divendres, 4 de novembre del 2016

Hacia adelante

                Siento la canción de la batalla. La fricción de las espadas chocando entre ellas, metal contra metal, oigo como el hierro corta el hueso y convierte la carne en jirones de tela inservibles. La sangre salpicándolo todo, mi arma, mi espada, mi cuerpo, mi alma… Y en medio de esta sinfonía de muerte y mierda no puedo para de pensar en una palabra. En una idea horrible y descorazonadora: el fracaso.
                La he cagado millones de veces en mi vida. Cargo con miles de errores en mi espalda, marcándome. No recuerdo un momento de mi vida sin que haya cometido un solo error. Sin embargo, no me considero peor por haberlos cometido. Para la mayoría, los errores son lastres que tiran de ellos hacia un océano de desesperación y amargura. Pero para mí son mis amigos, mis eternos compañeros que me sirven de guías y de ayuda. Son algo que ha arraigado tan dentro de mí que forman parte de mi personalidad y de mi espíritu. No son esos errores, son mis errores. Son los que me hacen grande.
                Paro una estocada que tenía como parada final el centro de mi cabeza y se la devuelvo a su dueño cercenándole el cuello hasta la médula. Sé que voy a seguir acumulando mierda y más mierda durante el resto de mi vida. Voy a hacer las cosas mil y unas veces mal. Estoy tan seguro como que al último que le he cortado el torso por la mitad no sabe ni por donde le ha venido. Y no pienso ponerme triste, pienso levantarme y luchar hasta el final. Me retiraré cientos de veces si hace falta, ¿pero rendirme? Jamás. Rendirse es mil veces peor que fracasar o cometer errores.
                El corazón de un torpe imparable es incomparable con el de un perfecto que a la mínima de cambio se rinde. Nada cae del cielo, se debe batallar hasta por el aire que respiramos. Y si, debemos llorar a veces, pero no caer en la trampa de la tristeza. Derramar 100 lágrimas nos hace fuertes. Derramas 1000 nos hace vulnerables.
                Salto y me dirijo como un leopardo desbocado hacia su reí. Mis pies no tocan el suelo mientras les corto la cabeza a los guardias. Soy la mejor. Con firmeza le clavo la espada en el cráneo a mi objetivo, con rapidez, como un destello de luz sólida le atravieso la mente y lo dejo inservible.
                Soy la que soy por haber crecido. Por haber renacido de mis errores y mis aciertos. Por saber que no estoy sola en el mundo, que siempre tengo alguien a quien recurrir. Porque he sabido parar para desahogarme y levantarme después con más poder, con más madurez.
                Soy la que soy porque no me he ahogado en la tristeza y en pesimismo. Por haber sabido seguir recto hacia delante. Siempre hacia adelante. 

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