diumenge, 24 de juny del 2018

Diario de una drogadicción: 16/09/2015


24/06/2017
No sé si alguien va a leer este diario algún día, ni siquiera sé si lo puedo llamar diario, ya que ha sido la recopilación de varias notas que he ido haciendo durante dos años. En todo caso, da igual. Querido lector, que el título de esto no te haya hecho pensar que te voy a hablar sobre mis problemas con las drogas. No. No lo es porque no los he tenido. Va sobre como sumí en las drogas a mi mejor amigo.
De hecho, hoy ha sido su entierro. Hace unas pocas horas. El calor era mortal y algunas de las personas que allí había preferirían haber estado nadando en la playa. Yo incluido. Su madre no lloraba, en cierto modo se lo esperaba. Su padre me miraba raro. Sospecha que yo fui quien sumió a su hijo en el sórdido mundo del que nunca salió. Me da igual. No puede demostrar nada.
El cadáver de Alejandro fue encontrado hace dos días en el nuevo cauce del Turia, reseco y lleno de hierbajos del tamaño de elefantes. Llevaba una semana pudriéndose al sol. Muerto por sobredosis. Los médicos dijeron que pocas veces habían visto tal cantidad de droga en un organismo. Por lo tanto, lo consideran un suicidio. Y yo sé que lo causé. Es más, yo fui la última persona con la que habló.
No te voy a destripar nada más. Prefiero que hable  mi yo antiguo. De algún modo, mucho más sabio que yo.


16/09/2015
Estoy demasiado alterado para hablar con serenidad. Y aunque pudiera hacerlo no tengo con quien hacerlo. Por lo tanto, voy a hacer lo que hacía cuando me daba ansiedad durante los cuatro años de la E.S.O.: escribir como si esto lo fuera a leer alguien en concreto.
Te pongo en situación: yo estudio en el colegio más elitista de toda València capital y alrededores. Este nido de pijería y burguesía se llama “Centre estudiantil Nostra Senyora de la Asunció”. El nombre en valenciano es un vestigio del pasado. En la vida van a utilizar estos el catalán. En este centro hay estudios desde los 3 años hasta la universidad, incluyendo másteres y Formación Profesional. Lo tiene todo, pero solo hecho para los más ricos.
Sin embargo, este estricto sistema elitista tiene una brecha: los hijos de los trabajadores pueden estudiar gratis en el centro. Tanto el padre de Alejandro como mi madre trabajan en este lugar: él como cocinero y mi madre como conserje. Ambos éramos de clase media-baja, los únicos que no habían entrado aquí por el dinero de sus padres, sino por el trabajo. Ambos acercándonos cada vez más a la pobreza y marginados por las clases altas. Era inevitable que nuestra amistad se forjará fuertemente ya en primero de primaria.
Nuestra amistad ha llegado a tal punto que nos consideramos hermanos (ambos somos hijos únicos). Llevamos diez años haciéndolo absolutamente todo junto. Creo que ni por mí familia he llegado a sentir algo tan profundo como el amor que me une a Alejandro.
Sin embargo, hay una cosa más en la que nos parecemos un montón. Una cualidad que después de lo que me han dicho hoy en clase me ha trastornado. Me ha llevado a la disyuntiva en la que estoy ahora.
Verás, desde el principio, Alejandro y yo nos hemos adaptado muy bien al sistema educativo. Eso ha dado pie a que tengamos las mejores medias de toda nuestra clase, desde primero de primaria hasta cuarto de la E.S.O. la chica que nos sigue en este ranquin de mierda está a casi un punto de nosotros. No obstante, Alejandro es mejor. Solo un poquito, pero lo suficiente.
Hasta ahora eso no me había importado mucho. Soy el segundón, pero por detrás de mi mejor amigo. Eso me llena de orgullo, o mejor dicho, me llenaba.
Hace poco que hemos empezado segundo de Bachillerato y hoy nos han dado un comunicado importante: la persona con la mejor media de la promoción al finalizar segundo tendrá una beca completa para la carrera que quiera en la universidad del Centro. Dejando de lado de que es una de las mejores universidades privadas de todo el país con gran variedad de grados, es mi única opción.
Mi padre es un gañan y solo sobrevivimos con el mísero sueldo de mi madre. Las universidades públicas en este país no son una opción ya que tengo posibilidades nulas de conseguir muchas becas. Y ahora peor, que llegan con retraso o no llegan. Irme del país es imposible y una privada aún menos. Entrar gratis en la UNI del centro es mi única posibilidad de labrarme un futuro y ser alguien. Sin embargo, Alejandro está en las mismas.
Sé que, aunque lo intente, no voy a poder superar la media de diez de Alejandro y sé que él no va a bajar el ritmo. Llevo toda la tarde machacándome buscando una solución. Trabajar (casi imposible), ir a clases privadas (no hay dinero), pedir prestado dinero (no tengo casi familia y la que tengo es tan o más pobre que la mía)… Mi única opción es superar a Alejandro y optar a la beca. Y solo puedo hacerlo de una forma: destrozándolo.
Destruir a la persona que más aprecio en este mundo por un futuro mejor. Dejando de lado las emociones, sé que es la mejor opción. Lo más rastrero del mundo. Debo tener rasgos de psicópata para planteármelo. No obstante… ¿Qué puedo hacer? ¿Dejar pasar la oportunidad y quedarme estancado siempre? ¿Ser pobre y sin ningún tipo de estudios en este mundo tan competitivo?
Decidido. Debo hacerlo, aunque no sea ético. Siempre he tenido un lado muy frívolo y calculador y voy a explotarlo. Voy a aprovecharme de sus sentimientos hacia mía y de la confianza que siempre ha depositado en mí. Voy a manipularle hasta el punto de llevarlo a la locura.
Sé que no puedo matarle directamente, corro riesgo de acabar entre rejas y eso sería el fin. Fingir un accidente también es muy arriesgado. Debo destruirlo como persona, atacar a su cerebro. Debo convertirlo en un drogadicto.
Será lento y complicado, pero es mi única opción. Me resigno a intentar superarlo en primero, pero en segundo puedo. Y voy a hacerlo.
¿Seré capaz de sumir en las drogas a mi mejor amigo por una carrera universitaria?
Claramente sí.
Y sé por dónde empezar: el alcohol.

dijous, 14 de juny del 2018

Autoestima


                Creo que la palabra que más nos representa como especie es Fragilidad. Somos tan endebles, que una experiencia traumática de apenas unos minutos puede acabar con la personalidad que hemos formado poco a poco durante años. Y aunque presumamos de ser fuertes, aún no he conocido a nadie que lo sea de verdad. Ya sea a través de sus actos, palabras u ojos, a todo el mundo se le acaba viendo la fragilidad.
                La autoestima es parecida pero al mismo tiempo diferente. El proceso por el cual dejas de amarte a ti mismo es más lento. No es algo puntual que destroza o unos segundo claves que te amargan para siempre. Es un desgaste pequeño pero fulminante, del tipo que destruye los acantilados de la isla de Malta.
                Los acontecimientos de la vida nos van despedazando paulatinamente. Cada fracaso que encontramos, es como una tesela menos en el mosaico que forma el amor propio. Queramos o no, el insulto o el rechazo que fingimos que no nos importan sí que lo hacen. De una forma mayor o menor, dependiendo de la persona, el dolor inflingido siempre afecta.
                Y no es fácil de ver. De repente, un día, cosas que antes se superaban fácilmente se vuelven insoportables. El dolor emocional se vuelve cada vez más pesado, como una bola de metal candente que nos oprime las entrañas.
                Cuando miras el espejo, la persona del reflejo te causa indiferencia, apatía o simplemente asco. Una mañana detrás de otra, no puede sentir amor por la persona que te devuelve la mirada. Los días de felicidad o estabilidad acaban pareciendo islas paradisíacas aisladas en un mar de amargura y congoja.
                Siempre que alguien te dice algo bonito piensas que te está tomando el pelo, o se está burlando o simplemente le das tanta pena que dice la primera cosa bonita que se le ocurre. Se acaban adoptando conductas dañinas sin querer y acabas ofendiendo a las personas que te rodean. Si tienes suerte, habrá algunas de esas personas capaces de entenderte e intentar ayudarte. En el caso contrario, quedarse solo también es una posibilidad. No obstante, el fantasma de la soledad ya hace tiempo que te acecha por esa misma falta de autoestima. Te cuestionas cualquier relación y piensas si no molestas:
¿Por qué me siguen hablando, si soy insoportable?
¿Estaré molestando? Seguro que sobro.
Si quiere ser mi amigo es porque quiere algo. No tiene sentido.
Odiarte físicamente es una putada que la sociedad encima financia y mantiene, pero es aún pero dejar de confiar en ti mismo. Saber que no eres capaz de contar contigo mismo te consume. Al fin y al cabo, el resto de personas solo tienen una imagen parcial de ti mismo, la única persona que va a poder comprenderte siempre eres tú. Perder la confianza en ese tú, dejarlo de amar… Es morir en vida. Y siempre vendrá el gilipollas que te dirá:
-          Si tú no te quieres a ti mismo, nadie lo va a hacer.
Una mierda como tu cabeza de grande. Si ya es difícil mantener la autoestima, imagínate recuperarla. Comentarios como estos solo condenan aún más a la persona. Es empujarlo a sumirse en el autoodio. Es querer hacerle ver que, como no tiene capacidad para quererse, está condenado al fracaso perpetuo y la soledad. Para decir eso, no digas nada.
Al fin y al cabo, la sociedad nunca te va ayudar en ese sentido. Interesa que no nos queramos a nosotros mismo. La destrucción sistemática de la autoestima es una maquinaria perfecta: el colegio, la universidad, el trabajo, los cánones de belleza, incluso el arte. Todo hecho para crear una élite y un gran foso de gente sumida en el odio y el fracaso. Es más fácil controlar a gente sin voluntad de luchar.
Por otro lado, como ya he dicho, mucha gente no te va a comprender. Aunque la falta de autoestima no parece ser una enfermedad mental en sí, es muy similar o, por lo menos, puede desencadenar en algún trastorno. Por lo tanto, el mundo te va a culpar por algo que no puede evitar, por algo que ese mismo mundo te ha creado. Al igual que con la depresión, la ansiedad y el largo etcétera, siempre te van a decir lo mismo: es culpa tuya. Seguimos sin ver que las heridas que no sangran también duelen y pueden matar.
Quedarse sin autoestima es de lo pero que hay, pero tan extendido e invisibilizado que se trata como si fuera un tontería. Como si no se sufriera. Como si se buscara. Como si el dolor no existiera. Al fin y al cabo, algunos te dirán que no quererse a uno mismo está de moda.

diumenge, 10 de juny del 2018

Ex nihilo


                Creatio ex nihilo. Desde algunas mitologías arcaicas a las fantochadas bíblicas, se supone que debemos creer que el todo fue creado de una nada vacía e inmensa. Se supone, que debemos acatar que una especie de señor poderoso e increíblemente viejo cogió la profunda falta de “algo”, la moldeo (no se sabe cómo porque no había nada para moldear) y surgió el universo. Al menos, los griegos creían que los dioses crearon la existencia con los elementos que había esparcidos por el caos.
                 Dejando de lado los pensamientos religiosos, es difícil concebir como construir algo de la nada. Desde fundar una colonia en el norte de África en el año 100 hasta abrir un bar a mitad de camino entre Ciudad Real y Cuenca con los ahorros justos para escapar del nido de los padres. Al fin y al cabo, fabricamos una realidad a partir de algo que no existe. Vale, sí que es verdad que siempre partimos de algo material para poder dar vida a nuestras creaciones. Pero esa materia prima de la que partimos es tan cercana a la nada como lo es el 0,1 al 0.
                Demasiadas veces creemos que lo que vemos ha estado ahí siempre. Incluso cuando vemos su proceso de crecimiento o construcción, olvidamos todo el esfuerzo que se necesitó para erigirlo. Nuestro egoísmo e ignorancia llegan hasta estos puntos, despreciando el trabajo de tantos y tantas.
                Y esto no solo se aplica a lo material. Construir una relación de amistad o amor es como elevar un castillo con ladrillos de aire. Partimos de la nada para fundar lazos afectivos. Al fin y al cabo, somos seres independientes y, por tanto, individuales. No obstante, al mismo tiempo, somos gregarios y sociales, necesitamos de cariño y relaciones para vivir. Y no es fácil. Cuando nos acercamos a alguien, dispuestos a abrir el camino para relacionarnos, lo hacemos sin base ni fundamento. La amistad y el amor se forjan ex nihilo.
                Sí que es verdad que, hoy en día, las cosas son más fáciles. Se ha conseguido que podamos estar en Nueva York en apenas unas horas. La distancia en estos días es algo difuso i endeble. También, las redes sociales e internet nos han permito formas de moldear la nada más rápida y sencillamente. Decir un hola a través de una pantalla es menos complicado que hacerlo a la cara. No obstante, esa combinación de ceros y unos que forman las palabras escritas a ordenador también surgen de la nada.
                Y no solo las relaciones positivas. El asco y el odio también pueden surgir de la nada. Aunque es mejor pensar que siempre partíamos de los sentimientos “bonitos”, muchas veces no sabemos explicar porque alguien nos cae mal o lo despreciamos. Simplemente, la mala sensación ha brotado de la “ausencia”.
                De todas formas, como ya hacemos con las cosas materiales, también acabamos despreciando las relaciones. Ignoramos que hemos forjado vínculos desde la mismísima nada. Parece que no queramos ver lo débil que puede ser un lazo de unión y que al mismo tiempo sea necesario para nosotros. No, acabamos bañándonos en toxicidad. Queriendo o sin querer, abandonamos a alguien cuando nos necesita, lo ignoramos cuando solo busca un poco de compresión o simplemente le hacemos daños. Ni siquiera cuando nos humillan a nosotros nos damos cuenta de lo tontos que somos.
Creemos que creatio ex nihilo es algo ilimitado. Que aunque destruyamos algo siempre habrá otra cosa detrás. Pero no. Aunque parezca ilógico y paradójico, la nada es finita. Llegará un momento en que no brotarán más nexos de unión o hilos del destino que nos unan a otras personas. En esos instantes, descubriremos algo más vacío, oscuro y profundo que la nada: la ausencia de relaciones. La soledad.