Dendarah
y Tebas escalan una de las pocas montañas peladas y sin vegetación que tiene el
Santuario. También es una de las más altas, lo que da unas vistas geniales y
perfectas. Ambos van cargados con la angustia de saber que Elefantina había
muerto a manos de uno de los intrusos unas horas atrás. Encima, la reunión de
urgencia que habían tenido con Menfis y Cusae en el castillo del Borreguet y el
saber que algo estaba interviniendo con los poderes de Menfis no ayudaba a
mejora su humor. Sin poder contar con la súper-visión de la capitana habían
decidido que ellos dos vigilarían los movimientos del enemigo desde el mejor
punto de observación mientras que ellas protegerían el cuartel.
Alcanzan
la cima exhaustos y sudados, no obstante, las vistas lo merecen. Apenas quedan
unas tres horas de noche y apenas se ve nada pero esperan que al amanecer la
cosa mejore. La estructura endeble de una torre les sirve de punto de
vigilancia perfecto. Dendarah mirando al norte y al oeste, Tebas mirando al sud
y ,también, al oeste. El este es solo la gran sopa negra del mar que se agita a
lo lejos.
La plataforma
de la torre es muy pequeña y Dendarah siente como Tebas se agita, espalda
contra espalda:
-
¿Crees que Cusae estará bien? – pregunta con su
voz tranquila y sin dejar de otear el horizonte que forman las murallas.
Dendarah suspira.
-
Es doloroso para todos, pero ella estaba muy
unida a Elefantina. Por eso Menfis la ha dejado en la base junto a ella: tiene miedo
de que cometa una tontería
Tebas asiente sin que Dendarah
pueda percatarse. Durante unos minutos, el silencio se establece entre ambos. Parece
una noche para solo pensar y que la vigilia sea el único punto alrededor el
cual moverse. Aunque solo lo parece.
-
Me siento muy triste. No estoy acostumbrado –
dice Tebas a sus espaldas -. No conozco muy viene como manejar los sentimientos
y desconocía el lazo dulce y cálido que se había formado entre ella y yo. Entre
vosotros y yo.
Dendarah no sabe que responder a
eso. Él tampoco se había percatado de sus sentimientos. Eran solo asesinos y mercenarios.
Sin derecho a sentir.
-
Supongo que me rompería si te pasara algo.
No responde. Sigue sin saber cómo.
Sin embargo, su mano derecha se mueve hacia atrás hasta que siente como sus
dedos se entrelazan. El rubor le cubre las mejillas. “¿Por qué?” piensa,
confundido. No había vuelto a sentir nada por nadie desde que se lo arrebataron
hace cinco años. Desde el día que descubrió como usar su habilidad. Entonces lo
siente: su aura, la hermosa y
preciosa aura de Tebas. Siente como se agita y
cambia de colores, como un caleidoscopio. La siente hasta que su propia aura emerge y la tapa. Porque el aura no representa solo poder y energía,
también es la manifestación del deseo. De las pasiones.
Se gira con los ojos cerrados y
no necesita ver para saber con qué se encontrará. Los labios de Tebas son
suaves y cálidos. Mientras le besa siente la extraña textura de la cicatriz que
parte su labio superior y las cosquillas que le hace su fina barba. Después, es
todo lujuria. La noche se convierte en la confidente de lo que sienten.
Dendarah está tumbado sobre la
plataforma mirando hacia el cielo, desnudo. Tebas, también desnudo, está
sentado observando el firmamento que parece querer aclararse ya. Tiene la
espalda cubierta de intrincados tatuajes de árboles, plantas, arbustos y flores
complejas. Eso le ha sorprendido, al desvestirlo no esperaba que su blanca piel
fuera en realidad un lienzo cubierto de arte. También observa su aura: después de estallar ya no es tan
violenta, ahora solo es una fina capa cálida que busca volver a su esta
original. No hablan. No lo necesitan.
Se visten evitando mirarse, no se
avergüenzan, pero parecen tener un tinte de timidez que aún se resiste a
desaparecer. Producto, tal vez, del tiempo de inactividad sentimental. Se miran
y se sonríen. Venciendo la timidez, se dan un beso, está vez mucho más
sosegado.
Entonces ocurre: una marea de un
líquido denso y lento aparece agresivamente por el sud. Es una mole que refulge
colores rojizos y un calor abrasador que achicharra los raquíticos arbustos que
se atreven a crecer en ese peñasco baldío.
-
Mierda – grita Tebas – nos hemos entretenido
demasiado.
Coge a Dendarah del brazo y saltan a la vez de la torre que
comienza a verse hundida en metal fundido. La bajada por la ladera norte parece
una invitación al purgatorio: sin casi luz para ver, lleno de pedruscos sueltos
y gravilla resbaladiza y perseguidos por una mole de metal ardiente.
-
¡Debe ser Siracusa! – grita Dendarah para
hacerse oír por encima del ruido que produce el siseo del metal candente y los
jadeos de Tebas -. ¡Debemos detenerla!
Tebas asiente y se para en seco. Invoca
su poder y al momento una hilera de árboles gigantes en forma de cuña corta el
recorrido de la muerte fundida que se les acerca. La mole incandescente choca
contra la pared de vegetación y aunque parece detenerse, lo árboles empiezan a
contraerse y a arder. Dendarah no duda: forma el libro de aura. Elige la página con el primer poder que obtuvo, el único que
no robo, el único que le dio alguien a quien amó. El único que le duele usar.
-
¡Hielo! – ruge
Una pared de hielo absorbe los árboles que agonizan ya y se
convierten en una gran muralla de hielo compacto. Parece que han conseguido
detenerla. Ambos se sonríen entre jadeos. La muralla de hielo empieza a
agrietarse y a vaporizarse. No hay rastro de las enromes secuoyas que Tebas
había creado. La lengua de metal ardiente emerge justo detrás de ellos
arrastrando y consumiendo todo lo que
encuentra a su paso.
Dendarah apenas piensa: intercala dos dedos entre las
páginas de libros y al mismo tiempo que hace que Tebas pese un gramo cogiéndolo
con la mano, utiliza el refuerzo para que los músculos de sus piernas funcionen
diez veces más. Dendarah corre a la fuga por la montaña mientras que el metal
también parece haber aumentado su velocidad. Buscando la base de la montaña.
La
obertura de la cueva de la Zarza parlante se abre ante él. Al lado aún están las
ruinas del viejo pozo. No piensa, simplemente salta dentro. La cueva, aunque al
principio era apenas una apertura por donde salía un hilillo de agua, se abrió
y de ensancho artificialmente para convertirse en una cueva de tres metros de
alto a nivel del suelo. La mitad de ella estaba llena de agua fría, trasparente
y natural.
Al
momento de tocar el agua, Dendarah siente como las últimas reserva de aura que le quedan se volatilizan por
haber usado dos poderes a la vez. Tebas, al sentir que recupera su peso normal,
coge el cuerpo inerte de su compañero y se arrastra cueva adentro mientras que
el metal fundido se va acumulando en la entrada y sellándola. El verdugo que se
vuelve en su salvador. Esta vez, no es la amigable oscuridad de la noche quien
les cubre. Es la opresiva negrura del cautiverio.
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