Te
veo,
sentada, con las piernas
colgando sobre un océano de cemento y metal y pienso que ha llegado el momento.
El ruido de los coches y los gritos agónicos de la rutina se acercan a nuestros
oídos de forma sorda, como el aleteo torpe de un abejorro moribundo. Doy un
paso, titubeando, y no puedo quitarme de la cabeza que hoy se pueden cumplir
nuestros deseos. Aunque sea solo para una.
Aún recuerdo, el momento en el que te conocí. Todos los
momentos a tu lado eran como un bálsamo para mis heridas más profundas. Pero no
lo suficiente bueno como para cerrarlas. Ni yo lo soy para ti. Son cicatrices
supurantes de pus, que huelen a podrido. El tiempo no las cura, solo las abre
más. Si Nerón llegó al suicidio por sus cicatrices, ¿Por qué no vamos a llegar
nosotras?
Los segundos atesorados a tu lado fueron los mejores
en mi vida, y si tú no me mientes, también lo fueron para ti. Sin embargo,
antes de conocernos ya éramos almas condenadas. Ni siquiera el amor nos podía
liberar. Solo hicimos el camino hacia el patíbulo más bonito. La trayectoria no
cambió.
Por desgracia, no hacemos una buena ecuación. Dos con
ganas de morirse, más cobardía para hacerlo, más dos personas dispuestas a
matar. El resultado nos da una de nosotras con una muerte digna. Matarnos entre
las dos es arriesgarse a no acabar bien o sufrir innecesariamente más. Por otro
lado, sería demasiado parecido al suicidio.
Te giras y me sonríes. Tus ojos parecen llamas de
vida, pero yo he aprendido a ver más allá de las falsas ascuas. Ese fuego es
prendido por los gritos de desesperación. Gritos tan mudos que duelen, tanto a
ti como mí. Puedo comprenderte. Quieres que lo haga. Que me acabe de acercar y
te dé el empujón final. Que te libere de todo. Que te haga la última herida. Sin
culpa ni dolor ni arrepentimiento. Sería el mayor acto de amor y compasión que podría
hacer en mi vida. También sería el más triste para mí. Con ese acto, destruiría
completamente mi alma. Debería vivir recogiendo los trozos de mi misma,
esparcidos por mi marchita psique. El clímax de la pena y la autocompasión.
Pensar, que todas las heridas me las han hecho otros, y que la última, la peor,
me la tendría que hacer yo misma.
Prefiero el egoísmo. Prefiero retenerte a mi lado de
la forma más cruel o que seas tú quien me libre a mí del suplicio. Me siento a
tu lado y mis piernas también cuelgan. Siento centenares de mariposas de vértigo
recorrerme el esófago. Te abrazo y tú me devuelves el gesto con amor verdadero.
La pareja perfecta. Unidas por un amor construido con
el dolor más puro. Unidas por el egoísmo, por la necesidad mutua. Somos la
perfecta pareja tóxica y destructiva. No obstante, ¿se puede destruir un
cadáver envenenado y desmembrado?
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