diumenge, 2 de desembre del 2018

Siete balas


                Recuerdo el día de mi nacimiento. Hacía mucho frío y la lluvia había caído tan fuerte que València se había vuelto a inundar en muchos lugares. Al igual que la primera vez, vine al mundo empapado. Se lo que estaréis pensando: “dice que ha vuelto a nacer porque se salvó de morir”. Os equivocáis. Además, no consideró que volví a nacer, ya que todo lo que sucedió antes no lo considero una vida propia. Solamente una existencia, y eso no es vivir, al fin y al cabo, las piedras también existen sin vivir.
                Como ya he dicho, mi vida no empezó con mi cercana muerte. No, mi vida empezó con la muerte de otra persona. Aún tengo el recuerdo de los seis balazos que asesinaron a la persona que me dio la existencia pero me negó la vida. No hablo de matricidio. Mi madre murió cuando dio a luz. Mi destino fue acabar en manos de mi tío. No sé porque me adoptó. Nunca me quiso y siempre me anuló como persona. Simplemente no me contó porque me acogió. Y yo nunca le pregunté.
                Dudo que toda mi infancia fuera tan horrible como la recuerdo. Supongo que me lo pasé bien o disfruté a veces. Pero no soy capaz de encontrar esos recuerdos. Quiero pensar que mi cerebro los esconde para que no tenga que sufrir por algo que nunca voy a poder recuperar. Me protege enseñándome solo lo que me produce dolor para que no olvide que es el mal. Tengo grabadas en mi memoria cada golpe y cada insulto. Cada vez que acabé en el hospital por “cosas de niños”. Me abrasan internamente los recuerdos donde se ve a mi tío entrando a mi habitación, donde me viola. Ni en esos momentos dejó de insultarme o pegarme.
                Pensaba, que cuando creciera y me hiciera fuerte, todo se acabaría. Que le plantaría cara y me iría a vivir solo después de darle la paliza de su vida. Pero no. Cada vez que se acercaba a mí, el miedo se expandía por mi cuerpo y me agarrotaba. Me anulaba y convertía todo mi valor en sumisión y desprecio hacia mí mismo.
                Pero todo cambio cuando llegué a los 21 años. Volvía casa. El agua lodosa me lamía los pies hasta muy por encima de las perneras. Hacía rato que una fuerte ráfaga de viento había arrancado el paraguas de mis manos. Nunca he sentido tanto frío como durante esa travesía. Entonces lo vi: un coche de la Guardia Civil, abandonado en medio de la calle. El agua había entrado por las puertas y estaba inundado. Se había movido, arrastrado por la fuerza del agua, hasta quedarse varado contra un árbol. Me acerqué, por pura curiosidad. Aún no me explico como la corriente no pudo arrastrarme y escupirme al mar. Creo que fue la fuerza de voluntad.
                No la vi directamente, solamente fue un destello metálico. Estaba sobre el asiento del copiloto, casi cubierta por el agua, así que la cogí y me la llevé. Fue más instinto que otra cosa. No lo pensé. Estaba aún más fría que el ambiente. Pesaba un poco, pero era más pesado el simbolismo. Lastraba mi mano. Pero al igual que con la corriente, tiré de fuerza de voluntad.
                Llegué a casa y ahí estaba él. Viejo pero aún poderoso. Todos los nervios de mi cuerpo se pusieron alerta ante el ser que me controlaba por completo. No obstante, durante unos segundos, perdió un poco el control. Eso fue la perdición para él. En el momento que el miedo quería volver a someterme, algo se rebeló. Simplemente me negué. La pistola apareció ante mis ojos. Estaba empapada, pero no dejé que se resbalara. Con los dedos entumecidos, jalé del gatillo.
                El primer disparo no lo mató. Ni el segundo ni el tercero ni el cuarto ni siquiera el quinto. Simplemente lo dejaron en el suelo, hecho un guiñapo de sangre y gritos. Con cada alarido, su control se desvanecía un poco más. Cada bala que le había dado, era una bala para mi miedo. La sexta bala, que le atravesó la cabeza de punta a punta, me dio la vida. En ese momento nací. Era como un bebé en un mundo familiar pero desconocido.
                Lloré de alegría. Reí. Disfruté por primera vez. Todas las cosas buenas me llenaron y ahí supe que eso era vivir. Que eso era nacer. No obstante, al igual que tanto otros, yo soy un bebé destinado a morir pronto. A no llegar a crecer. Me da igual. Ese trocito de vida, es suficiente.
                He vuelto a la calle inundada. Ha parado un poco de llover, pero la corriente sigue empujando fuerte. El coche de la Guardia Civil sigue ahí. Sigue sin aparecer nadie. Creo que he elegido este lugar porque fue donde mi voluntad se impuso por primera vez. A penas han pasado unos minutos, pero pienso en ello como si hubieran pasado siglos. La vida no consiste de años o tiempo, consiste de sentimientos y libertad. Por eso mi vida ha sido más larga que la de muchos que viven 100 años. Mi tumba dirá que he vivido 21 años, pero, para mí, solo son 19 minutos exactos. Y, esos 19 minutos, son los que valen. Los que importan.
                Levanto el arma y sonrío. Durante unos segundos, la luz del sol se cuela entre las nubes negras. Al minuto 20 de mi vida, la bala número siete lo cierra todo. Lo bueno y lo malo. Todo se funde con la oscuridad para no ser nada.
Eso me hace feliz.

divendres, 2 de novembre del 2018

L´arbre de l´esperança


 Fa poc menys de tres mesos que el malson va caure sobre les nostres serres. Fa poc menys de tres mesos d'aquella nit de dilluns quan tots ens trobàvem amb la por observant com la llarga linneà de foc devorava el nostre món, com una carretera a l'infern. Ja fa tres mesos que la primera imatge que es veu quan entres a Llutxent són cims i llomes negres com la foscor. També, fa poc menys de tres mesos que vam poder tornar a caminar pels camins de les nostres muntanyes. El terror es va convertir en alegria parcial en veure com casetes i bancals estaven intactes, de com el Rafal havia evitat les flames pels pèls. Eren trossets de verd rodejats per la infinita negror de la cendra.
Al mateix temps que aquests descobriments ens recomponien un poc, la desoladora imatge del Surar ens feia caminar dues passes enrere. Era horrible veure com els arbres sorgien del terra cremat com extremitats socarrades de mostres de l'Avern. Les rames negres pareixien ullals que volien consumir el cel. Les pedres blanques es veien des de quilòmetres en perdre la capa de verdor que les protegia de la maldat del món. L'olor de cendra i a fusta cremada que pareixia no voler abandonar-nos mai. No obstant això, el pitjor era el que les nostres orelles percebien: res. Els sorolls de les rames plenes de fulles sacsejades pel vent pareixien haver mort per a sempre. I les cançons dels ocells havien deixat aquelles terres, com un rèquiem de silenci.
Tot ens indicava que tardaríem anys a poder veure de nou un poc d'esperança en la nostra casa. Hauríem d'haver confiat més en les nostres serres. Ens havíem oblidat del fet que la surera és l'arbre més cabut del món.
El Surar, ara mateixa, és una al·legoria de la mort i la vida. Com una porta entre el Cel i l'Inframón. De les soques negres i de les rames raquítiques creixen rams de fulles verdoses que ens permeten diferenciar les sureres del cementeri de pins. Totes reviscolant des de la seua tomba de cendra i pols. I no són les úniques. Centenars de plantes i arbustos s'obrin pas a través de les terres tacades de negre per tornar a brillar. Endemismes i plantes úniques que s'esforcen per no ser oblidades.
Pot ser, el cas més trist siga el dels pins, que sí que han sucumbit al terror de les flames. No obstant això, centenars de brots cobreixen el sol dels seus pares. No tots sobreviuran, és clar, però una nova generació està en camí per tornar a pintar de verd els paisatges. El silenci encara és tancat allí dalt, però ara, de tant en tant, el xiulit d'un ocell trenca la monotonia macabra de l'absència de so.
Tardarà anys, està clar. El Surar passarà mesos sent un quadre de tonalitats obscures amb tocs verdosos, però, a poc a poc, la vida es tornarà a obrir pas definitivament. Perquè el Surar porta el nom de l'arbre de les segones oportunitats. Porta el nom de l'arbre de la vida. Perquè la surera és l'arbre de l'esperança i torna per a quedar-se.

divendres, 28 de setembre del 2018

Diosa


Serai despachó a las tres mujeres y los dos hombres con lo que había estado jugando sexualmente todo el día. Estaba cansada y sumida en el tedio. Con un silbido, una forma salió de las sombras oscuras del fondo de la cueva. Al principio solo eran unos ojos brillantes, pero a medida que avanzaba, la rata gris y ágil se mostró en toda su forma.  Se llamaba Susy, y era la mascota de Serai desde que escapó de Arse hace años.
La cueva, que más parecía un palacio de los que abundaban en Arse antes de que acabara destruida, estaba decorada con las mejores estatuas y tapices de las culturas fenicias e íbera. La cama parecía una nube y estaba perfectamente adecuada para los juegos sexuales de la diosa. Desde una punta de la gran estancia dividida por pieles de animales, sonaba el bonito ritmo de un tambor. Era Fangoria, la música del poblado que solía acompañar con sus melodías a Serai. Esta, por su parte, intentó despacharla, pero esta no quiso. La gran diosa bisexual suspiró, también tendría que matarla.
Serai se sentó en su gran trono de deidad mitificada y empezó a pensar como había llegado allí, al mismo tiempo que se preparaba mentalmente para un largo viaje. Su padre había sido uno de los hombres más ricos de Arse cuando Aníbal llegó a la Península Ibérica junto a sus hordas de cartagineses y elefantes. Serai decidió que ella no se convertiría en uno de los muertos que engrosaría las listas de esa guerra que se avecinaba entre Roma y Cartago.
Cuando Arse y todas sus gentes quedaron reducidas a cenizas, ella ya hacía casi un año que había huido hacia el sur, a refugiarse en un poblado cerca de Cartago Nova. De forma irónica, Serai llamó al poblado pesquero Picaporte, porque no había en sus toscos muebles o puertas ni uno solo. Por ese entonces solo tenía unos 20 años.
Un anciano que había perdido a sus dos hijos, reclutados a la fuerza, en el asedio de Arse decidió adoptarla informalmente. Él le enseñó a pescar y a surcar las olas como si fuera una hija de Neptuno. Pasó casi dos años allí, siendo feliz. Pero de repente, el anciano se mareó pescando y los oscuros mares se lo tragaron para siempre. Serai decidió irse. Ya no le quedaba nada tan cerca del peligroso mar. No peligroso por los seres marinos y las furiosas mareas. Era peligroso por las naves cargadas de hombres sedientos de sangre.
Se encaminó tierra adentro. Allí donde los fenicios y los griegos nunca llegaron, donde los romanos y los cartagineses solo se atrevían a entrar armados hasta los dientes. Sin embargo no llegó muy lejos. Después de unos días de viaje, la capturaron unos lugareños y la llevaron a un altar de sacrificios. Nos los entendía,  ya que hablaban una mezcla de íbero con fenicio, tartésico y lusitano. Tal amalgama de idiomas era imposible de descifrar. Obviamente, de griego no tenían ni idea. No obstante, ella logró captar algunas cosas. Querían sacrificarla para que los dioses les llevasen lluvias, ya que hacía meses que no caía ni una gota en la zona. La gente moría de sed y de hambre.
Serai de las apañó para convencerlos de que ella podía hacer que lloviera. Llena de miedo y sin tener ni idea de que hacer, intentó buscar una forma de huir. Mientras, sacó de sus cosas una bolsa de chufas podridas que llevaba desde que huyó de Arse. Más de recuerdo que de alimento. Las lanzó al fuego y allí se quemaron sin que pasara nada. Sin  embargó, pasaron unos minutos y el cielo se encapotó. Empezó a llover a mares y las tormentas duraron días. Desde ese momento, pasó a ser la gran Diosa Serai, la diosa bisexual de las lluvias y los rayos, portadora de las chufas mágicas. La instalaron en esa cueva y la agasajaron durante años. Gracias a sus conocimientos de meteorología, había podido salir del paso durante todo ese tiempo.
Pero, había un problema. El pueblo donde estaba la consideraba su diosa, pero también su cautiva. Solo permitían que estuviera en la cueva o por los alrededores cercanos. Y ya estaba cansada. Además se había asegurado que le fueran informando sobre qué pasaba en el mundo civilizado. Mientras Aníbal había sembrado de miles de cadáveres romanos los campos y montes italianos, la República había enviado a un joven general a Tarraco. Este, unas semanas atrás había conquistado Cartago Nova y estaba destruyendo uno detrás de otro a los ejércitos de Cartago en Hispania. El general, llamado Escipión, se había enterado de la existencia de la poderosa diosa de las tormentas con sus tubérculos mágicos  y quería hablar con ella. Serai temía que, al haber escapo de Arse, aliada de Roma, el general la quisiera juzgar por traición si descubría sus orígenes. Así que decidió entrar aún más en Iberia.
Cogió su petate y se colocó a Susy sobre un hombro. Sigilosamente, se acercó a Fangoria y la degolló sin que esta emitiera ruido. Con pase firme y tranquilo, salió de su santuario. La cueva se hallaba sobre una colina que bordeaba por el norte al poblado, que se extendía por el verde valle que tenía a sus pies. Se veían fuegos y antorchas por sus calles destartaladas. Serai sonrió a uno de los guardias que la custodiaban. El otro le devolvió la sonrisa pero fue lo último que hizo. El frío beso de una cuchilla le atravesó al corazón.
Sin dudarlo, Serai le arranco la corta daga y degolló al de al lado, que estaba tan sorprendido que no había podido reaccionar. No sería tan fácil con los otros dos. Uno le intentó dar un puñetazo, pero Serai lo esquivó con facilidad. No había estado ociosa en la cueva. Se había entrenado hasta desfallecer. La afilada daga abrió un camino de sangre por el estómago del guardia por donde empezaron a escapar sus tripas. Antes de que gritara, Serai ya le había rajado la garganta.
Sin embargo, el otro estaba más espabilado. La desarmó de un manotazo y le cogió el cuello con ambas manos. Serai no podía contra su desmesurada fuerza, además sabía que no la mataría. Solo la dejaría K.O. para después sacrificarla. Serai ya pensaba que iba a morir cuando Susy actuó. Con un chillido se lanzó contra el rostro del guardia y empezó a roer y arañar, defendiendo a su amiga. El guardia empezó a gritar de dolor e intento arrancarse a la rata de la cara desgarrada. Serai recuperó el aliento durante unos segundos, recogió el cuchillo y apuñaló repetidas veces al último guardia, hasta que dejó de moverse. Susy volvió de un salto al hombro de su amiga. Entre sus dientes había un ojo, el cual estaba masticando con satisfacción.
Entonces, Serai cogió el petate que había caído en el suelo y puso rumbo a las tierras donde se ponía el sol. Su plan era ir hasta la Lusitania, donde buscaría una forma de sobrevivir, lejos de griegos, romanos y cartagineses. Lejos de las guerras y la sangre. Lejos del hambre y la sequía. Solo Susy y ella.

dijous, 30 d’agost del 2018

Clavículas partidas


                Me tapo la boca para poder aguantar mejor la respiración. El hueco debajo del escritorio que hay bajo la ventana es angosto y está lleno de telarañas, pero no me quejo. El sudor frío, pese a estar en pleno agosto, cae por mi cuerpo a mares. Entonces, la primera pierna del ser asoma sobre el escritorio y en apenas unos segundos, está sobre el suelo. En un principio, son unas piernas normales de humano, pero mientras se acerca a la puerta, con paso errático, el horro llega a mí.
                Tiene el torso desfigurado por dos grandes cortes que le bajan desde la clavícula hasta casi al cadera, casi uniéndose, pero sin llegar a hacerlo, formando una v de vísceras y huesos. Gracias a luz de la Luna que se cuela por la ventana, puedo ver que hay hilos finísimos y brillantes en medio de los grandes cortes que le cercena el cuerpo. Los hilos unen trozos de carne, huesos y órganos de un lado al otro, pero sin cerrar la herida, lo que hace que el ser parezca ancho de espaldas. Debería ser imposible que un ser así estuviera vivo, pero ni siquiera sangra, por lo tanto, comprendo que no es humano.
                No sé de donde han salido. Simplemente, sobre las dos de la madrugada el pueblo donde he parado para hacer noche se ha inundado de gritos y chillidos horribles. Unos segundos después, se fue la luz. Sin embargo, gracias a la luna he podido ver al ser que se acercaba al hotel de una planta donde me hospedo y he podido esconderme bajo el escritorio.
                El ser está quieto en mi habitación, agitado por una respiración profunda. El aire escapando por sus pulmones destrozados hace una especie de sonido aflautado espeluznante. Observa la cama donde, hace unos minutos, estaba yo durmiendo plácidamente. Observo su cuerpo, esperando que no se gire y me encuentre. Intento no hacer nada, y la falta de aire en mis pulmones empieza a afectarme. Necesito coger aire, pero no quiero. No puedo.
                Ya pienso que me va a ver, cuando el ser decide seguir adelante y sale por la puerta. Para tener los brazos básicamente separados del cuerpo, los mueve muy bien. Para más horror mío, al moverse, un hilo que se ata a su clavícula partid hace que sobresalga y vuelva a su sitio al compás de su paso. Todo acompañado por un ruido gelatinoso y escalofriante.
                Me quedo solo en la habitación. Cuento hasta cinco y cojo aire a través de mis dedos. Decido actuar, no puedo quedarme aquí. Salgo de mi escondite y salgo por la ventana rota. Me destrozo las plantas de los pies con los cristales pero ni siquiera me permito gruñir y salto por la ventana. Una brisa fría choca contra mi cuerpo empapado de sudor y hace que me estremezca. Decido salir del pueblo y esconderme en los bosques profundos.
                Avanzo a oscuras, mirando hacia todos lados por si acaso aparece alguna criatura más. Deduzco que hay más por la cacofonía de gritos de dolor que recorre el pequeño municipio. Llego al final de la calle y voy a asomarme por la esquina para ver si está despejado pero no llego.
                Varias manos se aferran a mi cuerpo desnudo e indefenso y me inmovilizan. El agarre es tan fuerte que siento que me van a destrozar los huesos. Grito, más por miedo que por dolor. Forcejeo pero es inútil. Hay dos criaturas de esas sujetándome y otra se me acerca. Esta tiene atributos de mujer y lleva una gran sierra en su mano derecha. Me orino encima. No puedo evitarlo.
                La mujer, aparte de las dos heridas del torso, tiene la cara amoratada y abultada. Llena de costras y con los ojos hundidos pero brillantes como brasas ardientes. Cuando está delante de mí, pone la sierra sobre mi hombro izquierdo.
                A medida que empieza a serrarme la clavícula, un dolor que nunca he experimentado me posee. Siento como me desgarra y las lágrimas escapan de mis ojos a raudales. Me dejo la garganta gritándole que pare, que tenga piedad… pero nada le inmuta. El tiempo no pasa para mí. Cada vez que corta por una costilla, mi cuerpo se estremece y esquirlas de hueso salen volando. Espero a la muerte, pero esta no llega, ni siquiera sangro. Pasan los minutos y ya no grito, no me quedan fuerzas. Cuando llega a la altura del ombligo, saca la sierra con violencia. Un trozo de mi intestino asoma por la herida.  Entonces, empieza con el derecho. Pienso que va a doler menos, pero no. La tortura vuelve a ser la misma.
Cuando acaba, creo que han pasado horas. Serrar a un humano es largo y el sol ya está saliendo. Me dejan caer al suelo. No me puedo mover. No por estar casi cortado en tres trozos, sino porque no me quedan fuerzas por el dolor. Uno de los que me sujetaba, saca un ovillo de hilo finísimo y agujas.
                Siento las puntadas que da en mis entrañas y en mi piel desgarrada. Siento como manosea los huesos y como se mueven en mi interior, desgarrándome por dentro. Pero ni así consigo morir. A medida que siento como repunta las heridas, caigo en un sopor profundo. Se, que para cuando acabe de coserme, ya no seré yo mismo. Sé que me voy a volver en uno de ellos. No sé cómo funciona ni porqué. Pero nunca he estado tan seguro de algo en mi vida. Ese es el motivo por el cual no me puedo morir. Quiero resistirme e intentar morir, pero estoy tan exhausto, que ya no me importa. Solo me dejo atrapar por el sueño.
                Mis dedos empiezan a moverse, lo noto aunque no sea yo quien está haciendo el movimiento. Siento escozor en mi cara y como se hincha. El último estímulo que siento en esta vida propia, es una fuerte quemazón detrás de los ojos y se expande por toda mi cabeza. Después nada.

divendres, 17 d’agost del 2018

Mirall trencat


És fàcil caure en la temptació de l'apatia. Tot i que no ho desitgem, sempre ens pot sobrevenir la fatiga al món, eixe punt on la rutina macabra, barrejada amb el terror normalitzat que sorgeix d'aquesta societat malsana, ens porta un pas enrere. Ens fa tancar-nos en nosaltres mateixa, en un pou de fàstic que, massa vegades, és més profund del que pensem.
No ajuda gens que ens hagen ensenyat a buscar l'aprovació de tothom i que ens hagen introduït la dependència gregària a força de tortura psicològica. És dur sentir que eres un pes per als teus, una molèstia innecessària. És dur descobrir com “el teu món” segueix d'amagades a tu, deixant-te fora d'un joc en el qual t'han obligat a participar.
Sempre intentem refugiar-nos en la indiferència. Fer-nos pensar que un dolor no ens afecta és sols una cura a curt termini. Un cura terroríficament inútil. Com voler parar el sagnat d'una amputació amb tiretes. Al final, la torrentada de sang acaba eixint. Amb els sentiments és igual. Podem apartar-los a un costat, deixar la ment en blanc per a no pensar. Amb un poc de sort, una experiència traumàtica acaba en els abocadors del nostre oblit. Però no sol passar, per no dir mai. Més prompte que tard, el dolor i l'angoixa s'obrin pas com un esbart d'ocells bojos.
Pense, en tots aquells moments que m'he vist reflectit als ulls d'una persona estimada i he vist una imatge esperpèntica de mi. Com si escorcollara en un mirall trencat, he vist el que l´altra persona veu de mi: tots els problemes que li cause, el llast que supose per a la seua vida. Hui a dia, les coses són pitjors. En aquests moments, el mirall trencat poden ser paraules escrites a una pantalla de cristall líquid. En llegir saps que l'altra persona vol tallar la conversa i oblidar-se de tu. Saps, que vol tirar-te a la foscor de la seua ment.
De fet, el món al complet és un mirall esberlat. Tots els llocs estan replets de miralls que han deixat les persones del teu voltant perquè veges tot el mal que causes. Sí, tu i jo també ho fem. Moltes vegades, ho fem sense pensar i sense voler, no obstant això, la ignorància no ens fa innocents del dolor que causen.
Si som mínimament forts, veure’ns en aquests miralls metafòrics no ens afecta massa. Com ja he dit abans, un parell de sentiments es poden apartar. El problema ve quan tot al teu voltant són reflexes, caricatures deformes, que tot i que pareixen irreals, són la millor imatge de tu mateixa. En eixos moments, quan ens sentim com atrapats a una casa de miralls rajats, és quan ens sumim en l'apatia, quan més profund es fa el pou.
Podem pensar que, a mesura que passa el temps i acumulen experiències dolentes, ens tornem més resistents a elles. Tal vegada, sols tal vegada, hi ha un poc de raó. Per una altra banda, per cada colp que acumulem és més senzill abocar-nos a la desesperació. Cada vegada, ens resulta més fàcil caure al forat que eixir d'ell. Fins que arribe el moment en el qual mai podrem eixir.

dimecres, 8 d’agost del 2018

Serres


Ningú ho esperava. Qui ho faria? Qui pensaria que els nostres somnis de passat i de futur anaven a desaparéixer en poques hores? Qui pensaria que un xicotet foc convertiria la verdor de la nostra casa en un paratge de negror infinita? Qui pensaria que eixe monstre de fum i foc ens reduiria a simples espectadors de desgràcies tan esgarrifoses?
Pense en bons moments i no puc evitar veure aquella vesprada que sols amb Google maps i ganes d´aventura, ma tia, el meu germà, la meua cosina i jo ens dedicarem a buscar el Castell de Pinet. Escalar l'Alt dels Castellet va ser llarg i cansat, però quan vam trobar les ruïnes ens va inundar l'alegria. Les vistes dels barrancs, les muntanyes i el poble de Pinet eren tan reconfortants... Recorde que vam deixar una gorra trencada com a marca d'on estava el castellet. Supose que ja no estarà, com tot en aquests dies.
Com oblidar la vegada que, un grupet de gent del poble, va organitzar una ruta a la Penya Llarga. Jo esperava una gran lloma seca, però la Penya amagava dues coses: unes grans vistes del nostre espectacular terme i un xicotet bosc d'ensomni ple de secrets i misteris dels quals ara sols podrem parlar amb melancolia.
Abans, recórrer el Pujol i la Poletana era com recórrer el poble. Els bancals i les casetes dels llutxentins custodiaven els camins i ens servien de guia...
Ningú ens va dir que les flames posarien en perill el nostre benvolgut Rafal. Quasi tots hem nadat en el seu estany, tot i paréixer un pantà ple de monstres imaginaris. Tots, hem begut de les seues aigües fresques i revitalitzadores...
Ara és més difícil. Ja que ficar-ho per escrit és haver-hi d'acceptar-ho. Parlar del Surar durant aquestes hores de terror és fer-ho amb llàgrimes als ulls. No puc recordar la primera vegada que hi vaig muntar, però sí que puc recordar que ho he fet moltes vegades. He observat les hedres escalant els pins i les sureres creant una imatge màgica. He escorcollat les aigües de la Basseta en cerca dels amfibis que l'habitaven. Sempre dolç serà el record de voreu tot blanc i congelat per la neu. Neu que a partir d'ara sols podrà posar-se sobre cendres i cremats.
A la ment em ve la primera vegada que vaig anar als Miradors. Era una ruta nocturna per veure l'eixida del sol. Des del seu cim també he pogut gaudir de pluges d'estrelles. Pensar en aquella vegada que volia portar als meus als Miradors però acabarem a l'Alt de la Lletera. Un error, però un error preciós que ens va fer gaudir del punt més alt de les nostres terres. La Barraqueta de Pedra ja no li donarà refugi a ningú... El Cap de l'Ase ara és simplement una bola de vegetació negra i moribunda...
A Llutxent i a Pinet ens toca acomiadar-nos de vosaltres, de les nostres Serres. Ens acomiadem amb la soledat que ens produeix veure que els ocells han fugit, sense possibilitat de poder tornar a fer nius en vosaltres. Ens acomiadem amb un rèquiem de rotors d'helicòpters i sirenes d'emergències. Ens acomiadem amb el nerviosisme, el dol i la por que produeix veure com ta casa es crema i desapareix. Ens acomiadem amb l'esperança que els pròxims habitants de les nostres viles vos puguen gaudir i veure com hem fet nosaltres.
Adéu...

dijous, 2 d’agost del 2018

Pan duro


                La ciudad de Brașov se hundía en la noche. La oscuridad más profunda de sus peores callejuelas ahogaba los jadeos estertóreos de Rodolfo que, sumido en un intenso terror, corría por estos estrechos pasajes. Su vida dependía de que sus pasos lo llevaran lejos. Sin embargo, unas horas atrás, su vida era totalmente diferente.
                Había salido de fiesta cuando, un chico muy guapo, le había entrado de forma muy bestia. Él, que llevaba una racha bastante mala, decidió dejarse llevar por una vez en la vida. El otro chico, llamado Velkan, le llevó a su casa. Resultó ser panadero y vivir sobre su establecimiento. Rodolfo mentiría si no dijera que había sido una de sus mejores noches. Eso sí, le había parecido muy gracioso el tatuaje en forma de cacahuete que tenía Velkan en la baja espalda.
                No obstante, durante la madrugada, Rodolfo había despertado sumido en la inquietud. A su lado, Velkan ya no estaba. Lleno de curiosidad, había decidido bajar a la panadería a buscarlo: tenía ganas de repetir.  Nada más pisar la tiendecita, el olor a pan de ajo le había despertado el apetito. Buscando el dulce manjar, su pie chocó dolorosamente contra algo metálico en el suelo: la argolla de una trampilla. En un principio decidió ignorarla, pero siempre había sido más curioso que cauto.
                Al levantar la trampilla, una apertura oscura se abría como la boca de un lobo. Unas simples escalerillas se escurrían por la negrura hasta algún lugar imposible de distinguir. Cogiendo aire, Rodolfo decidió bajar hasta el fondo. En apenas 12 o 13 peldaños, la escalera desembocaba ante una puerta.
Rodolfo la abrió y una gran sala tenuemente iluminada apareció ante él. Solo había una mesa redonda sobre la cual había muchos papeles y las paredes llenas de retratos de personas con una túnica blanca. De hecho, casi todas las caras le sonaban. Muchos de ellos eran vecinos de Brașov, pero también había gente famosa. Youtubers, instagramers… influencers en general. Rodolfo pudo reconocer a Salaida, una influencer española que  no paraba de quedar mal en las redes.
                Entonces leyó la palabra: Illuminati. Las letras estaban grabadas sobre la mesa, la cual tenía muchos papeles sobre finanzas y bolsas económicas del mundo. También información de líderes mundiales y elecciones. Rodolfo comprendió al momento que se había metido en el seno de una especie de secta u organización de tarados. Empezó a dar la vuelta para irse cuando la voz de Velkan lo paralizó:
-          Ahora no puedes irte. De hecho, nunca podrás. Deberías haberte quedado durmiendo.
Estaba vestido con una de las túnicas blancas y con dos personas más a su lado. Todos tenía agujeros en la túnica que mostraban una porción de su piel donde se distinguía algo: un tatuaje en forma de cacahuete.
-          ¿Qué sois? – preguntó tartamudeando Rodolfo.
-          ¿No es obvio? – dijo Velkan burlón- Somos la división rumana de los Illuminati. Somos lo que dirigimos el destino del país y del mundo entero. Aquí, en las paredes, puedes ver a algunos de nuestros mejores representantes.
Rodolfo tragó saliva. Mientras, siguió retrocediendo. Sin embargo, su espalda chocó contra algo. Más personas vestidas con la túnica blanca.
-          ¿No me has entendido? No vas a salir de aquí.
Rodolfo comprendió que iba a morir. La desesperación ya lo estaba atenazando cuando, de repente, uno de los encapuchados de sus espaldas empujó a sus compañeros y dejó la salida libre.
Rodolfo no entendía que pasaba y sabía que era muy egoísta abandonar a su salvador, pero el instinto de sobrevivir ganó la partida contra la consciencia. Rodolfo salió corriendo.
Y había seguido corriendo hasta perderse por los barrios bajos de Brașov. No obstante, sus perseguidores no lo habían perdido a él. Podía escuchar sus pasos apresurados a su espalda.
El horror de Rodolfo aumento al percatarse de que había entrado a una calle sin salida. Ya estaba a punto de dar marcha atrás cuando vio un bar al fondo de la calle: Castillo de Drácula. Entró a prisas, esperando que sus perseguidores no lo hubieran visto.
El barucho daba pena: solo tenía una barra con un chico detrás. Las sillas y los taburetes estaban vacíos. Rodolfo se acercó hasta la barra para pedir un vaso de agua. Entonces, se dio cuenta de que conocía al camarero que, sudoroso y cansado, estaba chupando un polo de fresa. Era un antiguo compañero de instituto: Jenica, aunque todos los llamaban Drácula porque, una vez, estando con un chico, le había hecho sangre con los dientes en el pene.
Drácula lo miraba con los ojos abiertos de par en par mientras las gotas de sudor recorrían su rostro. De hecho, parecía muy asustado.
-          Ayúdame – murmuró Rodolfo.
El chirrido de la puerta abriéndose ocupó el bar. Pero Drácula no dudó, cogió una de las botellas de alcohol que tenía en el mostrador y la lanzó. La botella estalló en una gran bola de líquido amarillento y cristales al estrellarse contra la cara del illuminati.
-          Ven conmigo – gritó Drácula mientras se dirigió a la puerta de atrás.
La puerta daba a otra calle donde había un coche aparcado. Drácula subió dentro y Rodolfo lo siguió. Justo cuando el coche salía despedido, sus perseguidores asomaban por la puerta y empezaban a dispararles.
Rodolfo no dijo nada durante varios minutos. Solamente estaba embobado observando como Drácula conducía. En Drácula y en su cuello. El tatuaje de un cacahuete se asomaba por encima del cuello de la camisa. Rodolfo ató cabos pero no habló. Solo cuando se dio cuenta de que estaban saliendo de Brașov, decidió preguntar:
-          ¿Por qué?
Drácula tragó saliva:
-          En el instituto estaba enamorado de ti. Nunca te dije nada ya que mi fama me convirtió en una especie de apestado. Te burlabas de mí y me humillabas al igual que todos. Me amargasteis. Aunque, por desgracia, a ti no te puedo guardar rencor – mientras Drácula hablaba, una furgoneta se acostaba a ellos a gran velocidad -. En verdad, estaba muy colado por ti. Pensé que te había olvidado hasta que te vi en la panadería. No sé porque, pero te ayudé. Ellos no sabían quién era el traidor, ya que la capucha de la túnica nos tapa la cara. Por eso, cuando entraste al bar, supe que estaba perdido. Ya se podían imaginar que era yo el traidor, aunque solo ha sido una estúpida casualidad.

La silueta del puente que cruzaba el río Bârsa se dibujó ante ellos.
-          Podrías haberme entregado en el bar, como si no pasara nada – siguió Rodolfo, intrigado.
En ese momento, Drácula lo besó en la boca.
-          Supongo que el sentimiento es más fuerte que la acción.
Todo pasó a la vez y muy rápido. Drácula se había acercado al máximo a la derecha de la calzada y mientras besaba a Rodolfo, había abierto la puerta del copiloto. Al mismo tiempo que empujaba a Rodolfo fuera del choche, frenaba en seco.
Rodolfo se golpeó las piernas con la barandilla, no obstante, cayó hasta al río. Mientras tanto, en la superficie, la furgoneta de los Illuminati, que iba a más de 100, chocaba violentamente contra el coche de Jenica.
Rodolfo se hundió en las negras y frías aguas del río. Mientras la corriente tiraba de él, pudo salir a tomar aire. Apenas podía mover la pierna izquierda, así que supuso que se la había roto. Aunque no le importaba. Su atención estaba fija en la gran bola de fuego que había sobre el puente y calcinaba los dos vehículos. Quería sentir algo más de pena por Jenica pero no pudo.

Al tiempo que el agua lo arrastraba mansamente, se percató de lo mala persona que era. De que era un ser vacío, egoísta y cobarde. También se dio cuenta de que no quería cambiar: esas cualidades le habían salvado la vida. Entonces, recordó unas de las últimas palabras de Jenica: “estaba perdido” y no “estábamos perdidos”. Curiosa la sentencia que se había autoimpuesto. 



diumenge, 24 de juny del 2018

Diario de una drogadicción: 16/09/2015


24/06/2017
No sé si alguien va a leer este diario algún día, ni siquiera sé si lo puedo llamar diario, ya que ha sido la recopilación de varias notas que he ido haciendo durante dos años. En todo caso, da igual. Querido lector, que el título de esto no te haya hecho pensar que te voy a hablar sobre mis problemas con las drogas. No. No lo es porque no los he tenido. Va sobre como sumí en las drogas a mi mejor amigo.
De hecho, hoy ha sido su entierro. Hace unas pocas horas. El calor era mortal y algunas de las personas que allí había preferirían haber estado nadando en la playa. Yo incluido. Su madre no lloraba, en cierto modo se lo esperaba. Su padre me miraba raro. Sospecha que yo fui quien sumió a su hijo en el sórdido mundo del que nunca salió. Me da igual. No puede demostrar nada.
El cadáver de Alejandro fue encontrado hace dos días en el nuevo cauce del Turia, reseco y lleno de hierbajos del tamaño de elefantes. Llevaba una semana pudriéndose al sol. Muerto por sobredosis. Los médicos dijeron que pocas veces habían visto tal cantidad de droga en un organismo. Por lo tanto, lo consideran un suicidio. Y yo sé que lo causé. Es más, yo fui la última persona con la que habló.
No te voy a destripar nada más. Prefiero que hable  mi yo antiguo. De algún modo, mucho más sabio que yo.


16/09/2015
Estoy demasiado alterado para hablar con serenidad. Y aunque pudiera hacerlo no tengo con quien hacerlo. Por lo tanto, voy a hacer lo que hacía cuando me daba ansiedad durante los cuatro años de la E.S.O.: escribir como si esto lo fuera a leer alguien en concreto.
Te pongo en situación: yo estudio en el colegio más elitista de toda València capital y alrededores. Este nido de pijería y burguesía se llama “Centre estudiantil Nostra Senyora de la Asunció”. El nombre en valenciano es un vestigio del pasado. En la vida van a utilizar estos el catalán. En este centro hay estudios desde los 3 años hasta la universidad, incluyendo másteres y Formación Profesional. Lo tiene todo, pero solo hecho para los más ricos.
Sin embargo, este estricto sistema elitista tiene una brecha: los hijos de los trabajadores pueden estudiar gratis en el centro. Tanto el padre de Alejandro como mi madre trabajan en este lugar: él como cocinero y mi madre como conserje. Ambos éramos de clase media-baja, los únicos que no habían entrado aquí por el dinero de sus padres, sino por el trabajo. Ambos acercándonos cada vez más a la pobreza y marginados por las clases altas. Era inevitable que nuestra amistad se forjará fuertemente ya en primero de primaria.
Nuestra amistad ha llegado a tal punto que nos consideramos hermanos (ambos somos hijos únicos). Llevamos diez años haciéndolo absolutamente todo junto. Creo que ni por mí familia he llegado a sentir algo tan profundo como el amor que me une a Alejandro.
Sin embargo, hay una cosa más en la que nos parecemos un montón. Una cualidad que después de lo que me han dicho hoy en clase me ha trastornado. Me ha llevado a la disyuntiva en la que estoy ahora.
Verás, desde el principio, Alejandro y yo nos hemos adaptado muy bien al sistema educativo. Eso ha dado pie a que tengamos las mejores medias de toda nuestra clase, desde primero de primaria hasta cuarto de la E.S.O. la chica que nos sigue en este ranquin de mierda está a casi un punto de nosotros. No obstante, Alejandro es mejor. Solo un poquito, pero lo suficiente.
Hasta ahora eso no me había importado mucho. Soy el segundón, pero por detrás de mi mejor amigo. Eso me llena de orgullo, o mejor dicho, me llenaba.
Hace poco que hemos empezado segundo de Bachillerato y hoy nos han dado un comunicado importante: la persona con la mejor media de la promoción al finalizar segundo tendrá una beca completa para la carrera que quiera en la universidad del Centro. Dejando de lado de que es una de las mejores universidades privadas de todo el país con gran variedad de grados, es mi única opción.
Mi padre es un gañan y solo sobrevivimos con el mísero sueldo de mi madre. Las universidades públicas en este país no son una opción ya que tengo posibilidades nulas de conseguir muchas becas. Y ahora peor, que llegan con retraso o no llegan. Irme del país es imposible y una privada aún menos. Entrar gratis en la UNI del centro es mi única posibilidad de labrarme un futuro y ser alguien. Sin embargo, Alejandro está en las mismas.
Sé que, aunque lo intente, no voy a poder superar la media de diez de Alejandro y sé que él no va a bajar el ritmo. Llevo toda la tarde machacándome buscando una solución. Trabajar (casi imposible), ir a clases privadas (no hay dinero), pedir prestado dinero (no tengo casi familia y la que tengo es tan o más pobre que la mía)… Mi única opción es superar a Alejandro y optar a la beca. Y solo puedo hacerlo de una forma: destrozándolo.
Destruir a la persona que más aprecio en este mundo por un futuro mejor. Dejando de lado las emociones, sé que es la mejor opción. Lo más rastrero del mundo. Debo tener rasgos de psicópata para planteármelo. No obstante… ¿Qué puedo hacer? ¿Dejar pasar la oportunidad y quedarme estancado siempre? ¿Ser pobre y sin ningún tipo de estudios en este mundo tan competitivo?
Decidido. Debo hacerlo, aunque no sea ético. Siempre he tenido un lado muy frívolo y calculador y voy a explotarlo. Voy a aprovecharme de sus sentimientos hacia mía y de la confianza que siempre ha depositado en mí. Voy a manipularle hasta el punto de llevarlo a la locura.
Sé que no puedo matarle directamente, corro riesgo de acabar entre rejas y eso sería el fin. Fingir un accidente también es muy arriesgado. Debo destruirlo como persona, atacar a su cerebro. Debo convertirlo en un drogadicto.
Será lento y complicado, pero es mi única opción. Me resigno a intentar superarlo en primero, pero en segundo puedo. Y voy a hacerlo.
¿Seré capaz de sumir en las drogas a mi mejor amigo por una carrera universitaria?
Claramente sí.
Y sé por dónde empezar: el alcohol.

dijous, 14 de juny del 2018

Autoestima


                Creo que la palabra que más nos representa como especie es Fragilidad. Somos tan endebles, que una experiencia traumática de apenas unos minutos puede acabar con la personalidad que hemos formado poco a poco durante años. Y aunque presumamos de ser fuertes, aún no he conocido a nadie que lo sea de verdad. Ya sea a través de sus actos, palabras u ojos, a todo el mundo se le acaba viendo la fragilidad.
                La autoestima es parecida pero al mismo tiempo diferente. El proceso por el cual dejas de amarte a ti mismo es más lento. No es algo puntual que destroza o unos segundo claves que te amargan para siempre. Es un desgaste pequeño pero fulminante, del tipo que destruye los acantilados de la isla de Malta.
                Los acontecimientos de la vida nos van despedazando paulatinamente. Cada fracaso que encontramos, es como una tesela menos en el mosaico que forma el amor propio. Queramos o no, el insulto o el rechazo que fingimos que no nos importan sí que lo hacen. De una forma mayor o menor, dependiendo de la persona, el dolor inflingido siempre afecta.
                Y no es fácil de ver. De repente, un día, cosas que antes se superaban fácilmente se vuelven insoportables. El dolor emocional se vuelve cada vez más pesado, como una bola de metal candente que nos oprime las entrañas.
                Cuando miras el espejo, la persona del reflejo te causa indiferencia, apatía o simplemente asco. Una mañana detrás de otra, no puede sentir amor por la persona que te devuelve la mirada. Los días de felicidad o estabilidad acaban pareciendo islas paradisíacas aisladas en un mar de amargura y congoja.
                Siempre que alguien te dice algo bonito piensas que te está tomando el pelo, o se está burlando o simplemente le das tanta pena que dice la primera cosa bonita que se le ocurre. Se acaban adoptando conductas dañinas sin querer y acabas ofendiendo a las personas que te rodean. Si tienes suerte, habrá algunas de esas personas capaces de entenderte e intentar ayudarte. En el caso contrario, quedarse solo también es una posibilidad. No obstante, el fantasma de la soledad ya hace tiempo que te acecha por esa misma falta de autoestima. Te cuestionas cualquier relación y piensas si no molestas:
¿Por qué me siguen hablando, si soy insoportable?
¿Estaré molestando? Seguro que sobro.
Si quiere ser mi amigo es porque quiere algo. No tiene sentido.
Odiarte físicamente es una putada que la sociedad encima financia y mantiene, pero es aún pero dejar de confiar en ti mismo. Saber que no eres capaz de contar contigo mismo te consume. Al fin y al cabo, el resto de personas solo tienen una imagen parcial de ti mismo, la única persona que va a poder comprenderte siempre eres tú. Perder la confianza en ese tú, dejarlo de amar… Es morir en vida. Y siempre vendrá el gilipollas que te dirá:
-          Si tú no te quieres a ti mismo, nadie lo va a hacer.
Una mierda como tu cabeza de grande. Si ya es difícil mantener la autoestima, imagínate recuperarla. Comentarios como estos solo condenan aún más a la persona. Es empujarlo a sumirse en el autoodio. Es querer hacerle ver que, como no tiene capacidad para quererse, está condenado al fracaso perpetuo y la soledad. Para decir eso, no digas nada.
Al fin y al cabo, la sociedad nunca te va ayudar en ese sentido. Interesa que no nos queramos a nosotros mismo. La destrucción sistemática de la autoestima es una maquinaria perfecta: el colegio, la universidad, el trabajo, los cánones de belleza, incluso el arte. Todo hecho para crear una élite y un gran foso de gente sumida en el odio y el fracaso. Es más fácil controlar a gente sin voluntad de luchar.
Por otro lado, como ya he dicho, mucha gente no te va a comprender. Aunque la falta de autoestima no parece ser una enfermedad mental en sí, es muy similar o, por lo menos, puede desencadenar en algún trastorno. Por lo tanto, el mundo te va a culpar por algo que no puede evitar, por algo que ese mismo mundo te ha creado. Al igual que con la depresión, la ansiedad y el largo etcétera, siempre te van a decir lo mismo: es culpa tuya. Seguimos sin ver que las heridas que no sangran también duelen y pueden matar.
Quedarse sin autoestima es de lo pero que hay, pero tan extendido e invisibilizado que se trata como si fuera un tontería. Como si no se sufriera. Como si se buscara. Como si el dolor no existiera. Al fin y al cabo, algunos te dirán que no quererse a uno mismo está de moda.

diumenge, 10 de juny del 2018

Ex nihilo


                Creatio ex nihilo. Desde algunas mitologías arcaicas a las fantochadas bíblicas, se supone que debemos creer que el todo fue creado de una nada vacía e inmensa. Se supone, que debemos acatar que una especie de señor poderoso e increíblemente viejo cogió la profunda falta de “algo”, la moldeo (no se sabe cómo porque no había nada para moldear) y surgió el universo. Al menos, los griegos creían que los dioses crearon la existencia con los elementos que había esparcidos por el caos.
                 Dejando de lado los pensamientos religiosos, es difícil concebir como construir algo de la nada. Desde fundar una colonia en el norte de África en el año 100 hasta abrir un bar a mitad de camino entre Ciudad Real y Cuenca con los ahorros justos para escapar del nido de los padres. Al fin y al cabo, fabricamos una realidad a partir de algo que no existe. Vale, sí que es verdad que siempre partimos de algo material para poder dar vida a nuestras creaciones. Pero esa materia prima de la que partimos es tan cercana a la nada como lo es el 0,1 al 0.
                Demasiadas veces creemos que lo que vemos ha estado ahí siempre. Incluso cuando vemos su proceso de crecimiento o construcción, olvidamos todo el esfuerzo que se necesitó para erigirlo. Nuestro egoísmo e ignorancia llegan hasta estos puntos, despreciando el trabajo de tantos y tantas.
                Y esto no solo se aplica a lo material. Construir una relación de amistad o amor es como elevar un castillo con ladrillos de aire. Partimos de la nada para fundar lazos afectivos. Al fin y al cabo, somos seres independientes y, por tanto, individuales. No obstante, al mismo tiempo, somos gregarios y sociales, necesitamos de cariño y relaciones para vivir. Y no es fácil. Cuando nos acercamos a alguien, dispuestos a abrir el camino para relacionarnos, lo hacemos sin base ni fundamento. La amistad y el amor se forjan ex nihilo.
                Sí que es verdad que, hoy en día, las cosas son más fáciles. Se ha conseguido que podamos estar en Nueva York en apenas unas horas. La distancia en estos días es algo difuso i endeble. También, las redes sociales e internet nos han permito formas de moldear la nada más rápida y sencillamente. Decir un hola a través de una pantalla es menos complicado que hacerlo a la cara. No obstante, esa combinación de ceros y unos que forman las palabras escritas a ordenador también surgen de la nada.
                Y no solo las relaciones positivas. El asco y el odio también pueden surgir de la nada. Aunque es mejor pensar que siempre partíamos de los sentimientos “bonitos”, muchas veces no sabemos explicar porque alguien nos cae mal o lo despreciamos. Simplemente, la mala sensación ha brotado de la “ausencia”.
                De todas formas, como ya hacemos con las cosas materiales, también acabamos despreciando las relaciones. Ignoramos que hemos forjado vínculos desde la mismísima nada. Parece que no queramos ver lo débil que puede ser un lazo de unión y que al mismo tiempo sea necesario para nosotros. No, acabamos bañándonos en toxicidad. Queriendo o sin querer, abandonamos a alguien cuando nos necesita, lo ignoramos cuando solo busca un poco de compresión o simplemente le hacemos daños. Ni siquiera cuando nos humillan a nosotros nos damos cuenta de lo tontos que somos.
Creemos que creatio ex nihilo es algo ilimitado. Que aunque destruyamos algo siempre habrá otra cosa detrás. Pero no. Aunque parezca ilógico y paradójico, la nada es finita. Llegará un momento en que no brotarán más nexos de unión o hilos del destino que nos unan a otras personas. En esos instantes, descubriremos algo más vacío, oscuro y profundo que la nada: la ausencia de relaciones. La soledad.  

dilluns, 14 de maig del 2018

Cemento fresco


                Apenas se puede mover. Tiene las piernas y los brazos atados por sendas cuerdas. Las partes expuestas a la soga han hecho que pequeños hilillos se sangre escapen de su piel desgarrada. Se revuelve y agita inútilmente. Apenas puede flexionar un poco las rodillas y los codos. Hasta ahí llegan todos sus movimientos.
                Tiene la respiración agitada, el trozo de tela que le cubre la boca así lo indica al agitarse una y otra vez. La mordaza esta húmeda por la saliva y las lágrimas que no paran de manar de sus ojos enrojecidos. Eso, junto a la orina que tiñe sus pantalones y llena la atmosfera de olor a amoniaco, le da un toque patético a la situación. No obstante, todos luciríamos penosos si estuviéramos en su posición.
                Con un sonido estruendoso y metálico, un semicírculo de acero blanquecino se desprende del camión cisterna y queda suspendido sobre la fosa donde se encuentra el pobre desgraciado. Con parsimonia y pesadez, la muerte se arrastra lentamente por el tobogán improvisado.
                Mientras la cisterna del camión no deja se seguir, los primeros cuajos de cemento caen dentro del agujeros. Los chillidos se oyen distorsionados a través de la mordaza sucia. A medida que siente como sus piernas empiezan a ser aplastadas por la masa semisólida, su desesperación aumenta. Sin embargo, no sirve de nada revolverse. Cada vez que agita las piernas, se escapan sonidos gelatinosos y húmedos. Una desgracia morir escuchando tan desagradables ruidos. Dejando eso aparte, es una inutilidad. El cemento ya se le acerca a la cintura. Ya no hay escapatoria.
                Podría decir que siente como se le rompen los huesos de las piernas, pero no es capaz de sentir ningún dolor. Solamente el terror está presente mientras la muerte gris y espesa lo va abrazando lentamente. La opresión del material sobre el pecho parece querer cortarle la respiración. No obstante, el peso no es suficiente. Los pulmones, cabezotas a más no poder, se obligan a seguir hinchándose.
                Cuando las primeras lenguas frías del lodo grisáceo le lamen el cuello intenta gritar con todas sus fuerzas. Es tan fuerte y vano su esfuerzo que parece que se le rompen las cuerdas vocales. Pero ya se acaba.
                En apenas unos segundos, toda la cara está debajo de una capa infranqueable de arena, agua, gravilla y polvo. Cierra la boca con todas sus fuerzas, con la esperanza de poder vivir aún. A veces pienso que tener esperanza es el peor castigo con el que se nos ha bendecido. Empeñándonos a pensar que podemos, que somos capaces, que habrá una especie de milagro. Consumiéndonos las fuerzas hasta dejarnos sin nada. Porque, al fin y al cabo, eso es lo único que nos trae la esperanza: nada.
                Los párpados apenas pueden soportar la presión sobre ellos. Siente como los globos oculares quieren explotar hacia dentro. Pero no llega a tiempo para captar semejante barbaridad. Sus pulmones, ahora sí que sí, no pueden más. Su nariz busca el aire que todo su cuerpo demanda, pero no lo encuentra. Simplemente cemento. Cemento en su boca. Cemento en sus ojos. Cemento en su nariz, tan profundamente que le parece que le llega al cerebro.
                Y nada. Solo cemento fresco.  

divendres, 11 de maig del 2018

Escombros


                No queda nada. Es decir, sí que queda, pero es solo destrucción. Hace apenas unas horas este páramo de basura era una gran ciudad. Los rascacielos acariciaban la barriga de las nubes, las ventanas reflejaban la luz del sol creando iridiscencias anaranjadas, los árboles, recuerdos hipócritas de una naturaleza perdida, se agitaban juguetones por la brisa fresca. En comparación a eso, no queda nada. Solo escombros.
                El paisaje está formado por montículos de cemento ennegrecido y restos de baldosas cuarteadas. Los cristales forman un césped irregular de dolor transparente y afilado. Los metales retorcidos por el calor de las explosiones parecen seres amorfos emergiendo de entre el mar de aniquilación.
                Yo, simplemente, me abro paso como puedo. Solo lo busco a él. En teoría la batalla ha terminado. Ha ganado alguien y hemos perdido casi todos (la riqueza no conoce la derrota). Sin embargo, la noticia del fin no ha llegado a todo el mundo. Las comunicaciones se han cortado antes de tiempo. Gracias a dios, su localizador sigue encendido y puedo encontrarle.
                El punto, parece estático, pero tiene ligeros movimientos, lo que me da entender que sigue vivo. Al menos, me aferro a esa esperanza. No hemos pasado por la humillación y el desprecio de nuestros compañeros y por las balas de nuestros enemigos para perdernos por una estúpida notificación mal dada.
                Apenas unos 50 metros y oigo gritos. Son varias voces. Dos al parecer. Corro todo lo que puedo. Escalo la última pila de bloques de piedra desmoronados. Ya los veo. Es él contra una mujer. Los dos pelean por una pistola. Ella lleva en la espalda la bandera que nos han enseñado a odiar. Sin motivos lógicos. Solo odio visceral. Al fin y al cabo, a nadie le interesan soldados amorosos y empáticos.
                Parecen empatados, pero no. Ella es mejor. Mucho mejor. De un zarpazo le quita la pistola a él y le apunta a la cabeza. Yo reacciono todo lo rápido que puedo. En apenas milésimas de segundo tengo mi arma entre manos. A los de mi cuartel les jodía mucho que un maricón tuviera mejor puntería que ellos. Pero es lo que hay. Soy el mejor. Apenas necesito unos instantes para asegurarme de que mi bala le va a reventar los sesos.
                Al mismo tiempo que mi dedo jala el gatillo mi pie derecho se mete entre dos trozos de metal. El sonido de la articulación rompiéndose se junta con el del disparo, formando una cacofonía de terror. El dolor me cubre todo, pero eso no me impide ver la bala atravesarle la cabeza a ella. Pero también veo como le da a él.
                Mi cuerpo toca el suelo bruscamente y cuchillas de varios materiales acarician mi piel hasta abrirme demasiadas heridas. El dolor del tobillo es horrible pero no me importa. Yo solo puedo pensar en una cosa: lo he matado. Me giro para tener el cielo de cara.
                Me cuesta unos segundos acabar de asimilarlo. Quiero levantarme y correr pero no puedo. Simplemente, empiezo a hiperventilar. Entre bocanada y bocanada de aire se me escapa su nombre a susurros. Pedazo a pedazo me deshago por dentro. Me he quedado sin nada. Solo en una guerra que no es mía. Solo con unos compañeros que no lo son. Solo rodeado de escombros.
                Alguien cae de rodillas al lado de mi cabeza. Antes de poder reaccionar tiene mi cabeza entre manos y la acuna. Siento su calor. Aún no le he visto la cara, pero puedo reconocerlo por las esencias y sensaciones que emite su cuerpo. Mi respiración se acompasa lentamente y me atrevo a abrir los ojos anegados de lágrimas. A través de una capa húmeda le veo el rostro. Lo tiene lleno de sangre.
-          No es mía – me dice antes de que yo saque conclusiones equivocadas. Me da a entender que es de la cabeza de la mujer.
No obstante, tiene la voz rara. Parpadeo para quitarme las lágrimas y lo observo atentamente. No le he volado la cabeza, pero un agujero humeante y rojizo le decora la mejilla izquierda. La bala, después de atravesar la cabeza de la mujer, entro por su boca y salió por su mejilla.
-          Lo siento… - susurro lleno de congoja mientras le paso la mano por la mejilla intacta.
El sonríe y me abraza aún más la cabeza.
-          Prefiero este agujero que morir – me dice con voz dulce -. Gracias. Sigues siendo el mejor disparando.
Vuelvo a llorar, pero por algo totalmente diferente. En su abrazo siento que me falta el aire, pero me da igual. Esta estrechez, ahora mismo, es más importante que el oxígeno. El páramo de escombros, es ahora mismo el mejor paraíso para mí.

dimecres, 25 d’abril del 2018

Morir con un susurro


Se hunde en un abismo sin fondo. Su visión se va empequeñeciendo, como si mirara por una cerradura y fuera alejándose. La negrura más absoluta cubre el vacío que su cerebro no puede comprender. Su sentido del equilibrio sabe que ya no está recto, que su cuerpo está cayendo hacia atrás, inclinándose en un ángulo imposible con mantenerse en pie.
                Algunas de sus células aún no se han dado cuenta de lo que está ocurriendo, pero no tardaran. Son más sensibles que nosotros, mucho más. A medida que los nervios transmiten los últimos impulsos, condenados a dar órdenes imposibles, van gritando, asustadas. Saben lo que pasa, están programadas para saberlo. Pero no están preparadas. No han envejecido para comprender que es acercarse al final.
                A medida que el sentido del tacto rehúye la piel, el frío del ambiente se disuelve, sin embargo, no trae calor. Es algo muy extraño. Todos hemos dejado de ver u oír en alguno momento de nuestra vida, pero siempre habíamos notado los cambios de temperatura. Incluso, deja de sentir el aire sobre la piel. La suave caricia de las particular flotantes, imperceptible hasta ese instante, se empieza a extrañar. Una dependencia que nunca había sentido, crece en él. Aunque no llega a hora.
                El ángulo se va abriendo. O cerrando, según se mire. Aunque apenas son milisegundos el tiempo que lleva precipitarse de espaldas, la sangre parece ir despacio ya. El corazón hace tiempo que ha dejado de latir. 2, o puede que 3 segundos hace ya. A medida que la sangre parece espesarse, los brazos parecen dejar de existir. Las piernas dejan de estar debajo de él. Es como si dos trozos de tela nacieran de su vientre.
                Su espalda ya está apoyada sobre el suelo cuando los órganos empiezan a sentir que algo no va bien. Saben que no les va a llegar más sangre. Aceptan su fin con orgullo. Eso no quita que estén triste. El riñón filtrando, el páncreas secretando y el estómago digiriendo son felices haciéndolo, porque no saben hacer nada más. Ahora que ya no lo podrán hacer más, saben que es mejor así. Un último réquiem de vísceras agitándose florece en sus entrañas.
                El cerebro parece intentar hacer un último y vano esfuerzo. Los últimos instantes son captados: el sonido que produce la cabeza al chocar violentamente sobre el suelo, es débilmente atrapado. El brutal golpe se desliza por los nervios auditivos convertido en un melifluo y suave murmullo. Cuando llega al cerebro, es un pequeño éxtasis final.
                Y muere con un susurro.
               

divendres, 20 d’abril del 2018

Tren d´Alcoi


Pam. Un soroll com si tot el tren volguera explotar i es posa en marxa. Les llums de Genovés es queden arrere i el vehicle s'enfonsa en la foscor de les muntanyes. Odie el tren que va a Alcoi. És lent i horrible. Pareix que viatges dins d'un cuc metàl·lic que s'arrossega tremolós entre Xàtiva i Alcoi. I tot per culpa de la meua mare. Hem discutit. Diu que està cansada per a agafar el cotxe i vindre per mi a l'estació de Xàtiva. I com no, he d'anar jo fins a Benigànim. Més diners i més temps. Com si ho valguera. Ja veus, sols ha de conduir. Fart estic.
A poc a poc, el ferrocarril comença a recórrer el paratge de la Cova Negra. L'obscuritat és pertorbant i el silenci del vagó és esgarrifós. No hi ha ningú. Estic sol. Per un costat està bé, m´allibere dels crits dels xiquets maleducats, de la música dels qui creuen que estan sols i de la gent que es pensa que m'importa el que diu. No obstant això, sentir les rodes contra les vies com a únic acompanyament, no és còmode.
La porta del vagó s'obri. El soroll de les rodes augmenta durant uns segons i desapareix quan es torna a tancar. S'ha obert la porta que tinc a l'esquena. Passen uns segons i ningú passa. Em gire. No veig cap persona. Tanmateix, el murmuri d'unes sabates sobre el sol brut m´arriba a les orelles... No els veig, ni a ell ni al ganivet, l'única cosa que capte és el flaix del metall. És suficient.
Encongisc el cos i m'espente contra el seient d'enfront. La punta del ganivet es clava en el seient on jo estava. No dubte, li done un colp de puny a l'estómac amb tota la força que tinc. Un home remugue i aconseguisc eixir de la trampa en la qual s'havien convertit els quatre seients.
Una vegada fora, intent allunyar-me mirant al meu agressor. És el revisor i porta l'uniforme tacat de sang fresca. Des d'on estic, l'olor de ferro calent de la sang em plena el nas. Vull vomitar. Mai m'ha agradat la sang. No puc ni preguntar “Per què?. El revisor és llança contra mi.
Mentre còrrec d'esquenes, vaig esquivant les ganivetades que formen arcs de brillor platejada. Queda massa per a arribar a Benigànim i no hi ha ningú per a ajudar-me. Per uns segons, pense que moriré. No obstant això, una palanca roja crida la meua atenció. La meua mà esquerra agafa el pal horitzontal per a estar dret. La dreta tira de la palanca. Tot i que el tren no va a molta velocitat per aquest tram, la frenada és tan forta que per uns segons pense que no podré aguantar l'equilibri. Ell no té tanta sort. Cau de cap contra el pal vertical. El soroll del coll i diversos ossos de la cara trencant-se com un plat caient a terra em recorre la columna vertebral.
No tinc el valor per comprovar si està mort. La sang, aquesta vegada la seua pròpia, va sortint lentament de la seua cara i formant un embassament escarlata. Sé que fa molts minuts que estic sense menejar-me, però no puc.
La porta, però aquesta vegada la contraria, s'obri. Una dona, de vora una quaranta anys, entra al vagó. Es queda quieta mirant-nos. Ens analitza. La seua cara es transforma en una màscara de terror i s´agenolla al costat del revisor. Comença a cridar-lo pel seu nom i a sacsejar-lo. Tanmateix, no pareix de fiar. Pegue un pas arrere.
La dona calla i es queda paralitzada. Somriu de sobte.
-          No has caigut, veritat?
De colp i volta, agafa el ganivet del revisor, oblidat al sol. El bes gelat del metall em recorre el coll. La maquinista ha sigut molt ràpida. El mos del dolor em recorre i comença a brollar sang. No obstant això, no és profund. Crec que no ha arribat a la jugular.
Elegisc fugir a tornar a lluitar. Prenc el botó de la porta que tinc a l'esquena. No lleve els ulls de la conductora, que s'ha quedat immòbil, observant-me estranyada. L'aire gelat entra pel forat que ha deixat la porta en obrir-se. Tinc tanta por a la senyora que bote d'esquenes per no deixar de vigilar-la. Una esperança. Puc córrer més que ella.
Ella, malgrat això, comença a riure com una boja. Durant les mil·lèsimes de segon que estic caient pense tres coses. “He guanyat”, “Per què riu?” i “Cova Negra”... Els meus peus toquen terra amb la punta dels dits. I res més.
Comence a caure i sent com els colps em trituren l'exterior i l'interior a parts iguals. Les meues articulacions es desencaixen i agafen angles impossibles. La meua pell s'esgarra com si fos un paper. Crec que he perdut un ull. Encara no he acabat d'assimilar tot el que em passa quan una cosa humida i gelada em rodeja en una abraçada mortal.
Comence a afonar-me en l'aigua del riu Albaida. Tot és foscor i fred. Arribe al fons. Intente nadar però no tinc cap os al seu lloc. En eixe moment, comprenc la meua situació. Cride de terror i dolor i l'aire m'abandona.
La foscor passa a ser negror absoluta i la gelor desapareix. Res més.

diumenge, 15 d’abril del 2018

Silenci


No existeix el silencia absolut. Això ens fan creue. El silencia que creus sentir quan estàs sol en un bosc està rodejat de xiulets d'animals alats, dels crepitar de les rames i les fulles seques, de les petjades llunyanes d’algun ser que està per damunt de tu a la cadena alimentaria. Fins i tot, ni quan estàs sol a una habitació obscura el pots aconseguir: el murmuri de la roba quan toca la teua pell, la respiració, els fluids recorrent els òrgans del teu cos...
Sí, en la pràctica, en la Terra, de forma natural, aconseguir el silenci total és feina ben difícil. No obstant això, si peguem una miradeta dins de nosaltres, trobem una absència de soroll dissimulada: el silenci de l'ànima.
El silenci que ens plena quan ens sentim sols. Ni els nostres pensaments ni la nostra veu interna pot fer callar eixe monstre que ens va devorant per dins. En trobem atrapats, rodejats de gent però sense sentir la seua calor. És com l'arbre al bosc que mor lentament perquè els altres arbres tapen la llum del sol. Cau, raquític i gris, com també ho fem nosaltres.
És el silenci del nostre esperit que ens va dominant, el que fa que les nostres passes recórreguen el carrer de l'amargor. A vegades és tan profund que pareix que agafe forma. El sentim com una mena de bola calenta i pesada en el nostre estómac. Va creixent i prenent forma. Així, el silencia es converteix, a poc a poc, en un buit infinit que s'ho traga tot: les nostres motivacions, els nostres pensaments, la nostra felicitat... Al final, sols queda allò que el forat negre no es vol tragar: la tristor i els seus associats.
Naixem en silenci fins que els nostres plors trenquen l'esgarrifosa harmonia. Vivim sumint-nos en el silenci, a poc a poc, com si entrarem dins del mar: cada pas ens apropa més a l'ofegament. De tant en tant, trobem persones que fan sonar melodies i simfonies que transformen els ritmes fúnebres que ens crea el silenci. Eixos moments són feliços. Tanmateix, totes les veus acaben callant-se. Desapareixent.
I, com a conclusió, morim en silenci. Tal vegada, si tenim sort, abans sentim un rèquiem de dolor, acció o por, però, finalment, sempre trobem el silenci. El buit i gelat silenci.


dijous, 12 d’abril del 2018

Probabilitats


 0,1, 0,2, 0,3 període, 0,789563, 0,99999999981... Tota la vida igual, sentint probabilitats. “No begues d´aquesta aigua que té un 26% de probabilitats de tindre [inseriu malaltia fatídica i mortal]”, “Ai xico, si vas a tal lloc no passes per tal carretera, que tens un 0,07% de probabilitats més de tindre un accident que si vas pel camí de cabres”... i així, tants exemples com vulgueu.
Està bé calcular probabilitats, ens donen informació sobre medicaments, malalties i el perill de certes coses. No obstant això, crec que se'ns ha anat de les mans. Hem acabat per sols pegar un pas si tenim un 90% de possibilitats de no cagar-la. Si alguna cosa, té sols un 70% de fiabilitat, ja estem a la vora de la taquicàrdia, amagant-nos baix del llit i trucant als GEOS.
Al final, per no arriscar-nos per un 10, 15 o 20% deixem per fer massa coses. I podeu pensar que no, que vosaltres no tragueu números per a prendre decisions. Us equivoqueu. Quan analitzem alguna cosa que estem decidint si anem a fer o no, el primer que fem és traure pros i contres. Assegurar-nos de totes i cada una de les variables. Tot i que eixes coses no acaben manifestant-se en nombres, nosaltres, internament, sí que anem restant-li a un 100 idealitzat. Per exemple: si volem muntar un armari. Que podem pegar-nos en el martell, 90. Que, tal vegada, un estant ens pot caure al peu, 75. Que podem entropessar amb el descaragolador, caure per la finestra i que un autobús ens passe per damunt, -666.
Òbviament, no intentarem nadar de Gandia a Siracusa, perquè és impossible, però... ¿Realment necessitem viure rodejats de tantes xifres i variables? Acabem ofegats per la nostra pròpia paranoia. Al final, un 50% mai és que tinguem la meitat de possibilitats de triomfar. Sols significa que tenim la meitat de probabilitats de derrota.
Ho mirem per on ho mirem, conviure amb tanta quantitat de números ens fa persones més pessimistes. Com si no tinguérem prou amb què ens esclavitzen els segons, els minuts i les hores, ens tirem més pedres a la teulada. Per no voler veure més enllà d'un 35%, acabem vivint sempre en el 0%.
Per cabuts, no vegem que la derrota ja la tinguem, que a partir d'ací, tot pot ser nostre. En veritat no, sempre podem empitjorar. Però això no impedeix que la inactivitat per por encara ens enfonse més. Val més dir que has mort intentat fer el que volies que per no fer res.
Les probabilitats estan més, però a xicotetes dosis i en moments puntuals. Hem de ser amics de les xifres, no els seus súbdits. Cosa que ja som.