Aviso. La primera parte de esta entrada es Cosas de la noche, la primera
de este blog. Es una entrada especial por ser la 50.
Me muevo como un fantasma, como
una sombra al amparo de la noche, por otro lado, el único amparo del que puedo
disponer. Salto de tejado en tejado buscándola, intentando encontrar esos ojos
rojos como la sangre, como dos brasas ardientes, lívidos y mortales. Me jodió
la vida hace ya demasiado tiempo, un tiempo indefinible. Cuando no puedes
dormir, toda tu vida se convierte en un puto día interminable, el tiempo como
lo perciben los humanos es una estupidez para mí. Para todos los que son como
yo, supongo.
Recuerdo
la noche que la zorra me atacó. Primero mató a mi perro Rapaz y después se tiró
sobre mi pobre cuerpo desnudo y comió de mí, para después follarme. Fue la última
noche que dormí. A la mañana siguiente me desperté tirado en el cuchitril que
era mi piso, con una profunda quemadura producida por un resquicio de luz que
se coló por la cortina raída de la ventana de mi cocina-salón. Aún no está
curada, y duele horrores.
Pero no
solo me chupo la sangre y me pego un polvo. Encima ella me convirtió en un
vampiro. Un jodido vampiro que antes era un simple divorciado depresivo, escéptico
y pobre. Lo único bueno es que ya no tengo que comer, eso que me ahorro. Bueno,
eso y las facultades sobrehumanas. En cambio, el no poder salir bajo el sol
jode mucho. Y todavía jode más el hambre eterna que tengo dentro. Muerto en
vida, los únicos instintos humanos que me quedan son comer y follar.
Al
principio intenté huir de lo que era, pero rápidamente me resigné y empecé a
alimentarme. La primera fue mi exmujer y después el gorrón y el vago de su
novio. Ahorrarme la pensión también fue un puntazo. Dejé vivo al niño que ella
intentó hacer pasar como mi hijo porque el chaval no tenía ninguna culpa y
porque parecía bueno. A veces me siento mal por haberle jodido la vida, pero
bueno, así crecerá más fuerte, o se matará, quien sabe.
El olor
dulzón de la vampiresa me llega como un puñetazo en toda la nariz. Me quedo
completamente quieto sobre el tejado de una finca de 15 plantas. Mis colmillos
se agitan violentos y noto como mis pupilas se expanden al máximo. Me lanzo a
la velocidad del rayo detrás de ese caminito de migas de pan que me deja.
Desde
el día que me convertí, todas las mujeres con las que he estado han muerto por mí.
Todos los amigos que he hecho han sido devorados por mí, incluso he matado
animales. Suerte que ya no me quedaba familia. Sus muertes en parte me dan
igual, pero me molesta que por su culpa haya tenido que cambiar radicalmente mi
vida, que me haya vuelto un puto asesino sádico y que mi corazón quieto cada día
sea más gélido. Yo me aseguro que mis comidas acaben bien muertas. Ella me dejó
vivo para casi violarme (ahora sé que me empalmé porque es el efecto que tienen
los vampiros y vampiresas en los varones humanos) y no se aseguró que muriera,
condenándome a algo peor que la muerte.
Veo su
largo cuerpo ceniciento, el esmoquin que llevaba puesto cuando me atacó, sus
largas pestañas, sus ojos quebrados por la locura de la eternidad… Ella también
me mira y sonríe de forma cruel y brutal, enseñándome todo su arsenal dental. Enloquezco
y caigo sobre ella como una fiera desbocada.
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