dijous, 7 de desembre del 2017

Green hunters VIII: Bonsái de Jacarandá

                Menfis se abre paso como puede. Los árboles están muy juntos entre ellos y ella está al borde de quebrarse, física y emocionalmente. Encima, el agua fría del diluvio se cuelo entre las frondosas ramas y le resbalan por todo el cuerpo, congelándola. Cuando despertó al lado del cuerpo muerto de Siracusa no se podía creer lo que su increíble vista estaba captando. Primero, la brutal cantidad de aura de los seres vivos del Santuario que fluía hacia la Puerta de Llevant, donde un acorazado se mecía en las tranquilas aguas. Lo segundo, y lo que más le había impactado, fue ver el cuerpo casi muerto de Dendarah en brazos de Tebas.
                Los árboles se abren en un pequeño claro donde el agua se acumula en una charca fría, atrapada por las raíces que deforman el suelo. Menfis se acerca despacio hasta arrodillarse al lado de un Tebas que está fuera de sí. Tienes los ojos enrojecidos y su cuerpo está lleno de cortes. Mueve las pupilas como si llevara horas sin hacerlo hasta fijarlas en ella. Entonces la abraza y vuelve a llorar.
-          Cusae también ha muerto.
No es una pregunta. Tebas siempre había tenido una sensibilidad especial para captar esas cosas. Sus lágrimas calientes caen por la oscura piel de Menfis, haciendo contraste con la fría lluvia. Menfis, mira por primera vez el cuerpo de Dendarah y se fija en algo que hasta ahora no había visto. Un árbol enano con las hojas moradas y moteadas de colores azules cubre el cuerpo. Las raíces nudosas se introducen en las heridas de Dendarah. Es más, es como si el cuerpo estuviera tragándose el árbol. Menfis, con cuidado para no perturbar a Tebas, le pone los dedos en el cuello. Los capta enseguida: latidos. Y no solo eso, un pequeño punto de aura que crece lentamente. Lo siguiente que hace es tocar una de las raíces del árbol.
-          Tebas – susurra, pero este parece no escucharle -. ¡Tebas!
Este levanta la cabeza
-          ¿Qué es este árbol? – pregunta Menfis.
Tebas niega con la cabeza.
-          No lo sé – su voz sueno rota, quebrada -. Perdí el control y supongo que creé muchos árboles, entre ellos este. Supongo que lo habrá rematado.
Menfis le coge la cabeza y lo sacude.
-          Te equivocas, le está salvando – dice Menfis muy animada -. Este árbol está actuando de soporte vital. Hace circular la sangre, la oxigena, la filtra… ¿Ves ese corte que tiene en la frente por donde entran raíces finas? El árbol lo está utilizando para monitorizarlo. Es más, cuando llega a una zona daña, fuerza a mutar y cambiar sus células, de vegetales a animales. Este ser vivo es una maravilla.
Tebas la mira totalmente desconcertado.
-          Pero... ¿Cómo? No existe ninguna especie de árbol que pueda hacer eso.
-          Creo que has hecho que tu poder evolucione – dice Menfis -. Ya no solo creas copias de especies que conoces; creas tus propias especies. Es decir, tu aura moldea el genoma de especies que ya conoces para crearlas. ¡Es genial!
Tebas llora de nuevo, pero esta vez de alegría. Se acerca hasta Dendarah y le toca la cara. Parece que no por el agua helada, pero sigue allí, el calor de la vida. Los 36,5 grados que todo nos lo dan.
-          Rápido, debemos llevarlo al coche que he aparcado fuera de este bosque que has creado y debemos ir al convento de la Cassalleta. Los refuerzos están al caer.
-          ¿Han venido? – pregunta Tebas emocionado. Menfis sonríe y asiente.

Cuando entran en lo que fue el antiguo claustro del convento tres personas les están esperando. Xois, una chica menuda y con el pelo rojizo con destellos dorados. Va vestida con un simple vestido lleno de chapas de diferentes grupos de música. Luxor, un chico bastante musculado, con el pelo, los vaqueras y la camisa negros como las noches. Lleva un collar de pinchos y los ojos y los labios maquillados. Y Finalmente, Edfu, una mujer altísima, dos metros diez por lo menos. Va vestida con una sencilla chaqueta militar y unos pantalones negros. Los tres forman el grupo de operaciones externas. Básicamente se encargan de atacar a los peligros del Santuario desde fuera, antes de que pasen. Se abrazan. Había pasado mucho tiempo.
-          Bien, sé que son momentos tristes. Hemos perdido a Elefantina y a Cusae. Sin embargo, no es ahora de llorarlas – dice mientras se acerca a un gran mapa del Santuario que está colgado en la pared  y señala el trozo de mar que entra dentro de la murallas en el este-. Bien, aquí está el barco enemigo. He redirigido toda la energía de las puertas a la de Llevant. Durante horas y horas será indestructible. El acorazado no podrá escapar.
Coge aire mientras se dirige a un pequeño frigorífico donde hay siete botes con los nombre de todos menos el de Dendarah. También hay una foto de cada uno. Elige dos: Elefantina y Cusae.
-          El plan es fácil. Tenemos muchos enemigos en ese barco, incluso puede que más, ya que ahora sé que tienen mantos de Hécate. Es decir, pueden camuflarse de todo, incluso de mis poderos – mientras habla va sacando otros botes de la mochila junto con otras fotos-. Vamos, los derrotamos y recuperamos el ser vivo con más aura que existe. Os voy a dar cinco horas para que descanséis y os prepareís. ¿Alguna pregunta?
Tebas levanta la mano.
-          ¿Si?
-          ¿Qué estás haciendo?
Menfis sonríe.
-          Junto al lado de Dendarah encontré esto – dice enseñándoles el libro de aura -. Al parecer no se desvaneció. Lo más probable es que Dendarah no se lo ordenará, ya que estaba usando el poder de controlar el clima.
Empieza a pasar hojas hasta llega a las que están en blanco y empieza a abrir botes.
-          Lo que quiero hacer es darnos ventaja y no perder poderes. Y no me refiero solo a los poderes de Elefantina y Cusae – dice mientras les enseña fotos. Algunas muestran caras llenas de sangres, otras, cabezas sueltas, dos solo son imágenes de papilla sangrienta -. Crear diamantes, controlar muertos, jet, matar solo con la sangre de una persona y, el peor de todos, crear metal fundido. Por desgracia, los otros dos poderes no los he podido conseguir.
Cierra el libro y lo deja al lado de un durmiente Dendarah. El pequeño árbol ya casi ha desaparecido en el interior del cuerpo.
-          Bien, que alguien escriba una nota explicando donde y que vamos a hacer, por si acaso Dendarah despierta – dice mientras coge una chaqueta y una pala y se dirige a la puerta -. Ahora, descansad.
-          ¿Dónde vas? – le pregunta Luxor.
Menfis sonríe, pero con tristeza.
-          Debo enterrar un trozo de mi pasado, es lo mínimo que se merece – y desaparece bajo la inclemente lluvia.

Jericó se acerca y deja en el suelo la maceta en el suelo de metal frío. Se aleja rápidamente. Tiene miedo, el sudor le cubre todo el cuerpo.
-          Bien, mi pequeña niñita. Esto aún no ha acabado pero tú lo has hecho bastante bien – Jericó sonríe -, de momento.
Baja la cabeza rápidamente mientras que la voz en la oscuridad se carcajea.
-          Dios de dioses, a por el festín.

Una presencia gigantesca se desprende de la oscuridad y se precipita hacia el pequeño alcornoque que, sabio y eterno pero indefenso, siente como el más podrido de los seres lo vacía por dentro. Lentamente, pero sin detenerse.

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