Pandora Eva-Lilith siempre le había dicho a Alana que jamás
pisara la ciudad de Valencia hasta que hubiera matado a sus otros cinco
hermanos antes. Ahora, ella comprende porqué. No es que Quarantamaula esté en
la capital del Turia, es que él es toda la ciudad. Alana se levanta de la silla
dejando solo un culín de horchata en
el vaso. Toda la seguridad que había atesorado durante las últimas peleas se deshace
en cachitos mientras recorre las calles atestadas de gentes. Es como si el
asfalto y los adoquines calientes fueran su piel, como si el aire emponzoñado
por los coches fuera su aliente fétido y como si las cloacas fueran sus
arterias y venas. ¿Y lo humanos? Solo parásitos, como en cualquier otro lugar.
Llega a
la Plaça de la Reina cuando el sol empieza a descender, la catedral de Valencia
es el lugar donde más se manifiesta el aura de su hermano. Observa como, pese a
ser un buen sábado de mayo, el lugar está casi vacío. Apenas hay persona en el
lugar y el ambiente es de abandono. Dentro de la catedral, la imagen es aún más
abrumadora. Está vacía y apenas hay luces encendidas. Alana invoca a Corbella y desenvaina a Falç. El silencio impera en la casa de
Dios, aunque hay una pequeña vibración que Alana es capaz de captar. Una
respiración, un susurro quizá, unos latidos…
La
puerta se cierra lentamente. “La batalla contra el Quarantamaula será una lucha
física y mental”, las palabras de su madre le vienen a la cabeza en el momento
que el suelo empieza a ondear. Como si de un estanque de agua gelatinosa se tratara,
las baldosas se agitan, suben y bajan como olas. Las columnas también se
retuercen y se bambolean como serpientes de magma frío. Alana se mueve como si
estuviera embriagada, no puede mantener el equilibrio y en la penumbra apenas
es capaz de esquivar los bancos de madera. El calor aumenta bestialmente en el
lugar lo que hace que Alana se desprenda de la fina chaqueta. Mientras recuerda
lo bien que lucho desnuda en Carrícola y en el Benicadell maldice al idiota que
sexualizó la desnudez.
Entonces
lo ve, o mejor dicho, los ve. Los tentáculos negros como la pez se alargan a
través del suelo, entre las juntas de las baldosas y cualquier agujero del
suelo. No duda, sabe perfectamente que su hermano tiene un cuerpo metamórfico y
cambiante. Con las armas corta un par de esas extremidades difusas que se
convierten en humo al liberarse del cuerpo principal.
La Catedral
se agita y se expande como si se estremeciera.
-
Te equivocas tanto – la voz sale de todas
partes, la envuelve.
Alana gruñe. Está harta de que
ninguno de sus hermanos sepa hablar con claridad.
-
¿Y por qué coño me equivoco? – grita Alana como
una loca a las paredes y al suelo ondulante – Solo sabéis decirme que me
equivoco y que soy una idiota. Habladme claro.
Se coge la cabeza. Tiene jaquecas fuertes
desde Singapur.
-
Yo no he dicho que seas una idiota – dice la voz
de forma conciliadora -. Tan solo quiero ayudarte, ayudarnos…
-
¡MIENTES!
El suelo deja de moverse y el
sacro lugar parece recuperar su antigua forma. Alana puede seguir oyendo la
respiración y como suspira con resignación. Un escalofrío le recorre la
espalda. Es una trampa, toda la maldita ciudad es una trampa para ella. Aunque
sea capaz de regenerarse, si la trocean y alejan las partes resultantes jamás
podrá volver a regenerarse. Las paranoias empiezan a dominarla.
-
Déjame mostrarte la verdad
Alana va a replicar. Está cansada
y dolorida, y esta maldita ciudad parece enloquecerla. Sin embargo, no es capaz
de lanzar ninguna palabra. Una ola negruzca como brea caliente emerge del suelo
y se abalanza sobre Alana sin piedad.
Alana mueve la mano derecha por
puro impulso, pero cuando Falç toca
el maremoto de alquitrán gelatinoso una fuerza mucho mayor que la de su brazo
tira de ella. La espada se hunde en la más profunda oscuridad.
Corre. Como un aloca. Sabe que
solo tiene una escapatoria: hacia arriba. La subida se le hace eterna. Centeneras
de escaleras y siempre girando, en un vórtice de mareos y de colores marrones y
anaranjadas. Corbella desaparece en
Quarantamaula cuando Alana intenta defenderse de uno de los tentáculos que se
ha adelantado a los demás.
Entonces los escalones se vuelven
más empinados y estrechos. Ha llegado a la parte superior. No obstante, no puede disfrutar
mucho de su victoria. La parte más alta del Micalet estalla en una lluvia de
cascotes. Alana sale despedida al cielo y contempla como, la torre del
campanario, se recompone rápidamente. Docenas de manos negras emergen de él y
convergen en su búsqueda, como una flor de loto de luto.
La determinación vuelve a Alana
durante unos segundos. De su cuerpo empiezan a surgir manojos de hilos
afilados. Inútil. La negrura más absoluta devora todo lo que hay a su paso, y
los hilos regeneradores no son una excepción. En un último alarde de
desesperación Alana intenta construir a Trabuc
en ambas manos. Tarde. La explosión de petróleo se la traga. En el instante
final, Alana es capaz de ver la ciudad de Valencia sacudirse, como si fuera presa
de un ritmo mortal.
La presión del líquido la
aplasta. Aguanta la respiración durante unos segundos, pero la fuerza de la
corriente y el agobio que crea la masa viscosa hace que Alana trague parte de
su hermano. Empieza su descenso a los infiernos. Los infiernos de Quarantamaula.
Alana es una niña y está jugando.
Está bien, se divierte. Está feliz. Juega con seis niños en un parque bonito y
soleado. Un parque… ¿Dónde? Una mujer se acerca y los siete niños paran de
jugar para observarla. ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde? Ella extiende su mano derecha…
no es una mano normal y los niños se asustan
¿Dónde?
Llutxent…
¿Quién compartirá sus juguetes
con Alana?
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