dijous, 25 de febrer del 2016

La odisea de Lluna

La gata se encogió sobre sí misma y se arrimó contra la pared buscando un poco de calor. Durante el día había estado bien, a gustito, pero ahora, con la caída de la luna, se había helado.  Además, tenía hambre, apenas había podido cazar algún animalito para poder comer, no tenía habilidad. Su amiga blanca, pese a haber nacida cautiva era mucho mejor cazadora que ella. La echaba de menos, a su amiga. Era lo que más odiaba de haberse escapado aquel día al ver la puerta abierta.
El pelaje blanco con manchas grises y naranjas se le erizó al sentir la presencia de otro animal cerca de ella. Era de su misma especie, lo presentía. Centró sus ojos azules en él, pero el otro animal era aún muy joven y huyó al verla. Ella se tumbó sobre su panza y empezó a maullar y sacudir lentamente la cabeza para que el cascabel sonara y tranquilizarse.
Se sentía triste, llevaba tres días en la calle y durante ese tiempo había sufrido el ataque de un gato que había intentado montarla. A ella no le hubiera importado si no hubiera habido un inconveniente. Ya estaba preñada, ella ya sentía la vida crecer en su interior y el instinto de protegerla era demasiado fuerte para dejar que otro animal desconocido se le acercara. Ese gato había huido cuando ella le había atacado. No era una buena cazadora, sin embargo peleando no la ganaba nadie.
Pero eso no había sido todo. Más tarde, unos de esos gatos grandes de dos patas habían intentado matarla a base de pedradas y garrotazos. Ella había corrido hasta meterse por un agujero en el patio de una casa. Allí había creído hallarse segura, pero esa sensación de bienestar había desaparecido cuando olió el lugar. Ese territorio ya tenía una felina custodiándolo. Y esta estaba dispuesta a defenderlo con la vida.
Ella lucho con desesperación y logró esquivar todos los zarpazos que la otra le lanzaba sin piedad. Huyó por donde había entrada y corrió como nunca lo había hecho. Un gato metálico de color azul eléctrico casi le pasó por encima con una de sus patas de goma rodantes. Desde ese momento la gata había decidido no moverse más.
Estaba tan cansada, allí, en la pared. Quería dormir, pero no podía. Tenía que estar despierta por si los gatos bípedos, la gata o el felino metálico volvían a por ella. Tenía que proteger su vida y la que estaba creciendo en ella.
Se sentía tan estúpida. Estaba tan cerca de su casa, de su amiga gata a la que los gatos de dos patas que las cuidaban parecían llamar Pandora. Quería acurrucarse con ella, jugar…
También echaba de menos a los gatos de dos patas que iban a verlas y les daban de comer. Esos gatos enormes que parecían quererla, que jugaban con ella, la acariciaban y la dejaban permanecer en sus regazos aunque ella los llenara de pelos. Pero sobretodo echaba de menos que la llamaran con esos maullidos tan raros Que le llamaran Lluna, Lluna…
-          ¡Lluna!
Lluna levantó la cabeza bien contenta. Conocía esa voz, era la de uno de sus gatos amigos. Se levantó y el cascabel dejó escapar un leve y melifluo sonido que se expandió en la noche como un grito de socorro.
-          Oigo un cascabel – volvió a decir la voz que reconocía.
Salió disparada en busca de la voz. Estaba tan contenta que casi chocó contra las patas larguísimas. Se puso a ronronear y a restregarse contra ellas. El gato de dos patas la cogió entre sus patas delanteras y empezó a acariciarla.
-          Lluna – le dijo él mientras se la llevaba a casa, con Pandora y con la comida.

Lluna se acurrucó sobre el caliente pecho de él y se dejó llevar. 

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