diumenge, 27 de desembre del 2015

Frío

Frío, muy frío, demasiado. No puede evitarlo, solo lo siento. Frío. Es un gran manto que me acecha y se clava en mi piel como si fuera un millón de agujitas de cristal helado. Es horrible, inevitable. Dicen que el cuerpo se acostumbra, que los seres vivos somos capaces de adaptarnos al medio, o en caso contrario, adaptar el medio a nosotros. Pero es mentira, falso, un eslogan que se utiliza para sentirnos superiores. Nadie escapa de este frío. No es el viento helado que recorre los campos del norte o desciende voraz de las montañas. No es el frío del hielo, ni tan siquiera el frío que transmite la mismísima muerte. No, es algo mucho peor. Se te clava en el cuerpo y ya no te suelta, una tortura preparada para durar milenios. No como, no bebo, pero es como si a mi cuerpo no lo hiciera falta, solo está pendiente del dolor, del dolor intenso, y del frío que lo provoca. No te deja pensar, te acuchilla cada nervio, cada neurona, te bloquea, te deja inerte, sufriendo. Y aunque parezca imposible, no deja de expandirse, se te mete por la sangre, como si un torrente de hormigas de metal te devorara las arterias. Sientes como se te astillan los huesos pero sin romperse, te retuerce los músculos y eres capaz de captar como te desuellas, pero no puedes comprobarlo, porque junto al frío, vino la oscuridad. La negrura absoluta, que le suma al frío y al dolor la soledad. Una mezcla que te destruye pero sin matarte, que convierte cada instante de tu vida en un infierno pero sin llegar nunca a acabarlo. Exacto, como quedarse encerrarse en un Inferno de Dante que lo único que hace es expandirse, con el único motivo de repartir dolor. Frío, muy frío, demasiado. Llegó sin avisar, invisible e intangible, cubriéndolo todo, como una avalancha. No sé si el resto del mundo se encuentra en la misma situación que yo. Todo sucedió tan rápido y me sumió en un mundo de dolor, soledad y frío. Sin escapatoria. Creo que han pasado siglos desde que todo empezó, pero perfectamente podría solo haber pasado unos días, o ni siquiera eso, solo minutos. Dolor. Soledad. Frío. Me agarrota los dedos, me destroza las articulaciones, como si un taladro con la máxima broca me las perforara. Duele hasta respirar, como si en el aire viciado hubiera cuchillas que te cortan cuando inhalas. No. Demasiado dolor, no puedo ni gritar, la garganta se me colapsa, como si una serpiente se hubiera enroscado a su alrededor y la estrangulara. No. No puedo ni llorar, solo quiero que acabe, por favor, un final, el que sea, al fin y al cabo, cuando la historia es horrible el final es lo de menos. Soledad. Nada, no hay nada, solo dolor y frío. Solo abandono y desasosiego, aunque incluso eso es difícil de sentir cuando sientes que tu cuerpo se destruye lentamente, se derrite, se descuartiza. Como si yo mismo me lo hiciera. Tengo frío. Demasiado, muy frío, frío.

divendres, 4 de desembre del 2015

Corazones de bruma

La botella chocó contra la mesa con un ruido sordo, vació. Las persianas de la ventana se movían suavemente por el viento que se colaba entre los resquicios de la ventana rota. Lance estaba solo, demasiado solo quizá. Sus quimeras siempre le llevaban a discernir el mismo tema. Habían sido tantos los errores de él y de ella que habían convertido la relación en una especie de cadáver disecado, una máquina que solo funcionaba por inercia, como un objeto en el espacio. Hasta que paró. Entonces llego la bruma para Lance. Se encerró en su pequeño pisito y se dejó llevar por el licor y el sueño, guiándolo hacia un pozo abismal que solo conducía al fracaso. Pero ya hacía tiempo que Lance había tocado eso fondo oscuro. La vida no es más que una batalla que acaba por dejarnos maltrechos a todos, por eso, Lance se decidió a acelerar el proceso. Rendirse, caer en el profundo abismo sin fondo, pero sería la última caída. También llegó a la conclusión de que pese a haber sido una vida de mierda, no toleraba que acabase en un piso oscuro y mohoso que olía a alcohol y sudor rancio. Se vistió, se afeitó y se peinó, si su última cita iba a ser con la Muerte, por lo menos iría elegante. Abandonó el piso entre una banda sonora de botellas repicando y de bolsas arrugándose. Una muerte digna, eso es lo que quería. Ni tirarse al rio fétido, ni dejar que el metro o el tren le atropellasen, no. El fin le vendría por donde empezó todo, en el lugar donde la sal lo desinfectaría y el agua lo limpiaría definitivamente, al mar. Se dejó conducir por sus pies decididos, que le sumieron en un ciudad llena de monstruos de cemento y de demonios de cristal. Nadie le miraba, era solo una persona más recorriendo las calles grises y colapsadas de basura, tanto material como humana, en una metrópolis que estaba sucia hasta la médula. ¿Cómo podía surgir el amor en un lugar así? Entonces una mano de dedos fríos le cogió el brazo desde atrás. No le hizo falta girarse para reconocerla, puede que la niebla de sus ojos no le dejara ver mucho, pero su olor y su tacto eran inconfundibles, al igual que su voz cuando susurró tenuemente, como si temiera romperlo: - Lance… Lance no se giró, tenía la mente abotargado, sucia y sumida en la bruma. Ella pareció captarlo y lo abrazó desde atrás, apoyando su frente en su nuca, como antes, en los buenos tiempos, cuando el sol parecía brillar de verdad. - Lance – volvió a susurrar, esta vez con insistencia. Pero Lance seguía inmóvil, observando los rostros anónimos pasar sin verlos, planteándose seriamente si valía la pena volver a intentarlo, nunca se sabía cómo podía acabar, pero un final aún peor lo aterrorizaba. Entonces, sintió como ella se ponía de puntillas, restregando su cálido cuerpo contra su espalda, levantándole ligeramente la camisa con el roce, dejando que la brisa llena de polución le helara el vientre. Cuando sus labios tibios y húmedos se posaron con la más absoluta suavidad en su cuello, la bruma de Lance se disipó totalmente.

dimecres, 18 de novembre del 2015

Reflexiones de un tarado a la sombra de un roble

Hoy me he dejado llevar por la necesidad de libertad, de dejar que las sensaciones me acariciaran las mejillas y que el suave viento me acicalara el pelo. Ha sido fortuito, no lo tenía pensado, pero ahí he ido y ahí lo he encontrado. Enorme, imponente, con las ramas arañando el suave cielo azul. Un roble. Sin embargo, no era el árbol en si lo que llamaba mi atención, sino su sombra. En el regazo de la oscuridad, rodeada de bellotas, había una pequeña familia, una familia de hongos. Solo había cuatro, todos enganchados a la parte más baja del árbol, quietos, protegidos por la inmensidad del vegetal que evitaba que la luz los destrozara. No sé si eran venenoso o comestibles, pero eso era lo de menos. El he hecho de existir era lo que importaba, lo que me ha hecho pensar. ¿Cómo funciona la vida? Increíble, maravillosa y sobretodo, indestructible. Los humanos, inocentes y megalómanos diurnos, creemos que la oscuridad es el fin de la existencia, de la esencia, que todo acaba donde el Sol se pone. Que equivocados estamos, esa familia de setas es la prueba de ello. El día y la noche, la luz y la oscuridad, da igual, nada impide que florezca. Puede que la única cosa que la evite sea, la falta de todo, tan es la falta que no tiene nombre, aunque nosotros le llamaremos cero. Ese cero es la falta de calor y de frío, de negrura y claridad, es en fin, eso, la falta de todo. Por desgracia, toda la vida acabara convirtiéndose en cero, no hay eternidad para nada ni nadie, aunque yo pienso que eso es una ventaja. Y al fin y al cabo, si toda la vida acaba en el cero, ¿no significa eso que incluso en el cero hay vida?

divendres, 30 d’octubre del 2015

Xio

Las nubes eran como grandes buques grisáceos que navegaban por un profundo cielo brillante. Entre ellas se escapaban etéreos rayos de sol que se desparramaban sobre las montañas, o lo que quedaba de ellas. Habían sido mutiladas por el tiempo, pero sobre todo por los humanos. Bancales llenos de árboles achaparrados y recortados, chalets que por muy lujosos que fueran nunca sustituirían la belleza de la naturaleza, la carretera, que era como una larga cicatriz de asfalto en la delicada piel de la tierra, por donde continuamente pasaban coches que eran parásitos que devoraban todo a su alrededor. Pero lo peor era la cantera, siempre del mismo color blanquecino como el de un cadáver, ella no solo había mutilada la montaña, sino que le había amputado un trozo. Pero eso a mí hacía tiempo que había dejada de importarme, cuando subía allí arriba y dejaba mis pies colgando sobre el vacío, todo se escapaba. Lo anhelaba: andar durante media hora y subir penosamente por pendientes destartaladas para llegar hasta aquella fortaleza de paz aislada. El nombre que le habían puesto los almohades era Xio y así se había quedado durante siglos, un nombre sencillo y sonoro, que a mí solo me transmitía buenos recuerdos. Apenas quedaba ya nada de él, las torres hacía tiempo que habían dejado de acariciar el viento para quedar desmoronadas por el suelo y los muros que lo formaban estaban al borde del derrumbe. Pero eso también importaba poco, esos muros eran resistentes y encerraban en ellos un pequeño bosque que había conseguido salvarse de la tala indiscriminada. Era como una parcelita de vida en medio de una jungla de asfalto y metal. Pues eso, que a mí, pese a todos los inconvenientes, me encantaba sentarme sobre esos muros, que apenas eran un cadáver de cal. Era feliz acariciando los guijarros que contaban las historias de personas que hacía tiempo que solo eran polvo y cenizas. Y el viento, era una de las mejores cosas. Allí arriba siempre corría, ya fuera una brisa que te despeinaba y te refrescaba o un vendaval que te amenazaba con despeñarte. Pero daba igual, el sonido furibundo del viento apagaba el sonido de la civilización y te transportaba a otro mundo, un mundo mejor. Así que, si algún día tienes la bendita suerte de acabar perdido en esa pequeña montaña, donde descansa un castillo que siempre está sumido en sombra, asegúrate de sentarte en las rocas, dejar que los pies te cuelguen y que tus pensamientos vuelen libres con el viento.

dissabte, 10 d’octubre del 2015

Monstruo

La luz anaranjada del atardecer se cola tímidamente a través de los ventanales rotos y de los maderos carcomidos que forman las paredes. Los goteos que resuenan en toda la posada suenan espesos y siguen una especie de ritmo macabro que se suma al clic del tambor de mí revólver. No lo hago a voluntad, es mi dedo encallecido, el que sin pedirme permiso, le da vueltas lentamente a la fría superficie de la pieza giratoria. Está tan frío, pese a que acaba de disparar, como mi corazón, que es ardiente cuando ama pero rápidamente pasa a ser gélido como una noche en el desierto. Quiero levantarme y marcharme, pero no puedo. Mi alma ha muerto aquí, aunque lo he hecho muchas veces, esta vez me he rendido. Es como si mi cuerpo fuera un vaso, y cada atrocidad que he cometido ha ido llenándolo hasta que hoy se ha desbordado y me ha hecho sucumbir. Sigo girando el tambor de mi revólver. Inspiro fuertemente y mis fosas nasales se llenan del olor metálico de la sangre mezclado con el del alcohol barato. Miro la barra y la veo, es la posadera. Está tirada sobre la barra, colgando. No recuerdo su nombre, sé que me lo dijo, pero no lo recuerdo, y eso hace que mi vaso se llene más. De su pelo rubio cae la sangre y se acumula en el suelo. No era guapa la mujer, ni tampoco simpática, ni siquiera tenía dinero, pero eso no quita que tenía que matarla sin haberle preguntado su nombre. Mi dedo ya no gira el tambor del revólver, no es necesario, la única bala que me queda ya está en su sitio correcto. Levanto mi brazo, y esta vez lo hago porque quiero. Observo la cantidad de cuerpos inertes que me rodean y comprendo que no solo soy un monstruo, también me he pasado la vida sin hacer nada. Soy un monstruo que no ha hecho nada. Toda la vida deambulando por un mundo arenoso y sin fin, toda una vida ajusticiando hasta que me harte y me convertí en el que debía ser ajusticiado. Nadie recordara mi nombre, ni siquiera yo querría recordarlo. Siento el beso del cañón en mi sien, esta frío, como el resto del revolver. Ni siquiera en el borde de la muerte sentiré algo calentito, no es que me lo merezca, pero hasta el más loco quiere un poco de paz en medio de la guerra. Acaricio el gatillo. Antes pensaba que había una parte en los suicidas que los incitaba a no hacerlo, no encuentro esa parte en mí y no sé si alegrarme o enojarme. Suspiro y aprieto el gatillo con delicadeza. Por lo menos me iré del mundo ajusticiando a un monstruo que no ha hecho nada.

dissabte, 19 de setembre del 2015

Banderas negras

El suave vaivén hace que el horizonte baile continuamente delante de mis ojos. En realidad, no es suave, el Ninfa roja se sacude con fuerza con las embestidas de las olas, y hace que cada una de las tablas de madera que formen el barco crujan. Pero yo ya estoy acostumbrado a todo eso. A mí me gusta pensar que las olas son las manos de alguna diosa marina que intenta acariciar el barco pero sin ser consciente de su verdadera fuerza. Al fin y al cabo sigo siendo un soñador, después de todo. Cualquier persona normal, sobretodo algún noble, odiaría las continuas quejas y gruñidos de los hombres que trabajan sobre la cubierta y bajo esta, hombres y mujeres. Yo no discrimino, si sirven para matar, su sexo importaba poco. Es verdad que se producen muchos problemas de índole sexual, sobre todo cuando estamos en alta mar. Pero eso es un precio mínimo, ya que a la hora de atacar por sorpresa a otra nave, las mujeres son las mejores, todo el mundo las menosprecia, claro está, dejan de pensar eso cuando las hojas oxidadas por el salitre del aire marino les desgarran por dentro. El nuevo rumbo del Ninfa roja es ni nada más ni nada menos que el Nuevo Mundo. Si, el Mediterráneo está bien, pero el Atlántico es mejor. Las pocas veces que hemos navegado por él, hemos disfrutado abordando a la Armada Castellana para robarle el oro de las indias. Pero mejor era hacerle creer a la Armada Británica que formábamos parte de esa clase de piratas que ellos contrataban. Para cuando nos tenían encima, ya era demasiado tarde. También abordarlos a ellos, era divertido, peligroso pero divertido. El viaje seria largo, seguro, no todos llegaban y tanto yo como mi tripulación sabemos que no todos tocaremos tierra de nuevo. Pero es una aventura, y un pirata que se precie no le dice que no a una aventura, ni a un tesoro, ni a una puta en un buen puerto. En realidad, hay pocas cosas que un pirata niega. El viento salado del mar trae consigo el olor a pólvora. La sombra de un barco se acerca. Levanto la cabeza, seguramente el vigía se habrá dormido. Lástima, acabara forrado de plomo. La tripulación empieza a moverse frenética, para situarse en sus puestos de ataque. Mis dedos se deslizan por la cicatriz que me recorre paralela la ceja derecha. Esa es solo una de muchas, pero no me desagradan. Las cicatrices son el resultado de una lección aprendida a la fuerza, como a un niño que le muelen a golpes por hacer lo que no se debe, y yo no olvido una lección. Por encima de la cabeza del mascaron de proa, una hermosa mujer semidesnuda, sujetando una lanza, completamente blanca excepto por dos rayas rojas debajo de los ojos, como si llorara sangre, me es fácil ver que el barco que se acerca es pirata, aunque piratas árabes. Al parecer el Mediterráneo presenciara otra batalla del Ninfa roja antes de partir para siempre. El sol desata destellos dorados sobre la cubierta enigma, los cañones. La sangre me hierve y disfruto durante unos segundos del silencio y la expectación que reina en el barco, todos a la espera de mis órdenes. Dos palabras son las que grito: Sin piedad. Y al momento todos a coro empiezan a gritar capitán. Quiero a esos cabrones, aunque alguno de ellos desee matarme o amotinarse. Me da igual, son mis camaradas, son mi familia, y no los abandonaría nunca. Levanto mi cabeza un momento antes de que la confusión reine sobre el agua turbia del estrecho y uno de los dos barcos pase a formar parte de la fauna marina, junto con sus ocupantes. Mi mirada acaba posada sobre la bandera negra que ondea sobre el mástil más alto. La calavera blanca me devuelve la mirada y yo sonrió. Esa bandera lo es todo para mí, porque mi bandera no es solo blanco sobre negro, no. Mi bandera es la libertad.

dissabte, 29 d’agost del 2015

Flores en el bosque

Sus dedos pequeños y blancos como dedales de porcelana se entrecruzaron entre los míos hasta formar un apretado conjunto de falanges negras y blancas, colocadas regularmente. Su pelo era tan fino que flotaba alrededor de su cabeza como una aureola de poder que se mantenía flotando por la ligera brisa de agosto, dejando escapar destellos violetas por la luz lunar. Pero yo sabía cómo era realmente su pelo, ese color pardo que mezclaba con mechones rubios dando la sensación que tuviera la cabeza en llamas. Era hermoso, y el olor que desprendía aún más, era como meter la nariz en un jardín de plantas aromáticas, donde las fragancias parecían haber hecho una tregua para no enmascararse entre sí. Parecía pequeña, pero como pude comprobar, eso no la hacía débil. A su lado yo no era nada, mi pelo era una gruesa mata negra que jamás había estado bien peinado, mi piel negra como el azabache me había condenado a la esclavitud, al igual que lo había echo con toda mi familia. Y si eso no era suficiente, era una mujer a la que le gustaban las mujeres. Al principio estaba confusa, y cuando le pregunte a mi madre me miro horrorizada y me azoto durante horas con sus manos fuertes de tanto fregar. Dijo que si mi padre aun estuviera vivo se avergonzaría de mí. Me hizo sentir un monstruo, un ser que no debía existir, un error sobre un error. Cada vez que miraba a otra mujer y sentía que me gustaba me odiaba a mí misma y si mi madre me pillara, hacía que el dolor también fuera físico. Estuve tentada de acabar con todo, prefería morir libre antes de cambiar y sentirme frustrada y encerrada en mí misma. Pero todo cambio cuando conocí a Campanula, era un nombre raro, pero ella me dijo que se puso ese nombre cuando se escapó de casa y vio su reflejo en un lago una noche de luna llena. Su pelo se parecía tanto a las flores que había en el alfeizar de su ventana que decidió llamarse así y de ese modo romper todo contacto con su antigua vida. A ella también la habían tratado como a un engendro por ser lo que era. Pero ella no intento remediarlo como yo, ella se fue de casa y vivió libre, por lo que supo, sus padre no la buscaron hicieron como si no existiera y punto. Ahora yo haría lo mismo, lo dejaría todo atrás, solo lo puesto y mi amor por ella, incluso mi nombre iba a cambiar. De ahora en adelante seria Molly Sanderson, también raro, ¿verdad?, pero mis motivos tendría. Mi amo intentaría darme caza y alcanzarme, no solo por ser su esclava, sino porque era la única que según él, le complacía por la noche. Tendría que correr y mucho, desaparecer, desvanecerme en el bosque, como Campanula, pero estaba preparada, con un amo violador y una madre maltratadora, no era difícil elegir. Por eso, cuando note el tirón en mi brazo me deje llevar. Nos pusimos a correr y los adoquines llenos de estiércol y orín pasaron a ser hierba húmeda y piedras afiladas. Los imponentes arboles parecían esperar nuestra llegada con ansiedad, moviendo las ramas suavemente por la brisa. Se oía una corriente de agua a lo lejos, que junto al vaivén de los árboles y el disimulo cantar de los grillos, creaba una atmósfera salvaje, pero al mismo tiempo de paz. Atravesamos el muro de troncos y de pronto la oscuridad nos rodeó, al igual que los sonidos melifluos del bosque. A partir de ese momento, los imponentes arboles serian nuestros centinelas milenarios. No iba a ser fácil, pero por lo menos, siempre tendríamos la seguridad de ser libres.

divendres, 7 d’agost del 2015

La casa del polvo. Parte 2

Un escalofrió recorrió el cuerpo de Silvia, que se giró de golpe. A través de las puertas del salón pude ver que había otra sala en frente. También pudo ver que Patricia no estaba. - ¿Dónde está Patricia? – preguntó Julia la miro un momento despreocupada y miro la habitación de enfrente. - Puede que esté allí. A Silvia no le gustaba ni un pelo ese salón, así que giro en redondo y fue a buscar a Patricia. Julia decidió acabar de seguir la senda de huella que terminaba al final del salón, detrás de un sofá. El polvo se había levantado, creando una neblina grisácea que se le colaba por la boca y hacia que le escociera la garganta. Detrás del sofá no había nada, las huellas terminaban debajo de un par de zapatos. La oscuridad pareció aumentar cuando Julia se arrodillo a por ellos. Aunque casi no veía nada pudo reconocer con facilidad os zapatos de Roberto en sus manos. Un líquido tibio empezó a bajarle por las muñecas. El líquido tenía un brillo rojizo, debido a la luz que se filtraba por la ventana. El grito de Julia recorrió la casa de arriba abajo. Sus ojos se habían quedado bloqueados, mirando con horror los trozos de piel y huesos sangrientos que asomaban de los zapatos. Los pies seguían dentro y habían sido cortados recientemente. Reacciono y se levantó, pero había otra figura en mitad del salón. No era ni Roberto ni Patricia. Tampoco era Silvia, ya que Julia la podía ver en el umbral de la otra habitación, petrificada por el horror. El hombre que había en mitad de la habitación tenía la cara rodeada por tres vendas roñosas y llenas de sangre. Tenía un espada en la mano, de donde goteaba un líquido espeso, al igual que de sus manos. Silvia corrió hacia la puerta. El hombre la persiguió a ella. Julia lo sintió mucho por Silvia, pero no podía ayudarla, así que se metió por en la enorme chimenea. Estaba llena de hollín y excrementos de rata, pero no podía hacer nada, así que se impulsó con las manos y se encogió todo lo que pudo. Los pasos que había oído hasta ahora dejaron de sonar. El único sonido que había era el de su respiración agitada. Seguramente el asesino se habrá ido persiguiendo a Silvia. Julia estaba pensando que no podía estar más a salvo cuando le vino a la cabeza que no había borrado su rastro en el polvo. Demasiado lenta. Sintió como la hoja de la espada le habría un agujero en su vientre. Callo y se estrelló contra el suelo de la chimenea. Estaba aturdida, la cabeza le palpitaba y sentía como se le escapaba la vida lentamente por el agujero que le había hecho en el estómago. También olía algo, fuerte y dulzón, que se le metía en las fosas nasales. ¿Gasolina? Vio la cerilla encendía volar sobre ella, y en el momento que toco su cuerpo, todo se convirtió en un infierno. Silvia sollozaba, todo era horrible, sin sentido. Primero había desaparecido Roberto, después había encontrado las gafas rotas y ensangrentadas de Patricia en el suelo. Y cuando salió y vio al hombre, corrió. Pero no pudo escapar. Las puertas de la casa estaban cerradas a cal y canto. Le perseguía y ella iba a morir. Pero el miedo le despertó el sentido y pudo ver que había unas escaleras en el recibidor. Las subió y dejo de perseguirla. En ese momento estaba encerrada en una habitación, tirada en el suelo y oyendo los gritos agónicos de Julia en el piso de abajo. Quería ayudar, pero apenas podía moverse. Solo podía oír los gritos, sollozar y sentir como el polvo la cubría, como si intentara consolarla con su abrazo etéreo. O también podría estar intentando enterrarla. Los gritos cesaron, y la habitación se llenó de olor a carne quemada. Las lágrimas le resbalaban por la cara y se volvían densas cuanto más polvo atrapaban en su descenso hacia la barbilla. Le dolía la palma de la mano, por estar apretando con fuerza las gafas rotas de Patricia. Oía como se acercaba, sus pasos resonaban por todo la casa, como subía uno a uno los escalones. Lo hacía con lentitud, saboreando el momento. Con la seguridad de que no podía escapar. Silvia se levantó, tenía que escapar. Había un balcón en la habitación, pero saltar sería un suicidio. La otra cosa que había en la habitación era un armario. Podía esconderse y rezar para que no la buscara. Revolvió el polvo, como había echo antes de encerrarse en la habitación, para que no la encontrar. Se acercó al armario, pero se paró en seco. Alguien lloraba dentro de él. Gemía débilmente, como si estuviera amordazado. Silvia lo reconocía. - ¿Roberto? – pregunto con cautela. Los gemidos se multiplicaron y empezaron a dar golpes desde dentro del armario. - Gracias a Dios, Roberto, este vivo – dijo – espera que te saco. Su cabeza se estampo con violencia contra la puerta del armario, con tal fuerza que esta se combo e incluso se astillo. Silvia estaba mareada sentía como la oscuridad se llenaba de color extravagantes. Se alejó del armario tambaleándose. Podía oír como Roberto se sacudía con furia dentro del armario. Alguien la cogió por la espalda y la lanzo hacia un lado. Su cuerpo atravesó el viejo cristal con facilidad, llenándose de cortes profundos. Era alta, así que su cintura quedaba por encima de la barandilla. Por los pelos consiguió cogerse y no caer al vacío. Estaba de espaldas a la calle. Donde las gafas de Patricia habían caído. Estaba llena de cortes sangrantes y la cabeza le dolía horrores. Pudo ver como el hombre de las vendas se acercaba a ella y levantaba la espada. Lo único que se podía ver de su cara era un ojo de color azul, lleno de venitas enrojecidas. Lo último que pensó Silvia antes de que le separaran la cabeza del cuerpo fuer que debería haber saltado. Su cabeza se estampo contra el suelo y reventó como una sandía podrida.

La casa del polvo. Parte 1

El frio emanaba a través de la puerta como el aliento de una bestia invernal, mezclándose con el aire cálido de una noche de agosto. - Entremos – dijo Julia. Le brillaban los ojos por la emoción. La casa que se elevaba ante ellos era una de las más grandes del pueblo y, también, de las más antiguas. Llevaba más de medio siglo cerrada, imposible de reformar, porque la fachada estaba protegida. Imposible de habitar por la cantidad de reformas que necesitaba. Roberto asintió entusiasmado, el también tenía muchas ganas de entrar, aunque el miedo le atenazara las entrañas. Silvia y Patricia eran la otra cara de la moneda. - Ni de coña – dijo Patricia – podría haber algo o alguien. Roberto sonrió. - Vamos será divertido – y se adentró en la casa. Su figura se fundió con la negrura, y lo último que vieron de él fueron los colores de su camisa: azul, gris y blanco. Julia, también entro y Patricia y Silvia no tuvieron otro remedio que seguirlos. La casa estaba a oscuras, solo iluminada por la luz anaranjada que se colaba por las puertas y por las ventanas, creando sombras siniestras que se contorneaban cada vez que alguien o un coche pasaban por delante de la casa. El recibidor en el que aparecieron era enorme, con baldosas de mármol rotas y sillas de madera muy elaboradas desperdigadas por el suelo. Todo cubierto de polvo. Las pisadas de Roberto destacaban en el suelo, adentrándose en el pasillo que se abría a partir del recibidor. - Roberto – dijo Silvia con un hilito de voz temblorosa – sal, esto no tiene gracia. El silencio le respondió. - Sigamos las huellas – dijo Julia. A medida que iban avanzando, la oscuridad que cubría el pasillo como un manto de pesadilla, se hacía más tenue, dejándoles ver por dónde iban pero con una barrer negra siempre por delante. El caminito de huella dio un brusco giro y se adentraron en una habitación. Las puertas acristaladas estaban abiertas de par en par. El salón era aún más gran que el recibidor, lleno de sofás, con una chimenea enorme y una araña de cristal colgada del techo, oscilando de manera muy débil, como si una ligera brisa recorriera la habitación. - Por dio Roberto, si quería darnos un susto deberías haber borrado tus huellas. Julia y Silvia entraron, pero a Patricia algo le llamo la atención. Había una habitación en frente del salón, con la puerta también abierta. Un destello amarillo había brillado al fondo. Aunque todo su ser le dijo que no, Patricia entro. La habitación estaba totalmente vacía, exceptuando un gran espejo cubierto de polvo. Patricia tembló por el frio, el mono azul marino con motivos blancos no le llegaba ni a las rodillas, y además sin mangas. Al ver espejo, Patricia comprendió que el destello habría sido un reflejo de la blusa amarilla de Julia. Dejo salir todo el aire de su interior y suspiro. Se dio la vuelta y se dispuso a salir de la habitación. La mano apareció de entre las sombras. Tenía los dedos largos, al igual que sus uñas. Con una bestialidad brutal la mano rodeo la cabeza de Patricia y la uñas le perforaron los ojos. El dolor fuer horrible, sentía la sangre manar a través de sus cuencas, ahora vacía, quiso gritar, pero otra mano había rodeado su cuello. Le empezó a faltar el oxígeno y sintió como tiraban de ella.

dilluns, 20 de juliol del 2015

Sentimientos muertos

Cada paso que daba era como una campanada en aquel pasillo vacío. No había nada, solo polvo y silencio. Las paredes eran blancas y resplandecían bajo la luz que caía directamente desde las arañas que colgaban en el techo. El único adorno que tenía era los pilares, que estaban diseñados con forma de ninfas hermosas y desnudas, que habían sido plasmadas con expresiones risueñas y los brazos extendidos, como si sujetaran las arcadas del techo. El suelo estaba formado por cuadrados de mármol rojo, verde y blanco, que dibujaban figuras cuadradas y romboidales, que en un principio parecían no tener sentido, pero que en conjunto trasmitían armonía y serenidad. La chica que lo recorría y llenaba la estancia de aromas tropicales llevaba un vestido beis mate, sencillo pero bonito. No tenía zapatos, pese a que cada vez que su pie tocaba el suelo, el sonido que producía reverberaba en todos los sitios, era alta y caminaba de forma elegante. El pelo le caía suelto hasta los hombros, liso y marrón, con un ligero movimiento, como el viento que recorre una pradera en los meses de abril y mayo. Entre sus dedos había un reloj de oro brillante, el cual se movía de forma frenética, culebreando como una serpiente. El pasillo termino de golpe y una gran entrada de abrió ante ella, en comparación con el pasillo, esta sala parecía oscura y tétrica debido a que todas las luces estaban apagadas. La única luz provenía de la calle, y entraba a través del gran portón entreabierto. Entre las dos hojas de madera de nogal que lo formaban había una figura. Era un hombre, vestido con ropas militares, aun no se había cambiada, incluso llevaba el rifle colgado del hombro. La chica se acercó, sus pies se deslizaban como si no tocara el suelo. Su mente se llenó de la palabras que el hombre le había dicho tiempo atrás. Promesas de una vida nueva, llena de felicidad, juramentos de amor. Cuando la primera guerra termino, se pensó que por fin todo cambiaria, pero habían pasado otra guerra, y otro y otra. Y la chica se había quedado siempre sola, sin nada. Su amor había sobrevivido tanto por las cartas, pero hacia demasiado tiempo de la última. La pasión de había podrido, la añoranza se había convertido en corrupción y la chica había encontrado la felicidad en la soledad. Cuando estuvieron uno en frente de la otra en la intento besar, pero ella no se dejó. Recordaba cada promesa, vacías, cada juramento, falsos, cada beso, fingidos y cada día que había pasado a su lado, vanos. Cogió su mano y deposito el reloj en ella. Las manecillas se habían quedo rígidas, hacía tiempo que no le daba cuerda, desde el día que se había dado cuanta que ya no le quería. El otro al principio se mostró dolido, pero su rostro pronto adquirió tintes de cansancio y decepción, la chispa también había dejado de arder en su interior. Solo había querido intentarlo una vez más, solo por el hecho de no rendirse, pero en su interior sabía que era inútil. Le dio un beso en la frente y desapareció. La chica cerró la puerta y se volvió a interna en el pasillo. Aunque le hubiera gustado intentarlo de nuevo, sabía que todo lo una vez había sentido estaba muerto. Fue bonito, pero no duro mucho. No había motivos para perder más tiempo. En estos casos en mejor girarse y alejarse del cadáver que una vez fueron nuestros sentimientos hacia esa persona y empezar de nuevo, solo así se puede intentar volver a vivir.

divendres, 3 de juliol del 2015

Salvaje

Las espadas silbaron mientras hendían el aire, el contacto entre ellas fue brutal, saltaron chispas y los brazos se me empezaron a entumecer. Yo era más menuda que él, pero no iba a permitir que me ganara. Me mantuve firme e hice que ambas espadas se quedaran pegadas como amantes en un beso eterno. Lo mire directamente a los ojos, al principio se había echo el valiente. - Contra una chica – decía – tu familia tiene que ser estúpida si te ha enviado sola a por mí. Pero ahora lo único que reflejaban era un miedo absoluto. Al final el empuje de ambos no hizo saltar. Me dolían los brazos de tantas estocadas, pero no dude, levante la hoja curvada de mi cimitarra y apunte directo a él. Lo que tenía mi cimitarra era que estaba rematada en dos puntas. Lo utilicé para embestirle, vi mi reflejo en su coraza, parecía una salvaje, con mi pelo castaño suelto y mis ojos marrones como el café refulgiendo de odio. El hombre reacciono en el último momento, puso la espada en diagonal, la empuñadura en la derecha y con la izquierda apoyaba la parte plana de su punta. Mi embiste lo hizo retroceder, pero no lo hizo caer. Su espada había quedado atrapada entre las dos puntas de la mía. Sonreí el verle la mano izquierda sangrar. Aunque estaba sujetándola por la parte plana, su espada era una simple hoja recta de dos filos, eso le estaba provocando dos cortes en la palma. Entonces se apartó hacia la derecha y aparto la mano izquierda, mi espada se deslizo hacia delante, siguiendo la cuchilla de la otra y yo no pude detenerme, quedándome suspendida durante un segundo, sin poder defenderme, a su merced. El ataco y dejo caer su espada sobre mi cuello, pero yo fui más rápida, me propulse hacia la izquierda utilizando mi espada sobre el suelo. Sentí el metal darme y frío beso en la oreja y vi como trozos de mi pelo castaño se esparcían sobre las tablas de madera del suele. Me quede tumbada en el suelo, jadeando y notando la sangre tibia resbalar por mi cuello, por lo menos todavía conservaba la oreja, y la vida. Él dudó un segundo y arremetió contra mí, soltando un grito animal y apuntando la única punta de su espada hacia mi cabeza. Sonreí para mis adentros, había ganado. Mostré miedo y deje que se confiara, en el último momento desvié su hoja con la mía, sujetando la espada con la izquierda y dándome la oportunidad de cortarle la mano derecha, su mano dominante. El miembro cercenado calla al suelo con un ruido gelatinoso aferrándose con fuerza a la espada, que hizo un sonido estridente al chocar contra al suelo. El otro se miró desconcertado el muñón donde antes había estado su mano y entonces empezó a gritar como un loco. No dude, hice que la cuchilla de mi hoja atravesara su cuello como si fuera gelatina y que su cabeza se despegara del cuerpo. La habitación se llenó de sangre mientras que primero, caía la cabeza produciendo un sonido hueco y después lo hiciera el cuerpo. Suspire aliviada y envaine la cimitarra después de haber limpiado la hoja en mi jubón. Metí mi mano en el bolsillo y saque el disco de metal, era oro, y en él estaba grabado el símbolo de mi familia, una baraja de cartas atravesada por una daga. El muy cerdo se la había robado a mi familia después de matar a mi padre en un duelo, nos había deshonrado. En un segundo yo había recuperado la honra y me había vengado. Salí de la habitación silbando después de haberle dado una patada a la cabeza cortada.

divendres, 12 de juny del 2015

Hielo

Ya no lo puedo controlar, tiemblo sin parar y los dientes me castañean con tanta fuerza que las encías me duelen horrores. No soy estúpido, su que los temblores incontrolados son los primeros síntomas de la hipotermia. Voy a morir, eso es algo que no se puede remediar, estoy demasiado aislado y perdido. Pero no me detengo, los pies se me hunden hasta la rodilla en la nieve, cada paso que doy es como una eternidad. Llevo un buen rato buscándola, pero no está, el choque contra el montículo de nieve fue demasiado potente, y además, yo me empeñe a aferrarme al trineo mientras los perro todavía tiraban de él, sin darme cuenta que ella ya había caído. Por eso ahora recorro el rastro destartalado que ha dejado el trineo para poder encontrarlo. Todavía oigo los ladridos de algunos de nuestros perros, he tenido que sacrificar a dos para que no murieran de congelación, los demás han escapado ilesos, con un poco de suerte se salven. Las lágrimas me desbordan, no sé porque, mi cerebro esta embotado y no consigo pensar con claridad, aunque las lágrimas se congelen ha mitad mejillas y me quemen la piel. Tropiezo con algo enterrado bajo la nieve y caigo, estrellándome de cara contra la primera capa de nieve. Me obligo a sacar las mano de debajo de las axilas para levantarme, las articulaciones me crujen y los dedos me arden, debería haber cogido guantes. Inspiro con fuerza y el aire álgido me quema por dentro, es como si me metieran hierros al rojo en los pulmones. Es horrible, sentir un frio extremo en todo el cuerpo pero notar como se te queman las partes que tienes al descubierto. Por fin he conseguido dejar de llorar, necesito tranquilizarme o no la encontrare nunca. Grito su nombre, pero es inútil, la ventisca se lo traga y desaparece, ningún sonido puede prosperar en medio de tal vendaval repleto de nieve, excepto los ladridos de los perros, esos no cesan y me torturan, me culpan, yo quise salir de la base pese a la tormenta de nieve que se pronosticaba. Me paro de golpe asustado, y giro enloquecido buscando el rastro del trineo, pero no lo encuentro, cae demasiada nieve y demasiado rápido, el rastro del trineo ha desaparecido, incluso mis pisadas apenas son visible. No puedo orientarme, todo a mí alrededor es blanco y gris, estoy atrapado en medio de la inmensidad. Voy a rendirme, me dejare caer en la nieve y que me arrope con sus fríos brazos hasta que muera, al menos moriré más rápido. Un destello verde en medio de la nieve llama mi atención, es su gorro, veo su cabeza… y ¡su mano! Esta tirada en el suelo. Corro con frenesís hasta ella. Ya no me importa quedar medio enterrado con cada paso que doy, la he encontrado. No me hago esperanzas, vamos a morir, pero el hecho de poder darle mi calor, de sentir el suyo en mí, hace que tenga la necesidad de correr hacia ella, supongo que es amor. El crac hace que me despierte de mi ensoñación. Miro el suelo con un terror que ha inundado todo mi cuerpo de repente. Observo mi pierna derecha metida hasta el muslo es la nieve. Otro crac. Suelto un sollozo, lo había olvidado. Crac. Sabía que la base está demasiado cerca. Crac. ¿Es posible que nos hayamos desviado tanto? Crac. Me hundo, en una inmensidad oscura y entonces conozco el verdadero frio. El agua esta tan fría que el poco aire que he cogido antes de zambullirme se me escapa. Añoro el frio de afuera, era mucho mejor que el de aquí dentro. Pataleo desesperadamente, pero no me muevo, todo el cansancio que he acumulado buscándola ha salido a relucir ahora. La ropa de abrigo tira de mí. Me estoy hundiendo muy rápido, no puedo hacer nada. Entonces sí que tengo ganas de llorar, solo quería estar con ella mis últimos momentos de vida, y ni siquiera he conseguido eso. La negrura me traga, la oscuridad será mi tumbo. Abro mi boca y grito su nombre que se desliza entre las burbujas de aire mientras que el agua glacial me destruye por dentro.

dijous, 28 de maig del 2015

Luz

Era tan solo un bulto amorfo contra una esquina en el zulo. De vez en cuando temblaba o se estremecía para pasar rápidamente a sudar a mares y a gimotear como un niño pequeño. Había perdido la cuenta de los días que llevaba allí, pero había empezado a contar los días cada vez que el bajaba a visitarlo, según él, eran una tres veces cada 24 horas, pero no podía decirlo con claridad, en la profunda oscuridad, sin ver, ni oír, el tiempo se volvía eterno. El olor era horrible, olía a sus propias heces, a tierra húmeda y a muerte, probablemente el no había sido la única víctima del psicópata. Pero sin duda, lo peor de todo era lo que él le había provocado: apenas recordaba el rostro de sus padres, su mujer o sus hijos, todos habían sido desplazados por la imagen de su cara y su cuerpo. Su voz también le inundaba constantemente la mente, era asquerosamente cálida, dulce y, a su pesar, sensual. Pero eso solo era el daño mental. Cuando se despertó, hace eones a su entender, estaba desnudo en el zulo, gritó y golpeó el techo, odiosamente bajo (aunque bien visto, ahora que ni si quiera podía erguirse daba igual) pero nadie le respondió. Al cabo de unas horas bajo él, abrió la puerta y la luz mortecina de una bombilla maltrecha recortó su silueta. Era enorme, musculoso, atractivo y estaba desnudo. Al principio pensó que iba a abusar de él, pero no, solo era cuestión de morbo, o de que estaba como una cabra, pero al fin y al cabo, eso hubiera sido bueno en comparación. Lo torturó, le rompió huesos, le hizo sin fin de cortes, le desolló dedos que luego le amputo, ya ni siquiera bajaba la mirada más abajo de su cintura, tenía miedo de ver lo que le había echo y pensar que sus dos hijos serían los únicos que podría tener. Y todo eso acompañado con palabras dulces y de apoyo, eso le ponía enfermo. Oyó crujir los tablones del techo y supo que se acercaba. Empezó a respirar con fuerzas, aunque eso hacía que todo el cuerpo le doliera más, se retorcía e intentaba parecer más pequeño, con la esperanza de que lo ignorara, pero nunca funcionaba. La sensación de ser un animal acorralado lo poseyó, aunque eso no servia para nada sus piernas y brazos le colgaban inútiles, fofos y mutilados. Sus pasos se oían pesados por la escalera al otro lado de la puerta. Se orinó, no pudo evitarlo, ya ni siquiera tenia el control de su propio cuerpo, se lo habían arrebatado todo. La muerte le volvió a tentar, eso le asusto, lo odiaba, no quería perder la esperanza, resignarse a morir después de tanto tiempo de dolor. Pero la muerte era tan bonita, ella era el único final feliz posible para esa historia, le había visto la cara, nunca lo dejaría marchar, lo torturaría hasta quebrarla la mismísima alma y reducirlo a cenizas. Cuando vio el destello amarillento aparecer por debajo de la puerta y lamer con picardía las sombras de la habitación, supo con total certeza que la próxima luz que quería ver, era la del final del túnel.

dilluns, 4 de maig del 2015

Nieve en mayo

El asfalto está caliente, el sol ha brillado durante todo el día y ha dejado una atmosfera bochornosa y agobiante. Me queman los pies, las sandalias no son suficientes para protegerme las plantas de los pies así que decido moverme un poco para quitarme esa sensación de los pies. Observo el paisaje, es un sitio peculiar para quedar, una recta a diez minutos andando del pueblo, poco transitada y solitaria pero es bonito. Todo es vida a mi alrededor, a mi izquierda un campo de naranjos que aunque sin fruto, dejan escapar un olorcillo a naranja que me motiva. A mi derecha un gran campo abandonado lleno de hierbajo de hasta un metro y salpicado de morado, amarillo y blanco por los lirios, los claves y la flores silvestres. Por encima de estas están las amapolas, que llenas de puntitos rojos como disparos en el pecho de una ninfa. La carretera está llena de baches y hace tiempo que no la arreglan, las plantas de las cunetas han crecido desmesuradamente hasta el punto que las zarzas alargan sus tentáculos espinoso casi hasta el centro de la calzada. Sin lugar a duda es un sitio extraño para quedar, pero creo que no podría haber elegido ninguno mejor. La busco en la lejanía, pero no la encuentro, no puede ver más, una lluvia de polen me entorpece la vista. El polen, una condena para muchos, pero para mí es precioso, aquí no suele nevar casi nunca, por eso cuando el polen se dispersa a principios de mayo, es como si una ventisca arremetiera. Los granos se dejan arrastrar por la brisa sofocante y se arremolinan alrededor de los cuerpos que encuentran en forma de danzas estrambóticas. Levanto la mano para atrapar alguno y entretenerme mientras espero, la piel me brilla como si fuera caramelo, estoy sudando mucho, no quiero hacerlo, pero tampoco puede evitarlo, hace mucho calor y además los nervios me están matando. El polen se queda adherido a mi piel y me hace cosquillas, no puede evitar sonreír, es un tópico, pero todo parece haber renacido, incluso yo. He pasado dos meses horribles, un marzo gris y un abril negro y largo, no se acababa nunca, y cada día era una nueva tortura que debía disimular, estaba solo, roto, desgarrado… El piar de un pájaro me hace volver a la realidad bruscamente. Tarda mucho, puede que no venga, que me haya plantado, dejado, entonces mayo se sumara al aquelarre de meses de mierda que me han llevado al borde de la locura. Las sombras son cada vez más alargadas, y apuntan acusadoras al este. El cielo se está tintando lentamente de rosa, rojo y naranja, la luna redondeada ya se asoma tímida, y algunas estrellas han hecho acto de presencia, y sigue sin venir, me dirijo hacia la moto, una Kawasaki Vulcan que heredé de mi madre, se supone que aún no puedo conducirla, pero creía que la ocasión lo merecía. El ultimo rayo de sol lanza un destello sobre ella y ahora la veo, su reflejo distorsionado en la pintura granate metalizado. Suspiro y sonrió. Pienso mientras me giro pensando que el equinoccio de primavera fue en marzo, pero al oír mi nombre en su boca sé que mi primavera ha empezado en mayo.

dijous, 16 d’abril del 2015

Azul verdoso

La tumbó rápidamente, le pilló por sorpresa y ella no pudo hacer nada más que caer. Su cabeza reboto contra el frio suelo del almacén frigorífico y al momento quedo aturdida. Notaba el peso de su agresor, que se había acomodado sobre su abdomen. Cuando el aturdimiento se le paso, su instinto de policía se puso en marcha inmediatamente y quiso quitárselo de encima. Ambos forcejearon durante unos segundos hasta que él le cogió de las muñecas y la obligo a mirarle. Entonces ella vio sus ojos, eran de color azul verdoso, inmensos como una laguna llena de algas con un par de islotes negros en el centro. Al momento dejo de forcejear y quedo atrapada en su mirada. Ya no notaba el frio, y cuando el descendió el cuchillo hasta hacerle un tajo en el brazo, sintió el dolor lacerante, pero no le importo, lo único que valía la pena era verle los ojos. Al momento comprendió todo. Como había conseguido matar y torturar a tantas mujeres sin derogarlas o atarlas, y porque la única víctima que había conseguido huir había sido un hombre, y este habría sido supuestamente el segundo cadáver. No le hacía falta nada para acorralar a una mujer, solo su mirada. En ese instante sintió un miedo brutal por las otras mujeres que también trabajaban en ese caso, por Clara, que llevaba un tiempo desaparecida, y también por Celia, que ahora mismo estaría en comisaria intentando buscar pistas del “Tatuador de Cádiz”, llamado así por los dibujos que solía hacer con sus cuchillos a las victimas antes de matarlas. Decidió rendirse, ya no podía hacer nada, esos ojos no eran naturales, te atrapaban y apenas te dejaban respirar. Así que pensó que por lo menos escrutaría su mirada hasta el final. Lo primero que sintió fue la locura de este, que se veía a simple vista por otro lado. También detecto obsesión y precisión. Pero había algo por encima de todo, era algo extraño, que le daba un tinte sombrío a su iris, ¿Culpabilidad? No lo creía, era imposible para un psicópata como el sentir empatía. Miedo… eso sí que podía ser, ya que lo que era una trampa para las mujeres, era como un libro abierto para cualquier hombre. Los cortes no cesaban, y ella notaba la sangre tibia sobre su piel, oía el cuchillo al rozar con el hueso, pero seguía sin importarle. De pronto se dio cuento que aquel sería el último asesinato del “Tatuador de Cádiz”, ya que ahora había llegado demasiado lejos, estaba matando a una policía que trabajaba en su caso, sus compañeros no se complacerían con solo encarcelarlo, lo matarían, de ese modo comprendió que lo que había en sus ojos no era miedo, era determinación, el “Tatuador” quería morir, eso no solo era un asesinato, también era un suicidio. Y cuando el cuchillo se hundió en el cuello ella, también puso en marcha el detonador que pronto causaría su propia muerte. Pero eso a él parecía no importarle, y a ella tampoco, ya que lentamente se fue sumiendo en una profunda oscuridad, mientras que se ahogaba con su sangre y sentía como sus pulmones intentaban expulsar la sangre. Pero eso no significaba nada mientras que ella estuviera perdida en aquella mirada azul verdosa.

dilluns, 6 d’abril del 2015

Desgarrado

Odio a las personas que afirman que la peor sensación que existe es la soledad. A esas personas les digo que no, la peor sensación del mundo es sentirse solo cuando estas rodeado de gente. Porque no es justo, que tenga que mendigar un poquito de comprensión a cambio de indiferencia, antes prefiero que me digan que me odia, que soy un pesado y que ya no quieren saber nada mas de mí, pero por favor, que no me ignoren, que no me utilicen, que no me busquen cuando le interese, porque entonces muere. Estoy harto de defender cuando luego esa persona no mueve un dedo por mí, estoy harto de guardar secretos cuando yo no puede confiar en nadie, estoy harto de escuchar cuando mis palabras son desoídas. Pero ya da igual, es injusto que las únicas personas capaces de reconfortarme estén tan lejos y que las más cercácanas a mí solo huelan a traición. Pero supongo que me he acostumbrado a acumularlo todo para luego soltarlo en soledad o para escribir, eso siempre ayuda porque como ya dije con anterioridad mi alma es desgarrada con cada historia que escribo, y en este sentido me viene bien, me ayuda que parte de mi odio y de mi tristeza ¿y porque no? También parte de mi felicidad queden plasmados en cuatro palabras supuestamente bonitas que me ayudan a relajarme, aunque acabe hecho trizas. Vale, esta mierda de entrada está llena de tópicos y estereotipos: “el escritor atormentado”, “el amigo traicionado”, “el joven incomprendido”… pero es que realmente me siento así, encerrado en una prisión que abarca hasta el horizonte, donde los carceleros supuestamente me quieren y me apoyan. Es irónico que en este sentido la mejor ayuda sea siempre el pesimismo, quejarse ayuda a matar las dudas, y no amarga, como dicen las malas lenguas, porque al menos puedes sacar parte de la inmundicia que te agobia, haciéndote sentir impotente, y abrazar, aunque sea, la posibilidad de ser feliz.

dilluns, 23 de març del 2015

Nunca...

Normalmente, dejo un pedacito de mi alma en cada historia que creo y escribo, un trozo desgarrado de mi ser, que convierte la obra en algo enteramente mío. Es como morir, dejar parte de mi ser en algo irreal y creado por mí. Puede sonar horrible, pero yo lo hago con gusto, eso hace que esos trocitos se vuelvan inmortales e indestructibles, aunque nunca sean leídos. Pero esta vez no, esta vez es diferente. Hoy, mientras escribo estas líneas mi alma no se destruye ni se muere, no, no lo puede permitir. Mi alma debe estar entera para ti. Puede que al decirnos adiós hayamos perdido nuestro presente, condenándonos al pasado y debilitando nuestro futuro, puede que nuestra amistad haya sido herida de gravedad por los kilómetros y la horas que nos separan. Es posible que ya nada vuelva a ser igual, que los que vivimos se vuelva un deseo que quizá nunca se cumpla. Probablemente, hoy todo haya cambiado irreversiblemente, a peor o a mejor, pero ha cambiado. Pero la verdad, es que eso da igual, porque como ya he dicho, mi alma seguirá entera para ti. Esperando el momento para volver a reír juntos, para disfrutar como antes, para simplemente soñar con nuestra amistad. Nuestra amistad está herida, pero no muerta, y mientras que esta siga viva, te prometo, no, te juro, que no olvidare nada, que nunca diré nunca, y que siempre mantendré nuestra llama encendida. Para serte sincero, te he mentido en parte, mi alma no ha sido desgarrada, ha sido vertida entera en estas oraciones que nunca estarán vacías... Adiós, una palabra que convierte amores en cenizas y amistades en basura, que destruye el presente, condena el futuro y olvida el pasado. Una palabra capaz de destruir vidas y reducirlo todo a nada. Por eso nunca dejare que un adiós sea nuestro final. Un hasta luego quizás, pero nunca un adiós.

dissabte, 28 de febrer del 2015

Gris

El tiempo avanza lentamente, con parsimonia, casi puedo hasta tocarlo. Es como la humedad, se me adhiere al cuerpo y me deja pegajoso, sumiéndome en el tedio. Incluso las noches se hacen largas, me paso horas y horas en un estado de duermevela, despertándome por cada ruido que oigo, incluso por mi propia respiración. Ojala soñara, pero ni siquiera las pesadillas parecen quererme. La indiferencia me corroe, no me importa nadie ni nada. La felicidad me ha abandonado, pero tampoco estoy triste, ese es el problema. He dejado de tener pensamientos positivos y negativos, ya no me emociona nada. Antes los atardeceres me hacían sonreír, salir al monte me hacía sentirme libre, ahora ni eso, solo indiferencia. Me he vuelto esclavo de mi propia vida, la libertad es mi amo, y es un amo cruel. Y lo más irónico de todo es que esto lo creo el más potente de los sentimientos, el amor. Me enamore, pero no dije nada, nunca fui valiente. Siempre estaba cerca de mí, y yo siempre quería darle un beso, pero nunca pude, el miedo me paralizaba. El miedo al rechazo, el miedo a lo que pensaran, el miedo a que nunca volviera a mirarme igual. Antes me equivoque, el amor no es el más potente de los sentimientos, porque en mi caso, el miedo gano al amor. Ese miedo me desgarro el alma, haciéndola jirones, me consumió hasta los huesos y me convirtió en lo que soy ahora, un reflejo en el agua de mí mismo, deformado hasta lo imposible por las ondas. Y las cosas podrían acabar ahí, pero no, las desgracias nunca vienen solas, y cuando vienen es para quedarse. La persona que más me importaba, no mi familia, porque la familia es un lastre impuesta por el destino, no, no me refiero a un familiar. La persona que más me importaba era una amiga, y nuestra amistad desapareció. Me miraba con desprecio mezclado con inferioridad. Me contestaba con monosílabos, y cuando miraba sus ojos, estaban vacíos, negros. Se había vuelto fría como el hielo conmigo, tan fría que me queme. Nunca le pregunte que le pasaba, por temor a su respuesta. Otra vez el miedo… Ahí fue cuando algo en mi interior falló, mi corazón podía recuperarse de un balazo, pero no de dos a la vez. Creo recordar que luego intento arreglarlo conmigo, pero ya era tarde, yo ya era un tullido sentimental, había perdido los buenos sentimientos, y los malos se estaban diluyendo en mi desquiciada mente. Supongo que las cosas me superaron, no sé, no note el cambio, me tumbe triste y me levante normal, demasiado normal, radicalmente normal. Básicamente perdí el interés por todo esa noche, curiosamente fue la última noche que soñé, fue algo bonito, demasiado precioso para recordarlo. Así son los sueños, te muestran el mundo maravilloso y horrible de tu interior, para más tarde arrebatártelo de tu memoria, los sueño también son crueles. Y así estoy, vagando por un mundo donde todo me es igual, he llegado hasta el punto de que podría morirme y no importarme. Recorro la existencia sin ver pero viéndola al mimo tiempo, ni bien ni mal, ni feliz ni triste, ni blanco ni negro, solamente gris.

dissabte, 7 de febrer del 2015

Susúrrame cosas bonitas

Durante un segundo fue bonito, precioso. Eran como cien mil cometas surcando el cielo, como si una bandada de pájaros de fuego eclipsara la luna. Luego empezaron a caer y ya no fue bonito, era horrible, el mismísimo infierno. Las saetas empezaron a cubrir el campo de fuego y de muerte, una detrás de otra lo perforaban todo, ya fuera tierra, metal o carne. Los gritos de centenares de hombre y mujeres unidos por un mismo sentimiento de rebelión, por unas ansias de conquista, por un ideal suicida… Todos caían, la flechas atravesaban los escudos levantados, y perforaban los ojos de los pobres incautos que miraban el escudo, suplicando una salvación, y en cambio sentían las ráfagas de calor convertir en cenizas sus cerebros. Otros tenían menos suerte, las flechas se le clavaban en alguna extremidad para luego prenderles la ropa y brindarles una muerte más lenta y dolorosa. Cuando la última punta ardiente descendió, llegaron las tropas. Miles de personas, espada en mano empezaron a regar los campos ardientes con sangre. Un hombre no corrió hacia ello, buscando enemigos, corrió en horizontal, girando la cabeza sin ton ni son, buscaba algo, la desesperación destilaba en sus ojos. Y entonces la encontró, pero no lo que buscaba. Por un instante capto el brillo de los ojos del hombre que se acababa de convertir en su verdugo. Eso le dolió más que sentir el frio metal morder su piel y atravesarle el pecho. Si, fue ver sus ojos, fue ver las lágrimas abrir surcos entre la ceniza de sus mejillas. El esperaba ver la mirada de un loco, de un sádico, o por lo menos de un fanático. Pero no, en su lugar habían dos ojos como los suyos, luchando en una guerra equivocada, para proteger a quien sabe de los deseos de aristócratas inútiles. Cerro sus ojos y saco la espada del pobre buscador, y se marchó para seguir luchando y matando por una causa vacía. El otro en cambia se tambaleo, pero no cayó, no sin encontrar lo que buscaba. Siguió recorriendo el campo de batalla, sin seguir un rumbo. Sentía las pestañas pesadas y sus piernas no querían seguir moviéndose. Entonces lo vio, un destello dorado justo en frente de él. Una sonrisa roja por la sangre se dibujó en su rostro. Había un casco dorado que reflejaba las llamas y justo a su lado una persona, imposible saber su sexo, estaba de espaldas y llevaba un casco. El buscado se acercó y se dejó caer junto al despojo que al igual que él, vivía sus últimos instantes de vida. El otro lo reconoció y se acercó a él, no sin antes dejar escapar un grito de dolor, era una mujer. - Susúrrame cosas bonitas – pidió la mujer. El hombre no pudo hacer más que sonreír y lentamente se acercó a su oreja, la sangre mezclado con la saliva le caía sobre la mujer, pero a esta no le importaba, estaba tibia en un mundo demasiado frio o caliente. Nadie sabe que le dijo el a ella, pero esas palabras marcaron sus últimos momentos de vida y durante un segundo la batalla no fue tan mala, la sangre dibuja estelas rojizas por todo lados, el fuego parecía el hogar de una casa en invierno y los gritos de dolor y angustia se convirtieron en cantos de felicidad. Durante un segundo fue bonito, precioso.

diumenge, 18 de gener del 2015

Humo

Siente el último amanecer que nos arropará hasta el fin. Sueltas tus lágrimas de tristeza, porque puede que sean la ultimas. Déjate llevar, no pienses, solo cree, cree en mí, créeme, nunca volverás a sentir nada. Si huele el humo, deja que inunde tus pulmones, que te caliente por dentro que te deje sin respiración, que cree una bonita canción con tus jadeos. Exacto, deja que los muros de llamas sean tu última visión del mundo, observa sus luces proyectadas en la última noche, déjate guiar, hipnotizada por sus movimientos macabros, que se ríen de ti, que se mofan de tus últimos segundos de vida. Si, quizá no sea el mejor recuerdo que tengas, pero sí que va a ser el último, así que no lo desaproveches. La humareda negra será tu lecho de muerte, el calor será tu sacerdote y el fuego tú verdugo. Pero no tengas miedo, el miedo no es buen compañero de viaje, te empequeñece, te destierra, y cuando se convierte en pánico de deja desolado, una sombra de lo que alguna vez fuiste. No te asustes, el fuego quema. Pero también ahuyenta a las bestias salvajes y a los merodeadores de la noche. El humo ahoga, pero también te esconde del asesino… Vale, tu cuerpo es abrasado, tu piel se derrite y se pega a tus huesos, como un muñeco de cera, el dolor es ahora tu único amigo, no hay sitio para nadie más, pero créeme, hay cosas peores, como ver cómo te mueres, y al fin y al cabo, hay formas peores de morir, supongo. Caes al suelo, arqueas tu espalda y dejas escapar un grito animal, eso está bien, grita todo lo fuerte que puedas, que la luna no te olvide jamás, deja tu huella en la vulgar oscuridad. Tú pelo, antaño negro como la mirada de un lobo, que reflejaba el sol y producía destellos ambarinos… No queda nada de eso, ahora es rojo, y se consume demasiado rápido, no me ha dejado verlo por última vez, soñar con su tacto sedoso. Tú ultima exhalación es humo, y ya no te mueves, no te retuerces de dolor, ni siquiera gritas, solo te conviertes en cenizas y desapareces, cuando el sol sale, ya no queda nada de ti. Ahora, ya no tienes obstáculos, que la cadencia de la muerte te lleve hasta el infinito, hasta un lugar de luces extravagantes, que nunca se apaguen, a un lugar donde la palabra felicidad tenga un significado digno de ella, a un lugar donde poder estar conmigo…

dissabte, 10 de gener del 2015

Un par de ojos

La luz mortecina del atardecer iluminaba vagamente sus rasgos duros y sus arrugas bien profundas. Aunque sus ojos de color ámbar brillaban con la energía de un joven entusiasta. Suspiro una voluta de vaho salió de su boca y se deshizo en el aire, la escasa ropa que llevaba no impedía que el frio le helara hasta las entrañas. Respiro fuertemente y siguió su camino, no podía detenerse, no ahora. Recorría el lecho de un rio ya seco y que antaño debió de ser profundo, ya que le era imposible escalar las paredes para salir del rio. Un escalofrió le recorrió la espalda cuando oyó el aullido de sus perseguidor. Alzó la cabeza y ahí estaba, en la orilla del viejo rio, acosándole que unos ojos humanos inyectados en sangre. Nunca antes había visto semejante animal, tenía cuerpo de zorro, pero tres veces más grande, y su cola grande y esponjosa acababa en un aguijón de color rosa chillón. Su pelaje era del color de sangre, ese rojo negruzco. Pero eso era lo de menos, sus ojos eran el problema, unos ojos azules normales y corrientes, como los de un humano, que lo observaban sin descanso. Eso era peor que la muerte, estar siempre vigilado, con miedo a todo, con la muerte tan cerca que incluso podía tocarte, pero nunca llegaba, siempre se quedaba al margen, mirándolo. El ser hizo ademan de saltar y el hombre a punto estuvo de caer cuando se echó atrás del susto. El corazón le latía a cien por hora y un sudor frio como el hielo le recorría hasta el último centímetro del cuerpo. El animal empezó a reír, con una mezcla de carcajada humana y gruñido animal, era estremecedor. El viejo se levantó y se quedó observando, herido y humillado. Cundo la bestia lo vio, se rio mucha más fuerte. El hombre siguió andando, intento huir de él, pero no podía, sentía su mirada en la espalda y oía continuamente sus pisadas en el suelo seco. La noche calla con rapidez, no había luna esa noche, solo un montón de estrellitas diminutas que inundaban todo el cielo y lo llenaban de alegría y luz, pero en el suelo esa luz no era suficiente, y el anciano caminaba clavándose guijarros en los pies y enredándose continuamente en zarzas marchitas y puntiagudas que se le enganchaban en la ropa y en la piel. Sollozo y se derrumbó en el suelo, las lágrimas no tardaron en anegar sus ojos y empezar a caer por sus cara, trazando extrañas trayectorias cuando entraban en sus arrugas. Levanto la mirada, tembloroso vio, como si de dos astros más se tratara, el par de ojos aterradores, escrutándole sin pudor y mofándose de él. Entonces empezó a llorar con más fuerza. No podía olvidarlos, ni tampoco apartarlos, nunca se iban a ir, eran como un mal recuerdo o como un trauma, siempre están contigo, solo puedes aprender a convivir con ellos.