Hola,
no tengo nombre y soy un asesino. Me gusta matar sin motivo, solo por el placer
de contemplar como la vida de mis víctimas se apaga en sus ojos. Disfruto viendo
como sus susurros de piedad acaban desapareciendo en mis oídos sordos, como se
hunden en un profundo mar de desesperación ante mi mirada acerada y fría, como
el hielo más profundo del Ártico.
Aunque
me encanta matar también disfruto reprimiendo mis impulsos. De este modo, en el
momento culminante, mi placer se multiplica por mil. Lo positivo de esto es que
la policía y cualquiera que intente prevenirme acaban confundidos, sin saber si
soy un hombre, una mujer o el fantasma de uno asesinatos que no tienen nada que
ver entre ellos.
Mis lugares
favoritos son los sitios donde más seguros se sienten las personas. Avenidas a
rebosar, barrios lujosos o lugares de ocio y sociedad. Recuerdo la vez que
asesiné en el hospital de la Malvarrosa. Fue increíblemente divertido ver la
cara del pobre sujeto, que acababa de sobrevivir a una operación de vida o
muerte. Aún mejor fue ver los rostros descompuestos de los familiares y los
médicos. Nadie se lo esperaba.
Sé que
soy un cabrón, un enfermo, un monstruo blablablá. Tonterías. La gente intenta
buscar un motivo para las atrocidades que cometo. Son tan monos, intentando
buscar una explicación para algo que no la tiene. Mato por matar. Porque lo
disfruto, lo gozo y me hace sentir más poderoso que nadie. Ya está. El día que
me pillen (si me pillan) me voy a divertir mucho en los interrogatorios y en
los juicios. Va a ser tronchante sentir la tristeza, la pena y la rabia rodeándome.
La cárcel supongo que será bastante peor. Me pegarán, violarán o matarán. Me da
igual, me imagino que me lo merezco.
Dejo de
pensar. Esta noche quiero vivir. Vivir matando. Hace siete meses que no mato y
lo necesito. Es jueves, jueves universitario, y pese a que es Noviembre, la avenida
de Blasco Ibáñez está lleno de jóvenes y estudiantes borrachines descargando
adrenalina. Sexo, drogas y Rock and roll. Y matar, por supuesto.
Los veo
a todos pasar, tranquilos, despreocupados. Normal. Es una zona cercana a las
universidades, llenas de pisos alquilados a estudiantes inocentes y confiados. Será
genial ver cómo la gente no la volverá a considerar igual a partir de esta
noche.
Veo a
mis presas. Son cinco: tres hombres y dos mujeres. No parecen muy embriagados. Mejor.
Peor lo pasaran. En ese momento se meten en un callejón un poco más estrecho,
huyendo de las discotecas y en busca de los pubs más tranquilos de La Plaza del
Cedro. Bien por mí.
El primero
no se da ni cuenta. Le secciono el cuello. Lo suficiente para impedirle gritar,
pero lo justo para que le cueste morir. Con la segunda tampoco me cuesta mucho.
Dos puñaladas por la espalda, hasta que siento como mi cuchillo aparece por el
otro lado. Pulmones perforados.
Sus estornudos
y gemidos, bañados con estertores sangrientos llaman la atención de los demás. Demasiado
tarde. Me paso el cuchillo a la izquierda y con la derecha le saco un ojo al
tercero. Grita, pero yo le rajo el estómago y veo como caen sus tripas, como
una lluvia macabra. Es el primero en dejar de respirar.
El cuarto
intenta darme un puñetazo. Yo simplemente me aparto y le sujeto el brazo. Le corto
la muñeca en vertical. No grita. Tan solo se queda quieto y sin poder reaccionar.
Aprovecho y le corto también la otra muñeca. Entonces parece querer moverse. Yo
simplemente le atizo un golpe a la cabeza con el mango del cuchillo. Cae al
suelo. Desorientado y desangrándose. Ha sido una forma rara de matar, pero así
seguro que ya no vuelve a levantarse.
Con la
quinta y última es mucho más fácil. Está ya tan asustada e impresionada que ni
siquiera es capaz de apartar la vista del amasijo de sangre y vísceras que
antes eran sus amigos. Con mucho cuidado, hago que se arrodille en el suelo. Tiembla
mucho pero no hace nada para evitarlo. Entonces sonrío y deslizo el frío metal
afilado por su cuello. El primero, la segunda y el cuarto miran aterrados el espectáculo.
Alguno grita pera ya no sirve de nada. Lanzo el cuerpo inservible de la quinta
al suelo y me macho. Oigo algún grito y gemido más pero todos se apagan, como
siempre.
Hola,
me llaman asesino y lo soy. Estoy lleno de sangre y restos humano y lo
disfruto. Me rio como un loco porque puede que en realidad lo esté. El placer
recorre mi cuerpo como ondas de placer extremo. ¿Y lo mejor? mañana podría ir a
por ti.
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