Me tapo
la boca para poder aguantar mejor la respiración. El hueco debajo del
escritorio que hay bajo la ventana es angosto y está lleno de telarañas, pero
no me quejo. El sudor frío, pese a estar en pleno agosto, cae por mi cuerpo a
mares. Entonces, la primera pierna del ser asoma sobre el escritorio y en
apenas unos segundos, está sobre el suelo. En un principio, son unas piernas
normales de humano, pero mientras se acerca a la puerta, con paso errático, el
horro llega a mí.
Tiene el
torso desfigurado por dos grandes cortes que le bajan desde la clavícula hasta
casi al cadera, casi uniéndose, pero sin llegar a hacerlo, formando una v de vísceras
y huesos. Gracias a luz de la Luna que se cuela por la ventana, puedo ver que
hay hilos finísimos y brillantes en medio de los grandes cortes que le cercena
el cuerpo. Los hilos unen trozos de carne, huesos y órganos de un lado al otro,
pero sin cerrar la herida, lo que hace que el ser parezca ancho de espaldas. Debería
ser imposible que un ser así estuviera vivo, pero ni siquiera sangra, por lo tanto,
comprendo que no es humano.
No sé
de donde han salido. Simplemente, sobre las dos de la madrugada el pueblo donde
he parado para hacer noche se ha inundado de gritos y chillidos horribles. Unos
segundos después, se fue la luz. Sin embargo, gracias a la luna he podido ver
al ser que se acercaba al hotel de una planta donde me hospedo y he podido
esconderme bajo el escritorio.
El ser
está quieto en mi habitación, agitado por una respiración profunda. El aire
escapando por sus pulmones destrozados hace una especie de sonido aflautado
espeluznante. Observa la cama donde, hace unos minutos, estaba yo durmiendo
plácidamente. Observo su cuerpo, esperando que no se gire y me encuentre. Intento
no hacer nada, y la falta de aire en mis pulmones empieza a afectarme. Necesito
coger aire, pero no quiero. No puedo.
Ya pienso
que me va a ver, cuando el ser decide seguir adelante y sale por la puerta. Para
tener los brazos básicamente separados del cuerpo, los mueve muy bien. Para más
horror mío, al moverse, un hilo que se ata a su clavícula partid hace que
sobresalga y vuelva a su sitio al compás de su paso. Todo acompañado por un
ruido gelatinoso y escalofriante.
Me quedo
solo en la habitación. Cuento hasta cinco y cojo aire a través de mis dedos. Decido
actuar, no puedo quedarme aquí. Salgo de mi escondite y salgo por la ventana
rota. Me destrozo las plantas de los pies con los cristales pero ni siquiera me
permito gruñir y salto por la ventana. Una brisa fría choca contra mi cuerpo
empapado de sudor y hace que me estremezca. Decido salir del pueblo y
esconderme en los bosques profundos.
Avanzo
a oscuras, mirando hacia todos lados por si acaso aparece alguna criatura más. Deduzco
que hay más por la cacofonía de gritos de dolor que recorre el pequeño
municipio. Llego al final de la calle y voy a asomarme por la esquina para ver
si está despejado pero no llego.
Varias manos
se aferran a mi cuerpo desnudo e indefenso y me inmovilizan. El agarre es tan
fuerte que siento que me van a destrozar los huesos. Grito, más por miedo que
por dolor. Forcejeo pero es inútil. Hay dos criaturas de esas sujetándome y
otra se me acerca. Esta tiene atributos de mujer y lleva una gran sierra en su
mano derecha. Me orino encima. No puedo evitarlo.
La mujer,
aparte de las dos heridas del torso, tiene la cara amoratada y abultada. Llena de
costras y con los ojos hundidos pero brillantes como brasas ardientes. Cuando está
delante de mí, pone la sierra sobre mi hombro izquierdo.
A medida
que empieza a serrarme la clavícula, un dolor que nunca he experimentado me
posee. Siento como me desgarra y las lágrimas escapan de mis ojos a raudales. Me
dejo la garganta gritándole que pare, que tenga piedad… pero nada le inmuta. El
tiempo no pasa para mí. Cada vez que corta por una costilla, mi cuerpo se
estremece y esquirlas de hueso salen volando. Espero a la muerte, pero esta no
llega, ni siquiera sangro. Pasan los minutos y ya no grito, no me quedan
fuerzas. Cuando llega a la altura del ombligo, saca la sierra con violencia. Un
trozo de mi intestino asoma por la herida. Entonces, empieza con el derecho. Pienso que
va a doler menos, pero no. La tortura vuelve a ser la misma.
Cuando acaba, creo que han pasado
horas. Serrar a un humano es largo y el sol ya está saliendo. Me dejan caer al
suelo. No me puedo mover. No por estar casi cortado en tres trozos, sino porque
no me quedan fuerzas por el dolor. Uno de los que me sujetaba, saca un ovillo
de hilo finísimo y agujas.
Siento las
puntadas que da en mis entrañas y en mi piel desgarrada. Siento como manosea
los huesos y como se mueven en mi interior, desgarrándome por dentro. Pero ni
así consigo morir. A medida que siento como repunta las heridas, caigo en un
sopor profundo. Se, que para cuando acabe de coserme, ya no seré yo mismo. Sé que
me voy a volver en uno de ellos. No sé cómo funciona ni porqué. Pero nunca he
estado tan seguro de algo en mi vida. Ese es el motivo por el cual no me puedo
morir. Quiero resistirme e intentar morir, pero estoy tan exhausto, que ya no
me importa. Solo me dejo atrapar por el sueño.
Mis
dedos empiezan a moverse, lo noto aunque no sea yo quien está haciendo el
movimiento. Siento escozor en mi cara y como se hincha. El último estímulo que
siento en esta vida propia, es una fuerte quemazón detrás de los ojos y se
expande por toda mi cabeza. Después nada.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada