Menfis
sonríe con alegría. Cusae la mira fijamente arqueando una ceja. Buscando enemigos, dándole vueltas
al Castell del Borreguet, su base central, no parece haber
motivos para estar felices.
-
¿Qué pasa? – pregunta, conteniendo la brusquedad.
Al fin y al cabo es la capitana.
-
Aunque mi visión está afectada, aún puedo ver a
grandes distancias – una risita jovial la interrumpe. Cusae no recuerda haberla
visto nunca así -. Mejor dejo de ver a esos dos. Que se diviertan.
Cusae resopla, sin intentar
entender. La tristeza la embarga. Sabe que todos están igual que ella, pero quieren parecer tan fuertes que casi parece un
insulto para Elefantina. No tiene tiempo para pensar más en eso. No se lo dejan:
de repente aparecen cuatro personas, corriendo hacia ellas, con los ojos
brillando con un extraño fulgor rojo sangre.
Menfis se mueves rápidamente. Cuatro
balas salen disparadas. Las cuatro dan entre un par de ojos diferentes. Sin embargo,
el único signo de que esas balas hayan existido es el agujero en la cabeza. No hay
sangre. Y lo peor, los cuatro siguen moviéndose hacia ellas, frenéticos.
-
Menfis… - dice Cusae entre dientes.
-
Si, lo sé – le responde ella -: no tienen aura propia. Es como si el aura de otra persona les recorriera por
dentro…
Cuando están lo suficientemente
cerca, Cusae hace crecer su brazo derecho y lo estampa contra los atacantes. Procurando
arrastrar el brazo por el suelo para desmembrar lo máximo posible los cuerpos. Mutilados,
dejan de moverse. No obstante, el bosque estalla en una marea de cuerpos
andantes. Centenares de personas aparecen por todos los lados. En apenas
segundos, hay más gente que árboles.
Cusae lanza puñetazos masificados
a diestro y siniestro. Sabe que Menfis sigue viva por los fogonazos y el ruido
se los disparos. Todo a su alrededor son cientos de cuerpos que solo tienen la
intención de atacarla. Sientes sus dientes y uñas roer su piel. Se ha alejado
demasiado de Menfis y un zarpazo le ha arrancado el trasmisor y media oreja,
por lo tanto, maniobra evasiva: reunirse con Dendarah y Tebas.
Sus brazos de desinflan y son sus
piernas la que crecen exponencialmente. Salta sobre la marabunta de cuerpos sin
vida. Ha comprendido la parte básica del poder: el usuario introduce su aura en
cadáveres para controlarlos. O quizás los mata para dominarlos. Quién sabe.
Utilizando los árboles como
puntos de apoyo, Cusae se desplaza montaña abajo. Echando una mirada al suelo,
es fácil ver la cantidad de muertos que la persiguen, con las cabezas hacia el
cielo. Con sus inquietantes ojos fijos en ella. Algunos se estrellan contra
árboles y otros tropiezan con piedras. Apenas se inmutan.
Los árboles se acaban. Ha llegado al barranco
que separa la montaña del Borreguet de la de enfrente: un amplio tajo de piedra
caliza cubierto de hojas secas. Entonces la ve. Una chica flacucha y vestida
con colores dispares. Tiene el pelo enmarañado y, cuando se gira, Cusae ve sus
ojos: ojos desquiciados, llenos de locura. Pero lo más relevante: tiene aura. Ella es quien controla a la horda
de muertos.
Cusae no duda, nada más tocar
suelo, hincha su brazo derecho y lo dirige a ella sin dudarlo. Muertos. Por todos
lados. Llegan y se echan sobre su brazo hasta detenerlo. Es como si chocara contra
un muro de carne muerta. La chica ríe a carcajadas desquiciadas
-
¿Te gustan los juguetes de Sodoma? – dice con
una voz chillona y llena de falsetes -. Tranquila, que los va a compartir
contigo.
Centenares de cuerpos empiezan a
salir de todos lados. La noche está aclarando, por lo tanto, Cusae es capaz de
ver a la perfección a sus enemigos, aunque no desprendan energía. Sus cuatro
extremidades crecen a la vez, permitiéndole salir a flote de ese mar de piel
fría, a la par que le da la libertad de aplastar con los pies y dar puñetazos. Aunque
la basta estrategia parece funcionar y no deja de destruir cuerpos, no tiene la
capacidad para llegar hasta Sodoma para acabar con ella. Encima, cuantos más elimina,
más aparecen.
-
No está bien que destruyas sus juguetes. Eres
mala.
Un movimiento imperceptible en
sus ojos, sumado a la fuerza que siente a su espalda, hace que Cusae aparte la
cabeza. Un borrón a toda velocidad pasa a su lado, mientras que algo afilado,
sesga un mechón de su cabello. Con su cuerpo desproporcionado, el viento que
provoca ese borrón hace que Cusae se tambalea y este a punto de caer.
-
Has fallado, Babilonia – dice una voz masculina.
Una voz de mujer bufa.
-
Has fallado tú – dice –. Mi poder es ser rápida
en el aire, el tuyo, Kerma, coger la sangre para poder ponerla en ese libro
raro y matarla.
Cuando consigue enfocar la
mirada, se fija en que al lado de Sodoma hay dos personas más que emiten aura: un chico con una pluma larga y un
libro, y una chica que parece flotar por el aire a presión que sale de las
plantas de sus pies.
-
Vamos, vamos, chicos, no os peleéis. Los juguetes
de Sodoma se encargaran de ella.
Cusae, cuyos miembros han vuelto
a la normalidad, se queda inmóvil mientras los muertos la rodean y empiezan a
roerla. Ella no puede pensar en atacar, solo tiene ojos para la cara llena de
cicatrices y el pelo rubio ondeante. Una cara fría y muerta. Una cara con los
ojos rojos. Cusae desaparece bajo un manto de miembros que intentan
desgarrarla. Solo se permite una lágrima.
-
¿Veis? Sodoma era capaz…
La montaña de muertos estalla.
Cusae crece, no solo sus piernas y brazos, todo su cuerpo sufre una mutación titánica.
Una Cusae de treinta metros aparece. Una Cusae cubierta de sangre y de heridas.
Una Cusae que aún tiene zombis desollándola. Incluso algunos se le han metido
por debajo de la piel abierta, buscando matarla desde dentro.
-
¡ELEFANTINA! – grita mientras su brazo izquierdo
sale despedido. Como un misil. Como una bomba atómica.
En el segundo que el brazo tarda
en impactar, Babilonia es capaz de activar su habilidad y salir despedida por
los pelos. Podría haber salvado a Kerma y Sodoma, pero no ha querido arriesgarse.
El choque es brutal. Los cuerpos de los dos básicamente son triturados juntos
con el suelo, que se abomba bajo el puño como si fuera plastilina.
Apenas le queda aura. Jadea. Es lo último que hace.
Babilonia, convertida en una bala humana, atraviesa el pecho de Cusae por su
lado izquierdo. Piel, pulmón, huesos, corazón… todo estalla a su paso hasta
salir por su espalda, bañada entera en sangre. Sangre ajena.
Cusae se deshincha rápidamente. Su
cuerpo se queda encogido, en posición fetal. Inmóvil. Rodeada por un mar de
otros cuerpos que se deshacen y pudren hasta solo dejar los huesos. Un mar de
calaveras. Sin embargo, una de las manos de Cusae descansa sobre la cara de
otro cuerpo femenino de pelo rubio, como si quisiera acercarla a ella. Como si
quisiera protegerla.
-
Cuanto más grande es el objetivo, más fácil es
de matar – dice Babilonia con una sonrisa enorme en su cara sangrienta. Sigue en
el aire, flotando, goteando sangre, como si quisiera regodearse de ser la única
superviviente -. Gran estúpida.
La bala le atraviesa la cabeza de
un lado al otro. Se le queda una cara de boba incomprensión mientras su aura se volatiliza. Y, simplemente, cae
al barranco de calaveras. Un cuerpo más que se pudrirá. Sin ser nadie.
Menfis guarda el francotirador. Está
sentada en una rama alta, observando la salida del sol, pero su visión en
realidad está acunando dos cuerpos a lo lejos. Se enciende un cigarro y piensa.
Quedan tres intrusos. Sus facciones
se contraen en un rictus de odio. Y tres Green hunters.
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