Siempre
eran siete y como todos los días, cuando terminaban el colegio a las doce y
media iban a la guardería a esperar a que sus hermanos pequeños acabarán las
clases, una hora más tarde, para irse junto a sus padres a casa. Era Llutxent,
podían estar solos un rato sin que nada les pasará. O eso pensaban sus padres.
Ese día
no parecía diferente. Jugaban al escondite en el parque junto a la guardería:
seis chicos y una chica. Amigos. Alana recuerda mirar las caras de sus antiguos
compañeros: están borrosas y no recuerda sus nombres. Aunque está feliz. Muy feliz.
Hasta que un escalofrió les recorrió la espalda
a los siete.
Una mujer
altísima aparece ante ellos. La mujer vestía una gabardina blanca ¿o era una
bata? También llevaba un jersey naranja de cuello alto y unos pantalones
vaqueros normales y corrientes. Una señora normal. Excepto por sus manos. Su mano
izquierda era negra: estaba quemada y entre los jirones de carne quemada
aparecían los huesos blanquecinos. Su derecha, en cambio, estaba fusionada a
una especie de vasija blanca rodeada por una parra que soltaba sus lianas por
doquier. La mujer no dijo nada. Las parras se movieron y cayeron sobre ellos.
Lo siguiente
que Alana recuerda estar sentada,
cansada y llena de heridas en un zulo húmedo y lleno de aparatejos raros. Sus seis
amigos estban junto a ella. Algunos gritaban y otros lloraban. Entonces la
mujer apareció.
-
Quizás no seáis capaces de comprenderlo por
vuestra tierna edad – la mujer tenía la voz dulce y maternal, como la de una
abuelita -, pero estamos en peligro. La humanidad se dirige hacia su
desaparición. Pero tranquilos, yo tengo la solución: vosotros.
Pandora Eva-Lilith se movió para
colocarse en un punto cercano a todos los niños. Levantó su mano derecha y las lianas
de parra empezaron a agitarse como serpiente furiosas.
-
Tú serás el Dip, el escudo de la humanidad – las
parras salieron disparadas y atraparon al niño. Todos gritaban mientras veían
como su amigo era arrastrado hasta dentro de la vasija que se ensanchó para tragárselo.
Jorge.
-
Tú serás el Gycklare,
la lanza de la humanidad – su destino fue el mismo que el del otro niño.
Didac.
-
Nudus, serás el político de todos, el que ayude
a los humanos a tomar el camino correcto.
Jordi.
-
Tu función, Imao Llorosa, será proteger las
emociones humanas desde el arte.
Carles
-
Como Arquitecto, te encargarás de construir todo
lo que necesitemos.
Raúl.
-
Quarantamaula, te fusionaras con la Tierra para
protegerla desde dentro, evitando cualquier catástrofe- Alana reaccionó en ese
momento, intentando cogerle la mano a su último amigo: no quería quedarse sola.
Fue inútil. La vasija también lo tragó.
Félix
Pandora se giró hacia una
asustada y aterrada Alana.
-
Finalmente, mi querida “hija”, tu será el
sistema inmunitario, la que se encargará de corregir los errores que tus nuevos
hermanos cometan – Alana no se movió.
Impotente, frustrada, triste,
sola… demasiado para una niña de ocho años. Las parras la rodearon sin que ella
se resistiera. La levantaron y la sumieron en la más absoluta oscuridad. Entonces
un dolor atroz empezó. Sus gritos fueron acompañados por los de sus hermanos.
Victoria…
Alana está flotando en una
oscuridad absoluta. Corbella y Falç giran a su alrededor, como si la velaran.
Alana llora, las lágrimas recorren su rostro hasta que escapan de él y se
alejan flotando en la oscuridad. No eran hermanos, simplemente amigos. Era suficiente.
-
¿Qué pasó? – tiene la voz rota, embargada por la
tristeza.
Unos ojos enormes se abren
iluminando la oscuridad. El iris de Quarantamaula es multicolor, millones de
tonalidades fusionadas y cambiantes. Sus pupilas son afiladas y blancas.
-
El experimento salió mal – dice -. Cuatro de
nosotros desarrollaron tumores cerebrales o en el caso del Gycklare, además, “nació” con un cerebro poco desarrollado. Sólo Nudus,
tú y yo salimos como ella quería. Sin embargo, Nudus fue una mala copia de
Narciso, lo que le llevo a sumirse en la locura.
Alana asiente, pero aún no lo
entiende todo. Quarantamaula parece leerle la mente.
-
Pandora, cuando vio lo que ocurrió intento
matarnos, pero todos escapamos… todos menos tú: a ti te voló la cabeza para reiniciarte
y enviarte a destruirnos. Te dijo que al último al que debías matar era a mí, porque
yo tengo el poder de despertar la memoria.
-
Entonces... ¿soy una asesina? – la voz de Alana
se ahoga en sollozos - ¿He hecho mal?
La oscuridad se arremolina
alrededor de Alana, como si quisiera acunarla.
-
Si, eres una asesina, pero no hiciste mal. Estaban
sufriendo y eran verdaderos monstruos sangrientos y desquiciados. Hasta ahí lo
has hecho todo bien, pero desde una mala perspectiva.
Eso no consuela a Alana, que no
solo había perdido a sus amigos, sino también a la que creía su madre y a toda
su vida como Victoria. Pandora no era capaz de crear vida, solo de manipularla
de una forma anormal y macabra.
-
Alana, entiendes...
-
Si – dice una Alana ya decidida, aunque con una
herida incurable dentro de ella, una herida que sus poderes no pueden regenerar
-. Debo volver a matar.
Quarantamaula parece sonreír.
-
Bien, ya puedo morir en paz – la oscuridad se estremece
y se arremolina rápidamente sobre un mismo punto. Alana va a replicar pero
Quarantamaula no le deja -. Tranquila, no dejaré que hagas esto sola.
Alana se despierta apoyada en un
árbol. Ya no está en la catedral. Ahora está en un parque. Lo reconoce: está en
el antiguo caudal del Turia. Corbella y
Falç descansan a su lado. En ese
momento Alana lo ve agitarse en su regazo: un gato. Un gato negrísimo. Pero no
es un gato normal. Tiene alas y cinco colas rematadas en puntas blancas. Cuando
el animal abre sus relucientes ojos, Alana sonríe. No era la única capaz de
reiniciar.
-
Quarantamaula era un nombre horrible. Te llamaré
Floresta.
Alana se levanta con el gatito
entre sus brazos. Recoge sus armas, sus viejas amigas.
-
Ahora, vamos a ver a “mamá” – su voz suena entre
aterradora y confiada-. Volvemos a casa, a donde nacimos. Volvemos a Llutxent.
¿Quién recogerá a Alana del colegio?
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