El sol
le deslumbra, lo ciega y hace que la piel blanca de sus manos le arda, pero a
Tebas le da igual, le encanta y lo disfruta. Pensaba que iba a morir en esa
cueva. Cuando Dendarah había quedad inconsciente, Tebas había avanzado a ciegas
hasta que el agua dejó paso a una
pasadizo de rocas húmedas y resbaladizas. Entonces se sentó y ese fue su error.
El frío casi lo consume por completo. Decidió acunar la cabeza de Dendarah
hasta morir. Sin embargo, cuando una capa de escarcha le cubría el pelo, la
barba e incluso el vello del pecho Dendarah había despertado y le había hecho
entrar en calor cediéndole aura. Para
ese momento ya habían pasado horas. Dendarah conocía la cueva y conocía la
existencia de otra salida trasera, por donde ahora emergían.
Lo
huele antes de verlo: humo. Millones de partícula de ceniza corrompen el aire. Su
aura se estremece: miles de árboles
muriendo y trasmitiéndose el dolor entre ellos. Y no solo eso, el sotobosque muriéndose,
pudriéndose. Alguien se estaba tragando toda el aura de los seres vivos del
Santuario de Ahotep. Fuego y podredumbre.
-
Dendarah… - dice susurrando con lágrimas en los
ojos – ya ha muerto el 40% de la vida de este lugar.
Dendarah no dice nada,
simplemente le abraza. No lo comprende, ya que él no tiene esa conexión con la
vida vegetal. Entonces tiene una idea. Coge de la mano a Dendarah y tira de él.
-
¡Ya sé que buscan! – dice mientras se abre paso
-. Están en la Sureria.
Tebas, apesadumbrado, levanta la
cabeza y lo primero que ve son las columnas de humo ascendiendo como serpientes
de muerte por todas partes. Después, a unos metros por delante de ellos la ve:
la reserva de alcornoques del santuario. Pequeños ciclones de humo empiezan a
surgir de ella.
-
¿Cómo lo sabes?
-
Fácil – dice Dendarah -. No le encontraba el
sentido a este ataque. Querer atacar un santuario tan bien protegido cuando no
hay tesoros y todas las plantas que hay aquí están en todos lados. Bueno, casi
todas.
-
Alcornoques – dice Tebas abriendo los ojos como
platos -. Ya no quedan más alcornoques en este hemisferio. La Sureria es la
última reserva.
-
Exacto. y hay tan pocos porque han tenido la
desgracia de ser los seres vivos con más aura
que existen. Hasta 1000 veces más que un humano normal. Y aquí tenemos el que
más aura tiene. Es el puto centro de la vida de este lugar y no habíamos
pensado en él.
Tebas va a contestar, pero
entonces lo ve. Cnosos, uno de los asesinos de Elefantina, poniendo sus manos
a más de 500 grados sobre la corteza de los vetustos alcornoques. Los árboles
se estremecen y “gritan” mientras toda su vida es tragada por algo en el este.
Enloquece, simplemente grita y un
gran Hyperión nace del suelo. Pero no lo hace de forma normal. No, crece en
diagonal. Cnosos ha llegado a oír su grito y sentir sus auras, pero ha llegado demasiado tarde. Siente como toneladas de
celulosa estallan contra su espalda. Las ramas lo empalan y le desgarran la
piel, pero eso no es lo peor, el Hyperión crece tan rápido que, cuando alcanza
su altura máxima, el cuerpo de Cnosos, ya medio muerto, sale despedido y se
pierde montaña abajo. Al chocar contra el suelo, su cuerpo estalla de tal forma
que hasta las extremidades se separan de su cuerpo.
No hay tiempo para celebraciones.
Dendarah ha ido directo contra otro sujeto cubierto de diamantes que ha
enloquecido al ver a su compañero ser reventado como una calabaza. Dendarah
invoca el poder de la chica que mato hace unos días en su mano izquierda, metamorfoseándola
en una espada gigante. La espada choca
contra el cuerpo de Cartago sin hacer siquiera una mella en la armadura de
diamantes.
-
Malditos hijos de puta – grita Cartago –. Os arrepentiréis,
os voy a meter diamantes por el culo hasta que estalléis.
Los diamantes empiezan a brotar
de él como si de una fuente millonaria se tratara. Rápidamente, empieza a
formarse una montaña brillante, con el de pico. Dendarah es tragado por la
avalancha de diamantes.
Tebas gruñe y construye un muro de
robles, pero los árboles son triturados y aplastado por la marea del mineral. Entonces
decide crear un pino y dejarlo caer sobre la pila de diamantes para intenta
utilizarlo como puente hasta Cartago. Parece funcionar, incluso avanza varios
metros, pero el árbol empieza a colapsar por los miles de diamantes que lo
tragan y lo zarandean. Durante unos segundos, Tebas solo ve diamantes
resplandeciendo en cientos de destellos multicolores.
Un cuerpo unido a una gran espada
y un libro emerge al lado de Cartago. Este se asusta al principio pero enseguida
una sonrisilla socarrona le adorna el rostro cuando ve la espada caer contra
él.
-
¿De verdad piensas…?
Un brazo derecho tapizado de deslumbrantes
diamantes cae por un terraplén de las mismas gemas dejando un reguero de sangre
rojiza. Cartago grita lleno de pánico. Ha dejado de producir diamantes e intenta
detener la hemorragia. Dendarah se posiciona ante él, lleno de cortes y
arañazos. A sus pies, la fortaleza de diamantes comienza a desmoronarse.
-
Esta espada – dice seriamente – no solo corta. Tiene
una habilidad llamada adaptabilidad. Es decir, cuando toca un material que no
puede cortar, cambia su conformación y composición para poder cortarlo la
siguiente vez.
Dendarah observe como Tebas
emerge del montón de diamantes cogido aún al árbol que se asoma de forma casi
imperceptible. Sonríe aliviado.
-
Nunca sobreestimes tu poder. Pero más importante
aún: nunca subestimes el de tú adversario.
La cabeza de Cartago se separa de
su cuerpo de un solo y sencillo corte. Dendarah observa el cuerpo del muerto
durante unos segundos y se dirige a toda prisa hacia Tebas y los dos siguen hasta tierra firme.
-
Esto me va a dejar seco – dice Dendarah arrodillándose
en el suelo y abriendo su libro -. Te presento mi cuarto poder: control del
clima.
Los nubarrones emergen del cielo
como si una gran horda de ovnis invadiera la Tierra hasta cubrir el firmamento.
La lluvia llega al segundo. Dendarah sonríe, tiene ojeras y está muy cansado,
pero lo han conseguido.
El aire se abre, como si fuera un
telón invisible. Una cabeza de mujer y un brazo emergen. La chica echa un gran
vistazo a ambos y en su mano derecha aparece un triángulo irregular de mármol,
con los bordes llenos de esquirlas afilada. Dendarah aún sonríe cuando la chica
lo empala por la espalda. El trozo de mármol emerge cubierto de sangre por el
otro lado, como una rosa de piedra blanca y roja.
-
Me llamo Jericó. Misión cumplida - en su otra
mano, una maceta con un alcornoque achatado y raquítico, pero que desprende una
aura gigantesca y con las hojas de colores brillantes.
Jericó intenta atacar a Tebas
pero este está fuera de sí. La chica mide la situación y la prudencia la llama,
así que decide volver a cubrirse con la capa hasta desaparecer totalmente. En ese
justo momento, centenares de árboles emergen por doquier. Robles, sauces,
secuoyas…
Tebas
se arrodilla al lado de Dendarah. Grita, llora e intenta detener la hemorragia,
pero no sirve de nada, la vida desaparece y se va con los arroyuelos que ha
creado la lluvia. Todo perdido. Hasta que el aura muta…
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