No
queda nada. Es decir, sí que queda, pero es solo destrucción. Hace apenas unas
horas este páramo de basura era una gran ciudad. Los rascacielos acariciaban la
barriga de las nubes, las ventanas reflejaban la luz del sol creando
iridiscencias anaranjadas, los árboles, recuerdos hipócritas de una naturaleza
perdida, se agitaban juguetones por la brisa fresca. En comparación a eso, no
queda nada. Solo escombros.
El
paisaje está formado por montículos de cemento ennegrecido y restos de baldosas
cuarteadas. Los cristales forman un césped irregular de dolor transparente y
afilado. Los metales retorcidos por el calor de las explosiones parecen seres
amorfos emergiendo de entre el mar de aniquilación.
Yo,
simplemente, me abro paso como puedo. Solo lo busco a él. En teoría la batalla ha
terminado. Ha ganado alguien y hemos perdido casi todos (la riqueza no conoce
la derrota). Sin embargo, la noticia del fin no ha llegado a todo el mundo. Las
comunicaciones se han cortado antes de tiempo. Gracias a dios, su localizador
sigue encendido y puedo encontrarle.
El punto,
parece estático, pero tiene ligeros movimientos, lo que me da entender que
sigue vivo. Al menos, me aferro a esa esperanza. No hemos pasado por la
humillación y el desprecio de nuestros compañeros y por las balas de nuestros
enemigos para perdernos por una estúpida notificación mal dada.
Apenas unos
50 metros y oigo gritos. Son varias voces. Dos al parecer. Corro todo lo que
puedo. Escalo la última pila de bloques de piedra desmoronados. Ya los veo. Es él
contra una mujer. Los dos pelean por una pistola. Ella lleva en la espalda la
bandera que nos han enseñado a odiar. Sin motivos lógicos. Solo odio visceral. Al
fin y al cabo, a nadie le interesan soldados amorosos y empáticos.
Parecen
empatados, pero no. Ella es mejor. Mucho mejor. De un zarpazo le quita la
pistola a él y le apunta a la cabeza. Yo reacciono todo lo rápido que puedo. En
apenas milésimas de segundo tengo mi arma entre manos. A los de mi cuartel les
jodía mucho que un maricón tuviera mejor puntería que ellos. Pero es lo que
hay. Soy el mejor. Apenas necesito unos instantes para asegurarme de que mi
bala le va a reventar los sesos.
Al mismo
tiempo que mi dedo jala el gatillo mi pie derecho se mete entre dos trozos de
metal. El sonido de la articulación rompiéndose se junta con el del disparo,
formando una cacofonía de terror. El dolor me cubre todo, pero eso no me impide
ver la bala atravesarle la cabeza a ella. Pero también veo como le da a él.
Mi cuerpo
toca el suelo bruscamente y cuchillas de varios materiales acarician mi piel
hasta abrirme demasiadas heridas. El dolor del tobillo es horrible pero no me
importa. Yo solo puedo pensar en una cosa: lo he matado. Me giro para tener el
cielo de cara.
Me cuesta
unos segundos acabar de asimilarlo. Quiero levantarme y correr pero no puedo.
Simplemente, empiezo a hiperventilar. Entre bocanada y bocanada de aire se me
escapa su nombre a susurros. Pedazo a pedazo me deshago por dentro. Me he
quedado sin nada. Solo en una guerra que no es mía. Solo con unos compañeros
que no lo son. Solo rodeado de escombros.
Alguien
cae de rodillas al lado de mi cabeza. Antes de poder reaccionar tiene mi cabeza
entre manos y la acuna. Siento su calor. Aún no le he visto la cara, pero puedo
reconocerlo por las esencias y sensaciones que emite su cuerpo. Mi respiración
se acompasa lentamente y me atrevo a abrir los ojos anegados de lágrimas. A
través de una capa húmeda le veo el rostro. Lo tiene lleno de sangre.
-
No es mía – me dice antes de que yo saque
conclusiones equivocadas. Me da a entender que es de la cabeza de la mujer.
No obstante, tiene la voz rara. Parpadeo
para quitarme las lágrimas y lo observo atentamente. No le he volado la cabeza,
pero un agujero humeante y rojizo le decora la mejilla izquierda. La bala,
después de atravesar la cabeza de la mujer, entro por su boca y salió por su
mejilla.
-
Lo siento… - susurro lleno de congoja mientras
le paso la mano por la mejilla intacta.
El sonríe y me abraza aún más la
cabeza.
-
Prefiero este agujero que morir – me dice con
voz dulce -. Gracias. Sigues siendo el mejor disparando.
Vuelvo a llorar, pero por algo
totalmente diferente. En su abrazo siento que me falta el aire, pero me da
igual. Esta estrechez, ahora mismo, es más importante que el oxígeno. El páramo
de escombros, es ahora mismo el mejor paraíso para mí.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada