Mis dedos
se resbalan de nuevo y caigo. La tierra marrón está húmeda y las raíces que
sobresalen de ella están marchitas y se rompen a la mínima brisa. Mi cuerpo
choca con fuerza contra el suelo y aunque está vez he caído desde una altura
menor, un dolor lacerante me recorre entero. Me levantó y me manoseo la espalda
en busca de lo que me ha producido tal agonía. Mi mano se topa con un objeto
delgado pero duro y tiro de él. El dolor se vuelve a expandir por mi sistema
nervioso. Una costilla. Una costilla humana es lo que me ha desgarrado la
espalda. La suelto asqueado e intento volver a escalar esas paredes.
Grito
por ayuda y nadie me responde, ni siquiera mi perro al que estaba paseando
cuando me caí en este agujero infernal. No sé de dónde ha salido, ayer no
estaba. Simplemente alguien lo ha escavado y lo ha llenado de cadáveres, muchos
cadáveres, tanto que mis pies solo tocan hueso, no tierra. Cuento al menos dos
docenas de calaveras con las cuencas vacías y las bocas abiertas, enseñando sus
dientes afilados como cuchillos.
Me siento
observado. Ruedo sobre mí mismo y no encuentro a nadie allí abajo, solo huesos
brillando con una luz fantasmal. Supongo que por el reflejo de la luz mortecina
de la Luna. Lo espero. Cuando me doy la vuelta para volver a intentar escalar
me vuelvo a sentir observado. Miro hacia arriba esperanzado pero no hay nada,
solo las estrellas burlándose de mí. No hay Luna.
Algo ha
cambiado. Algo se ha movido. Dos docenas de pares de ojos vacíos me observan,
todas y cada una de las cabezas sin piel que me rodean parecen mirarme. El miedo
me invade. Es mi imaginación. Lo sé. Quiero saberlo. Me lanzo contra el muro
del foso he intento volver a subirlo.
Una mano
esquelética sale del fango y me arrastra hacia la tierra. Mi oreja y mi ojo se llenan
de barro mientras que mis dedos se hunden en la pared. Grito de puro pánico. Intento
liberarme del agarre cuando un dolor atroz me invade las manos. Siento como me desuellan
los dedos, como me arrancas las uñas sin piedad, descarnado. Tardo un segundo
en darme cuenta de que me están mordiendo. Me están royendo los dedos. Me orino
encima y mis gritos se vuelven sollozos. Aunque tiro no puedo moverme y siento
como cada vez mis dedos son más y más reducidos. En ese instante unos dientes
pequeños y redondeados como perlas de cuchillas se abren paso a través del
fango. La mandíbula se cierra alrededor de mi nariz y noto como mi piel es
cortada. Cuando oigo como los dientes chocan entre ellos grito de forma esperpéntico
y tiro como un loco. La mano se rompe y puedo liberar mi cuello. Al mismo tiempo
consigo liberar mis manos.
La sangre
del agujero que antes era mi nariz
chorrea y se mete por mi boca. Miro mis manos y donde antes había dedos ahora
solo hay huesos, huesos chorreando sangre negruzca. Grito por última vez. Pero ya
es tarde. Las calaveras me saltan encima y empiezan a roerme todo el cuerpo. Siento
sus mandíbulas cerrarse en mis piernas, mis brazos, mi torso. Sus pequeños
dientes desgarrándome desde fuera y penetrando en mí. Y de la mismo forma que
mi cuerpo se degrada mi alma de consume, se vuelve sucia, maligna. Me desvanezco,
rodeado de los espeluznantes sonidos que emiten los dientes sobre mi carne y
mis huesos. Comiéndome, devorándome, royéndome…
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