divendres, 18 de novembre del 2016

La fosa

                Mis dedos se resbalan de nuevo y caigo. La tierra marrón está húmeda y las raíces que sobresalen de ella están marchitas y se rompen a la mínima brisa. Mi cuerpo choca con fuerza contra el suelo y aunque está vez he caído desde una altura menor, un dolor lacerante me recorre entero. Me levantó y me manoseo la espalda en busca de lo que me ha producido tal agonía. Mi mano se topa con un objeto delgado pero duro y tiro de él. El dolor se vuelve a expandir por mi sistema nervioso. Una costilla. Una costilla humana es lo que me ha desgarrado la espalda. La suelto asqueado e intento volver a escalar esas paredes.
                Grito por ayuda y nadie me responde, ni siquiera mi perro al que estaba paseando cuando me caí en este agujero infernal. No sé de dónde ha salido, ayer no estaba. Simplemente alguien lo ha escavado y lo ha llenado de cadáveres, muchos cadáveres, tanto que mis pies solo tocan hueso, no tierra. Cuento al menos dos docenas de calaveras con las cuencas vacías y las bocas abiertas, enseñando sus dientes afilados como cuchillos.
                Me siento observado. Ruedo sobre mí mismo y no encuentro a nadie allí abajo, solo huesos brillando con una luz fantasmal. Supongo que por el reflejo de la luz mortecina de la Luna. Lo espero. Cuando me doy la vuelta para volver a intentar escalar me vuelvo a sentir observado. Miro hacia arriba esperanzado pero no hay nada, solo las estrellas burlándose de mí. No hay Luna.
                Algo ha cambiado. Algo se ha movido. Dos docenas de pares de ojos vacíos me observan, todas y cada una de las cabezas sin piel que me rodean parecen mirarme. El miedo me invade. Es mi imaginación. Lo sé. Quiero saberlo. Me lanzo contra el muro del foso he intento volver a subirlo.
                Una mano esquelética sale del fango y me arrastra hacia la tierra. Mi oreja y mi ojo se llenan de barro mientras que mis dedos se hunden en la pared. Grito de puro pánico. Intento liberarme del agarre cuando un dolor atroz me invade las manos. Siento como me desuellan los dedos, como me arrancas las uñas sin piedad, descarnado. Tardo un segundo en darme cuenta de que me están mordiendo. Me están royendo los dedos. Me orino encima y mis gritos se vuelven sollozos. Aunque tiro no puedo moverme y siento como cada vez mis dedos son más y más reducidos. En ese instante unos dientes pequeños y redondeados como perlas de cuchillas se abren paso a través del fango. La mandíbula se cierra alrededor de mi nariz y noto como mi piel es cortada. Cuando oigo como los dientes chocan entre ellos grito de forma esperpéntico y tiro como un loco. La mano se rompe y puedo liberar mi cuello. Al mismo tiempo consigo liberar mis manos.
                La sangre del agujero que antes era  mi nariz chorrea y se mete por mi boca. Miro mis manos y donde antes había dedos ahora solo hay huesos, huesos chorreando sangre negruzca. Grito por última vez. Pero ya es tarde. Las calaveras me saltan encima y empiezan a roerme todo el cuerpo. Siento sus mandíbulas cerrarse en mis piernas, mis brazos, mi torso. Sus pequeños dientes desgarrándome desde fuera y penetrando en mí. Y de la mismo forma que mi cuerpo se degrada mi alma de consume, se vuelve sucia, maligna. Me desvanezco, rodeado de los espeluznantes sonidos que emiten los dientes sobre mi carne y mis huesos. Comiéndome, devorándome, royéndome…

                 

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