dijous, 2 d’agost del 2018

Pan duro


                La ciudad de Brașov se hundía en la noche. La oscuridad más profunda de sus peores callejuelas ahogaba los jadeos estertóreos de Rodolfo que, sumido en un intenso terror, corría por estos estrechos pasajes. Su vida dependía de que sus pasos lo llevaran lejos. Sin embargo, unas horas atrás, su vida era totalmente diferente.
                Había salido de fiesta cuando, un chico muy guapo, le había entrado de forma muy bestia. Él, que llevaba una racha bastante mala, decidió dejarse llevar por una vez en la vida. El otro chico, llamado Velkan, le llevó a su casa. Resultó ser panadero y vivir sobre su establecimiento. Rodolfo mentiría si no dijera que había sido una de sus mejores noches. Eso sí, le había parecido muy gracioso el tatuaje en forma de cacahuete que tenía Velkan en la baja espalda.
                No obstante, durante la madrugada, Rodolfo había despertado sumido en la inquietud. A su lado, Velkan ya no estaba. Lleno de curiosidad, había decidido bajar a la panadería a buscarlo: tenía ganas de repetir.  Nada más pisar la tiendecita, el olor a pan de ajo le había despertado el apetito. Buscando el dulce manjar, su pie chocó dolorosamente contra algo metálico en el suelo: la argolla de una trampilla. En un principio decidió ignorarla, pero siempre había sido más curioso que cauto.
                Al levantar la trampilla, una apertura oscura se abría como la boca de un lobo. Unas simples escalerillas se escurrían por la negrura hasta algún lugar imposible de distinguir. Cogiendo aire, Rodolfo decidió bajar hasta el fondo. En apenas 12 o 13 peldaños, la escalera desembocaba ante una puerta.
Rodolfo la abrió y una gran sala tenuemente iluminada apareció ante él. Solo había una mesa redonda sobre la cual había muchos papeles y las paredes llenas de retratos de personas con una túnica blanca. De hecho, casi todas las caras le sonaban. Muchos de ellos eran vecinos de Brașov, pero también había gente famosa. Youtubers, instagramers… influencers en general. Rodolfo pudo reconocer a Salaida, una influencer española que  no paraba de quedar mal en las redes.
                Entonces leyó la palabra: Illuminati. Las letras estaban grabadas sobre la mesa, la cual tenía muchos papeles sobre finanzas y bolsas económicas del mundo. También información de líderes mundiales y elecciones. Rodolfo comprendió al momento que se había metido en el seno de una especie de secta u organización de tarados. Empezó a dar la vuelta para irse cuando la voz de Velkan lo paralizó:
-          Ahora no puedes irte. De hecho, nunca podrás. Deberías haberte quedado durmiendo.
Estaba vestido con una de las túnicas blancas y con dos personas más a su lado. Todos tenía agujeros en la túnica que mostraban una porción de su piel donde se distinguía algo: un tatuaje en forma de cacahuete.
-          ¿Qué sois? – preguntó tartamudeando Rodolfo.
-          ¿No es obvio? – dijo Velkan burlón- Somos la división rumana de los Illuminati. Somos lo que dirigimos el destino del país y del mundo entero. Aquí, en las paredes, puedes ver a algunos de nuestros mejores representantes.
Rodolfo tragó saliva. Mientras, siguió retrocediendo. Sin embargo, su espalda chocó contra algo. Más personas vestidas con la túnica blanca.
-          ¿No me has entendido? No vas a salir de aquí.
Rodolfo comprendió que iba a morir. La desesperación ya lo estaba atenazando cuando, de repente, uno de los encapuchados de sus espaldas empujó a sus compañeros y dejó la salida libre.
Rodolfo no entendía que pasaba y sabía que era muy egoísta abandonar a su salvador, pero el instinto de sobrevivir ganó la partida contra la consciencia. Rodolfo salió corriendo.
Y había seguido corriendo hasta perderse por los barrios bajos de Brașov. No obstante, sus perseguidores no lo habían perdido a él. Podía escuchar sus pasos apresurados a su espalda.
El horror de Rodolfo aumento al percatarse de que había entrado a una calle sin salida. Ya estaba a punto de dar marcha atrás cuando vio un bar al fondo de la calle: Castillo de Drácula. Entró a prisas, esperando que sus perseguidores no lo hubieran visto.
El barucho daba pena: solo tenía una barra con un chico detrás. Las sillas y los taburetes estaban vacíos. Rodolfo se acercó hasta la barra para pedir un vaso de agua. Entonces, se dio cuenta de que conocía al camarero que, sudoroso y cansado, estaba chupando un polo de fresa. Era un antiguo compañero de instituto: Jenica, aunque todos los llamaban Drácula porque, una vez, estando con un chico, le había hecho sangre con los dientes en el pene.
Drácula lo miraba con los ojos abiertos de par en par mientras las gotas de sudor recorrían su rostro. De hecho, parecía muy asustado.
-          Ayúdame – murmuró Rodolfo.
El chirrido de la puerta abriéndose ocupó el bar. Pero Drácula no dudó, cogió una de las botellas de alcohol que tenía en el mostrador y la lanzó. La botella estalló en una gran bola de líquido amarillento y cristales al estrellarse contra la cara del illuminati.
-          Ven conmigo – gritó Drácula mientras se dirigió a la puerta de atrás.
La puerta daba a otra calle donde había un coche aparcado. Drácula subió dentro y Rodolfo lo siguió. Justo cuando el coche salía despedido, sus perseguidores asomaban por la puerta y empezaban a dispararles.
Rodolfo no dijo nada durante varios minutos. Solamente estaba embobado observando como Drácula conducía. En Drácula y en su cuello. El tatuaje de un cacahuete se asomaba por encima del cuello de la camisa. Rodolfo ató cabos pero no habló. Solo cuando se dio cuenta de que estaban saliendo de Brașov, decidió preguntar:
-          ¿Por qué?
Drácula tragó saliva:
-          En el instituto estaba enamorado de ti. Nunca te dije nada ya que mi fama me convirtió en una especie de apestado. Te burlabas de mí y me humillabas al igual que todos. Me amargasteis. Aunque, por desgracia, a ti no te puedo guardar rencor – mientras Drácula hablaba, una furgoneta se acostaba a ellos a gran velocidad -. En verdad, estaba muy colado por ti. Pensé que te había olvidado hasta que te vi en la panadería. No sé porque, pero te ayudé. Ellos no sabían quién era el traidor, ya que la capucha de la túnica nos tapa la cara. Por eso, cuando entraste al bar, supe que estaba perdido. Ya se podían imaginar que era yo el traidor, aunque solo ha sido una estúpida casualidad.

La silueta del puente que cruzaba el río Bârsa se dibujó ante ellos.
-          Podrías haberme entregado en el bar, como si no pasara nada – siguió Rodolfo, intrigado.
En ese momento, Drácula lo besó en la boca.
-          Supongo que el sentimiento es más fuerte que la acción.
Todo pasó a la vez y muy rápido. Drácula se había acercado al máximo a la derecha de la calzada y mientras besaba a Rodolfo, había abierto la puerta del copiloto. Al mismo tiempo que empujaba a Rodolfo fuera del choche, frenaba en seco.
Rodolfo se golpeó las piernas con la barandilla, no obstante, cayó hasta al río. Mientras tanto, en la superficie, la furgoneta de los Illuminati, que iba a más de 100, chocaba violentamente contra el coche de Jenica.
Rodolfo se hundió en las negras y frías aguas del río. Mientras la corriente tiraba de él, pudo salir a tomar aire. Apenas podía mover la pierna izquierda, así que supuso que se la había roto. Aunque no le importaba. Su atención estaba fija en la gran bola de fuego que había sobre el puente y calcinaba los dos vehículos. Quería sentir algo más de pena por Jenica pero no pudo.

Al tiempo que el agua lo arrastraba mansamente, se percató de lo mala persona que era. De que era un ser vacío, egoísta y cobarde. También se dio cuenta de que no quería cambiar: esas cualidades le habían salvado la vida. Entonces, recordó unas de las últimas palabras de Jenica: “estaba perdido” y no “estábamos perdidos”. Curiosa la sentencia que se había autoimpuesto. 



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