divendres, 11 de maig del 2018

Escombros


                No queda nada. Es decir, sí que queda, pero es solo destrucción. Hace apenas unas horas este páramo de basura era una gran ciudad. Los rascacielos acariciaban la barriga de las nubes, las ventanas reflejaban la luz del sol creando iridiscencias anaranjadas, los árboles, recuerdos hipócritas de una naturaleza perdida, se agitaban juguetones por la brisa fresca. En comparación a eso, no queda nada. Solo escombros.
                El paisaje está formado por montículos de cemento ennegrecido y restos de baldosas cuarteadas. Los cristales forman un césped irregular de dolor transparente y afilado. Los metales retorcidos por el calor de las explosiones parecen seres amorfos emergiendo de entre el mar de aniquilación.
                Yo, simplemente, me abro paso como puedo. Solo lo busco a él. En teoría la batalla ha terminado. Ha ganado alguien y hemos perdido casi todos (la riqueza no conoce la derrota). Sin embargo, la noticia del fin no ha llegado a todo el mundo. Las comunicaciones se han cortado antes de tiempo. Gracias a dios, su localizador sigue encendido y puedo encontrarle.
                El punto, parece estático, pero tiene ligeros movimientos, lo que me da entender que sigue vivo. Al menos, me aferro a esa esperanza. No hemos pasado por la humillación y el desprecio de nuestros compañeros y por las balas de nuestros enemigos para perdernos por una estúpida notificación mal dada.
                Apenas unos 50 metros y oigo gritos. Son varias voces. Dos al parecer. Corro todo lo que puedo. Escalo la última pila de bloques de piedra desmoronados. Ya los veo. Es él contra una mujer. Los dos pelean por una pistola. Ella lleva en la espalda la bandera que nos han enseñado a odiar. Sin motivos lógicos. Solo odio visceral. Al fin y al cabo, a nadie le interesan soldados amorosos y empáticos.
                Parecen empatados, pero no. Ella es mejor. Mucho mejor. De un zarpazo le quita la pistola a él y le apunta a la cabeza. Yo reacciono todo lo rápido que puedo. En apenas milésimas de segundo tengo mi arma entre manos. A los de mi cuartel les jodía mucho que un maricón tuviera mejor puntería que ellos. Pero es lo que hay. Soy el mejor. Apenas necesito unos instantes para asegurarme de que mi bala le va a reventar los sesos.
                Al mismo tiempo que mi dedo jala el gatillo mi pie derecho se mete entre dos trozos de metal. El sonido de la articulación rompiéndose se junta con el del disparo, formando una cacofonía de terror. El dolor me cubre todo, pero eso no me impide ver la bala atravesarle la cabeza a ella. Pero también veo como le da a él.
                Mi cuerpo toca el suelo bruscamente y cuchillas de varios materiales acarician mi piel hasta abrirme demasiadas heridas. El dolor del tobillo es horrible pero no me importa. Yo solo puedo pensar en una cosa: lo he matado. Me giro para tener el cielo de cara.
                Me cuesta unos segundos acabar de asimilarlo. Quiero levantarme y correr pero no puedo. Simplemente, empiezo a hiperventilar. Entre bocanada y bocanada de aire se me escapa su nombre a susurros. Pedazo a pedazo me deshago por dentro. Me he quedado sin nada. Solo en una guerra que no es mía. Solo con unos compañeros que no lo son. Solo rodeado de escombros.
                Alguien cae de rodillas al lado de mi cabeza. Antes de poder reaccionar tiene mi cabeza entre manos y la acuna. Siento su calor. Aún no le he visto la cara, pero puedo reconocerlo por las esencias y sensaciones que emite su cuerpo. Mi respiración se acompasa lentamente y me atrevo a abrir los ojos anegados de lágrimas. A través de una capa húmeda le veo el rostro. Lo tiene lleno de sangre.
-          No es mía – me dice antes de que yo saque conclusiones equivocadas. Me da a entender que es de la cabeza de la mujer.
No obstante, tiene la voz rara. Parpadeo para quitarme las lágrimas y lo observo atentamente. No le he volado la cabeza, pero un agujero humeante y rojizo le decora la mejilla izquierda. La bala, después de atravesar la cabeza de la mujer, entro por su boca y salió por su mejilla.
-          Lo siento… - susurro lleno de congoja mientras le paso la mano por la mejilla intacta.
El sonríe y me abraza aún más la cabeza.
-          Prefiero este agujero que morir – me dice con voz dulce -. Gracias. Sigues siendo el mejor disparando.
Vuelvo a llorar, pero por algo totalmente diferente. En su abrazo siento que me falta el aire, pero me da igual. Esta estrechez, ahora mismo, es más importante que el oxígeno. El páramo de escombros, es ahora mismo el mejor paraíso para mí.

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