dissabte, 17 de febrer del 2018

Green hunters XVI: Alcornoque

                La oscuridad se desgaja como una naranja podrida. A medida que la tranquilidad se deshilacha como una manta raída, millares de motas blancas y brillantes van apareciendo en el campo de visión de Tebas. La nube vaporosa de los narcóticos se desvanece y, como si fuera un meteorito entrando en la atmósfera, cae en la realidad.
                Durante los primeros segundos, al ver a Dendarah y a Xois incómodamente dormidos en unos sillones, cree que todo está bien. Pero entonces ve al fantasma de su brazo derecho. No queda nada de él, solo un muñón rodeado de vendas blancas y suaves. El pitido de las máquinas le molesta. Hay demasiadas. En verdad, todas son necesarias para monitorizar a Luxor, que está en la cama de al lado. Está increíblemente flaco y sin vida.
                Antes de poder decir nada, unos brazos conocidos le rodean con delicadeza. Dendarah hunde su cabeza en el cuello de Tebas.
-          Por unos segundos pensamos que ninguno de los dos despertaríais.
Xois, con unas ojeras horrendas, se pone a su lado y le besa la mejilla. La calidez de sus labios es tranquilizadora.
-          ¿Dónde estamos? – pregunta dubitativo.
Dendarah se aparta de él, pero no mucho.
-          En una de las tres ciudades que sobrevivieron al fin del mundo.
Tebas lo mira, extrañado.
-          Este es el Hospital de los Foros – dice Xois -. Estamos en Roma.
Unas ligeras migrañas le atacan detrás de los ojos.
-          Pero ¿Cómo?
Dendarah y Xois le cuentan toda la lucha contra Sarmizegetusa desde que él había caído inconsciente. Cuando Xois había perdido la conciencia y casi caen al mar, había sido Menfis quien los había transportado a todos hasta la playa. Ninguno de ellos sabía cuántas horas habían pasado allí hasta que habían despertado. Decidieron usar una lancha rápida para llegar hasta las Islas de María la Coca dónde consiguieron salvarles la vida a ambos de milagro. Después de eso les llamaron a Roma.
-          ¿Y Luxor?
Tanto Dendarah como Xois bajan la cabeza.
-          Básicamente está bien – dice Xois -. La herida del pecho ya ha sido curada. El problema es que al caer se golpeó la cabeza. Está en coma. No sabemos cuándo despertará o si lo hará.
Tebas vuelve a observar el cuerpo maltrecho de Luxor.
Pero no hay tiempo para regodearse en la tristeza. Menfis entra en la habitación. Está rara, vestida con un traje negro en lugar de su típica ropa cómoda para luchar. Nada más entrar le sonríe a Tebas y le da un corto abrazo. Ella no está hecha para las muestras de cariño excesivas.
-          Estamos despedidos – dice sin más rodeos.
-          ¿Qué? – pregunta Dendarah.
Menfis se sienta sobre la cama.
-          Nos han llamado de incompetentes para arriba por haber dejado que la mitad del Santuario se destruyera.
-          ¿Pero de que van? – dice Dendarah cabreado -. Desde un primer momento les dijimos que éramos demasiado pocos para una incursión a gran escala. La culpa es de ellos, por ratas.
-          Bastante hemos hecho matándolos a todos – dice Xois
Menfis asiente.
-          Ahí está lo bueno – dice -. Siracusa, Sarmizegetusa y Jericó estaban muy bien valorados. Haber acabado con ellos nos ha dado mucha fama. Ahora se nos considera un grupo de mercenarios de los buenos. Si todos queréis, claro está.
Todos se quedan pensando. Sopesándolo.
-          Somos una familia – dice Tebas -. No veo bien que nos separemos ahora después de cinco años.
Xois asiente.
-          Sería una vergüenza para la memoria de Elefantina, Cusae y Edfu.
Dendarah sonríe.
-          Parece que estamos todos de acuerdo.
-          Bien – dice Menfis -. Entonces, Dendarah y Xois, cambiaos, tenemos una reunión.
Ambos se miran. Extrañados.
-          ¿Para qué? ¿Con quién?
Menfis sonríe.
-          Para nuestra primera misión como el grupo de mercenarios Green hunters. Vamos, Roma, la reina del Marquesado de Roma, nos espera.


Dos figuras observan la salida del sol desde las murallas de un Santuario reducido casi a cenizas. La sombra del barco hundido es como una mancha perpetua en las aguas. Una pizca de aura aún sigue emanando de él.
-          ¿Cómo has conseguido sobrevivir? – le pregunta Tesalónica a la otra.
Apamea coge aire.
-          Cuando esos dos brutos reventaron el casco del acorazado, me rodeé en una bola de aire sólido. Como es menos denso que el agua, floté. Bastante fácil en verdad. ¿Y tú?
Tesalónica se encoge de hombros.
-          A mí me lanzaron fuera del barco bastante pronto, la verdad.
El silencio se vuelve a instalar entre ellas.
-          La verdad es que me asusta que hayamos sido controlados así por ese monstruo…
Tesalónica para su discurso al ver como Apamea niega con la cabeza.
-          Dilo por ti. Yo esto lo he hecho por dinero.
Si le ha sorprendido, Tesalónica lo disimula muy bien.
-          ¿Y ahora qué?
Apamea se pone en pie.

-          No sé tú, pero yo quiero venganza. 

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