dijous, 10 de novembre del 2016

Mi cuento de muerte

                Hola, no tengo nombre y soy un asesino. Me gusta matar sin motivo, solo por el placer de contemplar como la vida de mis víctimas se apaga en sus ojos. Disfruto viendo como sus susurros de piedad acaban desapareciendo en mis oídos sordos, como se hunden en un profundo mar de desesperación ante mi mirada acerada y fría, como el hielo más profundo del Ártico.
                Aunque me encanta matar también disfruto reprimiendo mis impulsos. De este modo, en el momento culminante, mi placer se multiplica por mil. Lo positivo de esto es que la policía y cualquiera que intente prevenirme acaban confundidos, sin saber si soy un hombre, una mujer o el fantasma de uno asesinatos que no tienen nada que ver entre ellos.
                Mis lugares favoritos son los sitios donde más seguros se sienten las personas. Avenidas a rebosar, barrios lujosos o lugares de ocio y sociedad. Recuerdo la vez que asesiné en el hospital de la Malvarrosa. Fue increíblemente divertido ver la cara del pobre sujeto, que acababa de sobrevivir a una operación de vida o muerte. Aún mejor fue ver los rostros descompuestos de los familiares y los médicos. Nadie se lo esperaba.
                Sé que soy un cabrón, un enfermo, un monstruo blablablá. Tonterías. La gente intenta buscar un motivo para las atrocidades que cometo. Son tan monos, intentando buscar una explicación para algo que no la tiene. Mato por matar. Porque lo disfruto, lo gozo y me hace sentir más poderoso que nadie. Ya está. El día que me pillen (si me pillan) me voy a divertir mucho en los interrogatorios y en los juicios. Va a ser tronchante sentir la tristeza, la pena y la rabia rodeándome. La cárcel supongo que será bastante peor. Me pegarán, violarán o matarán. Me da igual, me imagino que me lo merezco.
                Dejo de pensar. Esta noche quiero vivir. Vivir matando. Hace siete meses que no mato y lo necesito. Es jueves, jueves universitario, y pese a que es Noviembre, la avenida de Blasco Ibáñez está lleno de jóvenes y estudiantes borrachines descargando adrenalina. Sexo, drogas y Rock and roll. Y matar, por supuesto.
                Los veo a todos pasar, tranquilos, despreocupados. Normal. Es una zona cercana a las universidades, llenas de pisos alquilados a estudiantes inocentes y confiados. Será genial ver cómo la gente no la volverá a considerar igual a partir de esta noche.

                Veo a mis presas. Son cinco: tres hombres y dos mujeres. No parecen muy embriagados. Mejor. Peor lo pasaran. En ese momento se meten en un callejón un poco más estrecho, huyendo de las discotecas y en busca de los pubs más tranquilos de La Plaza del Cedro. Bien por mí.
                El primero no se da ni cuenta. Le secciono el cuello. Lo suficiente para impedirle gritar, pero lo justo para que le cueste morir. Con la segunda tampoco me cuesta mucho. Dos puñaladas por la espalda, hasta que siento como mi cuchillo aparece por el otro lado. Pulmones perforados.
                Sus estornudos y gemidos, bañados con estertores sangrientos llaman la atención de los demás. Demasiado tarde. Me paso el cuchillo a la izquierda y con la derecha le saco un ojo al tercero. Grita, pero yo le rajo el estómago y veo como caen sus tripas, como una lluvia macabra. Es el primero en dejar de respirar.
                El cuarto intenta darme un puñetazo. Yo simplemente me aparto y le sujeto el brazo. Le corto la muñeca en vertical. No grita. Tan solo se queda quieto y sin poder reaccionar. Aprovecho y le corto también la otra muñeca. Entonces parece querer moverse. Yo simplemente le atizo un golpe a la cabeza con el mango del cuchillo. Cae al suelo. Desorientado y desangrándose. Ha sido una forma rara de matar, pero así seguro que ya no vuelve a levantarse.
                Con la quinta y última es mucho más fácil. Está ya tan asustada e impresionada que ni siquiera es capaz de apartar la vista del amasijo de sangre y vísceras que antes eran sus amigos. Con mucho cuidado, hago que se arrodille en el suelo. Tiembla mucho pero no hace nada para evitarlo. Entonces sonrío y deslizo el frío metal afilado por su cuello. El primero, la segunda y el cuarto miran aterrados el espectáculo. Alguno grita pera ya no sirve de nada. Lanzo el cuerpo inservible de la quinta al suelo y me macho. Oigo algún grito y gemido más pero todos se apagan, como siempre.

                Hola, me llaman asesino y lo soy. Estoy lleno de sangre y restos humano y lo disfruto. Me rio como un loco porque puede que en realidad lo esté. El placer recorre mi cuerpo como ondas de placer extremo. ¿Y lo mejor? mañana podría ir a por ti. 

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