. Massa bones persones per poder veurem realment.
Cau el xàfec, negre com el futur, que cau per les muntanyes fins a convertir-se en la riuada que arrossega el poble que m´ha vist créixer. Finalment arriben als últims. Eixes persones que no sols estan connectades a mi pel sentiment, també per la sang. Els té igual que tinguen 80 que cap any. S´emboliquen als seus voltants, capturant-los i desfent-los en fils de colors que són tragats pels monstres que sorgeixen de mi.
No puc seguir corrent. No estic cansat, ni ferit, ni s´ha acabat el camí. Simplement no tinc la força per seguir amb aquesta croada contra mi. Sol no puc. Sol no puc destruir el que sóc. El terra em rep amb els braços oberts. La seua pressió gelada em fa pedrer l´última gota de motivació que podia quedar-me.
Cau el bàtec, negre com la meua esperança, que es desfà en rierols que cauen pel meu cos acabat. A la fi han arribat, les meues precioses però mortals quimeres. Les seues mans amorfes i esmolades com corbelles recorren el meu ser, obrint ferides ja tancades que fan brollar la sang que, negra com la pluja, sols es dedica a vagar, buscant un riu millor. Queixalades de les seues boques desfigurades trituren la meua pell, els meus ossos, els meus records, els meus sentiments...
No em queda res. Ho he perdut tot, fins a mi mateixa. Sol.
Sé que sols és un somni, però això no ho fa menys difícil.

Cau la pluja, negra com la nostra sang...