Menfis
se abre paso como puede. Los árboles están muy juntos entre ellos y ella está
al borde de quebrarse, física y emocionalmente. Encima, el agua fría del
diluvio se cuelo entre las frondosas ramas y le resbalan por todo el cuerpo, congelándola.
Cuando despertó al lado del cuerpo muerto de Siracusa no se podía creer lo que
su increíble vista estaba captando. Primero, la brutal cantidad de aura de los seres vivos del Santuario
que fluía hacia la Puerta de Llevant, donde un acorazado se mecía en las
tranquilas aguas. Lo segundo, y lo que más le había impactado, fue ver el
cuerpo casi muerto de Dendarah en brazos de Tebas.
Los árboles
se abren en un pequeño claro donde el agua se acumula en una charca fría,
atrapada por las raíces que deforman el suelo. Menfis se acerca despacio hasta
arrodillarse al lado de un Tebas que está fuera de sí. Tienes los ojos
enrojecidos y su cuerpo está lleno de cortes. Mueve las pupilas como si llevara
horas sin hacerlo hasta fijarlas en ella. Entonces la abraza y vuelve a llorar.
-
Cusae también ha muerto.
No es una pregunta. Tebas siempre
había tenido una sensibilidad especial para captar esas cosas. Sus lágrimas
calientes caen por la oscura piel de Menfis, haciendo contraste con la fría
lluvia. Menfis, mira por primera vez el cuerpo de Dendarah y se fija en algo
que hasta ahora no había visto. Un árbol enano con las hojas moradas y moteadas
de colores azules cubre el cuerpo. Las raíces nudosas se introducen en las heridas
de Dendarah. Es más, es como si el cuerpo estuviera tragándose el árbol.
Menfis, con cuidado para no perturbar a Tebas, le pone los dedos en el cuello. Los
capta enseguida: latidos. Y no solo eso, un pequeño punto de aura que crece lentamente. Lo siguiente
que hace es tocar una de las raíces del árbol.
-
Tebas – susurra, pero este parece no escucharle
-. ¡Tebas!
Este levanta la cabeza
-
¿Qué es este árbol? – pregunta Menfis.
Tebas niega con la cabeza.
-
No lo sé – su voz sueno rota, quebrada -. Perdí el
control y supongo que creé muchos árboles, entre ellos este. Supongo que lo
habrá rematado.
Menfis le coge la cabeza y lo
sacude.
-
Te equivocas, le está salvando – dice Menfis muy
animada -. Este árbol está actuando de soporte vital. Hace circular la sangre,
la oxigena, la filtra… ¿Ves ese corte que tiene en la frente por donde entran
raíces finas? El árbol lo está utilizando para monitorizarlo. Es más, cuando
llega a una zona daña, fuerza a mutar y cambiar sus células, de vegetales a
animales. Este ser vivo es una maravilla.
Tebas la mira totalmente
desconcertado.
-
Pero... ¿Cómo? No existe ninguna especie de
árbol que pueda hacer eso.
-
Creo que has hecho que tu poder evolucione –
dice Menfis -. Ya no solo creas copias de especies que conoces; creas tus
propias especies. Es decir, tu aura
moldea el genoma de especies que ya conoces para crearlas. ¡Es genial!
Tebas llora de nuevo, pero esta
vez de alegría. Se acerca hasta Dendarah y le toca la cara. Parece que no por
el agua helada, pero sigue allí, el calor de la vida. Los 36,5 grados que todo
nos lo dan.
-
Rápido, debemos llevarlo al coche que he
aparcado fuera de este bosque que has creado y debemos ir al convento de la
Cassalleta. Los refuerzos están al caer.
-
¿Han venido? – pregunta Tebas emocionado. Menfis
sonríe y asiente.
Cuando entran en lo que fue el
antiguo claustro del convento tres personas les están esperando. Xois, una
chica menuda y con el pelo rojizo con destellos dorados. Va vestida con un
simple vestido lleno de chapas de diferentes grupos de música. Luxor, un chico
bastante musculado, con el pelo, los vaqueras y la camisa negros como las
noches. Lleva un collar de pinchos y los ojos y los labios maquillados. Y Finalmente,
Edfu, una mujer altísima, dos metros diez por lo menos. Va vestida con una
sencilla chaqueta militar y unos pantalones negros. Los tres forman el grupo de
operaciones externas. Básicamente se encargan de atacar a los peligros del Santuario
desde fuera, antes de que pasen. Se abrazan. Había pasado mucho tiempo.
-
Bien, sé que son momentos tristes. Hemos perdido
a Elefantina y a Cusae. Sin embargo, no es ahora de llorarlas – dice mientras
se acerca a un gran mapa del Santuario que está colgado en la pared y señala el trozo de mar que entra dentro de
la murallas en el este-. Bien, aquí está el barco enemigo. He redirigido toda
la energía de las puertas a la de Llevant. Durante horas y horas será
indestructible. El acorazado no podrá escapar.
Coge aire mientras se dirige a un
pequeño frigorífico donde hay siete botes con los nombre de todos menos el de
Dendarah. También hay una foto de cada uno. Elige dos: Elefantina y Cusae.
-
El plan es fácil. Tenemos muchos enemigos en ese
barco, incluso puede que más, ya que ahora sé que tienen mantos de Hécate. Es
decir, pueden camuflarse de todo, incluso de mis poderos – mientras habla va
sacando otros botes de la mochila junto con otras fotos-. Vamos, los derrotamos
y recuperamos el ser vivo con más aura
que existe. Os voy a dar cinco horas para que descanséis y os prepareís.
¿Alguna pregunta?
Tebas levanta la mano.
-
¿Si?
-
¿Qué estás haciendo?
Menfis sonríe.
-
Junto al lado de Dendarah encontré esto – dice enseñándoles
el libro de aura -. Al parecer no se
desvaneció. Lo más probable es que Dendarah no se lo ordenará, ya que estaba
usando el poder de controlar el clima.
Empieza a pasar hojas hasta llega
a las que están en blanco y empieza a abrir botes.
-
Lo que quiero hacer es darnos ventaja y no
perder poderes. Y no me refiero solo a los poderes de Elefantina y Cusae – dice
mientras les enseña fotos. Algunas muestran caras llenas de sangres, otras,
cabezas sueltas, dos solo son imágenes de papilla sangrienta -. Crear
diamantes, controlar muertos, jet, matar solo con la sangre de una persona y,
el peor de todos, crear metal fundido. Por desgracia, los otros dos poderes no
los he podido conseguir.
Cierra el libro y lo deja al lado
de un durmiente Dendarah. El pequeño árbol ya casi ha desaparecido en el
interior del cuerpo.
-
Bien, que alguien escriba una nota explicando
donde y que vamos a hacer, por si acaso Dendarah despierta – dice mientras coge
una chaqueta y una pala y se dirige a la puerta -. Ahora, descansad.
-
¿Dónde vas? – le pregunta Luxor.
Menfis sonríe, pero con tristeza.
-
Debo enterrar un trozo de mi pasado, es lo
mínimo que se merece – y desaparece bajo la inclemente lluvia.
Jericó se acerca y deja en el
suelo la maceta en el suelo de metal frío. Se aleja rápidamente. Tiene miedo,
el sudor le cubre todo el cuerpo.
-
Bien, mi pequeña niñita. Esto aún no ha acabado
pero tú lo has hecho bastante bien – Jericó sonríe -, de momento.
Baja la cabeza rápidamente
mientras que la voz en la oscuridad se carcajea.
-
Dios de dioses, a por el festín.
Una presencia gigantesca se
desprende de la oscuridad y se precipita hacia el pequeño alcornoque que, sabio
y eterno pero indefenso, siente como el más podrido de los seres lo vacía por
dentro. Lentamente, pero sin detenerse.
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