La oscuridad
se desgaja como una naranja podrida. A medida que la tranquilidad se deshilacha
como una manta raída, millares de motas blancas y brillantes van apareciendo en
el campo de visión de Tebas. La nube vaporosa de los narcóticos se desvanece y,
como si fuera un meteorito entrando en la atmósfera, cae en la realidad.
Durante
los primeros segundos, al ver a Dendarah y a Xois incómodamente dormidos en
unos sillones, cree que todo está bien. Pero entonces ve al fantasma de su
brazo derecho. No queda nada de él, solo un muñón rodeado de vendas blancas y
suaves. El pitido de las máquinas le molesta. Hay demasiadas. En verdad, todas
son necesarias para monitorizar a Luxor, que está en la cama de al lado. Está increíblemente
flaco y sin vida.
Antes
de poder decir nada, unos brazos conocidos le rodean con delicadeza. Dendarah hunde
su cabeza en el cuello de Tebas.
-
Por unos segundos pensamos que ninguno de los
dos despertaríais.
Xois, con unas ojeras horrendas,
se pone a su lado y le besa la mejilla. La calidez de sus labios es
tranquilizadora.
-
¿Dónde estamos? – pregunta dubitativo.
Dendarah se aparta de él, pero no
mucho.
-
En una de las tres ciudades que sobrevivieron al
fin del mundo.
Tebas lo mira, extrañado.
-
Este es el Hospital de los Foros – dice Xois -.
Estamos en Roma.
Unas ligeras migrañas le atacan
detrás de los ojos.
-
Pero ¿Cómo?
Dendarah y Xois le cuentan toda
la lucha contra Sarmizegetusa desde que él había caído inconsciente. Cuando
Xois había perdido la conciencia y casi caen al mar, había sido Menfis quien
los había transportado a todos hasta la playa. Ninguno de ellos sabía cuántas
horas habían pasado allí hasta que habían despertado. Decidieron usar una
lancha rápida para llegar hasta las Islas de María la Coca dónde consiguieron
salvarles la vida a ambos de milagro. Después de eso les llamaron a Roma.
-
¿Y Luxor?
Tanto Dendarah como Xois bajan la
cabeza.
-
Básicamente está bien – dice Xois -. La herida
del pecho ya ha sido curada. El problema es que al caer se golpeó la cabeza. Está
en coma. No sabemos cuándo despertará o si lo hará.
Tebas vuelve a observar el cuerpo
maltrecho de Luxor.
Pero no hay tiempo para
regodearse en la tristeza. Menfis entra en la habitación. Está rara, vestida
con un traje negro en lugar de su típica ropa cómoda para luchar. Nada más
entrar le sonríe a Tebas y le da un corto abrazo. Ella no está hecha para las
muestras de cariño excesivas.
-
Estamos despedidos – dice sin más rodeos.
-
¿Qué? – pregunta Dendarah.
Menfis se sienta sobre la cama.
-
Nos han llamado de incompetentes para arriba por
haber dejado que la mitad del Santuario se destruyera.
-
¿Pero de que van? – dice Dendarah cabreado -.
Desde un primer momento les dijimos que éramos demasiado pocos para una
incursión a gran escala. La culpa es de ellos, por ratas.
-
Bastante hemos hecho matándolos a todos – dice Xois
Menfis asiente.
-
Ahí está lo bueno – dice -. Siracusa,
Sarmizegetusa y Jericó estaban muy bien valorados. Haber acabado con ellos nos
ha dado mucha fama. Ahora se nos considera un grupo de mercenarios de los
buenos. Si todos queréis, claro está.
Todos se quedan pensando. Sopesándolo.
-
Somos una familia – dice Tebas -. No veo bien
que nos separemos ahora después de cinco años.
Xois asiente.
-
Sería una vergüenza para la memoria de
Elefantina, Cusae y Edfu.
Dendarah sonríe.
-
Parece que estamos todos de acuerdo.
-
Bien – dice Menfis -. Entonces, Dendarah y Xois,
cambiaos, tenemos una reunión.
Ambos se miran. Extrañados.
-
¿Para qué? ¿Con quién?
Menfis sonríe.
-
Para nuestra primera misión como el grupo de
mercenarios Green hunters. Vamos, Roma, la reina del Marquesado de Roma, nos
espera.
Dos figuras observan la salida
del sol desde las murallas de un Santuario reducido casi a cenizas. La sombra
del barco hundido es como una mancha perpetua en las aguas. Una pizca de aura aún sigue emanando de él.
-
¿Cómo has conseguido sobrevivir? – le pregunta
Tesalónica a la otra.
Apamea coge aire.
-
Cuando esos dos brutos reventaron el casco del acorazado,
me rodeé en una bola de aire sólido. Como es menos denso que el agua, floté. Bastante
fácil en verdad. ¿Y tú?
Tesalónica se encoge de hombros.
-
A mí me lanzaron fuera del barco bastante
pronto, la verdad.
El silencio se vuelve a instalar
entre ellas.
-
La verdad es que me asusta que hayamos sido
controlados así por ese monstruo…
Tesalónica para su discurso al
ver como Apamea niega con la cabeza.
-
Dilo por ti. Yo esto lo he hecho por dinero.
Si le ha sorprendido, Tesalónica
lo disimula muy bien.
-
¿Y ahora qué?
Apamea se pone en pie.
-
No sé tú, pero yo quiero venganza.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada